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La desesperanza es lo último que se pierde

Fuentes: impresionesmias.com

Entre otras muchas y repetidas interpretaciones, la crisis de 1.929 supuso la más salvaje, inhumana y masiva transferencia de dinero, bienes y valores en el sentido pobre-codicioso, que hasta entonces había conocido la historia en tiempos de paz. En aquellos días y durante las décadas posteriores nadie pensó que tan cruenta y desnuda expresión del […]

Entre otras muchas y repetidas interpretaciones, la crisis de 1.929 supuso la más salvaje, inhumana y masiva transferencia de dinero, bienes y valores en el sentido pobre-codicioso, que hasta entonces había conocido la historia en tiempos de paz.

En aquellos días y durante las décadas posteriores nadie pensó que tan cruenta y desnuda expresión del Capitalismo, que vuelve al hombre contra sí, pudiera ser repetida o superada.

Pero estaban equivocados en ambas cosas, se repitió y se puede superar. La crisis actual puede dejar a aquel salvaje robo en un juego de niños. Ya se ha hablado muchas veces de las similitudes entre aquellos tiempos y los actuales, los mismos tics, los mismos síntomas de la misma enfermedad, las mismas víctimas, los mismos culpables… La única diferencia indiscutible es que, dado el nivel de globalización actual, nadie está a salvo de resultar afectado en mayor o menor medida, por el acoso de la codicia capitalista.

La lección que no se aprende debe volver a estudiarse. La proliferación de todo tipo de setas que tiene lugar tras una copiosa lluvia, se reproduce fielmente en el ámbito financiero con la que está cayendo. La codicia extiende sus ramificaciones en torno a los más pobres. Los negocios de compra de oro son cada vez más habituales en las esquinas de nuestras calles, ofreciendo a los más necesitados un espejismo de escapatoria y alivio de la presión económica, cuando no son más que una vía de transferencia de sus propiedades a los más codiciosos. Pero esto no solo se da en el plano físico. En el plano virtual, una legión de inconscientes, desaprensivos y sinvergüenzas, o todo ello a la vez, quieren convencer a una legión de desesperados de que es posible «invertir un millón de dólares sin dinero ni experiencia» o «invertir en bolsa sin dinero propio«. Por lo visto, todos tenemos la opción de convertirnos de la noche a la mañana en grandes y exitosos capitalistas, y pasar de 0 a 100 (euros) en un abrir y cerrar de navegador de internet. Ninguno de los desesperados que atienden las delirantes ofertas de estos milagreros de carromato y crecepelo, se hace la pregunta obvia ¿por qué un tipo que conoce un secreto para ganar mucho dinero fácilmente y sin riesgo, me lo iba a contar a mí?

Lo peor es que a esta epidemia de codicia desaprensiva se prestan diarios de reconocido prestigio dentro del mundo de las finanzas, con la inserción de anuncios como este, publicado en la edición digital de Expansión. En él nos prometen rentabilizar nuestra inversión hasta en un 70% cuando baje la bolsa, o que podemos seguir ganando si el euro sigue bajando. Una clara invitación subliminal a desear o a fomentar el desorden general, queriendo revolver el río para beneficio de los codiciosos pescadores.

Los más desesperanzados ven en estas fantasiosas ofertas de inversión, una opción de futuro interesante, cuando solo están avanzando hacia el precipicio por su propio pie.

En España, varios millones de ciudadanos están experimentando los efectos de este robo legal que el Capitalismo está llevando a cabo inexorablemente. Varios millones de personas celebran cada día el día sin compras. En muchos hogares españoles, el Capitalismo está pintando un bodegón de tupperware vacíos y de despensas y frigoríficos de los que volvemos a ver el fondo después de muchos años. La desesperanza se apodera cada día de más personas.

En muchos casos, los ciudadanos se han unido formando plataformas de autodefensa, como la de afectados por la hipoteca. Y en otros casos, simplemente se buscan la vida para sobrevivir en este mundo inhóspito.

El Capitalismo que nos devora es el dueño de la piscina y del salvavidas. Nos invita a bañarnos sin decirnos la profundidad. Si nos ve indecisos, nos empuja al agua y luego, cuando estamos exhaustos de nadar y daríamos nuestro reino por seguir a flote, nos alquila el salvavidas.

Puede que solo sean impresiones mías, pero creo que la última posesión que perderán muchos durante esta crisis será la desesperanza.

Fuente: http://impresionesmias.com/2010/12/05/la-desesperanza-es-lo-ultimo-que-se-pierde/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.