Según el Banco Mundial, el reino de Bután está entre los países pobres del mundo, con un producto nacional bruto (PNB) per cápita que en 2009 apenas alcanzaba los dos mil dólares anuales (ajustados según el poder adquisitivo), todavía lejos de los 2.300 dólares que le permitirían pasar de la categoría de «bajos ingresos» a […]
Según el Banco Mundial, el reino de Bután está entre los países pobres del mundo, con un producto nacional bruto (PNB) per cápita que en 2009 apenas alcanzaba los dos mil dólares anuales (ajustados según el poder adquisitivo), todavía lejos de los 2.300 dólares que le permitirían pasar de la categoría de «bajos ingresos» a la de «ingresos medios bajos».
Pero el PNB les importa muy poco al joven rey Wangchuk y su primer ministro Jigmi Thinley, quien preside el primer régimen democráticamente elegido en la larga historia de este reino budista enclavado en los Himalayas, entre el Tibet chino e India, cerca de Nepal. Bután tiene sus propias mediciones de la Felicidad Nacional Bruta (FNB) y el último conteo, realizado en 2010, arroja que cincuenta y cuatro por ciento de los butaneses disfrutan «bastante» de la vida, cuarenta y uno por ciento disfrutan «un poco» y sólo unos siete mil, uno por ciento de la población total de menos de un millón de habitantes, declaran no disfrutar de la vida, mientras que son cuatro por ciento, en cambio, los que disfrutan muchísimo.
Ochenta por ciento de los butaneses consideran que su salud es «buena» o «muy buena», sin embargo un diez por ciento consideró seriamente el suicidio en algún momento de su vida y algo más de uno por ciento efectivamente lo intentó. En el reino hay un seis por ciento de obesos y un cuatro por ciento con peso inferior al normal. Las mujeres dedican nueve horas de cada día al trabajo y los varones sólo ocho, pero ambos sexos duermen ocho horas y media. Desde que la televisión fue introducida en el país en 2007, los butaneses dedican más tiempo a mirarla que a rezar, excepto entre los mayores de sesenta años, quienes aun dedican a la oración más de dos horas diarias. El cuarenta y cinco por ciento confía en «la mayoría» de sus vecinos, contra dieciocho por ciento que confía en unos pocos o ninguno. La mitad hace trabajo voluntario en tareas comunitarias y si bien el noventa y cinco por ciento cree que el gobierno está «en general» bien encaminado, la justicia y la policía gozan de mucho más confianza que los ministerios del gobierno central.
Cómo comparan estos datos con el resto del mundo no se sabe, porque Bután es el único país que calcula su FNB, pero esto podría cambiar pronto. A instancias de Bután, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó por consenso el 13 de julio una resolución titulada «La Felicidad: hacia un enfoque holístico del desarrollo», en la que «considerando que la búsqueda de la felicidad es una meta y una aspiración humana universal» y «reconociendo que el PNB es un indicador que no fue diseñado para reflejar la felicidad y el bienestar de la gente», invita a los estados a «desarrollar nuevos indicadores» y adoptar otras medidas para que «la felicidad y el bienestar» puedan orientar las políticas públicas.
A tal efecto Bután organiza el año próximo un panel de discusión sobre este tema al más alto nivel.
La resolución fue auspiciada por más de cincuenta gobiernos, una heterodoxa coalición entre la que se cuentan países ricos y riquísimos como el Reino Unido , Francia, Alemania y Suecia, otros pobres y paupérrimos como Afganistán, Bangladesh y Timor, y muchos de la «clase media» emergente a nivel mundial como Brasil, India, Paraguay y Costa Rica.
De hecho la coalición conservadora-liberal que gobierna en Londres ya ha iniciado sus propios estudios sobre la felicidad y el bienestar de los británicos y hace un par de años el presidente francés Nicolás Sarkozy encomendó a una comisión encabezada por los premios Nobel de Economía Joseph Stiglitz y Amartya Sen que diseñara un nuevo sistema de indicadores alternativos al PNB, cuyo crecimiento en las potencias industrializadas es cercano a cero desde la crisis financiera y económica de 2008.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), frecuentemente apodada como «el club de los ricos» porque sus tres docenas de miembros tienen ingresos altos, medios altos o altísimos, ha puesto en línea su propio sistema de indicadores de bienestar, agrupados en once categorías que van desde las obvias y tradicionales como salud, educación y vivienda, a las más novedosas como «satisfacción con la vida», seguridad, comunidad o «equilibrio entre el trabajo y la vida».
La comparación entre los indicadores de bienestar de la OCDE y el índice de Felicidad Nacional de Bután arroja una sorprendente similitud: cuatro de cada cinco indicadores utilizados son los mismos. Lo que la OCDE no hace, sin embargo, es producir un único índice, sino que cada persona que accede a su sitio web es invitada a atribuir pesos relativos a los componentes y generar así su propio Better Life Index.
Si uno prioriza los ingresos, Luxemburgo pasará a la cabeza, Canadá y Australia serán los campeones si el usuario enfatiza la salud, Nueva Zelandia gana en «comunidad» y Suecia en «ambiente».
La traducción literal del nombre de este ejercicio sería Índice de Mejor Vida, pero en español «mejor vida» es una expresión asociada a la muerte. Tal vez «vivir bien» o «buen vivir» sean los términos más apropiados, lo que estaría llevando a los países post industrializados a acercarse a los conceptos de las nuevas constituciones de Ecuador y Bolivia, arraigados en el Tahuantisuyo.
http://agendaglobal.redtercermundo.org.uy/2011/08/05/la-felicidad-nacional-bruta/