Durante los años de plomo, después del golpe de 1964, la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) mantuvo silenciosamente en Minas Gerais dos centros para detención de indios considerados «infractores». Allí fueron llevados más de cien individuos de decenas de etnias, oriundos de al menos 11 Estados de las cinco regiones del país. El Reformatorio Krenak, […]
Durante los años de plomo, después del golpe de 1964, la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) mantuvo silenciosamente en Minas Gerais dos centros para detención de indios considerados «infractores». Allí fueron llevados más de cien individuos de decenas de etnias, oriundos de al menos 11 Estados de las cinco regiones del país. El Reformatorio Krenak, en Resplendor (MG), y la Hacienda Guaraní, en Carmésia (MG), eran gestionados y vigilados por policías militares. Sobre ellos recayeron varias denuncias por violaciones a los derechos humanos.
Los «campos de concentración» étnicos en Minas Gerais representaban una radicalización de prácticas represivas que ya existían en la época del antiguo Servicio de Protección de los Indios (SPI) -órgano federal creado en 1910, sustituido por la FUNAI en 1967. En diversas aldeas, los funcionarios de la SPI, muchos de ellos de origen militar, implantaron castigos crueles y prisiones inhumanas para detener a los indios.
Los años pasados desde el fin de la dictadura contribuyeron poco a sacar de la oscuridad la existencia de los presidios indígenas. Un silencio que incomoda a nuevos líderes como Douglas Krenak, 30 años, ex-coordinador del Consejo de los Pueblos Indígenas de Minas Gerais (COPIMG). «En 2009 recibí una invitación para participar en las conmoraciones, en Belo Horizonte (MG9, de los 30 años de la Amnistía en Brasil. Había toda una discusión sobre la indemnización a los que sufrieron con la dictadura, pero la cuestión indígena no fue siquiera mencionada», reclama.
Douglas es uno de los muchos que tienen historias familiares de violencia física y cultural sufridas en ese período. «Mi abuelo estuvo preso en el Reformatorio Krenak», cuenta. «Llegó a ser arrastrado por el caballo de un militar, amarrado de los pies».
Para la pedagoga Geralda Soares, ex-integrante del Consejo Indigenista Misionero en Minas Gerais (Cimi/MG), es fundamental reparar la deuda con los indígenas víctimas de violencia en ese período -que, cree ella, no difiere de la reconocida como derecho a otros grupos que sufrieron en los campos de la dictadura. «Muchos de esos indios, en mi concepción, son presos políticos. En verdad, ellos tenían una lucha justa, luchaban por la tierra», afirma. No existe, en Brasil, ningún individuo o comunidad indígenas indemnizado por los crímenes cometidos por el Estado en esas áreas de confinamiento.
«Se cabe para otros, ¿por qué no para los indios?», pregunta Maria Hilda Baqueiro Paraíso, profesora asociada de la Universidad Federal de Bahia (UFBA). Ella recuerda que existen relatos de personas desaparecidas después de ingresar en esos sitios, cuyos familiares viven hasta hoy sin respuesta alguna del Estado o política de reparación.
La Comisión Nacional de la Verdad (CNV), instalada por el gobierno federal en mayo de 2012, definió los crímenes contra los campesinos y los indígenas como uno de sus 13 ejes de trabajo. El balance de un año de actividades de la CNV, divulgado recientemente, informa que la existencia de prisiones destinadas a indios es uno de sus objetos de investigación. Agencia Pública se puso en contacto apra saber más detalles sobre las pesquisas, pero la Comisión no emitió comentario alguno.
En 1965, el marchito Servicio de Protección a los Indios (SPI), ahogado en denuncias de inoperancia y corrupción, comenzó a negociar un convenio con el gobierno de Minas Gerais, por el cual el Ejecutivo estadual asumiría la responsabilidad de garantizar el orden y la asistencia en las aldeas locales. El acuerdo fue ratificado posteriormente por la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), en 1967. Así nació el Reformatorio Agrícola Indígena Krenak, un «centro de recuperación» de indios mantenido por la dictadura militar en el municipio de Resplendor (MG).
Sin alardes, el reformatorio -a veces también llamado Centro de Reeducación Indígena Krenak-comenzó a funcionar en 1969 en un área rural dentro del Puesto Indígena Guido Marlière. Las actividades locales eran comandadas por oficiales de la Policía Militar mineira, que, después del establecimiento del convenio, asumieron puestos clave en la administración local del FUNAI.
En los años siguientes, fueron enviados allí más de cien indios, pertenecientes a decenas de comunidades. Un mosaico de etnias que incluía desde habitantes del extremo norte del país, como los indios ashaninka y urubu-kaapor, a pueblos típicos del sur y el sudeste como los guaraníes y kaingangs.
Hasta hoy, muy poco se divulgó sobre lo que, de hecho, ocurría en el lugar. «La creación del reformatorio no fue publicada en los diarios o difundida en un decreto», escribió el investigador José Gabriel Silveira Corrêa, autor de uno de los pocos estudios sobre la institución. «Su funcionamiento y la propia ‘recuperación’ ejecutada allí se basaban en mantener el sigilo».
En 1972, el entonces senador por la Alianza Renovadora Nacional (Arena) -partido de sustentación de la dictadura- Osires Teixeira se pronunció sobre el tema en la tribuna del Senado, en una de las pocas manifestaciones conocidas de agentes del Estado sobre el reformatorio. Afirmó que los indios llevados al Krenak regresaban a sus comunidades con una nueva profesión, más conocimientos y salud y en mejores condiciones para contribuir con su cacique. «Brasil ha sido víctima de innobles investigaciones de su política indigenista por órganos de la prensa en el exterior, cuando, en verdad, todos sabemos que Brasil fue el único país del continente que, para la conquista de su civilización, jamás decimó a las tribus indígenas», afirmó Teixeira.
Relatos actuales de ex presos y familiares, en tanto, revelan una realidad muy diferente de la descrita por el senador de Arena.
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La sede del reformatorio poseía dos edificaciones. En una de ellas quedaba la administración, el depósito y el alojamiento de los guardas. La otra era el reformatorio propiamente dicho. Disponía de cocina y comedor, además de dos celdas individuales, dos confinamientos colectivos y dos cubículos para detención -estos últimos destinados a encarcelar a quien cometiese faltas graves en el día a día del correccional.
Por la mañana, después del desayuno, los «confinados» -término utilizado para designar a los indios-eran llevados a trabajos rurales, que proseguían también después del almuerzo. Al fin del día, en una rutina típicamente carcelaria, eran puestos a dormir después del baño y la cena.
«Íbamos hasta un pantano, con agua hasta las rodillas, a plantar arroz», revela Diógenes Ferreira dos Santos, indio pataxó llevado al Krenak en 1969. «Ponían a la gente a arrancar las matas, en medio de las cobras, y los guardias se quedaban en rueda vigilando, todos armados», agrega João Batista de Oliveira, conocido como João Bugre, de la etnia krenak. La región donde fue instalado el reformatorio era habitada por los indios krenak y muchos de sus representantes fueron presos.
Agencia Pública tuvo acceso a diversos documentos producidos por los policías que comandaban las actividades del reformatorio -oficios, telegramas y fichas individuales que acompañaban, mes a mes, el comportamiento de los presos. Una de esas fichas, de un indio de la etnia karaja, descripto como lerdo y perezoso, deja en claro la obligatoriedad de los trabajos físicos. «Es un elemento flojo, que parece incluso un retardado. Si pudiese, no haría servicio alguno».
Otras formas de tratamiento degradante, como, por ejemplo, la escasez en la provisión de comida, calzado y vestimenta, también son explicitadas en esos oficios. «A la tarde, llegan del servicio, toman un baño y se visten con la misma ropa mojada de sudor», escribe el cabo de la PM Antonio Vicente, entonces jefe del Puesto Indígena Guido Marlière, en un telegrama de 1971, pidiendo provisiones a sus superiores.
En 1972, otro comunicado informa que se agotaron todos los alimentos locales. «Los indios confinados se están alimentando a pura mandioca e ñame. Considerando la precariedad de la alimentación, serán suspendidos los trabajos físicos».
Homicidios, robos y el consumo de alcohol en las áreas tribales -en la época fuertemente reprimido por la FUNAI-son algunos de los motivos alegados para la transferencia de indios al Krenak. Además de ello, los documentos del órganos también citan peleas internas, uso de drogas, prostitución, conflictos con los jefes de puesto, individuos penalizados por el «vicio de pederastia» y actos descriptos, no pocas veces de forma imprecisa, como vagancia.
Según los registros oficiales, algunos indios permanecieron allí más de tres años y había individuos sobre los que se desconocía incluso el supuesto delito. «No sabemos la causa real que motivó su encarcelamiento, dado que no recibimos la relatoría de origen», escribió el cabo Vicente al bureau central de Ajudância Minas-Bahia del Funai, respecto de un xavante, considerado de buen comportamiento, que estaba allí hacía más de cinco meses.
«Una de las historias contadas es la de dos indios urubu-kaápor alos que pegaron mucho en el Krenak para que confesaran el crimen que los había conducido allí», explica Geralda Chaves Soares, que trabajó en el Consejo Indigenista Misionero (Cimi) en Minas Gerais y actúa como investigadora de la historia indígena del Estado. «El problema es que ellos ni siquiera hablaban portugués».
Palizas con rebenques y confinamiento en solitario eran otros de los castigos aplicados, según los relatos recogidos por la investigadora.
Comunicarse en lengua indígena, dice el ex preso João Bugre, estaba terminantemente prohibido. «Usted era reprendido, porque los guardias entendía que hablábamos de ellos», recuerda. Una situación aún más difícil para aquellos que no sabían portugués. «Había que aprender a la fuerza. O hablabas o te pegaban».
Bugre fue detenido en 1970. El registro del caso, descripto en los documentos del FUNAI, afirma que trasportó cachaça al interior de la aldea y se embriagó con otros indios. «João Bugre está insoportables por las desobediencias que viene cometiendo. Ya se ganó un confinamiento y está detenido en alojamiento separado», relata el documento.
«Muchos, como yo, no habían hecho nada. Tomé un trago. ¿Es que un trago puede dejar a alguien preso casi un año», pregunta él. Bugre afirma haber permanecido preso en el reformatorio cerca de nueve meses.
Más allá del consumo de bebida, también salir del área del puesto indígena era considerado una falta grave. «Mi abuelo llegó a ser arrastrado con el caballo de un militar, amarrado por los pies, porque había salido de la aldea», cuenta Douglas Krenak. «Yo, una vez, quedé preso durante 17 días porque atravesé el río sin una orden y fui a jugar al pool en la ciudad», recuerda José Alfredo de Oliveira, también indio Krenak.
Son ejemplos de comportamiento comúnmente clasificado como «vagancia» por los representantes del órgano indigenista de la época. Incluso actividades tradicionales de caza y pesca fuera de los puestos indígenas -usualmente pequeños e insuficientes para proveer la alimentación básica-podían, según los relatos, llevar a los indios a pasar temporadas en los correccionales.
Por regla general, los presos llegaban allí a pedidos de los administradores regionales de las zonas indígenas. Pero, en algunos casos, era por orden directa de los altos cargos en Brasilia. Es el caso de un indio canela enviado a la institución en julio de 1969. «Además del tradicional comportamiento inquieto de la etnia -deambuladores contumaces, el referido es dado al vicio de la embriaguez, cuando se torna agresivo y a veces peligroso. Como representa un pésimo ejemplo para su comunidad, consideramos lo mejor confinarlo en un período de recuperación en la Colonia de Krenak», atestigua el oficio emitido por el director del Departamento de Asistencia del FUNAI, Lourival Lucena.
La deposición del pataxó Diógenes Ferreira dos Santos sugiere otro motivo para el encarcelamiento de indígenas en el reformatorio Krenak.
A mediados de la década de 1960, él era apenas un niño el día en que, según cuenta, vio a dos policías llegar a la Reserva indígena Caramuru -un vasto territorio de la Mata Atlántica, en el sur de Bahia, tradicionalmente ocupado por los pataxos. Venían empujados por un hacendado, que reclamaba ser el dueño del lugar. «Había un árbol ahí enfrente (donde Diógenes vivía con sus padres) y lo llenaron de balas. Después mandaron a sacar todo lo que había adentro de nuestra casa y le prendieron fuego», dice.
Su familia migró entonces a una zona vecina, donde vivieron «de favor» durante cinco años, haciendo reparaciones para un hacendado. Hasta el día en que el pretendido propietario vendió el lugar, dejándolos de nuevo en la calle.
«Como no teníamos apoyo de nadie, decidimos regresar a Caramuru», cuenta Diógenes. Expulsaron al nuevo ocupante del lugar, pero 15 días después aparecieron de nuevo los policías, esta vez encargados de llevar a Diógenes y su padre hasta la ciudad más próxima. «Dijeron que el capitán Pinheiro (Manoel dos Santos Pinheiro, jefe de la Ajudância Minas Bahia del FUNAI) nos estaba esperando», recuerda. «Quedamos presos seis días en la delegación de Pau Brasil (BA), hasta que vino la orden de llevarnos al Krenak».
En esa época, Diógenes era adolescente. Por ironía del destino, todavía vivió para ver al FUNAI darle razón en su pleito. En 1982, hizo una presentación para pedir la declaración de nulidad de todas las propiedades de no indio instaladas adentro de la Reserva Indígena Caramuru. Después de años de disputa judicial, el Supremo Tribunal Federal (STF) decidió, en mayo de 2012, a favor de los indios.
Aun así, Diógenes sufre todavía por el pasado. «No me gusta hablar, porque me da odio. Es difícil estar preso por error. Trabajando para sobrevivir, ¿ir a la cárcel?», pregunta.
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Algunas mujeres krenak que llegaron a ser reclutadas por los policías del FUNAI para trabajar en el reformatorio también son testigos de las violencias de ese período. «Quien huía de la cárcel sufría a manos de ellos», afirma Maria Sônia Krenak, que fue cocinera en el lugar.
Además de palizas, hay relatos sobre persecuciones a tiros y de presos que nunca más fueron vistos. «Un montón se fue que nunca más volvió», revela.
Uno de los desaparecidos es Dedé Baenã, ex-habitante de las tierras al sur de Bahia, cuyo desaparición es confirmada por testimonios de indios y no indios. Oficios del FUNAI afirman que en agosto de 1969 fue llevado al Krenak a pedido de un funcionario del organismo. El documento lo califica como un «indio problema», violento cuando estaba embriagado y dueño de una vasta história de agresiones a «civilizados».
Maria Hilda Baqueiro Paraíso, profesora asociada de la Universidade Federal da Bahia (UFBA), realiza pesquisas hace décadas junto a comunidades indígenas de la región. Y revela una versión diferente sobre la prisión de Dedé Baenã. «Fue en una ocasión en el capitán Pinheiro estuvo en Bahia anunciando la suspensión de la asistencia a los indios locales. Dedé se rebeló e hizo un discurso contra la administración del organismo. Salió de ahí preso», cuenta.
Después de ingresar en el reformatorio, nunca más fue visto. «Dicen que habría sido ejecutado por un militar que era parte de la seguridad de los indios presos en el área Krenak», indica un indígena que vive en la región donde nació Dedé.
André Campos, 31 años, es autor de reportajes y documentales de investigación. Trabaja hace cinco años sobre las prisiones indígenas de la dictadura.
Fuente: http://www.apublica.org/2013/06/ditadura-criou-cadeias-para-indios-trabalhos-forcados-torturas/
Traducido por El Puercoespín