Luego de las movilizaciones que, meses atrás, exigían que avanzara el pedido de impeachment -destitución- de la presidenta Dilma Rousseuff, la agenda política en Brasil tendió a focalizarse en determinados puntos que preocupan a intelectuales y organizaciones sociales que durante este tiempo han apoyado a los gobiernos de Lula y Dilma. ¿A qué se debe […]
Luego de las movilizaciones que, meses atrás, exigían que avanzara el pedido de impeachment -destitución- de la presidenta Dilma Rousseuff, la agenda política en Brasil tendió a focalizarse en determinados puntos que preocupan a intelectuales y organizaciones sociales que durante este tiempo han apoyado a los gobiernos de Lula y Dilma. ¿A qué se debe este cambio en la agenda de la opinión pública brasileña? ¿Cuáles son los pedidos de estos sectores que ayudaron a garantizar la reelección de Rousseuff? ¿Qué rol puede jugar Lula en este contexto?
Recientemente la Central Única de Trabajadores, el Movimiento Sin Tierra, y diversos intelectuales como Emir Sader, Leonardo Boff, Frei Betto y Boaventura de Souza Santos, emitieron un pronunciamiento conjunto titulado «Carta en defensa de Brasil, la democracia y el trabajo». Allí se expresa, en clara referencia al caso Petrobras, que «la lucha contra la corrupción, que debe alcanzar de forma igual a todos aquellos que violan la ley y desmoralizan a la política y el Estado, está siendo instrumentalizada por sectores conservadores, siendo colocada al servicio de un proyecto autoritario de restauración de una democracia restricta y de reducción de las funciones públicas del Estado».
Estos intelectuales, además, advierten que la derecha brasileña se encuentra promoviendo una contrarreforma política, con el objetivo de mantener el financiamiento empresarial de las campañas electorales -algo a lo que se opuso firmemente el PT en las últimas presidenciales- y, además, de buscar «tercerizar» el Banco Central a través del Congreso -en una supuesta búsqueda de independencia de este organismo respecto al Ejecutivo, lo cual significaría, de acuerdo a los firmantes, una «sumisión total a la especulación globalizada»-.
Si algún analista pensaba que la confrontación de modelos de país que se expresaba con claridad en 2014 se iba a saldar momentáneamente con las elecciones presidenciales y el trunfo de Dilma, se equivocó: la elección del ortodoxo Joaquim Levy como ministro de Economía, en lugar de «saciar» a los sectores dominantes con su propuesta de ajuste fiscal, los envalentonó. Así, la derecha brasileña intentó borrar de la opinión pública la idea que el PT tenía en mente de impulsar una -cada vez más necesaria- nueva ley de medios, y avanzó preocupantemente un proyecto de reducir la edad de imputabilidad de menores.
Por ello, en esta carta pública, este importante «núcleo duro» de intelectuales y organizaciones de la izquierda y el progresismo brasileño propone avanzar en una agenda diferente, intentando salir del laberinto, como dijera el propio Sader recientemente, «por arriba»: con un impuesto a las grandes fortunas y herencias, con un reimpulso a una nueva legislación en materia de medios de comunicación, y con la implementación de mecanismos que permitan una efectiva participación directa de la ciudadanía en la definición de políticas públicas -algo garantizado, incluso, a través del artículo 14 de la Constitución del país-. Como se ve, todos puntos ajenos a la agenda de los grandes grupos económicos y mediáticos.
Un punto no menor puede darle a este bloque un espaldarazo en esta disputa: el ex presidente Lula Da Silva viene nuevamente recobrando protagonismo en la escena política del país. Semanas atrás, el histórico dirigente sindical sentenció en un acto de la CUT que «ellos (la élite) no admiten que yo, un metalúrgico, sin diploma, haya sido el presidente que hizo más universidades y escuelas técnicas en el país», recordando asimismo que «antes de nuestro gobierno, el país era administrado para apenas el 35% de la población». Como si fuera poco, luego prosiguió afirmando que «hay miedo en la élite brasileña de que yo vuelva a ser presidente», insinuando una posible postulación en 2018.
¿Podrá Lula torcer el brazo de los sectores más conservadores de la sociedad brasileña, que siguen presionando-desgastando al gobierno de Dilma para intentar dejar atrás el proceso de ampliación de derechos que iniciaron los gobiernos «petistas»? Sin dudas el dirigente nacido en Pernambuco tiene garantizado un rol de notable importancia: sigue siendo el político brasileño mejor valorado y el ex presidente con mayor imagen positiva del país, muy por encima de Fernando Henrique Cardoso, todavía cabeza visible del opositor conservador PSDB. De cumplir al pie de la letra su reciente promesa de recorrer el país, su retorno dotará de vigorosidad a una formación -el PT- tremendamente vapuleada desde los medios hegemónicos de aquel país. Su retorno a las grandes ligas sería, a fin de cuentas, un buen augurio: la política, al menos por un ratito, le habrá vuelto a ganar a la maquinaria mediática que taladra día a día a los gobiernos posneoliberales de nuestro continente.
Juan Manuel Karg es Politólogo UBA / Analista Internacional.
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