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Festival de Cine en Cannes

La feria de las vanidades

Fuentes: Rebelión

La semana pasada  comenzó el 58º Festival de Cine de Cannes. Éste certamen difiere algo del Oscar de Hollywood, que se caracteriza por ser una feria de vanidades donde las vestimentas de diseño especial, las joyas y las frivolidades de todo tipo empañan la apreciación artística.  Cannes tiene otro tipo de defectos. El esnobismo de […]

La semana pasada  comenzó el 58º Festival de Cine de Cannes. Éste certamen difiere algo del Oscar de Hollywood, que se caracteriza por ser una feria de vanidades donde las vestimentas de diseño especial, las joyas y las frivolidades de todo tipo empañan la apreciación artística. 

Cannes tiene otro tipo de defectos. El esnobismo de lo anómalo y sorprendente, de lo exótico y extravagante suele llevarse la partida. Usualmente los  nombres de los ganadores son impronunciables, ninguno los ha visto antes en las revistas  del corazón, ninguno aparece en las páginas de espectáculos en los diarios y nadie sabe cuándo se divorciaron ni con quien están viviendo actualmente. Tampoco se  divulga cómo fueron vestidos a la ceremonia, ni qué joyas utilizaron.   Esto puede constituir una ventaja por encima de la liviandad fútil de la cerem onia hollywoodense. El famoso crítico de cine italiano, Lo Duca, comentó que tratar de ver un filme serio en ese ambiente era como intentar la audición de un cuarteto de cámara en un estadio de fútbol.

En Cannes acuden productores y exhibidores y se firman importantes contratos para crear y distribuir películas. También se consideran los honorarios de las estrellas de cine y se tasa su popularidad ascendente o descendente. Este año están presentes figuras del cine como Bruce Willis, Sharon Stone, Lauren Bacall, Jessica Lange, Samuel  Jackson y Natalie Portman. En esta edición  la estrella descollante ha sido Scarlet Johanson, que acaba de filmar con Woody Allen, Match Point que la crítica señala con buenas probabilidades de ganar la Palma de Oro, el trofeo máximo del festival. Johanson tiene veinte años y acaba de firmar un contrato con Calvin Klein por el que recibió diez millones de dólares.

La diferencia de honorarios entre las estrellas estadounidenses y las europeas es abismal. Gerard Depardieu gana 3.5 millones de euros por filme pero Tom Cruise devenga anualmente 45 millones de dólares. Johnny Depp se embolsa 28 millones, Angelina Jolie 27 millones y Jennifer Aniston, 26. Las grandes vedetes del momento Julia Roberts y Nicole Kidman obtienen 26 millones por cada obra que ruedan. Algunos directores ganan más, como Steven Spielberg, que cobra 75 millones de dólares por cada filme.

El mercado norteamericano es más amplio y puede generar ingresos de 200 a 300 millones por una película. Sin embargo, la reciente «Kingdom of Heaven» una historia épica sobre las Cruzadas, dirigida por Ridley Scott, gastó 130 millones en su realización y parece que sus ingresos no van a exceder de 70 millones. O sea, que dejará una pérdida considerable  a los productores. En Europa las películas más taquilleras no sobrepasan los quince millones de euros en la taquilla.

En la década de los años cincuenta acudí, en varias ocasiones al festival de Cannes. Era yo, entonces, un joven crítico cinematográfico. Las jóvenes actrices, que aspiraban a la publicidad fácil de la prensa amarilla, se desvestían en la playa y, pese a hallarnos en la moralmente emancipada Francia, aquello era un acontecimiento mediático. Una que comenzaba entonces, Brigitte Bardot,  acaparaba los lentes con sus desnudeces.

Eran aquellos los primeros años de la posguerra y Europa trataba de olvidar las amarguras del conflicto mundial. Desde entonces Cannes fue adquiriendo ese renombre que rodea el  intelecto y el rigor por atender, en ocasiones,  los valores dramáticos y plásticos de un filme por encima de  la nombradía de los protagonistas.

Los años en que fui a Cannes ganó la Palma de Oro el documental «El mundo del silencio» que  diera a conocer  el nombre del comandante Cousteau y  comenzara a popularizar las técnicas del submarinismo moderno. Allí pude entrevistar a Vittorio de Sica, quien me habló de la búsqueda del neorrealismo italiano para hallar respuestas éticas y estéticas a los problemas de la posguerra. Presencié el encuentro inicial  de Grace Kelly y Rainiero de Mónaco, asistí el estreno del f amoso documental de George Henri Clouzot sobre Picasso y  aprecié en «Monsieur Arkadin» la maravillosa capacidad de Orson Welles  para tejer  y destejer una trama, como un mago alegre que juega con los destinos de sus criaturas. 

Han  pasado los años, pero Cannes sigue siendo un imán  poderoso, como el Oscar de Hollywood, para la trivialidad, la seducción frívola, la publicidad escandalosa, los megacontratos y la vanidad pícara, pero en Cannes a veces logra deslizarse entre los premiados un filme de calidad.

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