Cuando los gobiernos se dedican a pasear el dinero para tapar agujeros ahora aquí después allá, no resuelven el problema sino que lo hacen ver y van ganando tiempo y derivando el coste de la crisis de lo privado hacia lo público y de tuyas a mías , o sea cargando el peso más que […]
Cuando los gobiernos se dedican a pasear el dinero para tapar agujeros ahora aquí después allá, no resuelven el problema sino que lo hacen ver y van ganando tiempo y derivando el coste de la crisis de lo privado hacia lo público y de tuyas a mías , o sea cargando el peso más que proporcional sobre otros. Si los países estuvieran hechos de compartimentos estancos donde las deudas de unos no acabaran siendo las deudas de todos pasando por el compartimento público, cada deudor tendría que hacer frente al que debe y cada acreedor cargaría con las consecuencias de sus alegrías prestadoras. Pero no es así.
Las deudas de las administraciones públicas en España no viven aisladas de las deudas privados cuando aquellas acuden en ayuda de las entidades financieras, de las constructoras, de las empresas del automóvil o incluso de las concesionarias de autopistas, anulando el riesgo empresarial, que debería servir de guía para las inversiones, y cargando los resultados negativos de las decisiones empresariales sobre la totalidad de la población. Esto tiene un perjuicio muy grave ahora que, a pesar de no tener España un nivel extremadamente grave de deuda pública, los acreedores saben que las administraciones públicas asumen directa o indirectamente el riesgo privado ayudando al deudor, de manera que se puede considerar un volumen de deuda común, la deuda del país (por decirlo de alguna manera). Es este volumen el que es estremecedor y el que pesa sobre el coste de renovación de la deuda pública.
En este contexto, han convertido a las administraciones públicas españolas y en primer lugar al Estado, en prisioneros de los acreedores internacionales, pues hay que renovar en sus plazos este volumen inmenso de deuda que se hace imposible de pagar a corto plazo. Otra cosa sería que los acreedores fueran particulares del país, los cuales pueden tener mayor interés en no tensar demasiado la cuerda y aceptar plazos de renovación y tipos de interés más acorde con la conveniencia del país donde se vive, pero siendo extranjeros no se les puede pedir paciencia, ni se les puede imponer lo que conviene sin tener un desgaste frente a los fiadores mundiales.
Cuesta aceptar que quien nos ha puesto en esta situación, dando paso a la globalización financiera sin la vigilancia y defensa de lo que nos convenía como país, sin prever la evolución y las consecuencias y sin prestar atención al riesgo de renovación de las deudas públicas , cuesta aceptar, digo, el no ver a estos cargos públicos fuera de los puestos de responsabilidad donde continúan. Y el primero de todos, el gobernador del Banco de España.
Dr. Fernando Jaén es Profesor Titular de la Universidad de Vic
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