Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
Los hombres se levantan muy temprano, en ciudades tan distantes como Londrina (Paraná), Salvador (Bahía), Lajes (Santa Catarina), Juiz y Uberlândia (Minas Gerais), Campinas y Sorocaba (Sao Paulo), y varias otras en los estados de Río de Janeiro, de Bahía, de Espirito Santo. Casi todos van para Río de Janeiro, algunos por vía aérea, muchos en ómnibus de línea. Tienen que pasar por la terminal Novo Río, donde transbordan para el norte fluminense; viajan tres horas más por la BR 101, uno de los trechos más mortíferos del país, después del final de la doble autopista en Rio Bonito.
En la terminal de destino, Macaé o Campos, toman otros ómnibus y van hasta los helipuertos con más actividad del país, en el litoral de Macaé y de Atafona, donde, finalmente, «suben». O sea: embarcar en helicópteros para volar media hora, una hora, o más, hasta aterrizar en cada una de las decenas de plataformas petrolíferas clavadas o ancladas en medio de alta-mar, a caso doscientos kilómetros de la costa. El casi desconocido, y muy publicitado, mundo del «off-shore».
Allí pasan dos o tres semanas embarcados. Cada vez más, los extranjeros también embarcan en las plataformas y tripulan los navíos de apoyo, lanzadores de tubos, revocadores, de inversión. Son brigadas de noruegos, alemanes, italianos y otros europeos, de norteamericanos, árabes, orientales, que quedan en el mar por más tiempo que los nacionales.
El tipo de alternancia embarque/desembarque depende de quién los contrató, y de cuánto ganan a cambio del trabajo y esa aventura. Los regímenes son de 14 días en el mar por 21 en tierra para la mayoría del personal estable, de la propia Petrobrás. Para otros, 14 por 14 días; también depende de cómo hacen con el derecho a las vacaciones, se «venden» o no. Los tiempos de trayecto casa a alta-mar y de vuelta para casa, de muchas horas, días, son descontados, naturalmente, del período «en tierra». En el mar, trabajan en grandes y apretadas fábricas químicas flotantes; cuando no hacen plantón, en los turnos de relevo, quedan a la espera, en «stand by», en pre-aviso, a cualquier hora de su sueño o de su baño.
¿Sueño? Duermen dentro de las fábricas y navíos, en las cabinas, celdas mejoradas; si fueran contratados de las «empreiteiras» (empresas contratistas), puede ser que duerman en contendedores, celdas empeoradas. El dormir o el estar despierto son para ellos nociones totalmente distintas de lo que son para muchos de nosotros; vuelven noches seguidas, conforme a las escalas de los turnos, a veces enmiendan las noches con los días, trabajan doble turno, porque faltó gente o aumentó el servicio. Reposo verdadero, algo rarísimo.
Las comidas son abundantes y variadas, pero una buena siesta es casi siempre un sueño distante. Todo, inclusive el ocio, es hecho allí adentro: caminatas por entre los tanques y grúas, algún deporte en salón cerrado, que puede estar balanceado al ritmo de las olas y los vientos, salas de videos proyectan «blockbusters» y pornografía. Todos pensando en la vida allá afuera, en el terruño, en los telefonemas repetidos y ansiosos, para familiares y amigos que quedaron en aquellas ciudades distantes.
Sus compañías en el mar, con certeza, además de los mareos y del balanceo, son la presión de los jefes y de las metas, y los varios miedos: a equivocarse, a provocar un perjuicio, a ser sancionados; el miedo a lastimarse a sí mismos o a otros, sin tener el registro formal de accidente o enfermedad. El miedo de no poder trabajar más y de morir quemado, aplastado, ahogado.
El peligro comienza en la autopista, las largas idas y vueltas, aumenta en el vuelo de helicóptero donde tantos ya cayeron. Está en cada rincón, en las pasarelas y escaleras resbaladizas y estrechas, en los corredores calientes y barullentos, en los movimientos de las grúas, en las vibraciones de los grandes motores eléctricos y de las turbinas, en las omnipresentes emanaciones de gases y ácidos, a veces letales, como el sulfúrico. Más el riesgo de incendio y de explosión, los «kicks» e «blow-outs», que llevan las tabulaciones y plataformas cuando las bolas de gas presurizado suben de las profundidades de las rochas siendo perforadas o ya produciendo.
Incluso si consiguen engañar la estadística, conviven con la memoria de los accidentes ya ocurridos, la cuenta de las pérdidas. De allí viene la probabilidad de la descompensación, de la «locura» por drogas -o sin ellas- y la suma de la angustia por no estar «en casa», o peor, el sentimiento de no tener una casa como la mayoría tiene. Después, al final de su tiempo de embarque, «descienden».
A la vuelta, el mismo itinerario que a la venida, que puede durar uno, dos días o más para llegar allá donde viven sus familiares. Su «casa» -para ellos un concepto totalmente distinto que para cada uno de nosotros, trabajadores, digamos, normales. Y allá quedan, readaptándose cada vez, durante días o semanas. O más, dependiendo de quién los contrató, de cómo se contabilicen las vacaciones y los demás «bonos».
Esos son los extraordinarios sujetos de la minuciosa investigación hecha durante quince años por Marcelo Figueiredo, al que conocemos como «Parada», ingeniero civil, doctor en Ingeniería de Producción y profesor de Ingeniería de Producción en la Universidad Federal Fluminense (Río de Janeiro).
Tal vez, la más memorable y rigurosa investigación ya hecha sobre aquellos que hacen el día a día de la importantísima industria petrolera, de donde ella extrae sus ganancias fabulosas. Puede ser considerado un esfuerzo épico sobre la tecnología y las relaciones de trabajo, como lo fue el libro de los profesores británicos Charles Woolfson, John Foster y Mathias Beck, un estudio monumental sobre la gran tragedia -anunciada y que pudo ser evitada pero no lo fue-, del incendio y destrucción de la plataforma Piper Alpha en el Mar do Norte, en 1988, que resultó en 167 muertos. (ver bibliografía)
El amigo «Parada» no eligió sus asuntos por mero diletantismo -como tantos otros que abordan las maravillas tecnológicas de la empresa X o Y, las promesas del «off-shore» y el «Pré-sal» (Nota del traductor: formación geológica submarina en aguas territoriales brasileras, donde parecen acumularse enormes reservas de petróleo y gas natural). No fue por conveniencia académica o del inefable apoyo empresarial, por el contrario, sus temas no están en las llamadas áreas prioritarias de aquellos estudios novelescos y doctrinarios hechos por las agencias oficiales de fomento e investigación y por las propias empresas. Estas, además, no gustan de tener «gente de afuera», menos todavía se estuvieran ligados a los trabajadores y sus sindicatos.
Gracias a la osadía y persistencias del autor y sus colaboradores de aquella universidad pública, temas relevantes y oportunos se pueden leer, re-leer, estudiar y recomendar.
«La cara oculta del oro negro» es un título curioso y llamativo, que me incentiva a hacer algunos comentarios, una desconstrucción y una relectura. El oro es un metal prácticamente indestructible y, una vez retirado de la tierra por manos pobres, va pasando para manos cada vez más ricas. Incluso cuando está enterrado o perdido en un naufragio no desaparece.
El petróleo es un líquido, similar a aquel caldo oscuro que brota en todos los basureros y sanitarios, con alta carga orgánica y contaminante. Un líquido de las eras geológicas, pesadas, cuatrillones de toneladas de biomasa -algas, crustáceos, peses, plantas- sepultadas bajo las rochas sedimentadas. Incluso asfixiada en medio del agua salada, un macizo muerto que va fermentando, formando un cóctel oleoso, pegajoso, produciendo gases (metano, hidrógeno y algunos otros), acumulando trazos o proporciones importantes de azufre, de nitrógeno y sus compuestos, de metales pesados.
Un líquido venenoso y valioso, que se tornó esencial por causa de sus «derivados» (gasolina, querosene, gas, etc.). Esencial para el sistema capitalista, que hace crecer increíblemente las demandas de combustibles para los transportes, para la generación de electricidad, para fabricar metales, cemento, vidrio, compuestos químicos, para la vida doméstica y la industria de la guerra.
Al inicio del siglo XX, cuando el patriarca de los magnates Rockefeller dijo que el petróleo era el mejor negocio del mundo, el político inglés Churchill, comandando la Marina británica, decidió que sus navíos debían ser equipados con calderas quemando óleo de petróleo -en lugar del incómodo e ineficiente carbón mineral. Así, serían más rápidos, podrían cargar cañones más mortíferos y serían más fácilmente abastecidos en los siete mares.
Desde entonces, las guerras en su mayoría fueron causadas por la posesión de las reservas y el control de las rutas del petróleo; incluso cuando no tuvieron esa motivación, todos los lados combatientes precisaron gastar mucho petróleo, para ganar o para perder.
Y así: el oro negro es el más valioso de los líquidos, pero solo vale cuando es colectado, vendido, procesado, ampliamente distribuido y nuevamente vendido para al final ser quemado.
El líquido esencial del capitalismo alimenta, entonces, un lucro fabuloso y garantido por muchos años a sus conquistadores -ni siempre sus dueños legítimos, casi siempre intentando escapar del Estado donde queda el subsuelo rico, o subyugándolo.
El alto lucro y la victoria en la guerra económica y territorial tiene dos sinónimos obligatorios en todo el mundo: el poder y la impunidad. Que se manifiestan en cada pormenor cotidiano en las mayores empresas de esa industria, en todas sus relaciones con el resto de la sociedad: con sus propios trabajadores, con las empresas contratadas y subcontratadas, con sus vecinos, casi siempre molestados, engañados, perjudicados, amenazados, afectados.
Aprovecho para registrar que, en las regiones petrolíferas sudamericanas, la acción de las grandes e impunes «petroleras» está muy bien registrada en los informes de la agencia argentina «Observatorio Petrolero Sur», en el libro de Suzana Sawyer sobre las corporaciones norteamericanas Arco y la italiana Agip, tejiendo su «anti-política» en la Amazonia ecuatoriana, y en los informes compilados por Jean-Pierre Leroy y Julianna Malerba sobre la situación de la Petrobrás en los países vecinos. (ver bibliografía)
Los aspectos más negativos del poder, su arrogancia, su maniqueísmo primario, su crueldad y las secuelas más absurdas e injustas de la impunidad, eclosionan y quedan visibles en ocasión de los accidentes -que no son fatalidades y que siempre podrían evitarse o minimizarse. Que siempre deberían investigados y responsabilizados.
Es lo que se puede deducir, sin equivocarse, de la investigación pormenorizada que el profesor Figueiredo hace de los mayores accidentes en el «off-shore» del litoral norte fluminense, todos con víctimas fatales, ocurridos en las plataformas de Enchova y de Namorado-1, en la P-07, la P-34 y especialmente, la explosión, incendio y naufragio de la P-36 a inicio de 2001.
Su trabajo de reconstitución, basado en documentos empresariales y de gobierno, de testimonios de sobrevivientes, de plantas y diseños técnicos, apoyados en importantes autores de la Ingeniería, de Ergonomía, de la Sicología, es comparable a la investigación periodística hecha por Greg Palast sobre los grandes accidentes en la industria petrolífera norteamericana: la colisión del super-navío tanque Exxon Valdez con un arrecife y vaciamiento de la mitad de su carga en el litoral de Alaska, y la explosión e incendio de la Deepwater Horizon, de la empresa suiza Transocean al servicio de la British Petroleum, con el vaciamiento de su carga, durante semanas, afectando el litoral del Golfo de México. No es sin motivos que Palast describe esos y algunos otros dramas como resultantes del «picnic de los buitres». (ver bibliografía)
En fin, la única «cara oculta» que existe en ese mundo es la de la Luna, como resultado de una particularidad geométrica y dinámica del Sistema Solar. Nadie decidió ocultarla. Mismo así, para conseguir ver esa cara oculta, hubo que aguardar los satélites artificiales y los viajes espaciales, y todavía hay quien duda.
En la industria petrolífera y en especial en el no «off-shore» del norte fluminense, hay mucha cosa deliberadamente escondida, disimulada, como si fuese posible borrar de la historia humana al trabajador como sujeto, como portador y agente de derechos políticos y humanos.
Sí, el trabajador como detentor del conocimiento objetivo, sensible y acumulado sobre la producción, como personaje central de la producción y como víctima principal de los riesgos inherentes, que estadísticamente llevan a la enfermedad, la mutilación, la locura y la muerte.
Como si fuese posible apagar los rastros de coerción, de asedio y de arbitrariedad que la caracterizan la extracción de plusvalía, la superexplotación del trabajo por el capital.
No hay duda: esa es la cara ocultada del líquido esencial del capitalismo. Los libros aquí indicados prestan el enorme servicio de ayudar a des-ocultar.
* Oswaldo Sevá Filho es profesor jubilado de la Unicamp (Universidad de Campinas) donde trabajó por 20 años en el área de Energía, actualmente colabora en el Doctorado de Ciencias Sociales; entre 1992 y 2001 actuó como asesor del sindicato de petroleros en Sao Paulo y Río de Janeiro, en cuestiones de seguridad laboral y medio ambiente.
Nota
1. SEVÁ Fo. A.O. «A face ocultada e o chorume essencial» Prefácio, pp.13 – 17 de FIGUEIREDO, M. G. «A face oculta do ouro negro: trabalho, saúde e segurança na indústria petrolífera offshore da Bacia de Campos», Editora da UFF, Niterói: 2012, ISBN 978-85-228-0777-2.
Referencias bibliográficas mencionadas:
LEROY, Jean-Pierre e MALERBA, Julianna (eds). «Petrobrás: integración o explotación?» Rio de Janeiro: FASE- Projeto Brasil Sustentável e Democrático, 2005.
Observatorio Petrolero Sur: http://www.opsur.org.ar/blog
PALAST, Greg «Vultures’ picnic : in pursuit of petroleum pigs, power pirates and high-finance carnivores» New York: Dutton, 2011
SAWYER, Suzana «Crude Chronicles. Indigenous politics, Multinational Oil and Neoliberalism in Ecuador» Duke University Press , Durham &London, 2004
WOOLFSON, Charles., FOSTER, John., BECK, Mathias «Paying for the Piper . Capital and Labour in Britain’s Offshore Oil Industry», Mansell Publishing Ltd. London, 1997.
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