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Entrevista a Raimundo Viejo, doctorado en Ciencias Políticas y profesor en la Universitat de Girona

«La democracia es, por definición, el poder del cuerpo social»

Fuentes: No Rhetorike

En la publicación de hoy presento una entrevista con Raimundo Viejo. Raimundo, doctorado en Ciencias Políticas, enseña a día de hoy en la Universitat de Girona. Raimundo trabaja en el proyecto editorial Artefakte, proyecto definido como «un entramado de complicidades pensado para provocar esos pequeños cataclismos del pensamiento. Nos interesa el libro más allá de […]

En la publicación de hoy presento una entrevista con Raimundo Viejo. Raimundo, doctorado en Ciencias Políticas, enseña a día de hoy en la Universitat de Girona. Raimundo trabaja en el proyecto editorial Artefakte, proyecto definido como «un entramado de complicidades pensado para provocar esos pequeños cataclismos del pensamiento. Nos interesa el libro más allá de sus límites convencionales, como un bien común que genera riqueza. Publicamos todo tipo de útiles (libros, videos, blogs…) que contribuyan a subvertir la gramática cultural de nuestro tiempo».

G.Y: En una entrevista en el programa «La Tuerka» comentaste hace un par de años el modo en que hemos estado acostumbrados a ver los movimientos sociales como protestas y de como eso está cambiando. ¿Quiénes forman los movimientos sociales contemporáneos en España? En efecto, la lógica política que subyace al movimiento es mucho más compleja que lo que solemos ver o se nos suele mostrar si no nos vemos implicados de un modo u otro en su actividad.

R.V: Desafortunadamente, el tratamiento comunicativo solo se interesa por las acciones disruptivas, desobedientes, que más llaman la atención, ocultando todo lo demás. Se nos muestra, por ejemplo, el desalojo de un centro social okupado, pero rara vez se nos ha mostrado como en su interior tenían lugar comedores, actividades culturales, reuniones de colectivos; todo lo que, en definitiva es la producción de comunidad que los medios quieren ocultar a fin de no mostrar el carácter predatorio y connivente de los aparatos represivos del Estado con la cleptocracia neoliberal que especula, privatiza y gentrifica.

Por lo que hace a la composición de lo que conocemos como «movimientos sociales» creo que es precisa una aclaración previa: no es movimiento todo lo que parece. El hecho de que la política de movimiento haya recurrido y puesto en práctica con éxito ciertos repertorios de acción colectiva (manifestaciones, concentraciones, encierros, etc.) no significa que todo grupo humano que haga esto sea un movimiento social. Suele pasar de hecho, que en cuanto un repertorio tiene éxito, tanto los adversarios del movimiento (el «contramovimiento», la «reacción», la «contrarrevolución» o como quiera que se le llame según el momento histórico) como las formas más avanzadas del capitalismo se apuntan al éxito. Esta expropiación de la capacidad creativa del movimiento es tal que no son pocos quienes desconocen que antes de ser una táctica publicitaria, el flash mob era una forma de acción colectiva disruptiva.

Con todo, hay un hecho cierto, en el origen siempre está el movimiento y con él, el cuerpo social, el sujeto que se emancipa de su sujeción particular (pues no solo hay una). Esto es lo que, en definitiva, nos responde a la pregunta de quien compone el movimiento: la multitud, el conjunto de subjetividades originadas por las diferentes dimensiones de la dominación. Esto puede adquirir perfiles sociológicos muy dispares y complejos, a menudo incluso excluyentes: por ejemplo, un trabajador madrileño difícilmente puede ver en un pijo catalanista un sujeto oprimido y, mal que le pese, padece una modalidad de opresión en la que el madrileño es ganador. Aplíquese esto mismo a comparaciones entre perfiles sociológicos como la lesbiana precaria y el funcionario heterosexual con un recorte salarial o cualquier otra comparación.

Hay quien prefiere creer que hay un único «sujeto histórico» (el proletariado, la nación, etc.) y que el resto son discriminaciones secundarias de la verdadera escisión. Es de un simplismo decimonónico que escapa por completo a la realidad de nuestro tiempo. Persistir en visiones que niegan al cuerpo social que padece el mando biopolítico la complejidad de su composición social solo puede encubrir, directa o indirectamente, alguna modalidad de ideología autoritaria. La democracia es, por definición, el poder del cuerpo social y este, multitud.

G.Y: ¿Porqué se utiliza en medios de comunicación y ámbitos diversos la denominación de anti-sistema para esta gente?

R.V: Decía el genial chiste de El Roto que no es que seamos anti-sistema, es que el sistema es anti-nosotros. Es un rasgo característico de la ideología autoritaria no reconocer a cada cual el derecho a nombrarse imponiéndosele el nombre del peligro, del error, del riesgo. Por eso, en lugar de llamar crítico a quien critica el sistema, se prefiere defender el sistema llamando anti-sistema a quien lo critica. Es tan sencillo y brutal como las variantes de autoritarismo que se pueda encubrir con este discurso, desde las puramente fascistas a las más sofisticadas en las formas como las liberales. Por otra parte, una vez que los medios califican a alguien de anti-sistema, quienes prefieren mirar para otra parte, ser conniventes con el mismo (por activa o pasiva) o, sencillamente callar como cobardes, reproducen como cotorras la neo-lengua mediática que han fabricado para ello esos infaustos personajes de estólidos argumentos a los que se conoce como tertualianos, poco importa si es una sionista como Pilar Rahola o un fascista como Marhuenda.

G.Y: ¿Qué mueve más a la gente a día de hoy, su ideología o sus condiciones de vida material? ¿Y en el pasado ocurría de igual manera?

R.V: Lo que se suele identificar como ideología siempre ha existido y siempre ha mediado entre las condiciones materiales de la existencia y la acción colectiva. Poco importa si en el final del medievo eran las herejías cristianas las que movían las prácticas insurreccionales como las encabezadas por Thomas Müntzer, en el siglo XIX los idearios socialistas de Marx o Bakunin o los relatos que fuesen con posterioridad a todo esto. El estudio de los movimientos sociales muestra que no hay una hipótesis más falsa que la que deriva una proporcionalidad directa y perfecta entre la participación en la acción colectiva y las condiciones materiales. Un mecanicismo tan simplón ignora un hecho fundamental: para actuar colectivamente es preciso compartir diagnósticos, pronósticos y motivaciones en torno a lo que (nos) sucede, a lo que (nos) puede llegar a pasar y a lo que hay que hacer para apropiarse del propio destino.

Dicho esto, se ha de precisar que en la actualidad vivimos bajo una modalidad de sistema capitalista en el cual las condiciones materiales de la existencia vienen definidas por la propia manipulación de los signos con los que construimos lo real. Nuestro trabajo se ha hecho progresivamente inmaterial y con él, el capitalismo se ha hecho un capitalismo cognitivo, de ahí que vivamos cada vez más en infoesferas colonizadas por el mando capitalista, obedeciendo a una interacción permanente que nos gobierna por medio de pulsiones semióticas (desde la publicidad a la televisión pasando por las redes sociales). Esto hace que el nuestro sea un tiempo sin exterior a la ideología, una sociedad del espectáculo que dijo en su momento Guy Debord. Producir hoy un discurso emancipatorio comienza por sabotear la maquinaria de significación neoliberal, sus ideologemas, sus marcos de interpretación, sus aparatos ideológicos.

G.Y: España es un país dado a criticar y reconocer las penas, las vergüenzas y las desvergüenzas de sus políticos (véase la reciente «relaxing cup of coffee in Plaza Mayor» de Ana Botella). ¿Cómo se explica que ese pensamiento crítico no se suele convertir en acciones políticas?

R.V: Porque una cosa es quejarse y otra bien distinta actuar. El Reino de España es un país muy dado a una desublimación verbal propia de una larguísima trayectoria represiva articulada en torno a las dos instituciones más importantes de su brutal historia: el ejército (con la monarquía en su jefatura, aunque no siempre) y la Iglesia. Brutalidad sobre el cuerpo y brutalidad sobre la mente ejercidas de manera implacable durante siglos, ausencia de revolución protestante (libre interpretación de los textos sagrados con lo que comporta), ausencia de revolución burguesa (déficits en el Estado nacional, de derecho, etc.), ausencia de una revolución democrática (¿acaso haya empezado como apunta Emmanuel Rodríguez en su último libro?).

En consecuencia, con tan desafortunada trayectoria se ha generado toda una sintomatología propia de las sociedades que se han forjado en el éxito represivo. Así, por ejemplo, el anti-intelectualismo destaca como un rasgo característico de la cultura política española. A la que alguien eleva el grado de abstracción en el discurso, emplea conceptos que se salen del paupérrimo léxico al uso en la política o apela a una tradición de pensamiento emancipatorio es tildado de inmediato como pedante insufrible, académico apoltronado (¡cómo si el precariado académico tuviese poltrona!), etc.

Piénsese por ejemplo lo sucedido hace unos años con conceptos como imperio o multitud en los ámbitos activistas. El linchamiento de Negri por estos pagos fue propio de la plebe furibunda que asistía al espectáculo inquisitorial de Torquemada. Por suerte, las patologías discursivas del activismo jamás logran permear la sociedad (por lo común bastante más sensata a estos efectos): apenas son una logorrea insidiosa que se diluye en la inagotable y estólida actividad de los trolls de turno en las redes sociales. Las hipótesis útiles, empero, están ahí y se demuestran: ¿qué ha sido el 15M sino un repertorio acorde al enjambre de la multitud? Léase como se quiera, hay hipótesis útiles y doctrinarismos sectarios que no sirven para nada.

G.Y: A todo esto… ¿Puedes hablarnos del rol de las redes sociales y los pros y contras de éstas formas de comunicación y difusión de información en luchas sociales como es la lucha por el derecho a la vivienda?

R.V: Con las redes sociales es conveniente comenzar por el apotegma de Ani DiFranco: «Toda herramienta es un arma si se agarra adecuadamente». El problema es la descompensación entre el potencial de las redes y su uso. Estamos en los primeros pasos de su uso antagonista; algo así como si estuviésemos en las revoluciones protestantes tras la invención de la imprenta, en la revoluciones burguesas tras la invención de la prensa y así sucesivamente. El riesgo evidente es que el mando sepa readaptarse a las grietas que le generan las redes y perfeccione su dominio.

Con todo, en el caso que nos ocupa, las redes sociales han sido un elemento fundamental en la difusión del repertorio de acción colectiva. El éxito de la PAH en parar deshaucios no podría comprenderse sin ese carácter vírico, proliferante y reticular del funcionamiento de las redes sociales. Hay quien piensa que la cuestión es que se creen estructuras estables. Suele ser quien ambiciona controlar y disciplinar el movimiento para «conquistar el poder».

Sin embargo, quien así piensa, además de llevar medio siglo de retraso en el análisis de la constitución material de la sociedad, no ha caído en la cuenta de que las redes son en sí mismas la organización que esperan que surja. Es solo que, como señalaba en su día Badiou: «algunos llaman caos al orden que no comprenden».

Por descontado las redes tienen aspectos muy negativos: por ejemplo, amplifican el pesimismo y el autismo sectario habitual de algunos «trolls» que gracias a las redes sociales consiguen generar un clima justamente contrario al que generó en su momento la disrupción en red. Así, por ejemplo, basta con leer algunas voces habituales de la izquierda que se quiere más a la izquierda, para ver cómo su discurso es, a día de hoy, un auténtico auto-sabotage. El mejor consejo: no hacer ni caso, centrarse en la difusión de repertorios que sean efectivos, de prácticas creativas, innovadoras y olvidarse por completo de ciertos personajuchos. Ya se sabe: «do not feed the troll».

G.Y: Como tu ya has dicho en diversas ocasiones la abstención en el voto es considerada por el gobierno como una forma de conformidad o desinterés. Cuando hay manifestaciones ciudadanas en las calles también hemos aprendido que siempre «son unos pocos que no representan a la población» según el gobierno. Una medida como la ILP (Iniciativa Legislativa Popular), a la que recientemente recurrió la PAH con la obtención de casi el triple de firmas ciudadanas, con 1.400.000, fue prácticamente ignorada también por el gobierno. ¿Cuándo y cómo los ciudadanos se hacen oír?

R.V: Un par de precisiones: la primera es que considerar como consentimiento la acción del abstencionista no es cosa mía sino un lugar común de la politología; la segunda es que la PAH consiguió algo que ninguno de los partidos parlamentarios había conseguido antes: hacer recular esta derecha con mayoría absoluta. Creo importante señalarlo porque a veces tenemos ante nuestras narices la potencia política y simplemente no la efectuamos porque dejamos que los medios nos la invisibilicen.

Así las cosas, la ciudadanía se hace oir cuando y como las circunstancias lo permiten. Es lo que la ciencia política conoce como «estructura de oportunidad política». Y es que igual que no hay una traslación directa entre las condiciones materiales de existencia y la participación en la acción colectiva, tampoco hay una traslación directa entre la existencia de un agravio cualquiera a un grupo humano (por ejemplo, los desahucios, los abusos de la banca en materia de vivienda, un modelo productivo que en su conjunto parasita las rentas del trabajo, etc.) y su participación en una acción colectiva. Hace falta que se abra y que se mantenga abierta, la estructura de oportunidad.

El 15M, por ejemplo, con el proceso electoral en curso, se abrió una estructura de oportunidad que duró hasta el 20N. Allí se acabó un ciclo de luchas, pero no la ola de movilizaciones (estas se componen de una serie de ciclos sinérgicos, como es el caso del contexto actual). Como suele pasar en las fases alcistas, nuevos ciclos prosiguieron (las mareas, la PAH, etc.) haciendo progresar la ola. A menudo la incomprensión de este hecho hace que la gente crea esa estupidez mediática que cada poco afirma que «el 15M ha muerto» cuando en rigor desde entonces las manifestaciones y actos de protesta, las luchas y la implicación social se ha participado (y a las cifras de la propia policía me remito).

G.Y: Finalmente una pregunta de carácter algo más filosófico. ¿Cuál es la democracia representativa y participativa? ¿Existió, existe y/o existirá…? ¿Qué rol tiene la justicia (que no la legislación) en esta cuestión?

R.V: ¡Madre mía! ¡Esta pregunta es para varias tesis doctorales! Siendo conciso: representación y participación son dimensiones de una misma democracia (dos de las tres más importantes junto a la decisión efectiva). Es un error muy habitual confundir la democracia participativa con un modelo contrapuesto a la democracia representativa. En toda democracia participamos (ni que sea una vez cada cuatro años) y en toda democracia operamos con representaciones (desde el trabajo en comisiones hasta los marcos interpretativos que nos hacen posibles la deliberación).

Otra cosa, que no es el mismo debate, es si la democracia es directa o indirecta, como en la Atenas de Pericles o como en el régimen actual (donde también hay, por cierto, algunas débiles formas de participación directa). Aquí entramos en el desafío que precisamente irrumpe en la política cuando el 15M clama por una democracia real (denunciando con ello el carácter inacabado de la democracia realmente existente). Pero en todo ello la justicia (y no digamos la legislación) no pinta nada. Se trata de política, de decisión. Y esto comporta siempre concepciones antagónicas de lo que es justo.

Apelar a la justicia, al derecho, es legítimo, e interesante en tanto en cuanto una estrategia discursiva política. Pero al final la política es lo que cuenta. Maquiavelo sigue, por esto mismo, sonriendo irónico ante las ilustradas pretensiones del liberalismo.

Fuente: http://raimundoviejovinhas.blogspot.com.es/2013/10/de-gabriel-yacubovich-en-la-publicacion.html