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La fatal atracción por el euro nos ha llevado al borde del abismo

Fuentes: The Irish Independent

Ahora sí que las cosas se están poniendo estrambóticas. Hace pocas semanas esta columna destacaba de qué forma había pasado Irlanda a convertirse de una democracia en una «bancocracia». Una bancocracia es un Estado en el que la política gubernamental pone los intereses de sus bancos por encima de los intereses de sus ciudadanos. Nuestro gobierno actúa […]

Ahora sí que las cosas se están poniendo estrambóticas. Hace pocas semanas esta columna destacaba de qué forma había pasado Irlanda a convertirse de una democracia en una «bancocracia». Una bancocracia es un Estado en el que la política gubernamental pone los intereses de sus bancos por encima de los intereses de sus ciudadanos. Nuestro gobierno actúa de cauce de transferencia de riqueza, de nuestros «outsiders» [los que se quedan fuera] -en este caso, la gente corriente- a nuestros «insiders» [los que están dentro, en la pomada] del sistema bancario. Pero ahora resulta peor incluso, porque transfiere esa riqueza a los «insiders» de otro país.

No nos equivoquemos: el rescate de Grecia, que va a costarnos 1.300 millones de euros, no es el rescate del pueblo griego, es el rescate de los bancos que prestaron dinero a Grecia. Tampoco se trata de un préstamo: es un regalo. Lo que se ha disfrazado de rescate soberano apelando a nuestra solidaridad europea no es más que una transferencia directa de dinero suyo, de ustedes, a los acreedores extranjeros de los bancos franceses y alemanes. Eran estos acreedores los que iban a salir perdiendo si Grecia suspendía sus pagos la semana pasada. La  «bancocracia» es hoy transnacional.

Pensemos en esto. El rescate llega con condiciones. Los griegos tendrán que ajustarse a la austeridad y pagar más impuestos. Pero, ¿para qué se está utilizando exactamente el dinero? Una cantidad considerable del mismo se usará para refinanciar las obligaciones existentes. Esto significa que a quienes habían invertido originariamente en Grecia -bancos y fondos de inversión- se les permitirá que no queden tan expuestos ante Grecia. A su vez, el contribuyente corriente -usted- asume este riesgo. De modo que el contribuyente griego y los demás contribuyentes europeos acaban todos en la misma categoría, mientras que los bancos que podían salir perdiendo quedan impunes y nos dejan la factura de sus errores a nosotros, que somos quienes nada teníamos que ver con las obligaciones griegas.

¿Cómo ha podido pasar esto?

Nos dicen que todo ello se hace con el fin de incrementar la credibilidad del euro. ¿Pero cómo se puede hacer que aumente la credibilidad de algo tan patentemente increíble? ¿Cómo se puede fortalecer la reputación de una zona financiera recompensando el fracaso de los bancos y no el éxito bancario?

Cuando tratamos de comprender por qué  gente aparentemente inteligente  -como quienes pertenecen a los bancos centrales y son funcionarios públicos experimentados- hace tonterías, resulta útil echar un vistazo a la historia. Cuando se discute la atracción fatal por el euro y la incapacidad de los economistas ortodoxos de ver que el euro, tanto como Grecia, constituye el problema, resulta útil tomar en consideración al patrón oro, igualmente defectuoso.  

En las décadas de 1920 y 1930 el patrón oro, como hoy el euro, estaba considerado artículo de fe por bancos, financieros, funcionarios públicos y políticos. Lo cierto es que no podían ni imaginar un mundo en el que el dinero no estuviese ligado al oro. Cualquiera que pusiese en cuestión el patrón oro se veía ridiculizado.    

Fue, como siempre, el gran John Maynard Keynes quien arremetió contra el consenso y sostuvo que el patrón oro obligaba a efectuar recortes a los gobiernos cuando estos debían estar haciendo gasto durante la Depresión. Argumentó que hacer que Alemania pagase todas las reparaciones [de la Primera Guerra Mundial] provocaría una crisis puesto que, o bien los alemanes no podrían pagar, provocando el caos en Alemania, o bien, si Alemania pagaba, sería tan competitiva como para destruir la competitividad de otros países, lo que conduciría a un desempleo masivo en ellos. Se rieron de él. Después afirmó que debía abandonarse el patrón oro: lo pusieron en ridículo.    

El patrón oro, al igual que el euro, suponía que no existiera riesgo en la tasa de cambio entre todas las grandes economías. Eso facilitaba un enorme incremento de los préstamos de los banqueros de un país a los prestamistas de otro país. Gran Bretaña debía grandes cantidades a los EE.UU. y Alemania debía cantidades inmensas a todo el mundo. Francia se convirtió en el banquero de Europa y prestó miles de millones a Alemania, al mismo tiempo que le exigía a ésta que pagase las reparaciones de guerra. De manera que, de modo creciente a lo largo de la década de 1920, el patrón oro se convirtió en garante de estos ingentes préstamos entre los sistemas bancarios de los distintos países.  

Los bancos habían cifrado su apuesta en que el patrón oro resultaba tan importante para el prestigio de las grandes potencias y tan central para la forma de pensar de éstas acerca del mundo que los préstamos siempre se devolverían. Actuar de otro modo «minaría la credibilidad del sistema». Keynes vio claramente lo que significaba este bulo desde muy al principio.

Si examinamos el euro en el momento de auge, vemos que operó exactamente del mismo modo que el patrón oro. La moneda única animó a los bancos a realizar apuestas arriesgadas. Los bancos prestaban dinero a cualquiera, dando por seguro que aun en en el caso de crisis, el euro sería tan sacrosanto para la mentalidad de los políticos que todos los préstamos -no importa lo arriesgados que fueran- se devolverían. Pues actuar de modo distinto «minaría la credibilidad del sistema». ¿Les suena conocido?  

Si echamos un vistazo a la ilustración de arriba, que sería divertida de no ser tan seria, observaremos que nos muestra a quién adeuda dinero el sistema bancario irlandés y quién nos debe dinero a nosotros. Se puede ver que estamos en el centro de una intrincada madeja de préstamos y por qué le preocupan a la banca internacional los posibles impagos. Explica también por qué se salvó a Grecia con el fin de proteger a los bancos internacionales en lugar de al pueblo griego.

Tomemos el balance general irlandés en relación con España, por ejemplo. Los bancos irlandeses han prestado 21.987 millones de euros a los bancos españoles, mientras que los bancos españoles nos han prestado 10.153 millones de euros. Ya se puede ver quién saldría perdiendo de seguir el camino de Grecia o si España acabara cayendo.

Y ahora pensemos en la relación que la ilustración presenta entre Alemania, Francia e Irlanda. Los bancos irlandeses deben 127.458 millones de euros a la banca alemana y 41.844 millones a los bancos franceses. Se trata de deudas en las que se incurrió en momentos de bonanza y la mayor parte del dinero se prestó para poder comprar propiedades inmobiliarias. ¿Podemos pagarlas ahora? Yo lo dudo. ¿Deberíamos proceder a su devolución al término de la garantía? Nos hará falta mucha austeridad con el fin de generar el excedente necesario para reintegrar estos préstamos.  

Volvamos por un momento a la historia. Conforme el auge de los años 20 dejó paso al derrumbe de los años 30, los gobiernos se dieron cuenta de que no disponían de dinero para devolver sus deudas. Pero en lugar de declarar un impago, los gobiernos de aquí y allá recortaron primero el presupuesto y elevaron los impuestos. Los nuevos préstamos se concedieron a condición de someterse a la austeridad.

De modo que a un país como Alemania se le alentó a que pidiera prestado a través de sus bancos para que pudiera cumplir con sus deudas, aun cuando, al mismo tiempo, el país se viera obligado a ceñirse a la austeridad.

Esto, precisamente, es lo que está  sucediendo hoy en día en la periferia de Europa. Se nos pide que caigamos en la deflación, mientras los países que constituyen el núcleo del euro disfrutan de condiciones de crédito más fáciles. Es una receta de división e inestabilidad en la que el desempleo de la periferia engendra más inestabilidad, más aumentos de impuestos y mayor fuga de capitales.

En la década de 1930, tal como Keynes predijo, el resultado fue que el centro no aguantó y uno por uno los países principales abandonaron el patrón oro y suspendieron el pago de su deuda.

¿Podría pasar lo mismo con el euro? Podría. Sobre todo si con el fin de mantenerlo unificado, los políticos tienen que llevarse el dinero de los pobres «outsiders» para rescatar a los «insiders» ricos a la vez que lo visten de solidaridad europea. ¡Venga ya!   

David McWilliams (1966), comentarista estrella de los medios de información irlandeses, se formó como economista en el Trinity College de Dublín y el Collège d´Europe de Brujas (Bélgica). Antes de dedicarse al periodismo, trabajó para el Banco Central de Irlanda y la banca privada (UBS y BNP). Actualmente es columnista de The Irish Independent y The Sunday Business Post, así como presentador y creador de varios programas y documentales de la RTE, la televisión pública irlandesa. McWilliams es autor de libros de gran éxito en los que describe y critica la realidad irlandesa, como The Generation Game y The Pope´s Children, además de Addicted to Money, una crónica de los desastres de la economía global. Además, es uno de los fundadores de Leviathan, un cabaret satírico-político que aboga por reformas políticas y la adopción de una nueva constitución. Su último espectáculo, ‘Outsiders‘, una combinación de monólogo cómico, debate y crítica social, se pondrá en escena a partir del 9 de junio en el Abbey Theatre dublinés, el más célebre e ilustre de los teatros de Irlanda.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3370 

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