Venezuela, es un país donde la energía es derrochada más que en cualquier otro país de Suramérica. El subsidio que el petroestado hace de los combustibles no ha servido para motorizar a la economía sino, al contrario, hacerla más dependiente e improductiva. Una forma de medir la eficiencia del modelo energético y el derroche de […]
Venezuela, es un país donde la energía es derrochada más que en cualquier otro país de Suramérica. El subsidio que el petroestado hace de los combustibles no ha servido para motorizar a la economía sino, al contrario, hacerla más dependiente e improductiva. Una forma de medir la eficiencia del modelo energético y el derroche de energía fósil, es a través de la intensidad de las emisiones de CO2. La intensidad de las emisiones de Co2 revela cuantas toneladas de este gas de efecto invernadero (GHG) se invierten por cada 1000 dólares de PIB, en un año. Venezuela ocupa en este indicador el primer lugar de Suramérica, emitiendo una tonelada de CO2 por cada mil dólares de PIB. Este valor es 3,3 veces superior al de Argentina, 4 veces superior al de Brasil, 5 veces superior al de Colombia y más de 2 veces superior al de México ( China pretende reducir para el 2020 su intensidad de carbono entre un 40 y un 45% en comparación con los niveles de 2005. ). Además, las emisiones «per capita» son también las más altas, siendo de casi la mitad que las emisiones «per capita» en Alemania. Aunque en valores absolutos las emisiones de CO2 de Venezuela no son las más altas, lo importante es observar que en términos relativos la economía venezolana sigue siendo ineficiente, derrochadora, petrodependiente y parasitaria. Esta realidad revela a un país acostumbrado a no pagar el valor real de la energía y a un estado que no parece muy interesado en cambiar ésta realidad, porque significa perder el control hegemónico sobre el factor más importante en la economía y política nacional, aunque sea en detrimento de la salud democrática de la república (y del medioambiente, por supuesto).
El asistencialismo manifiesto en el hecho de subsidiar una economía así deja al descubierto las dificultades que un proceso de democratización socialista tiene que superar. La tentación de seguir manteniendo un control hegemónico sobre la energía hace a la burocracia interesadamente incapaz de concebir un modelo energético alternativo para el país. Quien tenga el control sobre la energía que utilizan la mayoría de los venezolanos (inconcientemente), tendrá el control político y económico de toda la nación y sus instituciones, tendrá el control sobre los medios de producción casi absolutamente. Aquí, surge la necesidad de definir con claridad los conceptos de nacionalización, privatización y «gobiernización». Los dos últimos conceptos son básicamente iguales, solo cambia el dueño, que en un caso puede ser una mafia capitalista nacional o trasnacional y en otro una burocracia temporal, en permanente subasta. La nacionalización es un concepto más claro que los demás pero que nadie, en la burocracia gobernante, parece querer entender. Es simplemente poner a la energía en manos de la nación que no es más que el pueblo, directamente organizado a través de trabajadores y profesionales locales, en empresas comunales, cooperativas profesionales, microempresas de generación eléctrica, o cualquier otro modo de organización. Pero eso no se puede hacer con un sistema eléctrico centralizado, hace falta descentralizar en sistemas de generación distribuida sobre los que cada comunidad tenga el control y así también sobre la energía que consume y el excedente que podría aportar la red eléctrica nacional. Esta solución aparece ante los ojos de una burocracia contenta con el creciente control hegemónico sobre la economía como una amenaza que priva a un estado socialista burocráticamente deformado del poder de la planificación absoluta (¿des-planificación?) y la energía, y transfiere a las bases un poder genuino para potenciar la economía local, directamente.
Al inicio de la revolución socialista soviética V.I Lenin definió al socialismo como la suma de los soviets y la electricidad. Hoy, la afirmación podría ser similar aunque cabe una necesaria modificación. El socialismo, como expresión de un modo de producción superior y más eficiente que el capitalismo, podría definirse como la suma de la democracia participativa y un sistema energético horizontal, distribuido, eco-compatible, renovable y confiable (entre otros factores). El sistema eléctrico centralizado en manos privadas o en manos de una burocracia sin fiscalización popular es un factor de freno a las fuerzas productivas, como lo es cualquier monopolio de una clase determinada sobre los medios de producción. Lamentablemente, en Venezuela ha nacido una nueva clase social dominante que nace de la deformación retrógrada del impulso inicial revolucionario popular de la década de 1990, y ésta no sirve ya a los intereses reales de la nación. El sistema energético venezolano ha degradado y se ha deformado tremendamente. Pocos venezolanos saben que la represa del Guri fue en su momento la más importante del mundo con 10 GW de potencia instalada y que, aún hoy, es la tercera mas grande del mundo después de la Iguazú (Brasil) y la de Tres Gargantas (China), ese impulso al sistema eléctrico se ha perdido y la ineptitud de la burocracia (blanca y roja) lo ha echado al fondo del mar. Hoy se sabe que el potencial en energía eólica de Venezuela es de los más importantes de América Latina y que una inversión efectiva en este sentido podría poner a nuestro país a la cabeza de las energías renovables en el continente. La velocidad del viento en la Península de Paraguana oscila entre los 7 y los 9 metros por segundos, esto es, de 25 a 30 kilómetros por hora, siendo en la Guajira un poco menor lo que implica escenarios óptimos para la instalación de parques eólicos que sirvan para generar electricidad en forma barata, ecológica y sostenible. Es ésta una energía no contaminante y prácticamente eterna porque proviene de una fuente no agotable como lo es el viento. El potencial energético en renovables venezolano es menospreciado por una burocracia que persigue las ganancias fáciles, que no tiene visión de futuro, y que enceguecida por las ingentes ganancias petroleras ha derrochado durante éstos últimos diez años unas tremendas riquezas, que pudieron haber servido para apalancar el cambio de modelo energético, pero que ahora y como consecuencia de la crisis en el sector eléctrico se apresura a ejecutar una tarea atrasada, con posibles consecuencias nefastas para el desarrollo nacional.
La burocracia pretende mostrar al pueblo venezolano como solución al problema energético la instalación de plantas diesel de «generación distribuida» supuestamente adquiridas del gobierno cubano. Estas plantas son de muy baja potencia, tienen altos índices de emisión de gases contaminantes (GHG), consumen un recurso energético que más nos conviene vender que consumir y son de muy baja confiabilidad. Los recursos invertidos en esta solución «barata» bien podrían invertirse en soluciones permanentes y que generen valor agregado a la economía nacional. Sin embargo, es comprensible que la burocracia siempre salga con soluciones como éstas, soluciones a corto plazo, el plazo que planean permanecer en el poder y ya habrá luego otras excusas y otras soluciones chapuceras. Esto no puede definirse como «generación distribuida» porque la fuente energética primaria sigue siendo externa al sistema, y centralizada. La fuente de energía primaria (diesel) está en manos de la red nacional petrolera, por lo tanto, estos sistemas no son autónomos e incrementan la dependencia del gobierno central.
La verdadera generación distribuida se basa en sistemas autónomos de generación eléctrica basados en energías renovables. En estos sistemas la energía primaria se obtiene directamente en el lugar de transformación electromecánica o fotovoltaica. El viento y el sol están presentes en todos los lugares de la geografía nacional, con mayor o menor intensidad, favoreciendo la autonomía y la democracia directa en las localidades que podrían así gestionar sus recursos, teniendo además el respaldo de una red eléctrica central fuerte y común a todos. Sistemas así se encuentran en fase de investigación y desarrollo en Europa, Japón y EEUU. Venezuela no debe desaprovechar el potencial energético renovable que tiene y no debe temer a avanzar en este sentido apresuradamente y a la vanguardia, como ya lo hicimos en el pasado cuando construimos la mayor planta hidroeléctrica del mundo. Si realmente somos revolucionarios apliquemos soluciones revolucionarias a nuestros sistemas y seguramente lograremos en el camino muchos mayores beneficios que los esperados. El concepto de generación distribuida basada en energías renovables es el más cercano al de una red eléctrica democráticamente gestionada afín a un sistema socialista de planificación económica democrática. Es cierto que esto requiere de un potencial técnico y profesional tremendo, pero estoy seguro que lo podemos lograr, y si no nos planteamos metas gigantes entonces ¿para que nos llamamos revolucionarios?.
Muchos burócratas dan lastima rezagados en sus ideas extractivistas, viendo soluciones económicas definitivas en el carbón, el gas y otras recursos primarios que ciertamente debemos aprovechar pero solo y únicamente para apalancar el cambio definitivo de modelo y no como un fin en si mismos. La burocracia engorda en su reposo, pensando en que todavía hay mucho petróleo por sacar (y con él mucho poder) y que no hay que preocuparse demasiado. Ese pensamiento mediocre nos hunde a los venezolanos en el letargo de la renta petrolera y los gobiernos todopoderosos que frenan a las fuerzas productivas nacionales, siendo del color que sean. El socialismo y la revolución no son compatibles con estas actitudes mediocres. El desarrollo tecnológico solo se producirá cuando nos planteemos metas ambiciosas, programas ambiciosos y realmente revolucionarios de transformación del modelo económico. Sino hacemos eso, no estamos haciendo nada. No hay revolución sin transformación del modelo económico, y en Venezuela el modelo económico pasa completamente por la transformación del modelo energético.
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