Luego de 10 años de reformas económicas, sociales, políticas e institucionales; de cambios educacionales y culturales que se traducen en importantes saltos en la formación del venezolano, hay quienes creen que Venezuela no ha cambiado, que se quedó estancada en la Cuarta República, en sus prácticas y maneras de asumir la actividad pública. Consideran que […]
Luego de 10 años de reformas económicas, sociales, políticas e institucionales; de cambios educacionales y culturales que se traducen en importantes saltos en la formación del venezolano, hay quienes creen que Venezuela no ha cambiado, que se quedó estancada en la Cuarta República, en sus prácticas y maneras de asumir la actividad pública. Consideran que el ciudadano es el mismo del pasado: sin voluntad, pasivo, sumergido en la ignorancia. Un ciudadano que sólo servía de carne de cañón para los ajustes de cuentas entre el liderazgo partidista y para votar cada cierto tiempo.
Esos sectores no aceptan que el país es otro y que, difícilmente, volverá atrás. Por eso el choque que está planteado. Ellos sostienen que el responsable de lo que sucede es Chávez; que los cambios operados son obra del Presidente y no de ese nuevo ciudadano, gestado en el marco del proceso bolivariano. Si bien es cierto que aún no hemos llegado al desiderátum del «hombre nuevo» -tan escarnecido por la derecha-, hay una realidad humana diferente: un venezolano, aún en agraz, que irrumpe contra una tradición de subordinación y sojuzgamiento. De eso no hay la menor duda.
Hay que entender que la polarización de hoy no la forja alguien en particular. Que la polarización estuvo sumergida, invisibilizada, durante siglos.
Que ahora aflora porque el propio ciudadano se convirtió en protagonista. En sujeto histórico. Que las tensiones y el odio tienen un origen remoto y profundo. Que, como lo dijo Chávez en el discurso del X aniversario del gobierno en la avenida Urdaneta, el odio en su contra es el odio contra el pueblo. Por eso que el liderazgo de Chávez es mucho más que mesianismo, verbo, audacia política, o pura suerte; y, por eso mismo, su poder proviene no de los tanques y los fusiles, sino del pueblo. Pero no del pueblo como abstracción, sino del pueblo concreto, operativo. De esa identificación colectiva, lograda por los ciudadanos para enfrentar el odio ancestral de clase, proviene la fuerza del proceso bolivariano que los adversarios no entienden o se empeñan en negar.
La enmienda propuesta por Chávez del artículo 230 de la Constitución está inmersa en esa nueva realidad nacional.
Tiene que ver con los niveles de conciencia alcanzados por el pueblo. La alternabilidad y otras nociones que corresponden al Estado liberal-burgués no refleja el proceso de cambio revolucionario que se desarrolla en Venezuela. Aparte de que la enmienda es una figura distinta a la reforma y que, por consiguiente, lo que sostiene la oposición de que ya el electorado decidió sobre la materia el 2-D es una falacia. Y la declaratoria de inconstitucionalidad, como se sabe, en todo caso corresponde al Tribunal Supremo de Justicia y no al criterio de líderes políticos opositores.
Pero hay algo más: la enmienda no equivale a reelección, lo cual hay que remachar para desenmascarar la patraña argumental de la oposición.. Es sólo la posibilidad de que quien ejerza la Presidencia de la República pueda postularse de nuevo, sin la limitación política contenida actualmente en el artículo constitucional. La decisión de aprobar la enmienda y de que el presidente Chávez sea reelecto al vencerse su actual período, al igual que cualquier otro que esté en el cargo en el futuro, está en manos del pueblo a través del voto. Además, en Venezuela la participación del ciudadano, su aptitud para decidir mediante el sufragio, se ve reforzada por la circunstancia de que existe la revocatoria del mandato. En vez de reelección continua, hay que hablar de postulación continua. La reelección del candidato la decide el soberano como ocurre en mucho otros países democráticos.
La oposición podría tener mejores argumentos. Negarle al elector la posibilidad de decidir, invocando un principio politicamente discutible, no es democrático. Al mismo tiempo, pone en duda la capacidad de la oposición para competir. Si a diario ese sector argumenta que Chávez perdió el apoyo popular; si afirma hasta la sociedad que el presidente es repudiado por el país, ¿por qué perder la oportunidad de rematarlo en un evento como la reelección? ¿Por qué no aprovechar la ocasión para batirlo contra el suelo y deslegitimarlo totalmente? Quizá un pueblo inmaduro e ignorante se trague el cuento de que la oposición defiende la Constitución cuando rechaza la enmienda, pero el pueblo que vio a esa misma oposición descalificar a la Carta Magna y apoyar a los aventureros del 11 de abril de 2002 que la derogaron, está muy claro y sabe de lo que se trata.