Entre 1450 y 1750 se asistió a la formación de un primer mundo capitalista, que denomino mundo protocapitalista, a partir de Europa occidental, su cuna histórica [1]. Para analizar la estructura original, hecha a la vez de homogeneización, de fragmentación y de jerarquización, Fernand Braudel e Immanuel Wallerstein se apoyaron en el concepto de economía-mundo. […]
Entre 1450 y 1750 se asistió a la formación de un primer mundo capitalista, que denomino mundo protocapitalista, a partir de Europa occidental, su cuna histórica [1]. Para analizar la estructura original, hecha a la vez de homogeneización, de fragmentación y de jerarquización, Fernand Braudel e Immanuel Wallerstein se apoyaron en el concepto de economía-mundo. Sin embargo, este concepto no permite ni desentrañar verdaderamente esta estructura ni, sobre todo. comprender cómo es generada por el proceso global de reproducción del capital.
Presentación del análisis de Braudel
1. Inventor de este concepto de economía-mundo, Braudel no da una definición general. De hecho, mezcla constantemente los elementos de dicha definición con la exposición de las características particulares de la economía-mundo moderna correspondiente al mundo protocapitalista. De esta manera lo articula estrechamente con el análisis de las estructuras de las sociedades europeas protocapitalistas, en las que distingue tres estadios o niveles a los que llama respectivamente la civilización material, la economía y el capitalismo. Ahí se redescubre el título de su obra maestra [2]. Hay que comenzar por tanto por la definición de estos tres términos.
En el primero de estos niveles, el más fundamental y con diferencia el más importante cuantitativamente, se muestra el inmenso campo de las prácticas de autosubsistencia (de autoproducción y de autoconsuno), por lo general ancestrales, profundamente arraigadas en la vida cotidiana, escapando en buena medida a la conciencia de los hombres, y en cuyo seno dominan el uso y el valor de uso.
«Creo que la humanidad está más que a medias enterrada en la vida cotidiana. Innumerables gestos heredados, acumulados de cualquier manera, repetidos indefinidamente hasta nosotros, nos ayudan a vivir, nos atan, deciden por nosotros a lo largo de la existencia. Son incitaciones, pulsiones, modelos, maneras y obligaciones de actuar que a veces se remontan, y más de lo que se supone, a los confines del tiempo (…). He intentado recoger todo esto bajo el nombrecómodo-aunque inexacto, como todas las palabras con un significado demasiado amplio- de vida material». [3]
Sólo en el segundo nivel comienza lo que Braudel denomina la economía, con el comienzo del intercambio de una parte del sobreproducto generado dentro de la civilización material, dando así lugar al desarrollo de la pequeña producción mercantil, o producción mercantil simple, en la agricultura y el artesanado. El cambio, sus prácticas y sus normas, y el valor de cambio comienzan a afirmarse, sobre todo con el nacimiento y desarrollo del comercio (por consiguiente la actividad de los comerciantes exclusivamente dedicada a la circulación mercantil), aún quedando globalmente subordinados al uso y al valor de uso, que siguen predominando y limitando su autonomía. La reproducción de los productores y de los cambistas sigue siendo todavía la finalidad de toda la actividad económica en el sentido que le da Braudel.
«Imaginad por tanto la enorme y múltiple capa que representan, para una región, todos los mercados elementales que posee, una multitud de puntos, con flujos por lo general mediocres. Por estas múltiples bocas comienza lo que llamamos la economía de cambio, que se extiende entre el enorme ámbito de la producción y el otro ámbito también enorme del consumo. En los siglos del Antiguo Régimen, entre 1400 y 1800, todavía se trataba de una economía de cambio muy imperfecta. Sus orígenes, sin duda, se pierden en la noche de los tiempos, pero no llega a conectar toda la producción con todo el consumo, perdiéndose una enorme parte de la producción en el autoconsumo, de la familia o del pueblo, sin entrar en el circuito del mercado.» [4]
Sólo en el último nivel se alcanza lo que Braudel llama el capitalismo, que él reduce sin embargo al desarrollo sólo del capital mercantil (comercial y financiero): el negocio, la banca y a la bolsa, directa o indirectamente ligadas al comercio lejano, capaces por ello de se sustraerse a las costumbres locales y a la regulaciones tradicionales de la civilización material, y también la concurrencia que reina en principio en el seno de «la economía» así como las reglamentaciones y controles políticos, allí donde existen. Tal como lo entiende Braudel, el capitalismo proviene de situaciones de monopolio o al menos de oligopolio, de hecho o de derecho, al ser por consiguiente capaz de manipular los precios y de hacer operaciones especulativas, capaz de lograr espléndidos beneficios y de acumular inmensos capitales, capitales concentrados y centralizados en unas pocas manos. Sólo ahí se afirma la plena autonomía del valor (de cambio), lo que manifiesta el hecho de que el capitalismo no tiene otro fin que la valorización del valor y su acumulación, y por consiguiente la plena subordinación del uso y del valor de uso. Esto lo diferencia de lo que denomina la economía de mercado (la producción mercantil simple).
«El capitalismo se sitúa así dentro de un ‘conjunto’ siempre más vasto que él, que le lleva y le destaca en su propio movimiento. Esta alta posición, en la cumbre de la sociedad mercantil, es probablemente la principal realidad del capitalismo, teniendo en cuenta lo que le permite: el monopolio de derecho o de hecho, la manipulación de los precios» (Tomo 2, página 441).
2. Según Braudel, una economía-mundo es una formación socio-espacial que presenta estas tres características: un espacio-tiempo específico, dominado por un centro en torno al que se jerarquizan en círculos concéntricos las zonas periféricas.
Un espacio-tiempo. Toda economía-mundo es ante todo un espacio, una porción del mundo que posee límites más o menos claramente definidos. Estos suelen coincidir con los de otras economías-mundos, vecinas, con las cuales los intercambios son ciertamente posibles pero difíciles (por la presencia de obstáculos naturales) o que se comportan unas respecto de otras como polos repulsivos. Dentro de sus límites y para parte de su realidad, una economía-mundo tiene una cierta duración histórica. No sólo posee una espacialidad propia sino también una temporalidad propia.
Este espacio-tiempo es ante todo una unidad económica, que goza de cierta autonomía. Esta autonomía se caracteriza por su autosuficiencia relativa: una economía-mundo no es fundamentalmente tributaria de sus intercambios exteriores; incluso cuando éstos pueden no ser despreciables, siguen siendo relativamente secundarios respecto a los intercambios y a las capacidades productivas internas. Su autonomía se sigue caracterizando por la dinámica de sus intercambios internos que hacen a sus diferentes partes (las distintas unidades territoriales que la componen) mutuamente dependientes unas de otras, integrándolas precisamente en una misma totalidad económica.
Unificado económicamente, este espacio puede estar y está de ordinario dividido política y culturalmente. Dicho de otra manera, puede incluir formaciones sociales que sean políticamente distintas, rivales e incluso enemigas, así como áreas culturales muy diferentes, entre las cuales los intercambios mercantiles y la division del trabajo que las subyace tejen relaciones de interdependencia. El ejemplo al que suele referirse Braudel es el Mediterráneo de la segunda mitad del siglo XVI, al que dedicó un célebre estudio [5]. La economía-mundo mediterránea se encontraba entonces a caballo entre la parte europea del Imperio español y el Imperio otomano, incluyendo las ciudades-Estados italianas todavía autónomas, y además estaba dividida entre mundo cristiano y mundo musulmán, y por su parte el primero estaba también subdividido entre catolicismo romano y ortodoxia bizantina. Pero también podría decirse lo mismo del Mediterráneo antiguo (sucesivamente fenicio, cartaginés, helenístico, romano) -y Braudel no deja de hacerlo, como veremos más adelante. Y ocurre igual en cualquier economía-mundo en general:
«(…) una economía-mundo es una suma de espacios individualizados, económicos y no económicos, reagrupados por ella; (…) representa una enorme superficie (en principio, es la más vasta zona de coherencia, en tal o cual época, en una parte dada del globo) ;(…) transgrede de ordinario los límites de los otros agrupamientos masivos de la historia». (Tomo 3, página 16).
Un centro. El espacio unificado que constituye una economía-mundo posee un centro. Este centro se reduce por lo general, según Braudel, a una ciudad que constituye su capital económica. Constituye le sede del capitalismo (en el sentido como lo entiende Braudel) que domina y organiza el espacio de la economía-mundo considerada. No sólo concentra la riqueza económica sino también el poder político así como el saber (la cultura en el sentido ordinario del término: la información, las ciencias, la filosofía, las artes, etc.). De modo que siempre resulta deslumbrante.
Por el simple hecho de hacer converger hacia ella todos los intercambios económicos y también todas las influencias del espacio de la economía-mundo que domina, toda ciudad-centro se caracteriza por su cosmopolitismo: ahí se encuentran individuos y grupos originarios de todas las zonas incluídas en la economía-mundo considerada. Toma necesariamente el aspecto de una torre de Babel. De manera que es de rigor la tolerancia religiosa, necesaria para el buen desenvolvimiento de los negocios. En fin, asombra por el contraste que ofrece entre les diferentes estados y situaciones sociales, donde la más extrema miseria se codea con el lujo más inaudito.
Sin embargo, este centro sólo puede existir a condición de poder apoyarse en ciudades intermedias, especie de centros secundarios. Y alguno de estos centros secundarios puede estar tentado y a veces llegar a emanciparse de la tutela del centro principal, hasta suplantarlo. De modo que en una misma economía-mundo pueden sucederse diferentes centros. Así la economía-mundo europea de los tiempos modernos ha conocido, según Braudel, el dominio sucesivo de Venecia, de Amberes, de Génova, de Amsterdam, en fin, de Londres. Y, mutatis mutandis, puede ocurrir lo mismo con los centros secundarios: también pueden conocer destinos ascendentes o descendentes, manifestación de las tensiones y conflictos en el seno de su jerarquía y de la estructura del poder de la economía-mundo.
Una jerarquía. El espacio-tiempo que define una economía-mundo es desigual. Se estructura en una jerarquía de zonas cada vez menos desarrolladas conforme se alejan del centro. Braudel distingue tres zonas en toda economía-mundo: una estrecha zona central (limitada a la ciudad-centro y su hinterland inmediato), zonas intermedias y zonas periféricas a las que también llama marginales:
«El centro, el «corazón», reúne todo lo que hay de más avanzado y más diversificado. El anillo siguiente sólo tiene una parte de estas ventajas: es la zona de los «brillantes segundos». La inmensa periferia, con sus poblamientos poco desos, es por el contrario el arcaísmo, el retraso, la fácil explotación por los demás»(Id., página 35)
Estas tres zonas se distinguen esencialmente por la manera como se articulan en ellas civilización material, economía y capitalismo. El centro es la sede del capitalismo que domina el conjunto de la economía-mundo considerada. Para Braudel, las economías-mundos han sido, en todas partes y siempre, el marco, el soporte y la sede del desarrollo del capitalismo: en ellas, en efecto, puede expandirse el comercio lejano, fuente directa o indirecta de la acumulación del capital mercantil. Y el centro se contenta en suma con polarizar hacia él ese comercio lejano. Una economía-mundo a lo Braudel es por tanto un centro urbano capitalista (entendamos: sede de un poderoso capital mercantil concentrado) que dirige, organiza, controla decenas, incluso centenares de economías locales o regionales, conectándolas y jerarquizándolas según sus propios intereses: «(…) decir zona central o capitalismo es designar una misma realidad» (Id., página 56).
Las zonas intermedias, las más próximas geográficamente a la estrecha zona central, se le parecen por la importancia de sus intercambios económicos. Son en efecto la sede de economías vivas, aunque subordinadas al centro y al capitalismo central. El índice más claro de esta dependencia de las economías intermedias respecto del capital mercantil central es el predominio en ellas de comerciantes extranjeros agentes precisamente de dicho capital.
En cuanto a las zonas periféricas, se caracterizan por su subdesarrollo general respecto a los otros dos tipos de zonas incluídas en una economía-mundo. Este subdesarrollo se caracteriza sobre todo por el predominio de la civilización material pero también por la presencia o persistencia de la servidumbre y la esclavitud. Más aún, estas zonas se caracterizan por su total dependencia respecto a las exigencias del centro que las domina (el centro les dicta sus especializaciones productivas) y las explota (el centro, a través del sistema de precios, determina sus intercambios, se apropia de su sobretrabajo).
3. Una economía-mundo define en lo esencial un orden económico que supedita de forma más o menos directa y completa otros órdenes (social, político, cultural) que definen las formaciones sociales englobadas por la economía-mundo. Las indicaciones de Braudel al respecto son sin embargo bastante lacónicas; se limitan a algunas notas de alcance general, ilustradas con ejemplos.
En general, la imposición del orden económico se manifiesta por el hecho de que los diferentes espacios determinados por este orden (el centro, las zonas intermedias, las periferias) presentan diferencias y desigualdades sociales, políticas y culturales más o menos señaladas. Dicho de otra forma, el orden económico se refracta en:
Un orden social. Tratándose de la economía-mundo europea moderna, en líneas generales, en el centro no deja de afirmarse el predominio del trabajo asalariado, mientras que en las zonas intermedias persisten formas precapitalistas o formas de transición al capitalismo como el trabajo artesano, la aparcería o la pequeña propiedad agraria, y en las periferias persisten o incluso se reintroducen la servidumbre (por ejemplo en Europa central y oriental) o incluso la esclavitud (por ejemplo en las colonias americanas).
Un orden político. El centro está ocupado por un Estado fuerte (ciudad-Estado o Estado monárquico), capaz de imponerse tanto dentro (a su propia formación social) como fuera (es un Estado colonialista e imperialista). Las zonas intermedias sólo dan nacimiento a Estados incompletos, que intentan imitar a los precedentes, sin conseguirlo o lográndolo sólo en parte. En cuanto a las periferias, hay que distinguir el caso de las periferias coloniales (donde sólo existe una administración dependiente del poder metropolitano en cuyo interior, o a su lado, las élites locales sólo pueden asegurarse el control de los poderes locales) de las periferias no coloniales (por ejemplo las de Europa central y oriental) que pueden presentar verdaderos aparatos de Estado, aunque en sí mismo caracterizados por un auténtico subdesarrollo.
Un orden cultural. A este nivel, la imposición del orden económico (de la economía-mundo) es menos clara. Por una parte, como ya hemos visto, porque lo propio de una economía-mundo es poder englobar múltiples culturas o civilizaciones diferentes (aunque cada economía-mundo tiende a compartir una misma cultura). Mientras que, por otra parte, en una economía-mundo es raro que el centro económica y políticamente dominante sea también el que impone su magisterio cultural. Una economía mundo es compatible con cierta policentralidad en el plano cultural.
Así ocurre en particular en la economía-mundo europea moderna. Mientras Venecia es el centro, Florencia inventa y lanza el Renacimiento. En el momento en que triunfa Amsterdam, Roma y Madrid son los centros del barroco, vector de la Contre-Reforma católica. Y el predominio británico centrado en Londres, que se afirma durante el siglo XVIII, no llega a quitar brillo a la cultura francesa que irradia entonces por toda Europa, aunque sin llegar a imponerse en todos los ámbitos: la música sigue siendo sobre todo italiana y comienza a volverse alemana (Id. : 70-71).
Crítica de las tesis de Braudel
Comencemos por reconocer un mérito esencial a Braudel. Con ayuda de su noción de economía-mundo, supo destacar que el protocapitalismo mercantil había llegado ya a constituir un mundo, una totalidad a la vez unificada, segmentada y jerarquizada. Este mérito, innegable, no anula sin embargo las distintas críticas que hay derecho a oponer frente a esta noción y los análisis del mundo protocapitalista de ella derivados.
• En primer lugar, sorprende la gran pobreza conceptual de los análisis de Braudel, que contrasta cruelmente con la impresionante erudición que demuestra. Así, no consigue ni precisar correctamente ni diferenciar sus tres conceptos básicos: civilización material, economía y capitalismo. En la presentación precedente, he sido yo quien ha introducido la dialéctica del uso y del cambio, del valor de uso y del valor de cambio, con fines de clarificación, allí donde Braudel se contenta con ejemplos ilustrativos. En el sentido como los entiende Braudel, la civilización material se caracteriza por el reino exclusivo del uso y del valor de uso, la economía por el desarrollo del intercambio pero bajo el predominio continuo del uso (contenido último del movimiento M – D – M: mercancía – dinero – mercancía), y sólo el capital consigue invertir esta última relación instituyendo el predominio del cambio sobre el uso al desarrollar de forma sistemática el movimiento contrario D – M – D, dinero – mercancía – dinero [6]. En suma, la concepción braudeliana necesita el apoyo de la aportación marxista para tener alguna consistencia y ganar en claridad.
• En segundo lugar, como la mayor parte de economistas e historiadores que le siguen, Braudel parte de una concepción fetichista del capital, reduciéndolo sea a un conjunto de cosas (reificación) o a una serie de disposiciones subjetivas (personificación), ignorando radicalmente la relación social que transforma estas cosas en medios de valorización y estas disposiciones en prácticas de valorización. Así:
«Se decía del capital, hace cincuenta años, que era una suma debienes capitales -expresión pasada de moda, que sin embargo tiene sus ventajas. Un bien capital, en efecto, se coge, se toca con el dedo, se define sin ambiguïedad. ¿Su primer rasgo? Es «el resultado de un trabajo anterior», es ‘trabajo acumulado'» (Tomo 2, páginas 278-279).
Por más que Braudel emplee aquí fórmulas que podrían encontrarse bajo la pluma de Marx, se sitúa en sus antípodas cuando erige a cualquier medio de producción en un bien capital con el pretexto de que es trabajo materializado. Confunde aquí la relación social que constituye el capital con los medios de producción que le sirven de soportes y de instrumentos en el proceso de sumisión y de explotación del trabajo asalariado.
Así mismo, al amparo de esta noción confusa (reificadora) de bien capital, Braudel confunde capital y dinero: «Pero el dinero que va de mano en mano, que estimula el intercambio, regula los alquileres, las rentas, los ingresos, las ganancias, los salarios – este dinero que se mete en los circuitos, fuerza las puertas, anima las velocidades, este dinero es un bien capital» (Id., página 279). Pero todo el análisis marxiano consiste precisamente en mostrar la profunda diferencia entre los dos: mientras el dinero (de hecho, la moneda) no es más que el valor fijado bajo la forma del equivalente general de las mercancías, el capital es valor en proceso, valor capaz de conservarse y de acrecentarse en un proceso cíclico continuo combinando producción y circulación de mercancías.
Braudel parece no haber asimilado nada de la lección de Marx a este respecto. De hecho, cada vez que cita a Marx es para cometer un error. Así: «Un pequeño empujón y llegaremos ‘al sentido que Marx da explícitamente (y exclusivamente) a la palabra: el de medio de producción’«. (Id., página 272) El hecho de que Braudel esté inducido a error por un tercero (al que cita) no le excusa, sino que muestra simplemente su ignorancia del concepto marxiano de capital que se sitúa precisamente en las antípodas de esta concepción reificante.
• Incapaz de comprender el capital como una relación social de producción, Braudel es aún menos capaz, en tercer lugar, de concebir al capitalismo como el modo de producción, como tipo de sociedad global resultante del proceso global de reproducción de esta relación de producción, proceso por el que este último subordina el conjunto de la práctica social, en toda su extensión y toda su profundidad. Por ello tiende a confundir constantemente capital y capitalismo, procediendo también ahí por reificación y personificación del capital.
«No disciplinaréis, no definiréis la palabra capitalismo, para ponerlo al servicio de la explicación histórica, más que si la encuadráis seriamente entre estas dos palabras: capital y capitalista. El capital, realidad tangible, masa de medios fácilmente identificables, en un trabajo sin fin; el capitalista, el hombre que preside o intenta presidir la inserción del capital en el incesante proceso de producción al que están condenadas todas las sociedades; el capitalismo, es, en líneas generales (pero sólo en líneas generales), la manera como es conducido, para fines de ordinario poco altruistas, este juego constante de inserción». [7]
Lo que le lleva, como a muchos otros antes y después de él, a cometer verdaderos anacronismos, diagnosticando la presencia del capitalismo en simples ciudades mercantiles medievales donde todo lo más se expansiona el capital mercantil. Así:
«En Venecia, un cierto capitalismo(…) ¿Se podrá creer? Al mismo tiempo existen, incluso antes que Venecia, otras ciudades capitalistas (…) Eso no impide que en Venecia se pusiera en marcha un sistema que, desde sus primeros pasos, plantea todos los problemas de las relaciones entre el Capital, el Trabajo y el Estado, relaciones que la palabra capitalismo implicará cada vez más en el curso de su larga evolución ulterior» (Tomo 3, página 147-148).
• En cuarto lugar, como la mayor parte de los historiadores, víctimas del predominio del paradigma liberal, Braudel reduce la formación del capital a un crecimiento y un desarrollo de las relaciones mercantiles, sobre todo en forma de comercio lejano, reduciendo el capital sólo al capital mercantil: «Las condiciones previas a todo capitalismo dependen de la circulación, casi podría decirse, a primera vista, sólo de ella» (Tomo 2, página 702).
Nada más sintomático en este sentido que el hecho de considerar que el capital se aloja «en su casa» en el proceso de circulación mientras que lo hace «en casa ajena» en el proceso de producción :
«(…) estudiaremos en este capítulo los diferentes sectores de la producción, donde el capitalismo se encuentra en casa ajena -antes de abordar, en los siguientes capítulos, los lugares de elección [en la circulación – AB] donde verdaderamente está en su casa» (Id., página 268) ; «(…) el capitalismo está en su casa en la esfera de la circulación (…)» (Id., página: 441).
Marx ha demostrado exactamente lo inverso: sólo el proceso de producción está en condiciones de transformar el dinero en capital, de simple valor en valor en proceso. Pues sólo en él, y más precisamente en el consumo productivo de la fuerza de trabajo, yace todo el secreto de la conservación y del crecimiento del valor. Se puede constatar que Braudel está prisionero de las representaciones fetichistas del capital.
Por eso Braudel tiende a restringir el capital(ismo) al establecimiento de situaciones de monopolio o al menos de oligopolio, de hecho o de derecho, en el intercambio y en las prácticas de manipulación de precios y de especulación posibilitadas por estas situaciones, por parte del capital mercantil concentrado. Para él, ésta es la ruptura decisiva que interviene entre la simple economía (los intercambios mercantiles y comerciales ordinarios, que quedan sometidos al juego y a las imposiciones de la concurrencia) y el «capitalismo» tal como lo entiende, fundamentalmente ligado al monopolio y a la especulación. Mientras que una situación de monopolio o de oligopolio en un mercado es sólo capaz de generar una sobreganancia (una ganancia superior a la ganancia media) pero no ganancia (sin la cual no hay capital): esta última es resultado de la igualación entre el conjunto de capitales de la plusvalía global formada por la explotación por estos capitales del conjunto de fuerzas de trabajo que se someten bajo la forma del trabajo asalariado.
• En quinto lugar, vuelve a aparecer la misma falta de rigor conceptual en el uso que hace Braudel de la noción de economía-mundo. Así, no proporciona ninguna definición clara de la misma, en comprensión ni en extensión. Muy al contrario, la transforma en una especie de noción todo terreno, que le lleva a extenderla a diferentes épocas y diferentes espacios, al riesgo de comprometer la unidad. Para Braudel, el Mediterráneo antiguo, el mundo islámico clásico, el Imperio otomano, Moscovia (Rusia anterior a Pedro el Grande), China (con sus periferias cercanas: Manchuria, Mongolia, Yunnan, Tibet, y lejanas: Nepal, Vietnam, Corea, Japón), India antes de la llegada de los europeos e incluso mucho tiempo después, han sido otras tantas economías-mundos (Tomo 3, páginas 16 y 52).
Esto se explica en definitiva por el déficit de definición en comprensión de la noción, que Braudel reduce a la enumeración de algunas características descriptivas. Pero no nos dice nada, o en todo caso demasiado poco, sobre las condiciones mínimas requeridas para que se constituya una economía-mundo, de sus procesos generadores o de sus dinámicas internas, y aún menos de sus eventuales contradicciones.
Nada más significativo, desde este punto de vista, que les límites de su análisis de la jerarquía interna en toda economía-mundo. Aunque es constatada y destacada, afirmada incluso como una característica esencial de toda economía-mundo, está poco explicada, o incluso nada en absoluto. Las relaciones de explotación y de dominación entre lo que Braudel denomina el centro, las zonas intermedias y las periferias no son sistemáticamente señaladas y aún menos analizadas, y no forman parte de la definición principista de las relaciones entre estas diferentes zonas. La noción de intercambio desigual y la, subyacente, división socio-espacial del trabajo, apenas son citadas por Braudel como factores explicativos de estas relaciones de explotación y de dominación. Lo que le lleva finalmente a fórmulas propiamente tautológicas del tipo: «Un país es pobre porque es pobre» o «La expansión llama a la expansión» (Id., página 48).
Igualmente, la reducción que hace Braudel del centro a una ciudad es abusiva. Por el contrario, el centro del mundo protocapitalista no es precisamente una ciudad, una ciudad-Estado (como en los mundos mercantiles precapitalistas), sino un Estado monárquico protonacional. En cuanto a la distinción entre zonas intermedias y zonas periféricas se basa sólo en la poco firme distinción entre economía y civilización material, en el desconocimiento de la noción de semi-periferia, esencial para la comprensión de la estructura del mundo protocapitalista.
En fin, Braudel confunde también las nociones de periferias y de márgenes (empleadas frecuentemente una por la otra), cuando conviene distinguirlas. Porque más allá de sus zonas periféricas que forman parte de su espacio propio, el mundo protocapitalista conocía todavía verdaderas zonas marginales, compuestas de formaciones sociales (el Imperio otomano, el Imperio safávida, el Imperio mongol, el Imperio chino ming y después el qing, el Japón de los Tokugawa) con las que puede comunicar (en forma tanto de intercambios mercantiles como de conflictos militares o rivalidades ideológicas, por ejemplo de orden religioso) pero que no ha llegado a integrar, que tiende (eventualmente) a integrar pero que se resisten a esta integración y se caracterizan por esta resistencia, continuando desarrollándose según su dinámica sociohistórica propia.
Por ello se encuentran algunas veces, en el detalle de los análisis históricos de Braudel, aproximaciones y confusiones burdas, como la que consiste en hacer de Francia o de Inglaterra a mediados del siglo XVII zonas intermedias, en el mismo rango que Suecia, Prusia, el norte de Italia, España y Portugal, cuando ya se están preparando, en el siguiente medio siglo, a suplantar a las Provincias-Unidas consideradas como centro:
«Hacia 1650, por tomar una referencia, el centro del mundo es la minúscula Holanda o, mejor, Amsterdam. Las zonas intermedias, las zonas segundas, son el resto de Europa, muy activa, esto es, los países del Báltico, del mar del Norte, Inglaterra, Alemania del Rin y del Elba, Portugal, Francia, España, Italia al norte de Roma» [8].
En definitiva, basada en nociones tan vagas y confusas como las de civilización material, economía y capitalismo, la noción de economía-mundo no permite ni captar la estructura propia y original del mundo protocapitalista, hecha de homogeneización, fragmentación y jerarquización, ni sobre todo comprender cómo se relaciona esta estructura con las relaciones capitalistas de producción: por qué el espacio generado por el devenir-mundo de estas relaciones y que les sirve de soporte debe necesariamente ser un espacio a la vez homogéneo, fragmentado y jerarquizado. Lo que lleva finalmente a Braudel a naturalizar esta estructura y sus efectos propios: «Imperialismos, colonialismos son tan viejos como el mundo desde que es mundo y toda dominación acentuada segrega el capitalismo, como lo he repetido muchas veces para convencer al lector y convencerme a mí mismo» (Tomo 3: 354). ¡Pero no basta con repetir un error para transformarlo en verdad!
De hecho, la noción de economía-mundo propuesta por Braudel corresponde, en el mejor de los casos, al concepto de lo que he llamado un mundo mercantil precapitalista [9]. El error fundamental de Braudel es haber aplicado este concepto al análisis del mundo protocapitalista, muy diferente. Error que remite a la reducción del capital a sólo el capital mercantil, como hace Braudel, que no le permite comprender la especificidad de los problemas que plantea la transición del predominio del capital mercantil al del capital industrial. Donde se vuelve a encontrar una vez más el desconocimiento (de hecho la incomprensión) de Braudel de las especificidades de la relación capitalista de producción.
Notas:
[1] Cf. Le premier âge du capitalisme, Lausanne/Paris, Page 2/Syllepse, Tomo 3: Un premier monde capitaliste, dos volúmenes que aparecerán en noviembre de 2019.
[2] Civilisation matérielle, economie et capitalisme XV e -XVIII e siècle, tres tomos, Paris, Armand Colin, 1979. Salvo indicación contraria, las citas de Braudel están extraídas de esta obra.
[3] La dynamique du capitalisme, Paris, Arthaud, 1985, páginas 12-13.
[4] Id., páginas 21-22.
[5] La Méditerranée et le monde méditerranéen à l’époque de Philippe II, Paris, Armand Colin, 1949.
[6] Marx, Le Capital, Paris, Éditions sociales, 1948, tomo I, páginas 151-156.
[7] La dynamique du capitalisme, op. cit., página 52.
[8] La dynamique du capitalisme, op. cit., páginas 95-96.
[9] La préhistoire du capital, Lausanne, Page 2, 2006, páginas 137-172. Disponible en línea : http://classiques.uqac.ca/contemporains/bihr_alain/prehistoire_du_capital_t1/prehistoire_du_capital_t1.html
Texto original en francés: https://alencontre.org/economie/debat-leconomie-monde-moderne-selon-braudel-considerations-critiques.HTML
Traducción: Javier Garitazelaia para viento sur