El libro que vas a leer es una visita guiada a una de las estanterías más lúgubres de la Gran Biblioteca de las ciencias sociales en general y de las ciencias económicas en particular.
Allí donde se amontonan y se atropellan los pensamientos sabios más dudosos acerca de las personas pobres y paradas, desde la simple tontería a lo abyecto, y de las razones por las que existen. Hemos dudado en añadir a continuación “y de las razones por las que siempre existirán”, para no excluir del registro de soluciones propuestas para su eliminación. Al leer este anuncio, quien, aún dudando, considere y sopese la obra que tiene entre manos, tal vez se dirá que todavía hay tiempo para dejarla reposar o para pasar de largo. Que existen muchas obras que se disputan nuestra curiosidad, que se puede prescindir de una invitación a visitar un museo de los horrores dirigida a la parte malsana de dicha curiosidad. Y que, en el fondo, aunque dudando un poco ya, las y los intelectuales no siempre han tenido pensamientos generosos hacia los necesitados, ni siquiera una intención consoladora. Ya se ve de qué puede tratarse: las personas pobres son embusteras y perezosas, viven a costa de las laboriosas, parasitan la prosperidad hasta ponerla en peligro, ir en su ayuda sería todavía peor que no hacer nada; asistirles equivaldría a mantenerles y a mantener la pobreza misma, incluso a hacerla prosperar.
No, en realidad no se ha visto bien. Por el contrario, hay que aproximarse, volver a trazar pacientemente la trayectoria de los equívocos, seguir la genealogía de la inculpación y de la venganza, impregnarse de los modos de razonamiento, de las hipótesis y de los postulados, de las deducciones y de las causalidades que llevaron a ilustres pensadores a conclusiones claras y definitivas, para percatarse hasta qué punto la ciencia puede estar desviada en momentos y en lugares, y que esos momentos y esos lugares son numerosos, masivos, recurrentes, convergentes, articulados, elaborados, precisos, contundentes y concluyentes, hasta un punto que, justamente, no se podía imaginar antes de aproximarse. Por tanto, hay que acercarse, no para regodearse en el escándalo (aunque hay materia para eso), sino simplemente para percatarse de lo que hay que percatarse y salir de la misma perfectamente aleccionado en un sentido –porque el aleccionamiento de las nuevas generaciones debe rehacerse cada año–, con el fin de aprender a desconfiar de nosotros mismos. Porque todos y todas formamos más o menos parte de la gran aventura intelectual que busca razones y explicaciones para cada cosa, y no siempre lo hacemos sin a-prioris ni segundas intenciones, aunque fueran en parte impensadas, sobre todo cuando de una manera u otra son indemnizadas por buenos y leales servicios y van en el sentido del poder y del orden establecido.
Aproximarse, es lo que ha hecho Michel Husson, sin duda por las razones que se acaban de citar, pero también por las que desvela en su introducción. Ha dedicado casi cinco años a este proyecto. Su intención inicial no era sumergirse profundamente en la jungla de los discursos sobre las personas pobres, ni remontar tan lejos este río salobre que se parece bastante a una cloaca a cielo abierto. Quería escribir un libro sobre el paro, reuniendo sus reflexiones personales de más de treinta años sobre el tema, para presentar “las falsas explicaciones, las verdaderas, las alternativas”. Entre las falsas explicaciones del paro vigentes en la academia, hoy como ayer, están las que se pueden colocar bajo la bandera del Workfare [compensar con trabajo las políticas asistenciales]. Han constituido el trasfondo teórico del primer pilar de las llamadas políticas estructurales puestas en marcha en la mayor parte de los países desarrollados desde hace una treintena de años para luchar contra el paro. Bajo el pretexto de hacer que el trabajo compense, se trataba ni más ni menos que de fustigar la asistencia social y restaurar los estímulos suficientes para que una mano de obra con fama de indolente se dignase abandonar las delicias de la ociosidad (demasiado estimulada en nuestras sociedades avanzadas por generosas rentas de sustitución y ayudas de todo tipo) para volver al trabajo. Evidentemente, las cosas no se dijeron de forma tan explícita, pero poca falta hacía: en el lenguaje de la Unión Europea (en 2004) o de la OCDE (en 2006), se trataba de “incitar a más personas a entrar en el mercado y a hacer del trabajo una verdadera opción para todos” y de practicar “políticas activas del mercado de trabajo”, integrándolas en “una estrategia completa de activación de los parados”. Está claro que “los subsidios de desempleo pueden agravar el paro de dos maneras (…) Haciendo que las personas paradas estén menos apresuradas a buscar el empleo que se presente, la indemnización puede alargar la duración del paro o incluso llevar a algunos beneficiarios a retirarse pura y simplemente de la vida activa (…) Al descender el coste de oportunidad de la inactividad, [los subsidios de desempleo] son susceptibles de acentuar las reivindicaciones salariales de los trabajadores y, en definitiva, de disminuir la demanda de mano de obra [de las empresas]». Partiendo de estas políticas, que siguen de actualidad, Michel Husson deseaba remontar el hilo histórico de las ideas que sostienen estos sabios conocimientos, para mostrar que su actualidad es tan sólo un momento de su permanencia. Esto habría debido constituir la fase inicial de su investigación propiamente dicha, sobre las falsas explicaciones del paro, las verdaderas, las alternativas. Pero he aquí que, como explica en la introducción, «esta investigación ha tomado proporciones imprevistas”.
Por el camino, el objetivo de la obra en preparación se había ido progresivamente convirtiendo en mostrar que una constante del pensamiento económico (un determinado pensamiento económico, consagrado a la legitimación del orden social existente) es hacer remontar el origen de la pobreza o del paro ya sea a los vicios de las propias personas afectadas, o a las leyes autodenominadas ineluctables (naturalizadas) de la economía, o a mecanismos políticos o institucionales cuya intención parece caritativa de partida, pero cuyos resultados suelen ser perversos de llegada.
Michel Husson arranca su investigación en la segunda mitad del siglo XVIII, en el momento en que se secularizan los discursos sobre las personas pobres, inaugurando la era de la racionalización científica del fenómeno, cuyos nuevos clérigos serán los economistas. La obra del padre Galiani, De la moneda, aparecida en 1751, puede balizar este giro: “Toda la economía política por venir está ya ahí”, escribe Michel Husson. Partiendo de este punto de inflexión, reunió un material considerable que muestra que las grandes ideas posteriores sobre las personas pobres y las paradas, las excedentarias, no son extravíos puntuales, erráticos o torpes de una ciencia balbuceante, en la infancia del arte, que habría dejado escapar de la pieza que estaba moldeando, con habilidad todavía vacilante, algunas escorias perdonables para aprendices. En efecto, grandes nombres (muchos grandes nombres) de las ciencias económicas, políticas y sociales, aparecen mezclados en esta historia, contribuyendo y aportando su inteligencia. El espectro de dichas eminencias es largo y prestigioso, como podrá constatar el lector, ofreciendo las garantías suficientes de que ninguna afiliación doctrinal o política inmuniza contra la tontería, la mala fe, la atrocidad, el odio y el servilismo, y que el florilegio de citas recogidas no es el resultado de una actitud voyeurista, selectiva, en busca del espanto, que habría encontrado sus escenas escogidas, a base de encarnizamiento, en oscuros escritos apócrifos que circulan clandestinamente. En particular, se trata de autores que han pretendido extender las tesis de Darwin a lo social, o que han hecho del darwinismo social la base de sus posiciones eugenésicas. Michel Husson dedica largos desarrollos a sus trabajos, y se entiende por qué era importante hacerlo. Los trabajos de Darwin sobre la selección de las especies ofrecieron un enorme vector de apariencia científica a los pensamientos que sólo esperaban esta revolución para fundar y amplificar su mensaje. La instrumentalización política y social de las tesis de Darwin no lleva siempre a lo peor. Pero lo extraordinario, como nos lo hace descubrir Michel Husson, es que las ciencias estadística y econométrica hayan estado “de partida estrechamente ligadas a las tesis darwinistas o incluso eugenésicas”. Pero no sólo ellas. Más allá todavía, las ciencias económicas en general están también impregnadas… y estamos tentados de decir que desde antes incluso de la publicación de El Origen de las especies (en 1859). Según Michel Husson, “ocurre lo mismo con la economía, esta ciencia lúgubre, en la que muchos de sus padres fundadores tuvieron una subyacente proximidad con el darwinismo social, aunque este vínculo no aparezca en sus grandes contribuciones. Esta impregnación no ha desaparecido, incluso está soterrada en las modernas teorías del desempleo, por lo que existe una tentación permanente de darwinismo social, que vuelve hoy día bajo formas más o menos eufemísticas”. Autores que se podrían clasificar en las corrientes progresistas de los siglos XIX y XX participaron también en la elaboración y en la difusión de estas ideas. Algunos marxistas y también intelectuales como Herbert George Wells, Bertrand Russell, John-Maynard Keynes, no quedaron al margen.
La cuestión que inevitablemente plantea la permanencia y (frecuente) virulencia de estos discursos contra las personas pobres, es la de saber: ¿por qué?, ¿por qué dichos discursos?, ¿cuál es su razón de ser? La respuesta de Michel Husson es clara, constante y unilateral: son discursos de legitimación del orden económico y social existente (el capitalismo, la explotación y las desigualdades de rentas y de fortuna que se derivan). Su papel, su función, es “validar el modo de organización social”. Esta respuesta de tipo funcional no sorprende demasiado. Ahora bien, ¿es necesario sorprenderse por una explicación para considerarla satisfactoria? A medida que se avanza en la lectura, se dice como complemento de esta explicación que un sistema social que tiene tanta necesidad de justificarse y defenderse, debe conocer bien las razones que habría para atacarlo; que, temiendo la fragilidad de su orden, se ve obligado a añadirle permanentemente diques, contrafuertes, torretas, aquí en forma de una parafernalia doctrinal, no completamente secundaria en su sistema de defensa. Como tampoco es secundario en sus líneas de defensa el hecho de atizar las divisiones entre las y los asalariados –incluso precarios y mal pagados– y parados y beneficiarios del SMI. Se dice también que, temiendo en todo momento que se le procese, prefiere hábilmente el ataque a la defensa, la acusación a la alegación, el papel de procurador al de abogado, apuntando por precaución el dedo hacia la víctima.
Pero, sin embargo, nos preguntamos por qué hacerlo con tanta altivez, violencia, saña, odio. ¿Está obligada a golpear tan fuerte una persona ya caída por tierra? ¿De dónde viene esta necesidad, por así decirlo?… si se mantiene en el registro funcional. John Kenneth Galbraith, en su ensayo “El Arte de ignorar a los pobres”, que da su título al capítulo 1 de esta obra, daba una explicación bastante sencilla. La necesidad era la de “evitar cualquier mala conciencia respecto a los pobres”. La pobreza, su espectáculo desolador, su presencia amenazante, suscita ciertamente una especie de mala conciencia bastante extendida (al menos entre las personas ricas), que habría que aliviar de una u otra manera. Emite esta hipótesis, en la primera frase de su ensayo “Quisiera ofrecer aquí algunas reflexiones sobre uno de los ejercicios humanos más antiguos: el proceso por el que, al cabo de los años, e incluso durante siglos, hemos llegado a ahorrarnos toda mala conciencia respecto de los pobres”. Es también la tesis que defiende Arnaud Berthoud, dando más precisiones. La mala conciencia puede convertirse en odio a sí mismo, que se expresará a fin de cuentas como un odio a los pobres:
Lo que el rico detesta, rechaza e intenta ignorar es precisamente la desgracia del pobre y la forma inacabada de su vida de pobre, el espectáculo de lo que contradice la idea de su propia grandeza y de su poder de rico, la presencia de un obstáculo a quererse a sí mismo y a alegrarse de serlo en un tiempo y en un lugar del mundo. Más aún, los ricos quieren que los pobres provoquen en ellos estos sentimientos -que Spinoza llamaba pasiones tristes, cuyo rasgo principal es encoger el corazón y disminuir la alegría del deseo de vivir. Para la filosofía griega y de los estoicos a Nietzsche, la piedad no es más que una forma de desprecio o de odio. El odio al pobre es la forma de un odio a sí mismo. Nada bueno puede venir del pobre cuyos sentimientos mismos hacia los ricos aviven además la confusión y el resentimiento.
Nos podemos arriesgar a una hipótesis suplementaria, no tan alejada de las dos anteriores, en la intersección de la explicación funcional (el factor de orden) y de la explicación psicológica y moral (la mala conciencia). Los discursos económicos que imputan las causas de su desgracia a las propias personas pobres y paradas se basan casi exclusivamente en la idea de que estas causas residen en sus vicios y sus defectos, constitucionales por así decirlo. Las personas pobres y paradas tienen una gran preferencia por el ocio; son perezosas, indolentes (pero indolentes racionales, optimizadoras, extremadamente dotadas, capaces de sacar ventaja de la menor ayuda social); son impulsivas (tienen tendencia a cambiar de empleador demasiado fácilmente, cuando no se consideran bien pagados), son marrulleras (esconden su verdadera productividad a su empleador); disparan al flanco (tacañean su contribución una vez firmado su contrato de trabajo), etc. Teniendo en cuenta todos estos vicios, clasificados por la ciencia económica dominante, y viendo de cerca su aspecto, el retrato de la persona pobre así construido y difundido, se vuelve completamente repulsivo, y suficiente para trazar una frontera visible entre la humanidad y el resto. Seguramente, la repugnancia y extrañeza suscitadas por estos retratos de la persona pobre bastan para poner en marcha un poderoso mecanismo de seguridad psicológica que coloca a cada cual al abrigo, bajo este paraguas improvisado, de la decadencia que le inquieta. Si el paro y la pobreza golpean como el relámpago, selectivamente, a los granujas, los malos obreros y todos los que han pecado, no hay razón para que el rayo caiga nos caiga encima a quienes no tenemos esos vicios. Además, dado que en adelante, en Francia, como nos recuerda France Strategie, “el trabajo compensa”, esta garantía puede funcionar también para ponernos al abrigo de las amonestaciones de un Presidente de la República que acecha a los granujas a la vuelta de la esquina.
Queda otra cuestión, intrigante, en el tema de los discursos anti-pobres. Más allá de su razón de ser: ¿de dónde les viene su eficacia? Porque hay que suponer que tienen cierta eficacia, sobre todo si tenemos en cuenta la explicación funcional (el mantenimiento del orden). Sin intentar repasar aquí todas las respuestas posibles, se puede pensar que esta eficacia proviene en gran parte de lo que queda implícito en sus formulaciones, de lo que no está simplemente expresado, la eterna mentira por omisión, cuya potencia retórica procede justamente de que no tiene necesidad de ser enunciada, porque va de sí. Todos sabemos -¿no?- que remediar la pobreza es forzosamente coger del rico para dar al pobre. Una vez dicho esto, que no hace falta ser dicho, ni de esta manera ni de otras mil maneras que serían más fuertes, ya está dicho todo. Todo, es decir, fundamentalmente el corolario, que por eso mismo pasa como fraude en el puesto fronterizo del inconsciente: si es verdad que se toma algo del rico (su dinero o su poder, es todo uno), es porque esa cosa le pertenece, y que no sólo le pertenece…, sino que no se la ha quitado al pobre.´
Michel Husson murió súbitamente durante el verano de 2021. Dejó su manuscrito inacabado. Le habría gustado prolongarlo hasta integrar en el mismo las teorías contemporáneas del empleo y del paro, sobre las cuales había trabajado mucho, y contra las cuales había batallado también mucho. Le faltó tiempo para esta parte, así como para darle la forma final. Ésta se debe al trabajo de relectura, de selección y de pulido de Odile Chagny y de Norbert Holcblat. Gracias a ellos, el lector encontrará intactas en esta obra las cualidades que hacían de Michel Husson uno de los pensadores más respetados y apreciados de la comunidad de economistas críticos. Entre todas estas cualidades, conviene señalar el coraje y la perseverancia que siempre demostró para subir al frente, acometer, atacar, criticar, deconstruir minuciosamente los dogmas y las pericias del pensamiento dominante en economía. Porque hace falta coraje para pasar tanto tiempo en instruirse con las tonterías y cretinismos de los otros, comprenderlas y criticarlas, a la vez que no descuidar el construir su propia obra, que es considerable. Los que han tenido la suerte de verle y oírle en innumerables conferencias y debates, seminarios, coloquios, en los que proseguía incansablemente su misión de educación popular y de activación del debate democrático (en el marco de Agir contre le chomage! [Actuar contra el paro], de Attac, de la Fundación Copernic, etc.) oirán tal vez brotar de nuevo, entre líneas, su voz dulce y lenta, calmada, pausada, y su tono socarrón, enmascarando a menudo una alegre insolencia que podía virar en ocasiones a un humor ácido, devastador y desopilante. Era otro aspecto de su elegancia en general.
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Fuente: https://vientosur.info/la-estigmacion-de-los-pobres-eugenismo-y-darwinismo-social-michel-husson/