¿Por qué molestarse en crear y desarrollar empresas de primera clase ―debieron de pensar los directores ejecutivos estadounidenses― cuando puedes aumentar artificialmente el precio de tus acciones ―y tu fortuna personal― con la recompra de valores de tu propia empresa? Walmart ha anunciado recientemente 20.000 millones de dólares en nuevas recompras de acciones, lo suficiente […]
¿Por qué molestarse en crear y desarrollar empresas de primera clase ―debieron de pensar los directores ejecutivos estadounidenses― cuando puedes aumentar artificialmente el precio de tus acciones ―y tu fortuna personal― con la recompra de valores de tu propia empresa?
Walmart ha anunciado recientemente 20.000 millones de dólares en nuevas recompras de acciones, lo suficiente para elevar el salario mínimo de la compañía de 11 dólares a más de 16 dólares la hora. El director ejecutivo de Walmart, Doug McMillon, ganó el año pasado 438.000 dólares por semana.
Imagínate que estás sentado en tu despacho. Eres el director ejecutivo de una gran empresa, una de las incluidas en la lista de las 500 de la revista Fortune. Te enfrentas a la decisión más importante de tu carrera. El Parlamento acaba de acordar el mayor recorte de impuestos a las empresas de la historia. Cientos de millones de dólares inesperados, quizás miles de millones, pronto llegarán a las arcas de tu compañía.
Pregunta obligada: ¿Qué vas a hacer con este dinero caído del cielo?
Tienes opciones, muchas opciones. Puedes invertir las ganancias en nuevas plantas y mejores equipos. Puedes destinar el dinero a I+D para crear nuevos y atractivos productos. Puedes implementar cursos formativos para tus trabajadores y acompañar el previsible aumento de su productividad con salarios más altos.
Todas son opciones razonables. ¿Cuál elegirías? ¿Intentarías buscar, quizás, una forma de combinar las tres?
En la vida real, los altos ejecutivos de las grandes empresas estadounidenses se enfrentan exactamente al mismo conjunto de opciones. Y se están decantando por… ¡ninguna de las anteriores!
Estos ejecutivos están eligiendo dedicar una gran parte de sus ganancias a la recompra de acciones. En lugar de invertir en el futuro de sus empresas a largo plazo, están desembolsando miles de millones volviendo a comprar sus propias acciones en el mercado libre.
El año pasado, el gasto de las compañías estadounidenses para este tipo de recompras ascendió a 800.000 millones de dólares. Este año, el ritmo de recompra se ha acelerado, porque los altos ejecutivos se están apresurando a «invertir» los beneficios que están obteniendo a causa del recorte de impuestos a las empresas impulsado por el Partido Republicano, y que fue promulgado el pasado mes de diciembre. Solo en mayo, los ejecutivos compraron 174.000 millones de dólares de sus acciones, «un récord sin precedentes».
Estos miles de millones de dólares no harán que las empresas estadounidenses sean más creativas o más productivas. ¿A qué fines servirán? Como señaló la semana pasada el periodista Steven Pearlstein, ganador del Premio Pulitzer, simplemente contribuirán a trasladar «un porcentaje aún mayor de la riqueza de la nación a altos ejecutivos, adinerados inversores y financieros de Wall Street».
Las recompras tienen un único objetivo: aumentar el precio de las acciones de una empresa a través del aumento de la demanda. El mero hecho de anunciar una recompra puede dar a las acciones un gran impulso.
Y los altos ejecutivos han aprendido a sacar el máximo provecho ―para sí mismos― de ese impulso, como se detalla en una nueva investigación de la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC, por sus siglas en inglés), el organismo federal de control de Wall Street.
Los investigadores de la SEC han examinado 385 recompras recientes de acciones. Como explica el comisionado de la SEC Robert Jackson, han descubierto que, en los días previos a un anuncio de recompra, los altos ejecutivos suelen vender menos de 100.000 dólares de las acciones de la compañía que poseen personalmente.
Inmediatamente después de ese anuncio, en cambio, los ejecutivos venden de promedio 500.000 dólares de sus propias existencias. Los altos ejecutivos, dice Jackson, «se aprovechan personalmente de la subida acelerada del precio de las acciones generada por el anuncio de recompra».
«Necesitamos que nuestras empresas desarrollen un modelo sostenible a largo plazo, que favorezca la existencia de esos empleos estables con los que cuentan las familias estadounidenses para construir su futuro», agrega Jackson. «Los consejos de administración y los ejecutivos de las grandes empresas deberían estar trabajando en esas inversiones, en lugar de aprovechándose de la ingeniería financiera a corto plazo».
¿Qué podemos hacer para que los ejecutivos se centren en la creación de ese «modelo sostenible a largo plazo»? Para empezar, podríamos derogar las regulaciones de la SEC de 1982, que han permitido que las recompras de acciones se hayan convertido en un procedimiento estándar para muchas empresas. Hasta esa fecha, las recompras eran consideradas una forma de manipulación de acciones que no tenía cabida en Wall Street.
Dos miembros del Congreso ―el representante por California Ro Khanna y el representante por Minnesota Keith Ellison― acaban de presentar un proyecto legislativo que básicamente desharía los cambios normativos de 1982 e impediría que las empresas recompren sus propias acciones. Otra propuesta complementaria, presentada por Tammy Baldwin de Wisconsin, está pendiente en el Senado.
Toda esta legislación, si se promulgara, sin duda retrasaría el ritmo de incubación de esta gran gallina de los huevos de oro en la que se ha convertido la recompra de acciones para los ejecutivos. De todas formas, el propio Keith Ellison considera que la gallina seguirá existiendo hasta que no existan controles significativos sobre la capacidad de los altos ejecutivos para extraer de la economía de Estados Unidos cotas obscenas de riqueza.
¿Qué tipo de controles significativos podrían detener este expolio? Ellison sugirió uno a principios de este año. Pidió a sus compañeros parlamentarios que empezaran a pensar en la idea de un «salario máximo».
Sam Pizzigati es coeditor de Inequality.org. Su último libro, The Case for a Maximum Wage, se acaba de publicar. Entre sus otros libros sobre renta y riqueza mal distribuidas está The Rich Don’t Always Win: The Forgotten Triumph over Plutocracy that Created the American Middle Class, 1900-1970 (traducido al español en Capitán Swing).
Traducción: Pablo Scotto Benito