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La distopía del capitalismo

Fuentes: Rebelión

Malas noticias para los apologistas, fans y/o beneficiarios directos e indirectos del sistema capitalista. El capitalismo en su fase de globalización ha logrado en menos de tres décadas lo que sus críticos no pudieron hacer en más de 300 años: demostrar más allá de toda duda razonable que es una distopía, esto es, un sistema […]

Malas noticias para los apologistas, fans y/o beneficiarios directos e indirectos del sistema capitalista. El capitalismo en su fase de globalización ha logrado en menos de tres décadas lo que sus críticos no pudieron hacer en más de 300 años: demostrar más allá de toda duda razonable que es una distopía, esto es, un sistema en donde no hay lugar para las utopías, en el que la vida está llena de dificultades y en donde no hay esperanzas de que las cosas mejoren.

Esta conclusión no está sacada de El Capital de Carlos Marx, y ni siquiera de los Principios de Economía Política de John Stuart Mill; se desprende del informe sobre Riesgos Globales 2012 que acaba de publicar el Foro Económico Mundial, y que servirá en el próximo Foro de Davos como telón de fondo para las deliberaciones y propuestas sobre cómo salvar al sistema capitalista de sus propias tendencias y contradicciones.

En éste informe se lee textualmente: «El análisis de las vinculaciones entre distintos riesgos globales revela una constelación de riesgos fiscales, demográficos y sociales que señalan a un futuro distópico para la mayoría de la humanidad. La interacción entre estos riesgos podría resultar en un mundo en la que la mayor parte de los jóvenes deben lidiar con altos niveles crónicos de desempleo, mientras que, simultáneamente, el mayor número de jubilados en la historia comienza a depender de gobiernos ya sumamente endeudados. Tanto jóvenes como ancianos pueden llegar a enfrentar una disparidad de ingresos y de habilidades de tal magnitud que podría poner el peligro la estabilidad económica y social…….. Existen señales de que el mundo es cada vez más fragmentado, inconsistente y desconfiado, la pregunta es hasta qué punto estas tendencias podrían conducir a una distopía global».

De acuerdo a este documento, el desempleo y la precariedad laboral se están ensañando principalmente en contra de la juventud: «Dentro de un período de dos años después de la crisis de liquidez, 27 millones de personas en todo el mundo perdieron sus puestos de trabajo. Muchas personas tuvieron que aceptar una reducción en su jornada de trabajo, en sus salarios y/o en sus beneficios laborales. Los jóvenes se han visto particularmente afectados por la falta de oportunidades laborales- una tendencia que llevó a la Organización Internacional del Trabajo, a advertir de la existencia de una generación perdida. Desde el inicio de la recesión mundial, muchos países han experimentado aumentos en las tasas de pobreza, enfermedad mental, abuso de sustancias, suicidio, divorcio, violencia doméstica y el abandono, la negligencia y el abuso de los niños».

En otra parte del Informe se sugiere que las manifestaciones de indignación y rechazo al sistema económico se acrecientan debido al caldo de cultivo de la desigualdad: «El descontento se agrava por la crudeza de las disparidades de ingresos. La mitad más pobre de la población mundial posee apenas el 1% de la riqueza mundial, mientras que el 1% 1% posee casi la mitad de esa riqueza».

¿Qué les lleva a tan pesimista visión del futuro a quienes hace unos pocos años afirmaban que la historia había terminado con el triunfo de la utopía capitalista del progreso y consumismo para todos y todas? Pues como suele ocurrir más tarde o más temprano, la realidad termina por imponerse a la ficción. Más allá de la alienación y/o de los iconos mediáticos que se imponen como modelos globales de la identidad juvenil actual, la realidad muestra que la mayoría de la juventud mundial vive sin oportunidades laborales reales, en la pobreza y/o en la exclusión social. Millones de jóvenes en el mundo sobreviven en los países ricos y en países pobres sin empleo, sin estudiar, sin casa y sin esperanzas que su futuro pueda ser mejor que el de sus padres o madres.

Tal parece que parece que la desesperanza combinada con la indignación de la juventud constituye hoy por hoy el principal riesgo para la gobernanza del capitalismo mundial, y el factor que ha logrado finalmente atemorizar al 1% de la población mundial. En un pasaje de la magistral obra «Las Uvas de la Ira», John Steinbeck lo advertía en 1939 a su generación: «Cuando la propiedad se acumula en unas pocas manos, acaba por serles arrebatada. Y el hecho que siempre acompaña: cuando hay una mayoría que tiene hambre y frío, tomará por la fuerza lo que necesita. Y el pequeño hecho evidente que se repite a lo largo de la historia: el único resultado de la represión es el fortalecimiento y la unión de los reprimidos………y en los ojos de la gente se refleja el fracaso; y en los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia».

El temor se acrecienta porque el 1% de la población mundial (así como sus amigos y/o servidores) sabe que si bien la desesperanza y de la indignación no representan en sí mismas una amenaza seria para el capitalismo, podrían eventualmente transformarse en conciencia crítica y luego en acción para la construcción de alternativas a este sistema.

El capitalismo funciona bien mientras los oprimidos y oprimidas tengan a uno o más chivos expiatorios en quienes desahogar su ira (el gobierno, los políticos, la recesión mundial, las pandillas, los extranjeros, los diferentes) y/ o tengan la dosis diaria de entretenimiento para evadir o atenuar el miedo que les produce la realidad (Bailando por un sueño, American Idol, Lady Gaga, la Copa del Rey….). Pero cuando la indignación trasciende a la conciencia, se opera una especie de «desconexión de la Matrix» que permite establecer en el plano individual y comunitario la responsabilidad directa del capitalismo frente a los males que aquejan al 99% de la humanidad. Es en ese momento que las alternativas de solución comienzan a tomar la forma de alternativas al capitalismo.

Porque entonces se cae en la cuenta que el problema del capitalismo no es la recesión mundial, la crisis de la deuda soberana ni tampoco ineptitud de los gobiernos o de los políticos/as. Se tiene claridad entonces que el problema del capitalismo es estructural y que proviene del hecho de estar basado en el egoísmo y de funcionar a partir de una racionalidad que busca la ganancia a toda costa, sin importan los costos sociales y/o medioambientales que pueda generar en esta búsqueda. Y este egoísmo, a diferencia de lo que creía Adam Smith, ha demostrado con creces que no logra el bienestar colectivo sino la destrucción masiva de vidas y de esperanzas.

La juventud está en la mejor posición para des – aprender el egoísmo transmitido generacionalmente y aprender que la solidaridad es la única alternativa para la sobrevivencia de la especie humana sobre este planeta. En las manos de la juventud actual está, no solo multiplicar la indignación frente al capitalismo, sino una gran parte de la tarea de construir la utopía de la sociedad solidaria, en donde se pueda repetir cotidianamente el milagro del compartir.

Permítanme finalizar citando nuevamente a John Steinbeck , y su propuesta de construir la sociedad alternativa al capitalismo, que sigue siendo en la actualidad tan válida como lo era en 1939: «Un hombre, una familia, obligados a abandonar su tierra; este coche oxidado que cruje por la carretera hacia el oeste. Perdí mis tierras, me las quitó un solo tractor. Estoy solo y perplejo. Y por la noche una familia acampa en una vaguada y otra familia se acerca y aparecen las tiendas. Los dos hombres conferencian en cuclillas y las mujeres y los niños escuchan. Este es el núcleo, tú que odias el cambio y temes la revolución. Mantén separados a estos dos hombres acuclillados; haz que se odien, se teman, recelen uno del otro. Aquí está el principio vital de lo que más temes. Este es el cigoto. Porque aquí «he perdido mi tierra» empieza a cambiar; una célula se divide y de esa división crece el objeto de tu odio: «nosotros hemos perdido nuestra tierra». El peligro está aquí, porque dos hombres no están tan solos ni tan perplejos como pueda estarlo uno. Y de este primer «nosotros», surge algo aún más peligroso: «tengo un poco de comida» más «yo no tengo ninguna». Si de este problema el resultado es «nosotros tenemos algo de comida», entonces el proceso está en marcha, el movimiento sigue una dirección. Ahora basta con una pequeña multiplicación para que esta tierra, este tractor, sean nuestros. Los dos hombres acuclillados en la vaguada, la pequeña fogata, la carne de cerdo hirviendo en una sola olla, las mujeres silenciosas, de ojos pétreos; detrás, los niños escuchando con el alma las palabras que sus mentes no entienden. La noche cae. El pequeño está resfriado. Toma, coge esta manta. Es de lana. Era la manta de mi madre, cógela para el bebé. Esto es lo que hay que sembrar. Este es el principio: del «yo » pasar al » nosotros » »

Julia Evelyn Martínez es profesora del departamento de economía de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» (UCA ) de El Salvador.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.