Traducido por Silvia Arana para Rebelión
Introducción
Al atacar al electorado de EE.UU. como cómplices y facilitadores de las guerras o, en el mejor de los casos, desestimarlos como gente ignorante que sigue el rebaño encabezado por las élites políticas, se está parcializando la realidad. Las encuestas de opinión pública, incluso las que tienen un fuerte sesgo de centro-derecha, describen una ciudadanía opuesta al militarismo y a las guerras, pasadas y presentes.
Tanto la derecha como la izquierda no comprendieron la contradicción que define la vida política de EE.UU.: Principalmente la profunda brecha entre el público y la élite de Washington en cuestiones de guerra y paz dentro del proceso electoral que avanza constantemente hacia un mayor militarismo.
Este es un análisis de recientes encuestas de opinión sobre el resultado de las últimas elecciones. El ensayo concluye con un comentario sobre las contradicciones más enraizadas y propone diversas maneras posibles de resolución de estas contradicciones.
Método
Una de las principales encuestas de opinión pública, patrocinada por el Instituto Charles Koch y el Centro por el Interés Nacional y realizada por Survey Sampling International, entrevistó a una muestra de mil personas.
Los resultados: Guerra o Paz
Más de la mitad del público estadounidense se opone a un incremento del rol militar de EE.UU. en el exterior, mientras que solo el 25% apoya la expansión militar.
El público ha expresado su desilusión con la política exterior de Obama, especialmente sus nuevos compromisos militares en el Medio Oriente, los que han sido fuertemente promovidos por Israel y los representantes sionistas en EE.UU.
El público estadounidense muestra una sólida memoria histórica con respecto a las debacles militares promovidas por los presidentes Bush y Obama. Más de la mitad de la población (51%) cree que EE.UU. es menos seguro en los últimos 15 años (2001-2015), mientras que un octavo (13%) se siente más seguro.
En el presente periodo, más de la mitad del público se opone al despliegue de tropas en Siria y Yemen, y solo un 10% apoya continuar respaldando al Reino de Arabia Saudita.
Con respecto a las guerras específicas de EE.UU., más de la mitad cree que la invasión de Irak ordenada por Bush disminuyó la seguridad en EE.UU., mientras que solo el 25% cree que esta ni aumentó ni disminuyó. Hubo respuestas similares con respecto a Afganistán: 42% cree que la Guerra de Afganistán aumentó la inseguridad y alrededor de un tercio (34%) cree que no afectó la seguridad interna de EE.UU.
En términos de perspectivas para el futuro, tres cuartos (75%) del público estadounidense quiere que el próximo presidente se enfoque menos en operaciones militares en el extranjero o se sienten inseguros ante el tema. Solo el 37% apoya un incremento de gastos militares.
Los medios masivos y los poderosos financistas de la candidata Demócrata a la presidencia están enfocados en demonizar a Rusia y China como «las mayores amenazas de nuestro tiempo». En contraste, casi dos tercios (63,4%) de los estadounidenses cree que la mayor amenaza proviene del terrorismo extranjero y local. Solo un 18% considera a Rusia y China como las mayores amenazas de seguridad.
Con respecto al Pentágono, 56% quiere reducir o congelar el actual gasto militar, mientras que solo el 37% quiere aumentarlo.
Guerra y Paz: La élite política
Contrario a lo que cree la mayoría del público, los últimos cuatro presidentes de EE.UU., desde los 90 han incrementado el presupuesto militar, enviando cientos de miles de soldados a librar guerras en tres países del Medio Oriente, mientras promovían guerras civiles sangrientas en tres países del Norte de África y dos países europeos. A pesar de que las mayorías creen que las invasiones de Afganistán e Irak han aumentado las amenazas de seguridad nacional, Obama mantuvo tropas en tierra, mar y aire, al igual que operaciones con drones en esos países. A pesar de que solo un 10% aprueba sus políticas militares, el régimen de Obama ha enviado armas, asesores y Fuerzas Especiales para apoyar la invasión del diminuto Yemen por parte de las fuerzas sauditas dictatoriales.
Obama y la candidata demócrata a la presidencia, Hillary Clinton han impulsado una política de cerco en contra de Rusia y han demonizado al presidente Putin rotulándolo como la mayor amenaza para EE.UU., en contraste con lo que piensa la opinión mayoritaria en el país, que considera la amenaza de terrorismo islámico como cinco veces más grave.
Mientras que la élite política y los candidatos presidenciales prometen expandir la cantidad de tropas en el exterior y aumentar el gasto militar, más de tres cuartos del público estadounidense se opone o no está seguro sobre la expansión del militarismo de EE.UU.
Mientras que la candidata Clinton hizo campaña por el despliegue de naves de la Fuerza Aérea y misiles de EE.UU. para patrullar «la zona de exclusión aérea» en Siria, incluso derribando aviones de Siria y de Rusia, la mayoría (51%) del público estadounidense se opuso a ello.
Con respecto a las leyes, cuatro quintos (80%) del público cree que el Presidente debe contar con el apoyo del Congreso para incrementar la presencia militar en el extranjero. Sin embargo, los presidentes de ambos partidos, Bush y Obama iniciaron guerras sin la aprobación del Congreso, creando un precedente que el nuevo presidente probablemente aprovechará.
Análisis y perspectivas
En todos los temas principales de política exterior relacionados con guerras en el extranjero, la élite política es mucho más beligerante que el público de EE.UU. La élite es extremadamente más propensa a iniciar guerras que con el tiempo constituirán amenazas a la seguridad interna, y a no respetar las previsiones constitucionales sobre declaraciones de guerra. La élite está comprometida a incrementar el gasto militar, incluso al riesgo de desfinanciar programas sociales esenciales.
La élite política es más propensa a intervenir en guerras en el Medio Oriente, sin apoyo interno y a pesar de la oposición a la guerra expresada por las mayorías populares. Sin ninguna duda, los ejecutivos del complejo militar-industrial oligárquico, del poder pro-Israel y de los medios corporativos masivos tienen mucha más influencia que el público pro-democrático.
El futuro presagia una continuación del militarismo de la élite política, un incremento de las amenazas a las seguridad interna y menos representación de la voluntad popular.
Algunas hipótesis sobre la contradicción entre opinión popular y resultados electorales
Hay claramente una brecha sustancial entre la mayoría de estadounidenses y la élite política con respecto al rol militar en guerras en el extranjero, el debilitamiento de las prerrogativas constitucionales, la demonización de Rusia, el despliegue de fuerzas armadas estadounidenses en Siria y un incremento en la intervención en las guerras de Medio Oriente para beneficiar a Israel.
Sin embargo es también un hecho que el electorado estadounidense continúa votando por los dos partidos políticos principales que continuamente han apoyado guerras, formado alianzas con estados beligerantes del Medio Oriente, especialmente Arabia Saudita e Israel, y agresivamente sancionando a Rusia como la mayor amenaza para la seguridad de Estados Unidos.
Algunas hipótesis sobre esta contradicción que merecen ser analizadas:
1. Cerca del 50% de los votantes se abstienen de votar en las elecciones presidenciales y legislativas. Entre ellos se incluyen muchos del sector mayoritario que se opone a la expansión militar en el extranjero. De hecho, el partido de la guerra «ganador» proclama su victoria con menos del 25% de los votos, y lo considera como un mandato para librar más guerras.
2. El hecho que los medios de comunicación masivos apoyan fervorosamente a uno de los dos partidos de la guerra influye probablemente sobre la parte del electorado que participa en las elecciones. Sin embargo, los críticos han exagerado la influencia de los medios masivos y son incapaces de explicar por qué la mayoría del público estadounidense está en desacuerdo con la guerra y se opone a la propaganda militarista.
3. Muchos estadounidenses, si bien se oponen al militarismo, votan por el «mal menor» entre los dos partidos pro-guerra. Quizás creen que hay diferentes niveles de posturas pro-guerra, y eligen la menos estridente.
4. Los estadounidenses, que se oponen al militarismo de manera coherente, pueden decidir dar su voto a políticos militaristas por otras razones, independientes de las guerras en el extranjero. Por ejemplo, pueden votar por un político militarista que les garantice el financiamiento de programas locales de infraestructura o subsidios para proteger actividades agro-ganaderas o que prometa creación de puestos de trabajo, reducción de la deuda pública o se oponga a candidatos corruptos.
5. Los estadounidenses, que se oponen al militarismo de manera coherente, pueden ser engañados por las declaraciones de un candidato presidencial demagogo de uno de los dos partidos pro-guerra, cuyas promesas de paz serán -una vez elegido- reemplazadas por un incremento de las guerras.
6. De igual manera, el énfasis en las «políticas de identidad» pueden resultar engañosas para los votantes anti-guerra, impulsándolos a votar por un militarista comprobado que levante estandartes de raza, etnicidad, género, preferencias sexuales o lealtades a estados extranjeros.
7. Los partidos pro-guerra trabajan juntos para impedir que los partidos anti-guerra puedan acceder a los medios masivos, evitando especialmente su participación en debates electorales nacionales vistos por decenas de millones de votantes. Los partidos por la guerra complotan para establecer restricciones severas contra la participación de los partidos anti-militaristas en las elecciones nacionales, excluyendo del voto a ciudadanos con un récord policial por actividades no violentas o impidiendo que voten personas que ya han cumplido su sentencia. Excluyen a los ciudadanos pobres que no tienen un documento de identificación con foto, limitan acceso al transporte hacia los sitios de votación, restringen la cantidad de sitios de votación en barrios pobres o de minorías y niegan permiso para votar a los trabajadores. A diferencia de otros países, las elecciones de EE.UU. tienen lugar un día laboral y muchos trabajadores no pueden concurrir a votar.
En otras palabras, el proceso electoral está amañado, conlleva un «voto forzado» y abstención: el complot entre los dos partidos pro-guerra limita la posibilidad de elegir y causa la abstención o el voto por «el mal menor» entre los dos partidos pro-guerra.
Las contradicciones entre los deseos de las mayorías anti-militaristas y los votos por la élite pro-guerra solo se podrían resolver si hubiera elecciones abiertas y democráticas, si los partidos anti-militaristas tuvieran igualdad de derechos para registrarse, participar y debatir en los medios masivos y si el financiamiento de las campañas fuera equitativo.
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