La competitividad se ha convertido en una de las palabras económicas de moda en nuestros tiempos. Barack Obama la pregonó a los cuatro vientos durante su discurso sobre el Estado de la Unión en enero, y los líderes europeos desde el conservador David Cameron en Gran Bretaña hasta el socialista José Luis Zapatero en España […]
La competitividad se ha convertido en una de las palabras económicas de moda en nuestros tiempos. Barack Obama la pregonó a los cuatro vientos durante su discurso sobre el Estado de la Unión en enero, y los líderes europeos desde el conservador David Cameron en Gran Bretaña hasta el socialista José Luis Zapatero en España y el nuevo ministro de Economía de Japón Kaoru Yosano la abrazaron como una prioridad. Ahora bien, ¿qué tipo de competitividad tienen en mente?
Cuando se le preguntó durante una entrevista en septiembre de 2007 si los gobiernos europeos deberían liberalizar los códigos laborales de sus países, Alan Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, respondió que las leyes de protección del empleo de Europa inhibían significativamente el desempeño económico y resultaban en un desempleo crónicamente alto en todo el continente. En Estados Unidos, a la gente se la puede despedir más fácilmente que en cualquier otro país, y la tasa de desempleo en aquel momento estaba entre las más bajas del mundo.
Pero ya no estamos en septiembre de 2007 y el desempleo estadounidense es del 9,4%, no del 4,5%. Y, según el sucesor de Greenspan, Ben Bernanke, no hay motivos para suponer que la tasa de desempleo alcance el 5% -normalmente considerada la tasa de desempleo natural- en el futuro cercano.
En los años 2000, Estados Unidos perdió dos millones de empleos en el sector privado en general -el total cayó de 110 millones en diciembre de 1999 a 108 millones en diciembre de 2009, a pesar del gasto masivo del consumidor-. Esa caída del 1,4% se produjo en una década en la que la población de Estados Unidos creció aproximadamente el 9,8%.
Para entender lo que está sucediendo, consideremos el caso de Evergreen Solar, el tercer fabricante más grande de paneles solares en Estados Unidos, que anunció en enero que cerraría su principal fábrica estadounidense, despediría a sus 800 empleados en el lapso de dos meses y trasladaría la producción a China. La gerencia de Evergreen mencionó el mayor respaldo gubernamental que existe en China como su razón para el traslado.
Evergreen es sólo uno de muchos casos que sugieren que Estados Unidos podría encontrarse en medio de lo que el economista de Princeton Alan Blinder en 2005 definió como la Tercera Revolución Industrial. Según Blinder, entre 42 y 56 millones de empleos estadounidenses -aproximadamente un tercio de todos los empleos en los sectores privado y público en el país- son vulnerables de terminar en el exterior. Blinder también predijo que el mercado laboral flexible y fluido de Estados Unidos se adaptaría mejor y más rápido a la globalización que los mercados laborales europeos.
En todo caso, recién estamos en las primeras etapas de esa revolución, y el resultado sigue siendo incierto. Pero una comparación preliminar entre Alemania, la mayor economía de Europa, y Estados Unidos sugiere que la primera está mejor equipada para arreglárselas en la era de la globalización.
Multinacionales alemanas como Siemens y Daimler están aumentando la inversión para satisfacer la demanda tanto de los mercados emergentes como del mercado interno. Las compañías planean incorporar cientos de miles de empleos en todo el mundo sólo este año. Mientras que muchos de estos empleos estarán en Asia, ambas compañías dicen que también sumarán empleos altamente calificados en Alemania.
¿Hay que agradecerle por esto a la rigidez del mercado laboral de Alemania? En realidad, podría ser parte de la explicación. Un estudio reciente de la Oficina de Planificación Central en Holanda muestra que los trabajadores con un contrato permanente reciben más capacitación financiada por el empleador que los trabajadores con un contrato temporario.
A los empleadores estadounidenses les resulta mucho más fácil eliminar trabajadores de su plantilla -o, como dice Robert Gordon de la Northwestern University, desechar todas las sillas de playa- que a los empleadores alemanes. El código laboral de Alemania prohíbe este tipo de despidos, pero los empleadores alemanes, a su vez, supuestamente son menos proclives que los empleadores estadounidenses a despedir empleados, porque han invertido más en el capital humano de sus compañías. Con menos capacidades específicas vinculadas a la empresa que sus pares alemanes, los trabajadores norteamericanos son más susceptibles a los despidos.
De hecho, Siemens, aparentemente consciente de los beneficios de la rigidez del mercado laboral, adoptó la medida inusual de prometerles a sus empleados un trabajo de por vida. El año pasado, la compañía selló un acuerdo con el sindicato IG Metall que incluye una promesa de no despido para su fuerza laboral alemana compuesta por 128.000 trabajadores.
Una explicación más importante para el actual éxito económico de Alemania tal vez sea el sustancial apoyo del gobierno que las industrias alemanas reciben sobre una base estructural, especialmente la industria automotriz. La economía estadounidense, por otra parte, está empantanada en el persistente énfasis que ponen sus responsables de políticas en el consumo y los recortes impositivos (muy notablemente para los súper ricos) por sobre la inversión.
Estados Unidos necesita cambiar el curso de su política económica. Una década de tasas de interés históricamente bajas derivó en desequilibrios económicos a favor de sectores que están altamente apalancados: el sector financiero, el mercado inmobiliario y el capital riesgo. Esto se produjo a expensas de sectores que son más dependientes de la financiación mediante la emisión de acciones. Ahora que la burbuja inmobiliaria estalló, Estados Unidos se encuentra falto de capacitación, falto de educación y falto de maniobra en la competencia global por empleo.
Ahora sabemos que la desregulación del mercado laboral no asegura una resiliencia económica y una rápida creación de empleos. Por el contrario, la mejor solución probablemente sea una diversidad de contratos laborales. Una cierta dosis de rigidez del mercado laboral puede tener sentido económico para aquellos empleos que requieren capacidades y capacitación específicas vinculadas a la empresa, junto con una mayor flexibilidad para los empleos que requieren menos capacidades.
Heleen Mees es una economista y abogada holandesa. Su libro más reciente, Weg met het deeltijdfeminisme!, examina el feminismo de tercera generación. También es autora de un libro sobre derecho de la Unión Europea y fundadora del comité de acción de mujeres Women on Top.