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La economía, talón de Aquiles de Venezuela

Fuentes: La Jornada

En los tiempos del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez se hablaba de la Venezuela saudita. El petróleo daba para todo y todo se importaba, hasta el tomate, que llegaba de Miami envuelto en papel celofán, como un bombón. Pero el país no salió de su atraso, las importaciones baratas cortaron las piernas a la […]

En los tiempos del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez se hablaba de la Venezuela saudita. El petróleo daba para todo y todo se importaba, hasta el tomate, que llegaba de Miami envuelto en papel celofán, como un bombón. Pero el país no salió de su atraso, las importaciones baratas cortaron las piernas a la naciente industrialización, creció la pobreza apenas aliviada por el distribucionismo y el asistencialismo primitivos de Acción Democrática y cundió la corrupción mientras unos pocos se hacían millonarios en petrodólares… hasta que el precio del combustible bajó.

Comenzó así el derrumbe de la podrida república de adecos y copeyanos -hoy añorada por los antichavistas-, con sus corruptos dirigentes sindicales de Acción Democrática e incluso un corrompido núcleo obrero, corporativo y privilegiado, que esperaba todo del Estado. Como se sabe, el vacío así creado fue llenado por un teniente coronel dispuesto a limpiar esos establos de Augias gubernamentales utilizando la marea popular. Tenemos así un gobierno nacionalista con apoyo de masas. Pero el Estado capitalista no ha cambiado y está marcado por una burocracia con intereses y mentalidad capitalista, que busca afirmar sus privilegios, que se opone a ser controlada desde abajo y que hace todos los esfuerzos necesarios para que eso no sea posible, a contrapelo de lo que dice y desea el presidente.

La orientación de la economía tampoco ha cambiado en lo fundamental pues, cuando mucho, se han reforzado las subvenciones y ha aumentado el asistencialismo, destinado a aliviar la pobreza y a reducir la ignorancia. El país tiene enorme cantidad de tierras fértiles, pero no tiene campesinos productivos. Y en las ciudades los semiocupados o desocupados no sienten la necesidad de reclamar trabajo productivo creando talleres y pequeñas industrias -cosa que las importaciones baratas hacen imposible- o, aún menos, de ir al campo a producir sus propios alimentos.

La política económica subsidia con los ingresos petroleros, que en una recesión de Estados Unidos podrían disminuir hasta en 20 por ciento, la importación de productos de lujo de bienes industriales que no son de primera necesidad para el país y, puesto que es posible importar alimentos y bienes de consumo baratos, no hay espacio para la creación de empresas medias venezolanas. Por lo tanto, tampoco lo hay para la creación de puestos de trabajo, para la educación destinada a crear una mentalidad y una disciplina productivas, para la transformación de quienes viven del aparato estatal gracias a la renta petrolera en una clase obrera industrial, organizada en los centros de trabajo, consciente de su papel en la producción, ciudadana por derecho propio.

Venezuela, desde el punto de vista de su economía, está más cerca de Libia -donde la casa, el agua, la electricidad, la educación y muchas cosas más corren a cargo de las rentas petroleras… hasta que el petróleo se acabe o la recesión estadunidense reduzca su precio- que de sus socios del Mercosur. No basta con comprar tecnología e incluso fábricas o desarrollos agroindustriales llave en mano si no se crean las condiciones políticas y culturales para el desarrollo de productores, de obreros industriales y de campesinos que los hagan productivos. El socialismo no nace de la distribución sino de la producción de bienes abundantes y de calidad para asegurar la autosuficiencia alimentaria y la seguridad alimentaria, pero también la creatividad nacional en el campo de la técnica y de la investigación, y para crear proletarios y ciudadanos capaces de organizar la autogestión y de combatir el clientelismo y reducir al máximo la burocracia.

La inflación es un impuesto a todos los asalariados, terrible en particular para los sectores pobres, pues el asistencialismo no alcanza a compensar ese flagelo. Ahora bien, la inflación crece cuando hay una baja producción de bienes de consumo, unida a un aumento del poder adquisitivo por las políticas asistenciales, porque entonces hay dinero en efectivo, pero no las mercaderías que uno quiere obtener; para colmo, a la inflación se une la fuga de divisas para pagar lo que en el país se puede producir.

Chávez quiere «sembrar petróleo», o sea, fomentar con la riqueza petrolera la producción de alimentos y productos agroindustriales. Pero para que esa intención loable sea realidad no basta con subsidiar a los campesinos para que no se vayan a las ciudades, sino que hay que darles tierras, apoyo técnico y, sobre todo, condiciones políticas para que superen el sabotaje de la burocracia durante una primera fase en la que deberán aprender, a los tropezones, cómo producir en autogestión y cómo responder a un mercado interno impreciso y en formación. Por lo tanto, una de las tareas fundamentales del Partido Socialista Unido creado por Chávez debería ser, precisamente, discutir la política económica necesaria para crear una mentalidad productiva, nacional, no corporativa, solidaria (ya que si una justa política cambiaria frena las importaciones y aún no hay producción, faltarán una serie de productos, sobre todo de confort urbano, o su calidad, durante cierto lapso, será menor).