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La economía, una continuación de la guerra por otros medios

Fuentes: Viento sur

Este artículo explora las transformaciones de la economía mundial provocadas por la guerra en Ucrania.

Prolonga el análisis realizado en un artículo publicado al comienzo de la pandemia de la covid-19, que constataba una relación más estrecha del nexo entre economía mundial y geopolítica desde finales de los años 2000 (el momento 2008), así como el establecimiento de barreras proteccionistas por los gobiernos de los países desarrollados por razones de seguridad nacional (Serfati, 2020). Desde la invasión de Ucrania por Rusia el 24 de febrero de 2022, la guerra ha impuesto su ley en las relaciones económicas internacionales. El mundo ha pasado de las guerras comerciales a la guerra sin más. Actualmente, los conflictos entre grandes países movilizan al mismo tiempo medios militares e instrumentos económicos. Se podría decir, adaptando el aforismo de Carl von Clausewitz[1], que en la situación actual la economía es la continuación de la guerra por otros medios.

La primera parte de este artículo pone de relieve la fragmentación de la economía mundial producida por las rivalidades geopolíticas. Los dirigentes de la Unión Europea (UE) y de Estados Unidos (EE UU) han cerrado filas frente a la agresión rusa[2] y presentan una unidad que parecía improbable hace algunos años. Proponen la constitución de una “OTAN económica”, que prolongaría la alianza militar que une a los países de la zona transatlántica, y llaman a los grupos de estos países a relocalizar sus cadenas mundiales de abastecimiento en países amigos. El objetivo declarado es hacer frente a China, calificada de rival sistémico por EE UU y la UE. La segunda parte se pregunta por la viabilidad de este proyecto. La tercera parte evalúa los efectos de las sanciones occidentales contra Rusia. La última parte discute las relaciones entre la interdependencia económica y las relaciones geopolíticas.

Consolidación del bloque transatlántico alrededor de una “OTAN económica”
Poco después de la gran crisis financiera de 2008, la Secretaria de Estado Hillary Clinton proponía que la asociación transatlántica de comercio y de inversión (ATCI[3]), negociada entre EE UU y la UE, y que ya tenía por objetivo contrarrestar el ascenso de China y en general de los BRICS (Sudáfrica, Brasil, China, India y Rusia), constituyese una verdadera “OTAN económica” (Serfati, 2015). Este proyecto económico y geopolítico, que finalmente fue abandonado (ver cuadro 1), habría completado en el plano económico la alianza militar creada en 1948 entre EE UU y los países europeos. Esta formulación, como la de una “OTAN para el comercio con el fin de combatir la agresión comercial china” (Atkinson, 2021), fue retomada por grupos de reflexión cercanos a la Casa Blanca a partir de mediados de los años 2010, cuando se agravaron los conflictos comerciales entre China y EE UU.

Cuadro 1

El bloque transatlántico
El bloque transatlántico, compuesto principalmente por EE UU y países europeos, tiene su origen en la coyuntura histórica surgida de la Segunda Guerra Mundial y sus desarrollos en el antagonismo entre los países occidentales y la URSS durante la guerra fría. El bloque es más que una alianza económica: se basa en la solidaridad militar entre sus miembros (la OTAN en Europa y alianzas similares entre EE UU y varios países de Asia-Pacífico) y una comunidad de valores que asocian la economía de mercado, la democracia y la paz. Este bloque está jerarquizado y dominado por EE UU. El período que se abrió tras la desaparición de la URSS en 1991 fue el apogeo del bloque transatlántico y, aún más, de la supremacía de EE UU. El “consenso de Washington” (Williamson, 1990) consagró la victoria de la economía de mercado capitalista durante dos décadas. La solidaridad del bloque transatlántico se reforzó por la ampliación masiva de la OTAN, que pasó de 16 a 30 miembros entre 1991 y 2021. El bloque no escapa sin embargo a la competencia económica interna, como lo muestra el fracaso de las negociaciones sobre el TIPP comenzadas oficialmente en 2013 entre EE UU y la UE. El paroxismo de las rivalidades entre ambos se alcanzó durante el mandato de Donald Trump (2016-2020), que consideraba a Alemania tan nociva como China para los intereses de la economía norteamericana. Uno de los objetivos de la UE, que desea convertirse en una potencia geopolítica, es ayudar a sus Estados miembros a presentar un frente unido en la defensa de sus intereses económicos contra las otras grandes potencias mundiales, incluida EE UU. Actualmente en segunda línea tras la solidaridad occidental frente a Rusia, las divergencias entre los intereses de las dos partes podrían resurgir rápidamente a causa de la degradación de la coyuntura económica.

“OTAN económica” y relocalización de la producción en países amigos
Desde el desencadenamiento de la guerra en Ucrania, se han multiplicado las propuestas para constituir un bloque de países que acepten los valores y las reglas de los países occidentales. Todas ellas constatan que el período de la mundialización abierto el 9 de noviembre de 1989 (caída del Muro de Berlín) y basado en reglas de multilateralismo, como las representadas por la Organización Mundial del Comercio (OMC), se ha cerrado con la invasión de Ucrania por el ejército ruso. En efecto, la principal enseñanza de la guerra en Ucrania es que el comercio internacional no sólo debe basarse en el libre cambio, sino que también debe estar securizado. Estas propuestas pretenden hacer a los países occidentales menos dependientes –desacoplarlos, como dicen los angloamericanos– de las economías de China y Rusia. Para la entonces nueva primera ministra británica, el G7[4] –al que calificó como la “red de la Libertad”– “debería actuar como una OTAN económica y defender colectivamente nuestra prosperidad. Si la economía de uno de los países miembros fuera atacada por un régimen agresivo, deberíamos comprometernos en apoyarlo (sic). Todos para uno y uno para todos”[5]. Esta formulación es muy parecida a la del artículo 5 de la Carta de la OTAN, que constituye su piedra angular y prevé, precisamente, una defensa mutua en caso de agresión de un país miembro.

Como complemento a la creación de una OTAN económica, se han lanzado llamamientos a que los grandes grupos occidentales relocalicen sus actividades en países aliados (ally-shoring) (Dezensky, Austin, 2020) o amigos (friend-shoring), lo que equivale a “relocalizar las cadenas de abastecimiento en países políticamente seguros”[6]. No se trata de propuestas marginales, puesto que provienen en primer lugar de Janet Yellen, actual Secretaria del Tesoro norteamericana. Este objetivo fue fijado en una conferencia convocada especialmente para tratar sobre “el futuro de la economía mundial y el leadership económico de Estados Unidos”, dos meses después del desencadenamiento de la guerra en Ucrania. La reestructuración de la economía mundial pasa por la relocalización de actividades de los grupos americanos en “países amigos”[7]. Varios dirigentes europeos, entre ellos la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, apoyan esta exigencia[8].

La puesta en pie de dicha “geopolítica de las cadenas de abastecimiento”, según la expresión utilizada por Thierry Breton[9], Comisario europeo de industria, a cargo también de la defensa y del espacio, tendría un alcance considerable. Afectaría a los sectores considerados estratégicos, cuya lista, establecida por los gobiernos, no deja de alargarse y es potencialmente ilimitada. De manera emblemática, un grupo de reflexión americano bipartidista levanta acta de la defunción del “Internet mundial” (global Internet) y desea que EE UU lance una “nueva política exterior de Internet (…) que consolide una coalición de países aliados y amigos con el fin de preservar al máximo una plataforma de comunicación internacional securizada y de confianza” (Segal, Goldstein, 2022).

¿El final del multilateralismo?

La Secretaria del Tesoro americana ha anunciado también que, en adelante, su país daría prioridad a la creación de una red de acuerdos “plurilaterales”. Esta formulación no es fortuita. La firma de acuerdos comerciales entre países amigos unidos por valores comunes pondría fin al multilateralismo cuyos principios han servido de fundamento a los intercambios económicos internacionales durante las últimas décadas. Es cierto que los acuerdos bilaterales ya se habían desarrollado, sobre todo para el establecimiento de cláusulas sociales, y que estos principios han ido mermando progresivamente; por otra parte, han sido criticados por la “ausencia de control democrático sobre las decisiones adoptadas en las organizaciones y conferencias internacionales” (Eusopean Parliament, 2022: 5). Por tanto, probablemente, las medidas de protección que ayudarían a consolidar este bloque serían condenadas por la OMC, ya que violarían su espíritu y sus reglas (Wilson, 2021). Esta cuestión es de gran actualidad, porque en marzo de 2022 EE UU y los países europeos revocaron la cláusula de nación más favorecida –que es el núcleo del multilateralismo[10]– en sus relaciones comerciales con Rusia.

Las y los investigadores favorables a la creación de una OTAN económica son conscientes de que las medidas adoptadas derogarían “las reglas dictadas por las organizaciones internacionales existentes, la OMC y las instituciones de Naciones Unidas. Después de todo, es un asunto de voluntad política”[11]. Pero para apoyar la perspectiva de un bloque transatlántico como garante de la economía mundial también hay argumentos más tangibles que la defensa de los valores y la voluntad política. Desde la Segunda Guerra Mundial, la zona transatlántica está profundamente integrada y domina, todavía hoy, la economía mundial. EE UU y Europa suponen alrededor de un tercio de los intercambios económicos mundiales, pero llevan a cabo el 65% de las inversiones extranjeras directas que son el principal vector de la mundialización de las cadenas de abastecimiento (Hamilton, Quinlan, 2022). Y sobre todo, EE UU y la UE disponen de formidables palancas financieras en un mundo en el que las finanzas controlan estrechamente las actividades de producción. El dólar y el euro son de lejos las principales monedas utilizadas como medio de pago en los intercambios internacionales por la intermediación del sistema SWIFT (ver cuadro 2).

El anunciado abandono del multilateralismo inquieta, en particular, en el seno del Fondo Monetario Internacional (FMI), brazo financiero de los intercambios internacionales desde 1945, porque, como explica su economista jefe, “las placas tectónicas de la geopolítica” se agrietan un poco más, recordando que este “mundo fragmentado requiere más, y no menos, responsabilidades para el FMI” (Gourinchas, 2022).

Cuadro 2

SWIFT, un instrumento de poder financiero de EE UU
El sistema Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication (SWIFT) es un sistema privado de interconexiones de 11.000 instituciones financieras y grupos industriales repartidos en más de 200 territorios. Tiene su base en Bruselas, pero su centro de datos está situado en Virginia (EE UU). En junio de 2022, registró 42 millones de mensajes al día, repartidos sobre todo entre compras y ventas de títulos financieros (21 millones) y pagos de bienes y servicios (alrededor de 18,5 millones), mientras que el principal sistema competitivo creado por China registra diez veces menos de transacciones que el SWIFT. Los países del bloque transatlántico dominan con amplitud: en abril de 2022, el dólar suponía el 41,8%, el euro 34,7%, la libra esterlina el 6,3%, el yen el 3,2% y el renminbi el 2,1% de los instrumentos de pago (Eichengreen, 2022). Como los pagos en otras divisas tienen, en uno u otro momento, como contrapartida al dólar, todos los bancos deben pasar por la plaza financiera de Nueva York para sus transacciones interbancarias. EE UU constituye, por tanto, el armazón del sistema y utiliza la extraterritorialidad de sus leyes para sancionar a los bancos no americanos, como el BNP Paribas, que en 2014 tuvo que pagar 9.000 millones de dólares de sanción por haber roto el embargo decidido por EE UU contra Irán. SWIFT constituiría así un panóptico financiero que permite a EE UU vigilar los flujos de pagos mundiales.

La incierta viabilidad del proyecto transatlántico
La reorganización de la economía mundial en torno a un eje transatlántico topa sin embargo con serias dificultades. Por una parte, las sanciones contra Rusia han sido adoptadas sobre todo por los países occidentales; por otra parte, la relocalización de las cadenas mundiales de abastecimiento en los países amigos se enfrenta con muchos obstáculos.

Sanciones contra Rusia y ayuda a Ucrania esencialmente occidentales
A los observadores no se les ha escapado que las sanciones contra Rusia han sido adoptadas casi exclusivamente por países occidentales, y lo mismo ocurre con la ayuda financiera y militar a Ucrania, siendo EE UU su principal proveedor, con el 61% de la ayuda total y el 76% de la ayuda militar total (ver gráfico 1 p. 10).

Esta heterogeneidad de las reacciones, según países, a la guerra de Ucrania y a las sanciones contra Rusia se encuentra también en la esfera sindical a nivel mundial (ver cuadro 3 p. 10).

Gráfico 1. La ayuda financiera y militar a Ucrania: un asunto occidental. En miles de millones de €

Grafico1


Nota: los países anglosajones incluyen aquí a Australia, Canadá, EE UU, Reino Unido y Nueva Zelanda
Lectura: las instituciones europeas han abonado 16.000 millones de euros de ayuda a Ucrania, de los cuales 2.500 millones bajo forma milita
Fuente: Autor, a partir de la base de datos de Kiehl University (al 20 de agosto de 2022)

Cuadro 3

Los sindicatos, la guerra en Ucrania y las sanciones contra Rusia
La mayor parte de los sindicatos del planeta han condenado la invasión de Ucrania por Rusia que viola las reglas del derecho internacional. Pero teniendo en cuenta la desastrosa situación en que se encuentra una parte de la población del planeta, el interés y la urgencia de la solidaridad con el pueblo ucraniano son sentidos de manera diferente. En África, se levantan críticas al doble lenguaje, dirigidas a los gobiernos occidentales que condenan la guerra en Ucrania pero son acusados de dejar persistir las guerras que desgarran al continente, y a veces incluso participan directamente en ellas. Los sindicatos del continente africano también han condenado el comportamiento discriminatorio y los actos racistas en algunos países de la UE contra personas africanas y no europeas que huían de la guerra en Ucrania. Los sindicatos europeos reclaman la retirada de las tropas rusas de Ucrania, incluyendo o no, según los sindicatos, los territorios ocupados desde 2014 por Rusia. Apoyan las sanciones económicas adoptadas contra Rusia y han expresado una solidaridad concreta con el pueblo ucraniano. En Francia, como en otros países, un convoy organizado de manera conjunta por los ocho sindicatos nacionales acudió a Ucrania para aportar una ayuda material (financiera y humanitaria). En cambio, están divididos sobre el apoyo militar a Ucrania. Varios sindicatos italianos han llamado incluso a una huelga general contra la política gubernamental, criticada por su apoyo militar a Ucrania que, según ellos, llevará a un nuevo aumento del presupuesto de defensa en detrimento de los gastos con finalidad social. Los sindicatos europeos han condenado también las leyes votadas por el Parlamento ucraniano privando a los asalariados de derechos protectores esenciales. Esta ley marca un nuevo jalón en la ofensiva llevada a cabo desde hace años por el gobierno ucraniano que intenta aprovecharse de la guerra para sus proyectos antisociales.

La mayor parte de los países emergentes han rechazado ser embarcados en la campaña de sanciones contra Rusia; y según un experto, algunos países del Sur “podrían incluso apoyar en secreto a Rusia”[12]. Los BRICS, ese grupo constituído a comienzos de los años 2000 que forma la principal fuerza organizada de los principales países emergentes, pero también Turquía, México, Argentina e Indonesia, que son todos ellos miembros del G20, así como una mayoría de países del continente africano, son hostiles a las sanciones. Incluso han previsto, en su cumbre de junio de 2022, reforzar el uso de las monedas de los países miembros en sus intercambios comerciales, así como la creación de una agencia de calificación independiente. Como resultado del embargo europeo, el gobierno ruso ha reorientado sus exportaciones de petróleo y de gas hacia Asia –casi la mitad de ellas se dirigen ya a esta región– y África. Las resistencias a la implantación de sanciones provienen incluso de aliados fieles de EE UU y la UE (Israel y Arabia Saudita[13], en particular). En Asia, países ya industrializados y aliados tradicionales de Washington como Corea del Sur, Japón o incluso Taiwan, consideran con desconfianza la “politización” de las cadenas de abastecimiento mundiales y el intento de EE UU de empujarles a un conflicto abierto con China[14]. En efecto, estos países conservan en la memoria las palabras de Donald Trump al calificar a la Asociación Transpacífica (ATP), creada bajo la Administración Obama, como “violación de nuestro país” y decidir anularla tres días después de su elección en 2016[15]. Además, las economías de los países asiáticos están fuertemente imbricadas con la economía china. Por eso, el Tratado Económico Indo-Pacífico (Indo-Pacific Economic Framework, IPEF) puesto en pie en 2022 por la Administración Biden con una docena de países para intentar restablecer el leadership americano en la región frente a China, tiene en realidad objetivos limitados[16]. En suma, la utilización de medidas económicas con fines geopolíticos por parte de los países occidentales suscita resistencia en numerosos países.

Esta resistencia de muchos países emergentes a las sanciones decididas por los aliados podría debilitar el papel central que juega el dólar en el sistema financiero internacional[17], e incluso conducir a un nuevo sistema calificado como Bretton Woods 3[18] . Según un experto reconocido en medios financieros, “cuando termine la crisis (y la guerra), el dólar americano debería ser más débil y, por otra parte, el renminbi, apoyado por un conjunto de divisas, podría ser más poderoso”[19], por tres razones. En primer lugar, en un plano técnico, los economistas observan que la posesión de dólares está basada en las garantías ofrecidas por la Reserva Federal (el banco central americano) y, por tanto, en la confianza de poder utilizar esta moneda de forma ilimitada como medio de pago. Ahora bien, con la congelación de los haberes en dólares detentados por el Banco Central de Rusia, la administración norteamericana confirma que sus propios intereses estratégicos prevalecen por encima del respeto al buen funcionamiento de la moneda internacional que la potencia emisora de la liquidez internacional debe garantizar[20]. En el plano político, esta medida unilateral va a acelerar la búsqueda de soluciones alternativas al dólar. En 2015, China puso en marcha un sistema internacional de pagos basado en el renminbi, todavía con un uso limitado, pero que podría ser utilizado para eludir al dólar. Una encuesta entre responsables de bancos centrales realizada unos meses después del inicio de la guerra en Ucrania indicaba que una mayoría de ellos han aumentado sus reservas en moneda china[21]. En suma, la “militarización del dólar”[22] va a ampliar los enfrentamientos geopolíticos. Y, por último, EE UU ya no está en la situación hegemónica de la postguerra que le permitió imponer, incluso a sus aliados europeos, un sistema monetario internacional que se materializó en los acuerdos de Bretton Woods de 1944, cuando la creencia de que “el dólar es tan bueno como el oro” se impuso contra toda realidad.

Una relocalización limitada de las cadenas mundiales de abastecimiento

La relocalización en países amigos de las cadenas mundiales de abastecimiento (CMA) de los grandes grupos –que según la OCDE[23] controlan el 70% del comercio mundial– también suscita interrogantes y se topa con varias dificultades. Ya la crisis sanitaria provocada por la pandemia de la covid-19 había perturbado fuertemente las cadenas de abastecimiento organizadas por los grandes grupos mundiales. Un estudio de un gabinete asesor señaló entonces que “51.000 empresas en el mundo tienen uno o varios proveedores directos (de rango 1) y al menos 5 millones de empresas tienen uno o dos proveedores de rango 2 en China y en la región” (Dun & Bradstreet, 2020). La fragilidad de este edificio, construido sobre la extrema segmentación internacional de los procesos productivos e interpretado como el exitoso encuentro entre innovaciones tecnológicas y estrategias audaces (o dinámicas) de los dirigentes de los grupos, ya apareció de hecho tras la gran crisis financiera de 2008. Las estrategias de reducción permanente de los costes salariales y de gestión basada en la búsqueda obsesiva del justo a tiempo con el fin de evitar la constitución de stocks, confirman hoy sus graves inconvenientes. En concreto, estas decisiones estratégicas se han mostrado responsables de las rupturas de las CMA durante la pandemia de la covid-19 y de sus consecuencias.

Sin embargo, si se exceptúa el masivo desenganche de los grupos occidentales del mercado ruso, la relocalización de las actividades por los grandes grupos americanos y europeos, anunciada desde la pandemia en nombre de la resilencia de las CMA, sigue siendo todavía limitada. El proceso de retirada del mercado chino es mucho más limitado, aunque podría ampliarse. Tres meses después del comienzo de la guerra de Ucrania, el 7% de las empresas americanas y europeas presentes en China interrogadas habían cerrado sus establecimientos, o decidido hacerlo, a causa de las tensiones geopolíticas[24]. Esta situación, que podría evolucionar bajo la presión de los gobiernos estadounidense y europeos, puede explicarse por el hecho de que las estrategias de los grandes grupos están sometidas a imperativos contradictorios. Por una parte, la relocalización de actividades en los países amigos responde a la exigencia de seguridad de abastecimiento, formulada por los gobiernos occidentales para los sectores considerados estratégicos y por las direcciones de los grupos, conscientes de que en adelante es indispensable para la continuidad de los procesos de producción en el contexto de crisis multidimensionales. Evidentemente, las invitaciones a relocalizar en países amigos se dirigen a grupos industriales occidentales con presencia en China. Estas relocalizaciones están estimuladas por las incitaciones financieras propuestas por los gobiernos y por los beneficios reputacionales que puedan obtener los grupos. Pero, por otra parte, las fuerzas que empujan a la deslocalización de actividades siguen siendo poderosas (Ruta, 2022). Ante todo, las estrategias de los grandes grupos están determinadas por los costes de producción. Pero no sólo los costes salariales siguen siendo más elevados en los países occidentales, sino que algunos temen, tomando el ejemplo de EE UU, que una relocalización obligada por razones geopolíticas tenga como efecto un aumento del poder de los asalariados y de los sindicatos[25].

Por tanto, la relocalización conllevaría para los empleadores el riesgo de invertir el proceso de debilitamiento de los sindicatos provocado por las deslocalizaciones. También hay que prever costes ligados a la reestructuración de la cadena logística en caso de relocalización. Por lo general, las CMA de los grandes grupos conllevan decenas, o incluso centenares, de empresas subcontratistas, una parte de las cuales no es además conocida por quienes dan las órdenes finales. Su relocalización amenaza por tanto con degradar las relaciones entre los ordenantes y los subcontratistas, cuya calidad es esencial en algunas industrias intensivas en tecnología. No es casualidad que los dirigentes de grupos de high tech sean los más reticentes a modificar sus implantaciones[26]. Además, las relocalizaciones motivadas por razones geopolíticas aumentarían muy probablemente los costes de los insumos[27] producidos por los proveedores y, por tanto, el precio de venta de los productos, al menos si se mantienen los actuales márgenes. A título de ejemplo, la repatriación a EE UU de toda la producción de un iPhone vendido por Apple triplicaría su precio para el consumidor final[28].

Finalmente, el argumento de mejorar la seguridad gracias a una relocalización “fuera de los países enemigos”, lo que significa fundamentalmente cerrar los lugares de producción occidentales en China, es cuestionable en parte, puesto que la avalancha hacia nuevos países de acogida recrearía la misma estructura de dependencia que la que motiva la salida de China.

La eficacia de las sanciones a debate
Las sanciones son medidas unilaterales o colectivas adoptadas contra uno o varios países acusados de violar las reglas internacionales. Su objetivo es obligarle(s) a cumplirlas a través de medios que están por debajo de la intervención militar (Davis, Engerman, 2003), aunque puedan ser más mortíferos para la población[29]. [Las sanciones] Derogan las reglas del multilateralismo en el ámbito de los intercambios internacionales, pero la OMC, que es su garante, considera en el artículo 21 de su Carta que son legales a condición de que correspondan a objetivos de seguridad nacional, también llamados “intereses esenciales” en los documentos de las organizaciones internacionales. Por ello, una comisión de la OMC rechazó el recurso que presentó Rusia contra las sanciones adoptadas en su contra tras la ocupación militar de Crimea en 2014. Desde mediados de los años 2010, este artículo 21 permite a los gobiernos de los países desarrollados y emergentes ampliar de forma notable el espectro de actividades que desean proteger en nombre de su seguridad nacional (Serfati, 2020).

Sanciones de un alcance inédito desde la Primera Guerra Mundial
Las sanciones adoptadas por los países occidentales contra la invasión de Ucrania por Rusia el 24 de febrero de 2022 son de un alcance inédito desde la Primera Guerra Mundial y son claramente más duras que las adoptadas en 2014. En esa época, la UE se mostró menos ofensiva que EE UU al excluir las importaciones de gas del paquete de sanciones. Además, la coordinación transatlántica fue mediocre, y aún más bajo la presidencia de Donald Trump.

Estas medidas se caracterizan hoy en día por tres dimensiones inéditas. En primer lugar, afectan al embargo sobre las exportaciones de tecnologías, considerablemente endurecido en comparación con el decidido en 2014. También, las sanciones financieras contra el Estado y contra el sistema bancario rusos constituyen indiscutiblemente el aspecto más masivo, aunque la calificación de “arma nuclear” empleada por Bruno Lemaire, entonces ministro de Finanzas del gobierno Castex, fue exagerada. Las medidas tomadas por EE UU y la UE incluyen la prohibición hecha a sus bancos de aceptar el pago procedente de bancos rusos, lo que tiene tres consecuencias importantes: la suspensión de pagos (défault) de la deuda rusa, la congelación de las reservas en moneda extranjera del Banco Central ruso (alrededor de la mitad de sus 670.000 millones de sus reservas) y la exclusión de los bancos rusos del sistema SWIFT (cuadro 2, ver supra). Esta exclusión provoca una embolia del flujo de intercambios de mercancías entre Rusia y los países occidentales, aunque los Estados miembros de la UE hayan hecho una excepción para el pago de las importaciones de gas ruso. Un think tank americano explicaba un mes antes de la guerra que el anuncio de sanciones financieras por el presidente Joe Biden mostraba “la capacidad de EE UU para zancadillear a Rusia sin disparar un solo tiro [confirma] la soberanía de EE UU y del dólar en la economía mundial” (Pearkes, 2022). Por último, las sanciones se dirigen al patrimonio financiero e inmobiliario de personalidades rusas.

Las sanciones económicas no son un arma nueva. Son medidas unilaterales o colectivas adoptadas contra uno o varios Estados acusados de violar las reglas internacionales. Han sido más frecuentes a partir del siglo XIX, comenzando por el bloqueo organizado en 1827 por Francia, Gran Bretaña y Rusia para impedir a los ejércitos otomano y egipcio ir a combatir a Grecia, en lucha por su independencia. Fueron adoptadas más de un centenar de veces hasta la Segunda Guerra Mundial y casi siempre por grandes potencias contra países de talla netamente inferior (Davis, Engerman, 2003). En el curso de las últimas décadas, EE UU es el país que más masivamente ha recurrido a las sanciones económicas. Las administraciones de Obama (2008-2016) y Trump (2016-2020) recurrieron a ellas varias veces (contra Corea del Norte, Cuba, Irán, Siria y Venezuela), tras el fracaso de la guerra de Afganistán (2001) e Irak (2003).

El efecto de las sanciones atenuadas por las exportaciones de petróleo y gas… a corto plazo
En general, la eficacia de las sanciones económicas es objeto de debate entre los historiadores. Las infligidas actualmente a Rusia suscitan también interrogantes. Por una parte, tienen un efecto negativo para la industria rusa, que es muy dependiente de los componentes extranjeros para algunas industrias estratégicas. Es innegable que el embargo sobre componentes y subsistemas importados por Rusia pone en dificultades al sector aeronáutico[30] y automovilístico, cuya producción se ha derrumbado desde las sanciones, pasando de 108.000 coches producidos en febrero a 3.700 en mayo de 2022[31]. Incluso es probable que su producción de sistemas de armas se haya obstruido, lo que dice mucho sobre el grado de dependencia en productos occidentales de la industria rusa. El gobierno ruso ha tenido que hacer pedidos de drones a Turquía –que los proporciona también a Ucrania– y de misiles a Corea del Norte. Así pues, las sanciones impuestas por los países occidentales se añaden a los gastos dedicados a la guerra para provocar una severa recesión. El PIB podría caer un 7,5% en 2022 (COFACE, 2022) y mucho más en los años siguientes. El Alto Representante para asuntos exteriores y política de seguridad de la UE se ha apoyado en este dato para declarar que “las sanciones son eficaces” (Borrell, 2022).

No obstante, hasta ahora, el gobierno ruso ha conseguido atenuar los efectos de las sanciones financieras. Las reservas del Banco Central ruso nunca habían sido tan elevadas, gracias a los ingresos obtenidos de las exportaciones de petróleo y gas, cuyos precios han aumentado a consecuencia del embargo occidental. El choque sufrido por la economía rusa ha sido amortizado debido a la autorización dada por los países europeos para continuar utilizando el sistema SWIFT para el pago de las compras de gas. Además, varios países han firmado importantes contratos gasísticos que compensan ampliamente la pérdida progresiva del mercado europeo para los grupos energéticos rusos. El resultado es un excedente de la balanza comercial de Rusia por un total de 95.800 millones de dólares en los cuatro primeros meses de 2022, un nivel que no había sido alcanzado desde 1994. Sin embargo, este excedente no refleja la potencia económica del país, porque, de una parte, el muy elevado precio del petróleo y del gas podría no durar y, por otra, en gran medida es fruto del fuerte retroceso de las importaciones a causa de las sanciones (Darvas, Martins, 2022). A medio plazo, el futuro de la economía rusa es más bien sombrío. Los expertos rusos han informado a los dirigentes del país que las sanciones podrían llevar a una recesión de varios años[32].

El verdadero alcance de las sanciones que golpean a los dirigentes y hombres de negocios rusos suscita también interrogantes. Éstos han disfrutado de las delicias de los paraísos fiscales, que se han multiplicado al ritmo de la desregulación de los mercados financieros y de las medidas gubernamentales adoptadas en los países occidentales para atraer capitales financieros. La mitad de su fortuna estaría resguardada (Novokmet et al., 2018). Atacar realmente a la fortuna de los oligarcas exigiría, por tanto, dirigir golpes decisivos contra la arquitectura financiera internacional de la que se aprovechan ampliamente los bancos y los hogares afortunados de los países occidentales. Lo que es poco probable, porque las oportunidades de colocar capitales no sometidos a impuestos se han multiplicado desde la crisis financiera de 2008 (Damgaard, Elkjaer, 2018).

Una crisis inédita sobre un fondo de integración económica forzada
y de agravación de las rivalidades geopolíticas
La guerra en Ucrania y los llamamientos a constituir una “OTAN económica”, con sus efectos sobre la reestructuración de las CMA, abren una nueva configuración del espacio mundial que algunos comparan con la de la guerra fría, al igual que la guerra en Ucrania es un eco de la guerra en Corea de 1950-1953[33]. Esta referencia señala la gravedad de las actuales tensiones, puesto que la guerra de Corea estuvo a punto de conducir a una nueva utilización del arma nuclear. Sin embargo, para los objetivos de este artículo, una gran diferencia con la era de la mundialización impuesta en las últimas tres décadas es que los sistemas sociopolíticos occidentales y soviéticos mantenían en la época de la guerra fría relaciones económicas limitadas.

Sectores industriales cautivos de la producción de materiales importados de Rusia y Ucrania
La comparación entre la situación actual y las décadas que precedieron a la Primera Guerra Mundial resulta en realidad más fructífera (Dent, 2020), y no sólo porque ésta haya sido calificada de primera mundialización tras los trabajos del historiador Paul Bairoch. En aquella época, como hoy, la integración económica mundial asociaba a países como Alemania y Francia, vinculados por numerosos intercambios económicos y al mismo tiempo comprometidos en rivalidades geopolíticas mortíferas. Ciertamente, por definición, una analogía no difumina la existencia de las diferentes realidades sometidas a la comparación. Así, la interdependencia de los territorios nacionales tiene hoy día una amplitud sin medida común con la que existía antes de 1914, a pesar de que Keynes señalaba, un siglo antes de la llegada de Deliveroo, que un miembro de las clases superiores o medias de Londres “podía, mientras degustaba su té de la mañana, encargar por teléfono variados productos de toda la tierra en las cantidades que le convenían, y esperar verlos pronto depositados a su puerta…” (Keynes, 2002 [1919]).

La guerra en Ucrania confirma hasta qué punto la constitución de las CMA ha profundizado la división internacional del trabajo y aumentado la interdependencia económica entre los países. Numerosos sectores industriales están casi totalmente cautivos de la producción de materiales importados de Rusia o de Ucrania. Ucrania controla el 70% de la producción de gas neón, indispensable para los laser utilizados en la producción de semiconductores. A su vez, este gas es un subproducto de la industria metalúrgica rusa purificada en Ucrania (World Trade Organization, 2022). La industria americana de semiconductores es dependiente en más del 90% del neón importado de Ucrania. Rusia controla el 26% de la producción mundial de metales raros, como el paladio, indispensable para la producción de vasijas catalíticas. Las industrias automovilísticas de los países occidentales son tributarias de estas importaciones, en un 56% para Canadá, 45% para Japón e Italia, 43% para EE UU y 38% para Corea del Sur (Ibid). Son sólo algunos ejemplos entre otros muchos.

En el curso de estas tres últimas décadas, los grandes grupos rusos y chinos han sido integrados totalmente en la economía mundial, aunque con modalidades diferentes. Los grupos rusos están situados principalmente río arriba de las cadenas de valor de los grupos occidentales, a los que proporcionan recursos naturales (petróleo, gas), materiales críticos (metales utilizados en la producción de semiconductores) y productos químicos (Winckler, Wuester, 2022). Los grupos chinos están más presentes en las CMA, puesto que se sitúan en el corazón de los procesos de transformación de los insumos en productos acabados.

Fuertes rivalidades geopolíticas
Ahora bien, esta integración económica mundial asocia a países cuyos grupos industriales están en competencia en los mercados mundiales y que se han vuelto muy rivales en el plano geopolítico. Las tensiones políticas entre los países occidentales y China no impidieron su adhesión a la OMC en 2001 y la candidatura de Rusia fue aceptada en 2011, aun cuando desde finales de los años 2000 Vladimir Putin había endurecido su discurso hacia Occidente y llevado a cabo las guerras de Chechenia y Georgia.

Algunos economistas, preocupados por la fragmentación en curso de la economía mundial, recomiendan separar las rivalidades geopolíticas de la integración económica mundial ya que “la interdependencia económica (…), aunque a veces complicada, ayuda a mantener la paz”[34]. El punto de vista adoptado en este artículo es diferente. La historia de los dos últimos siglos muestra que las interacciones entre la economía mundial y el sistema internacional de Estados, que sostiene las rivalidades geopolíticas, existen de forma permanente. La competencia económica y las rivalidades geopolíticas están estrechamente imbricadas, aunque sus relaciones se modifican y dan lugar a diferentes coyunturas históricas. La extensión mundial de la economía de mercado capitalista no ha suprimido la existencia de relaciones sociales en las que se basa y que están territorialmente circunscritas y políticamente organizadas en torno a Estados. Se redescubre, por ejemplo, que los grandes grupos mundiales, a pesar del carácter global de sus estrategias, mantienen a través de muchos canales vínculos privilegiados con su territorio de origen y con sus gobiernos. La profundización de la crisis va a consolidar estos canales y a acentuar la competencia en los mercados mundiales, reforzando su coloración geopolítica.

Conclusión
Este artículo da cuenta de los efectos provocados por la guerra en Ucrania sobre la economía mundial, sobre todo la aceleración de la fragmentación de la producción a nivel mundial, un proceso ya emprendido durante los años 2010. El objetivo de una OTAN económica se basa principalmente en la relocalización de las actividades en los países amigos y apunta a China como rival sistémico. Este proyecto, así como las sanciones decididas por los países occidentales contra Rusia, son contestados por muchos otros países, sobre todo los países emergentes.

No se debe subestimar la amplitud de los peligros que se derivan de la agravación de las tensiones geopolíticas sobre un fondo de integración económica cada vez más forzada. Hay que mencionar, en primer lugar, la tragedia social. Según un informe de Naciones Unidas, 1.200 millones de personas que viven en 94 países que se encuentran en “tormenta perfecta” (perfect storm), están expuestas a las tres dimensiones, alimentaria, energética y financiera, de la crisis actual (UN Global Crisis Response Group on Food, Energy and Finance, 2022). Esta enumeración es por desgracia incompleta: hay que añadir a minima la crisis sanitaria y la crisis climática, que completan el cuadro inquietante del desorden mundial instalado.

Referencias

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Notas:

[1] “La guerra es una simple continuación de la política por otros medios”. Carl von Clausewitz, De la guerra.

[2] Para un análisis de las singularidades del imperialismo ruso, ver Serfati (2022).

[3] En inglés, TTIP, por Transatlantic Trade and Investment Partnership.

[4] El G7 es un grupo informal compuesto por los siguientes países: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido.

[5] Truss, Elizabeth “The return of geopolitics: Foreing Secretary´s Mansion House speach at the Lord Mayor’s 2022 Easter Banquet”, 27/04/2022, https://bit.ly/3C4cT4h.

[6] Witt, Michael A. “Prepare for the U.S. and China to Decouple”, Harvard Business Review, 26/06/2020, https://hbr.org/2020/06/prepare-for-the-u-s-and-china-to-decouple

[7] “Remarks by Secretary of the Treasury Janet L. Yellen on Way Forward for the Global Economy”, 13/04/2022, https://home.treasury.gov/news/press-releases/jy0714

[8] Lagarde, Christine “A new global map: European resilience in a changing world”, presentación en el Peterson Institute for International Economics, Washington DC., 22/04/2022, https://bit.ly/3ST0YwJ

[9] https://ec.europa.eu/commission/presscorner/detail/en/SPEECH_22_5350.

[10] Se basa en el principio de no discriminación entre los socios comerciales y pretende impedir a los países que concedan un trato diferente entre los socios.

[11] Merritt, Giles “The case for an economic NATO to clip provocative China’s wings”, Friends of Europe, 20/04/2021, https://bit.ly/3ryWAHK

[12] Drezner, Daniel W. “How robust is the global opposition to Russia’s invasion of Ukraine?”, Washington Post, 29/03/2022, https://wapo.st/3CtMD4I

[13] Poco tiempo después de la invasión rusa, este país invirtió en Rusia unos 4.000 millones de dólares en un programa trianual de desarrollo energético.

[14] Para una opinión contraria que analiza el ascenso de EE UU en Asia y el declive de China, ver Rozman (2022).

[15] Glass, Andrew “Trump scuttles Trans-Pacific Trade Pact, Jan. 23 2017”, 23/01/2019, https://politi.co/3SBj9aJ

[16] Forough, Mohammadbagher “America’s Pivot to Asia 2.0: The Indo-Pacific Economic Framework”, The Diplomat, 26/05/2022,
https://bit.ly/3e3iU9n

[17] Wigglesworth, Robin; Ivanova, Polina; Smith, Colby “Financial warfare: will there be a backlash against the dollar?”, Financial Times, 07/04/2022, https://www.ft.com/content/220db8f2-2980-410f-aab8-f471369ac3c

[18] El sistema monetario internacional establecido en Bretton Woods en 1944 consagraba la hegemonía del dólar y la posibilidad en todo momento de convertir en oro las reservas en dólares mantenidas por los Bancos Centrales. La inconvertibilidad en oro fue anunciada por el presidente Nixon el 15 de agosto de 1971 (sistema calificado de Bretton Woods 2)

[19] Crédit Suisse, “Zoltan Pozsar: ‘We are witnessing the birth of a new world monetary order’”, 21/03/2022, https://bit.ly/3rqnaCZ

[20] Pisani-Ferry, Jean “Will Russia or the West win the economic and financial battle?”, Project Syndicate, 01/09/2022, https://bit.ly/3M5jbFe

[21] Duguid, Kate; Asgari, Nikou “Central banks look to China’s renminbi to diversify foreign currency reserves”, Financial Times, 01/07/2022, https://www.ft.com/content/ce09687f-f7e5-499a-9521-d98cbd4c5ac1.

[22] Ver Arslanalp et al. (2022); Pop, Valentina; Fleming, Sam; Politi, James “Weaponisation of finance: how the west unleashed “shock and awe” on Russia”, Financial Times, 06/04/2022, https://www.ft.com/content/5b397d6b-bde4-4a8c-b9a4-080485d6c64a

[23] https://www.oecd.org/trade/topics/global-value-chains-and-trade/

[24] Huld,Arendse “China business sentiment surveys: Foreign companies remain committed despite headwinds” (Los grupos extranjeros se mantienen en China, pese a los vientos en contra), China Briefing, 20/05/2022, https://bit.ly/3ygqKTY

[25] Forhoohar, Rana “Who will pay for the shift from efficiency to resilience?”, Financial Times, 12/09/2020, https://www.ft.com/content/7dd4c3f0-0a8e-49ce-8022-9c8d75af3e3d

[26] https://mck.co/3rzp1oO

[27] https://bit.ly/3ygZhkS

[28] Smith, Stacy V. “How much would an all-American iPhone cost?”, Marketplace, 20/05/2014, https://bit.ly/3UZir8F

[29] Según las estimaciones, entre 200.000 y 500.000 niños murieron como consecuencia de las sanciones impuestas a Irak durante la década de 1990.

[30] Trévidic, Bruno “Le fleuron de l’aviation russe se cherche un avenir sans ses moteurs français”, Les Échos, 12/09/2022.

[31] https://bit.ly/3rsqe1h

[32] Bloomberg, “West’s sanctions could damage the Russian economy for the next decade”, Fortune, 6/09/2022, https://bit.ly/3SZFIWt

[33] Lee, James “What Ukraine is teaching us about geoeconomics”, mesa redonda organizada por la IGCC, 15/06/2022, https://bit.ly/3C5pHra

[34] .G. Rajan, «Just say no to “Friend-shoring”», Project Syndicate, 3/6/2022, https://bit.ly/3EevIEs

Texto original: https://www.cairn.info/revue-chronique-internationale-de-l-ires-2022-3-page-48.htm

Traducción: viento sur

Claude Serfati es economista, investigador asociado al IRES (Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales) en Francia.

*Agradezco a Jacques Freyssinet, Kevin Guillas-Kevan, Frédéric Lerais, Antoine Math y Catherine Sauviat por sus comentarios, y a Julie Baudrillard por su relectura editorial. El contenido de este artículo es de mi exclusiva responsabilidad.

Fuente: https://vientosur.info/la-economia-una-continuacion-de-la-guerra-por-otros-medios/