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La educación, la revolucion silenciosa

Fuentes: Rebelión

Solo por garantizar el derecho a la educación de todas las personas con independencia de su clase social, los Estados modernos justificarían de sobra su papel histórico. Hay otros derechos fundamentales relacionados con la salud, la vivienda, el trabajo, las libertades políticas, etc, pero solo la educación transforma a la persona. La reviste de dignidad, […]

Solo por garantizar el derecho a la educación de todas las personas con independencia de su clase social, los Estados modernos justificarían de sobra su papel histórico. Hay otros derechos fundamentales relacionados con la salud, la vivienda, el trabajo, las libertades políticas, etc, pero solo la educación transforma a la persona. La reviste de dignidad, de razón y de autonomía. Solo la educación crea conciencia social y desarrolla las capacidades potenciales del ser humano, precisamente para desarrollar su humanidad.

La educación es necesaria para todos, sea cual sea su clase social o su procedencia, pero los que tienen recursos económicos pueden garantizar la educación de sus hijos, desde los centros de enseñanza privados, y desde los mismos hábitos culturales de la familia. Sin embargo, las personas de origen humilde, donde la necesidad más apremiante impiden desarrollar otras inquietudes más elevadas, solo cuentan con la sociedad para educarse. Solo con el Estado. Y ahí es donde este adquiere su mayor sentido de ser. Su principal obligación. Nada iguala más que la educación porque la educación lucha contra esa fatalidad que ha perseguido al ser humano desde el principio de los tiempos, según la cual el hijo del pobre tiene que ser pobre, el hijo del ignorante tiene que ser ignorante. Por eso es posible que la única revolución verdadera sea la que libremos contra la ignorancia, contra el desamparo de una persona incapaz de comprender el mundo que le rodea y que tiene que aceptar la versión que de su propia vida le cuentan los demás. A esa persona la educación le brinda la segunda oportunidad que su nacimiento le negó. Porque nacer a la educación es nacer a la sociedad, es crecer en el proceso de humanización y nacer a la libertad personal.

De la educación depende, en gran parte, nuestro destino como individuos, pues es evidente que una persona con conocimientos científicos, técnicos, artísticos, profesionales, etc., tendrá los medios necesarios para conseguir desarrollar los fines de su vida de manera más plena y creativa, pero, al mismo tiempo, una educación que vaya más allá de la conquista de esos medios, y que nos haga crecer como seres humanos, como personas cultas y positivas, nos ayuda buscar esos fines y el sentido de la mismo existencia. Además, solo con una población culta puede alcanzarse una democracia verdadera y una sociedad libre y participativa, donde todas las personas tengan garantizados sus derechos y sean conscientes de sus obligaciones. Donde la política sea un medio para solucionar los problemas sociales y buscar el mejor gobierno de las cosas. Pues los principales conflictos que hoy tenemos como nación, tienen que ver con esa falta de educación en valores, o de cultura democrática, que todo viene a ser lo mismo. Las invocaciones nacionalistas a las identidades étnicas o culturales, como forma de aglutinar a la gente frente a los otros, con el único objetivo de satisfacer las ansias de poder y los intereses creados, tienen hoy el éxito que tienen, tanto en España como en otros lugares, como consecuencia, en gran parte, de una perversión educativa, a través de la cual se imponen relatos doctrinarios y falsos, que muchas veces no encuentran la oposición de otras interpretaciones basadas en los valores contrarios. Y es que en fondo del fondo, todo es un problema educativo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.