La imagen que produce la enorme crisis económica que vive el sistema financiero estadounidense es la de una persona que trata de aguantar con sus manos una enorme pared de bloques que se le viene encima. Las dificultades económicas se afianzan cada vez con más fuerza en Estados Unidos y el gobierno federal ha salido, […]
La imagen que produce la enorme crisis económica que vive el sistema financiero estadounidense es la de una persona que trata de aguantar con sus manos una enorme pared de bloques que se le viene encima.
Las dificultades económicas se afianzan cada vez con más fuerza en Estados Unidos y el gobierno federal ha salido, como última opción, a rescatar a los enormes bancos y compañías aseguradoras que se han declarado o están al borde de la quiebra y la bancarrota.
La administración de George W. Bush apuesta por destinar 700 000 millones de dólares para comprar los activos problemáticos de las instituciones financieras y ya ha gastado en los llamados «rescates», más de dos billones de dólares, o sea, alrededor del 15% del Producto Interno Bruto de Estados Unidos.
La última operación de salvamento fue la realizada por la Reserva Federal (FED) a la aseguradora American International Group (AIG), a la cual se le entregó un crédito sin precedentes en la historia de 85 000 millones de dólares y el gobierno pasará a controlar el 79,9% de la institución.
Para que se tenga una idea del monto otorgado, la cifra es igual a la suma del Producto Interno Bruto (PIB) de los 45 países que aparecen con menor PIB mundial en la tabla que publica el Fondo Monetario Internacional (FMI). La probable entrega de los 700 000 millones representaría entonces el PIB de 95 naciones del mundo en la tabla de menor ingreso del FMI.
La situación devora a Wall Street, la bolsa de valores más grande del orbe, el pánico crece entre los inversionistas particulares, y se hace necesario salvarla a toda costa porque el sistema capitalista depende de su subsistencia.
Muchos se preguntan porqué solo ayudar a Wall Street y dejar en el limbo a más de 4 millones de personas cuyos hogares fueron embargados.
La administración Bush, que ha cometido tantos deslices económicos desde que llegó a la Casa Blanca en 2001, juega a la idea de que el nuevo paquete de dinero restaure la grave herida provocada a los mercados y permita a los bancos otorgar nuevos préstamos.
The Wall Street Journal aseguró en un artículo que dejar caer a la AIG sería «catastrófico». El Banco Central (conocido por FED) ya había inyectado 120 000 millones en menos de 10 días para ayudar a que las instituciones financieras no cayeran al abismo.
Por su parte, el Banco Central Europeo (BCE) que meses atrás inyectó más de 100 000 millones, puso otros 70 000 millones de euros en el mercado monetario de la Eurozona y algo similar realizaron el Banco de Inglaterra (BoE), el de Japón, Canadá y el Banco Central Ruso.
Todos comprenden que la debacle de la economía estadounidense, la mayor del mundo con cerca de 14 billones de dólares y principal importadora de mercancías, hace tambalear a todo el sistema económico-financiero mundial.
Días antes a la ruina de AIG, se habían producido los rescates de las financieras hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, de los Bancos de inversiones Lehman Brothers, Merrill Lynch, así como de Bear Stearns o Citigroup. Otros han estado al borde del abismo como Goldman Sachs y Washington Mutual.
La compañía Fannie Mae surgió en 1938 como parte del New Deal (Nuevo Trato) impulsado por Franklin Roosevelt para mantener bajos los costos del crédito hipotecario y que resultara asequible obtener una vivienda. Freddie Mac fue creada en 1970 y junto a Fannie han sido, por la inversión, consumo y crecimiento, las bases del poderío estadounidense en el pasado siglo.
Los analistas concuerdan en que en los últimos años, la desregulación monetaria auspiciada por la FED y las compañías de inversiones, motivaron que el capital foráneo abarcara los mercados de valores y de bonos mientras se desmontaba la economía real al instalarse las empresas y negocios estadounidenses en otros países.
Wall Street acaparó el capital y Estados Unidos se convirtió en abundante fuente de empleos a trabajadores de la construcción y de los servicios que con la crisis inmobiliaria cayeron en desgracia con la consecuente perdida de numerosos puestos.
Innegablemente que las medidas tomadas serán un momentáneo baño de agua fría para la hirviente economía estadounidense, pero a medida que el déficit federal aumenta, se debilita la perspectiva de sacar a flote al país con un probable debilitamiento del dólar y una mayor desilusión del capital extranjero para sostener la deuda de Washington con la agravante de la pérdida de confianza en todo el sistema.
Más amenazas están en órbita como señaló el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg al indicar que si las entidades extranjeras dejan de comprar la deuda norteamericana, otra ola de angustias financieras se aproxima.
En ese sentido, Keith Bradsher, escribió en el The New York Times que «Asia, cuyos ahorros han financiado durante décadas los gastos de Estados Unidos, repiensa las inversiones en medio de agitación en el mercado. Datos publicados por el Departamento del Tesoro mostraron que en julio comenzó un agudo cambio en los movimientos internacionales de capital. Inversionistas privados sacaron 92.900 millones de dólares netos después de colocar 46.800 millones de dólares en valores estadounidenses en junio.»
Los datos hablan por sí solos: La cuenta corriente de la balanza de pago que contabiliza los intercambios de mercancías y servicios con el exterior alcanzó en 2007 un déficit superior a 750 000 millones de dólares, o sea, 5,6 % de su PIB. La deuda externa de Washington, desde la llegada de Bush al poder, creció más de un 50 % y a finales del pasado año se ubicaba en 9 billones de dólares que representa el 65 % del PIB. El déficit fiscal del gobierno federal se situará a fines de 2008 en -2 % contrariamente al superávit de 2,5 % dejado al término de la segunda administración de William Clinton. La deuda total estadounidense (pública, empresarial y personal) llegaba a los 48 billones de dólares: más de tres veces el PBI norteamericano y superior al Producto Bruto Mundial.
Jim Willie CB, editor de Hat Trick Letter aseguró unos meses antes de ocurrir la actual debacle: «El 2008 traerá consigo un nivel de confusión nunca visto en la historia de la nación. Veremos a economistas atolondrados, devanándose los sesos, atarantados, y sin soluciones. Los políticos estarán confusos, buscando qué propugnar, inseguros de lo que sea potencialmente efectivo. Cuando el sistema bancario se paraliza, como está sucediendo, los mecanismos que arrojan dinero al sistema dejan de funcionar. Cuando los bancos desconfían los unos de los otros más que los individuos en cuando a su presunto colateral, el sistema deja de funcionar para distribuir dinero, incluso a tasas de interés más bajas. La emisión de préstamos para individuos caerá a un punto bajo de las prioridades.»
Y agregaba: «La confusión en 2008 culminará en un aumento de las medidas, congelaciones, adopciones, iniciativas oficiales, y algún grandioso plan. Cada plan será reconocido como insuficiente y limitado, motivando así una nueva medida a la desesperada. De manera que todo el sistema bancario continuará deslizándose hacia las arenas movedizas.» Resulta muy largo analizar las diferentes aristas dentro de la actual situación que vive la economía del país con sistema basado en la especulación financiera y en variadas formas de parasitismo económico que han aniquilado la base productiva de la nación, así como grandes gastos en guerras (solo Iraq y Afganistán ya han costado 900 000 millones de dólares) y una solicitud de presupuesto en 2008 de 600 000 millones para continuar esas ocupaciones.
Pero si las proyectadas medidas fracasan, el próximo presidente que llegará a la Casa Blanca en 2009, se verá en un inmenso atolladero.
Por el momento, se continuarán desmantelando los programas sociales de educación y de salud para la población en una nación donde ya existen más de 36 millones de pobres. En resumen, la economía norteamericana esta seriamente enferma.