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La economía del imperialismo norteamericano

Fuentes: Correspondencia de Prensa

Si el neoliberalismo posee trazos comunes de los dos lados del Atlántico, los Estados Unidos se singularizan por su posición dominante. Son estas relaciones internacionales que tomaremos aquí en consideración. Más precisamente, nos detendremos en los flujos de rendimientos provenientes del extranjero como remuneración del capital en los Estados Unidos, comparándolos con los lucros realizados […]

Si el neoliberalismo posee trazos comunes de los dos lados del Atlántico, los Estados Unidos se singularizan por su posición dominante. Son estas relaciones internacionales que tomaremos aquí en consideración. Más precisamente, nos detendremos en los flujos de rendimientos provenientes del extranjero como remuneración del capital en los Estados Unidos, comparándolos con los lucros realizados localmente en los propios países. En la existencia de estos flujos provenientes del resto del mundo, es necesario ver una expresión de las relaciones de dominación que remiten a lo que podemos llamar de imperialismo norteamericano.

Nótese que el imperialismo no es el efecto de un país, pero sí de un conjunto de países. Estos mantienen relaciones de disputa, yendo hasta la confrontación armada entre dos potencias o dos conjuntos de potencias. Cada Estado representando en estas disputas los intereses de sus clases dominantes. Un país puede ocupar una posición hegemónica, como los Estados Unidos que dirigen, en el mundo contemporáneo unipolar, la coalición imperialista. La relación de dominación se establece en un doble nivel: entre el país dominante y los otros miembros de la coalición imperialista y los otros países dominados.

Pero existe otro trazo característico de décadas neoliberales, que está directamente ligado a esta apertura para el exterior y modifica la configuración del imperialismo norteamericano, que es la formidable deriva de la demanda interior de consumo en los Estados Unidos. Nosotros estamos lejos de la abstinencia que habría sido uno de los vértices fundadores del capitalismo, alimentando el ahorro y finalmente la acumulación: las clases superiores norteamericanas aprovechan el presente según sus propios criterios.

Dominar el mundo

Es muy difícil cuantificar globalmente el beneficio que los países imperialistas pueden sacar de su dominación. Se puede pensar, por ejemplo, en los precios de las materias primas. Los últimos años del siglo XX confirmaron su baja gradual en beneficio de los países importadores. Otro mecanismo es la importación de cerebros. Sabemos que los Estados Unidos drenan un número formidable de competencias o las utilizan localmente. Nos limitaremos a las medidas disponibles a partir de los sistemas de compatibilidad nacional. Ellas ofrecen una claridad importante y pueden ser colocadas directamente en relación con otras variables que describen la situación macroeconómica de los Estados Unidos.

Cuando buscamos describir los Estados Unidos en cuanto país capitalista, pensamos desde luego en los 116 millones de personas empleadas en empresas privadas de aquel país, que realizan 7.262 billones de dólares de producto anual líquido (los números son del 2000). Este producto es igual, por definición, la suma de los rendimientos creados. De esta actividad transcurren los lucros. Limitando las empresas, que constituyen la gran masa del sistema productivo, estos lucros se elevan a 380 billones de dólares (se trata de lucros después del pago de los impuestos y de los intereses por las empresas), o sea, 7,1% de los rendimientos totales realizados en las sociedades privadas. Podemos llamarlos de «lucros interiores» (domésticos, según la expresión inglesa).

A estos lucros, se deben juntar los rendimientos provenientes del extranjero. Y es a ellos que nos vamos a atener de aquí en adelante. Mostraremos que ellos contribuyen de manera muy importante para la remuneración de los capitales norteamericanos.

En el 2000, los agentes económicos de los Estados Unidos (familias, empresas, fondos de pensión…) poseían 3.488 billones de dólares de inversiones en el resto del mundo (bonos de tesoro, obligaciones públicas y privadas, papeles comerciales, inversiones directas…). Estos activos no aportaron menos que 381 billones de dólares (en intereses, dividendos o en lucros no repatriados), o sea, una suma equivalente a aquella de los lucros en el interior de los Estados Unidos. En otros términos, la relación de estos rendimientos provenientes del extranjero como los lucros interiores ya era en el 2000 de 100%. Partiendo de 10% en el inicio de los años 1950, este porcentaje creció considerablemente a partir de 1980.

Evidentemente el factor, fundamental de este crecimiento fue la subida de las tasas de interés. Es verdad que los Estados Unidos envían igualmente rendimientos financieros al resto del mundo y eso en proporciones crecientes tomando en cuenta el aumento de la deuda frente al resto del mundo. Pero esta constatación no disminuye la importancia, para la economía americana, de estos flujos de rendimiento venidos del exterior.

Es interesante considerar en este total de rendimientos exteriores, los lucros de las empresas que se proveen solamente de sus filiales en el exterior. En el 2000 estos lucros representaban 53% de los lucros interiores. Nosotros vemos que esta tasa creció gradualmente, sin ruptura al inicio de los años 1980. Se trata de un fenómeno de fondo, ligado a la internacionalización del capital. Simétricamente, las empresas transnacionales extranjeras efectúan igualmente inversiones en los Estados Unidos. Ellas son igualmente una fuente de lucros para los extranjeros que hacen estas inversiones, pero estos lucros representan flujos muy inferiores a los lucros de las sociedades transnacionales de los Estados Unidos en el extranjero (en media, 30%). Se trata por lo tanto de una relación muy asimétrica: es verdad que las transnacionales tejen una red cada vez más cerrada entre los países dominantes, pero, desde el punto de vista de los flujos de los lucros, este sistema permanece muy americano – centrado.

Otro indicador de esta asimetría de las relaciones entre los Estados Unidos y el resto del mundo es la diferencia entre los rendimientos transcurridos de las inversiones que los agentes norteamericanos efectúan en el extranjero y los rendimientos de las inversiones de los extranjeros en los Estados Unidos. Entendemos por «rendimiento» la relación entre los flujos de entradas y los stoks de activos. El perfil obtenido por cada curva se parece a lo de las tasas de interese reales, recordando que las fracciones importantes de estos proventos son de la naturaleza de los intereses. Lo que nos interesa aquí es la diferencia entre las dos curvas. Durante todo el período, las inversiones de los agentes de los Estados Unidos obtuvieron en una media 4,2% de más que las inversiones de los extranjeros en aquel país. Requiere investigar la comprensión de esta diferencia.

La serie de lucros interiores de las empresas utilizada en el cálculo fue un poco modulada con el fin de evitar las fluctuaciones que reflejen las variaciones coyunturales del nivel general de actividad. La fluctuaciones restantes son principalmente el efecto de las variaciones de las tasas de interés. Fuentes: Internacional Transactions Data (BEA); NIPA (BEA)

La deriva del consumo

Las críticas tradicionales del imperialismo colocan el acento sobre la propensión a exportar los capitales o las mercaderías. El proceso de los Estados Unidos como potencia imperial marca el flujo de capitales dirigidos a aquel país y el déficit crónico de su balanza comercial. Lo que de hecho es la superproducción de capitales, tal cual Lenin colocaba ¿solamente la exportación permitiría remediar?

La superproducción de mercaderías ¿no encuentra su remedio en la sumisión de las relaciones capitalistas de nuevos mercados susceptibles de absorber los excedentes estructurales según Rosa Luxemburgo? Los mundos leninista y luxemburguista al contrario, por lo tanto. Pero los Estados Unidos acumulan todos estos trazos imponiéndole al mundo la exportación de sus mercaderías y capitales, importando simultáneamente masas de mercaderías superiores a sus exportaciones y apoyándose en el aflujo de capitales extranjeros para financiar sus gastos.

Esta extraña configuración apareció con el neoliberalismo y se materializa en importantes desequilibrios externos. La inversión es de las empresas. Verificamos que hasta 1980 los Estados Unidos ahorraban, en mayor o menor grado cada año, una media de 4,5% del PNN y los invertía productivamente. El neoliberalismo fue la ocasión de dos cambios brutales. En primer lugar, las dos tasas cayeron. Encontramos ahí esta fragilidad de la acumulación propia del neoliberalismo. Pero la tasa de ahorro disminuyó sensiblemente más que la tasa de inversiones. La diferencia, que observamos claramente en la figura, corresponde al déficit de la balanza corriente, o aquella balanza de pagos, dichas «inversiones líquidas del extranjero»: los Estados Unidos se benefician de un importante financiamiento exterior.

La inversión líquida es la inversión bruta de las empresas sustraído del consumo de capital; el ahorro líquido es el excedente de los proventos interiores sobre todas los otros gastos además de esta inversión de las empresas. El desequilibrio de la balanza corriente y el deterioro de la posición de los Estados Unidos frente al resto del mundo en materia de detención de activos, son por lo tanto, asociados a una reducción considerable del ahorro total: una propensión elevada al consumo. ¿Qué es la causa? Evidentemente, el Estado tiene una parte de responsabilidad, notadamente entre 1982 y 1995, período de déficits presupuestarios. Pero las grandes responsables de esta situación son las familias. Su tasa de ahorro cayó formidablemente y esto desde los primeros años de neoliberalismo.

Pero precisamente: ¿cuáles familias? Un estudio de la Reserva Federal nos proporciona la respuesta: la alta propensión a consumir se concentra en el 20% de las familias con los ingresos más elevados. Esta baja fue tan fuerte que no son más las familias más ricas que ahorran más. En cuanto al destino de estos gastos los datos de contabilidad nacional muestran que él se concentró sobre el consumo estricto (y no sobre la compra de nuevos inmuebles).

Llegamos por lo tanto, a un cuadro bastante edificante: (1) el neoliberalismo creó formidables flujos de rendimientos en beneficio de las camadas más ricas; (2) un poderoso sistema de drenaje de los rendimientos en escala mundial se produjo, alimentando los rendimientos de estas camadas que (3) adoptaron un nivel de consumo alucinado; (4) la inversión, reducida en el neoliberalismo, se mantuvo en un nivel superior a aquel que determinaría el ahorro nacional gracias al aporte del ahorro internacional que financió los gastos de los Estados Unidos. Lejos de un imperialismo acumulador de ahorro y desconcertado por los rendimientos que concentra observamos clases privilegiadas de un centro imperial mundial jamás saciadas de su deseo de consumir: un imperialismo insaciable.

* Francois Chesnais enseña en la Universidad París-Norte. Redactor de la revista marxista Carré Rouge, y miembro del consejo científico de ATTAC, Francia. Ha publicado entre otras obras, La mondialisation du capital, Syros, París 1997

** Gérard Duménil, es director de investigaciones en el CNRS (Modem, Nanterre), y miembro de ATTAC, Francia. Dominique Lévy, es director de investigaciones en el CNRS (Cepremap, París). Ambos son autores de numerosos estudios sobre la economía capitalista y el imperialismo.