Comenzamos esta serie de tres artículos: «El Estado mafioso… El territorio roto… La estrategia de liberación en otra política de esta tierra de nadie», en función de dar un aporte a la reconstrucción del pensamiento y movimiento de emancipación política en nuestro país. La rueda del saqueo: el delito de producir Estamos viviendo una crisis […]
Comenzamos esta serie de tres artículos: «El Estado mafioso… El territorio roto… La estrategia de liberación en otra política de esta tierra de nadie», en función de dar un aporte a la reconstrucción del pensamiento y movimiento de emancipación política en nuestro país.
La rueda del saqueo: el delito de producir
Estamos viviendo una crisis insólita, terminal e insolente del mismo modelo de saqueo que no ha cambiado en décadas, suspendida en síntesis en la apropiación y fuga del capital rentario por parte del capital nacional (de vieja y nueva data, capitales de oficinas burocráticas o verdaderas y falsas empresas) como transnacional: perfecta operación que comienza con la entrada pública de divisas, producto fundamentalmente de la venta de petróleo y derivados y la fuga ya privatizada de la misma, en una operación de no menos del 50% de la misma -que los economistas digan-, a su feliz exilio privatizado.
Una fuga hasta el «más nunca vuelvo» ya que se trata de una salida de capital que en los últimos 35 años desde el «viernes negro» de Luis Herrera suma no menos de 500 mil millones de dólares, a la altura de todos los acumulados en reservas de los países de la OPEP. La fuga y regreso de capital es un movimiento natural al capitalismo globalizado, que hasta podría ser beneficiosa siempre y cuando genere una espiral de salida y entrada en una rueda en movimiento acumulativa de capital que siempre termina hacia adentro del lugar donde nació. Círculo que no finiquita en absoluto la tragedia capitalista de la apropiación de unos pocos del trabajo que es de todos, pero al menos garantiza un punto vital para toda sociedad, la cual es el desarrollo de su inteligencia colectiva y de su medios de producción. En nuestro caso se trata de un robo sistemático y empobrecedor sin parangón mundial.
En el Estado Mágico que describió Fernando Coronil en su obra, la montaña condensada de riqueza se conduce exclusivamente hacia afuera sin que regrese hacia el punto de partida, ni tecnologías, ni ganancias, ni nuevas inversiones productivas que no sean las mismas bolsas inmobiliarias -hoy paralizadas- o zonas exclusivas de una economía de lujo hotelero y culinario, centros comerciales, etc. Solo en la adquisición y pago de deudas por hablar de los tantos mecanismos de fuga, terminan siendo capitales que entraron para solventar las necesidades improductivas del Estado e inversionistas parasitarios, créditos que se convirtieron en un robo en fuga muchas veces acordados con los mismos agentes de Estado que los otorgaron. Ni hablar de las distintas gestiones de divisas por parte del Estado hasta el desastroso modelo del control de cambio de los últimos 15 años que se convirtieron en aparatos del saqueo y la destrucción de la industria propia.
Por eso se trata de un modelo configurado como esquema histórico de dominio y que en los últimos años llegó tan lejos que produjo dos fenómenos terminales: el desfalco completo de los recursos públicos y la sobrexplotación de la fuerza de trabajo vía hiperinflación inducida (una fuerza de trabajo que hoy en día prácticamente se regala) que ya antes de la bajada abrupta de los precios petroleros, ha venido creando las condiciones subjetivas (básicamente la descomposición del campo de resistencia popular y las despolitización e instrumentalización del movimiento popular) para poner a veinte millones de trabajadores a financiarles a estos saqueadores privados su gula acumulativa y al propio aparato de Estado sus requerimientos para fondos presupuestarios (como dirá Enzo Del Búfalo: «el pueblo financiando a PDVSA»).
Nos referimos al pago de deuda, créditos y financiamientos deliciosos para sus círculos de amigos empresarios, nuevos mecanismos de saqueo y manutención del aparato de Estado para contener, envenenar de carbohidratos, mantener el clientelismo de una inversión pública dirigida a servicios como agua, luz, vivienda, gasolina, alimentación, educación, salud, misiones sociales que se desmoronan plagados de toda forma de corrupción, ineficiencia, desidia, impunidad. Inversión «socialista» que termina siendo un nicho para la formación de nuevos burgueses sin escrúpulos de ningún tipo, nada que ver con la justicia social que la justificaría. Y no dejemos de lado la confusión simbólica y política de la población por medio de la mentira institucionalizada, la prohibición de información y la movilización «popular» forzada donde se invierten millardos, la administración central de la mitología heroica nacional.
Es la población pagando con su trabajo su propio infierno: una rueda capitalista de explotación realmente perversa y destructiva, que hace de nuestra nación un sentimiento abstracto sin piso material y una espiritualidad pateada. Pone a toda la clase trabajadora, al contrario del supuesto «populismo» que impera bajo el supuesto ideológico que «aquí nadie trabaja y todos vivimos de las dádivas del Estado», cosa que es una gigantesca mentira, a financiar con su labor a todo el aparato estatal y capitalista de saqueo. El margen de plusvalía explotada para sostener la rueda interminable que termina en manos de este modelo sangrante, si incluimos en un solo cálculo perfectamente posible de hacer, a toda la clase trabajadora desde el trabajador petrolero hasta el trabajo nómada de la calle, a estas alturas de sueldos de 40 dólares mensuales, podría ser de las más altas del mundo, a nivel de las regiones más pobres de la India.
El mismo aparato de Estado en todas sus modalidades: jurídico, legal, represivo, administrativo, militar, empresarial, financiero, modelos de desarrollo y asistencia social, mecanismos clásicos de corrupción y filtraje de los sujetos económicos con derecho discrecional concedido por estas cúpulas políticas al acceso directo a esta renta, está dispuesto para garantizar la reproducción eterna de este esquema de saqueo; el chavismo terminó fortaleciendo estos modelajes específicos dentro de todas las ramas de la máquina de Estado y la sociedad civil; solo vean lo que ha pasado con el movimiento sindical cuyos jefes principales suelen ser más antiobreros que los propios patrones. Mecanismos tan descarados e impunes que han producido una psicosis acumulativa rentista en los últimos tiempos al punto de declarar prácticamente un delito la pretensión de hacer efectiva cualquier voluntad creadora y disponer de todo un aparato burocrático y represivo en la calle y carreteras dispuesto a ejecutar a como dé lugar este impedimento.
Es un delito generar nuevos espacios creadores, producir, compartir y distribuir libremente; y ello puede ser un crimen declarado ya que afecta a los grandes capitales monopólicos parásitos, terratenientes, importadores, al narcotráfico, mafias militares y civiles de Estado metidas de lleno en el negocio, y a todo el modelo de dominio que viven del mundo vacío e improductivo que han dejado, pero cuyas verdaderas víctimas son particularmente los entes colectivos organizados y redes de pequeños y medianos propietarios. Obviamente esto ha generado el piso para la proliferación de todas las formas de delincuencia y bandas asesinas fuera y dentro del Estado realmente bárbaro.
El delito de crear y producir se nos muestra como una tesis central ya que en la medida en que se profundiza una aparente crisis política y sus derivados económicos y sociales (aparente porque en el fondo sigue dominando perfectamente bien después de contener por completo el vaporón revolucionario) el aparato de Estado no solo se hace más represivo, impune, autoritario, censurador, como en efecto sus opositores lo pintan, en función de contener la revuelta social, sino que desarrolla una multiplicidad de mecanismos de control social paralelos a cualquier forma de contención productiva y distributiva liderizados por el estímulo autogestionario sobreviviente y las redes de integración de flujos de producción distribución de orden obrero-comunal como de la pequeña propiedad. Ya hasta se inventan tarjeta de identidad «de la patria» para acrecentar el control social partidario; una humillación a la población más pobre que se hace ilusión con ella de una riqueza ya no está ni es su tierra; efectivamente nos dejaron la corroña final de un basurero ideologizado.
El hambre y el caos social como políticas de dominio
Es un stalinismo meramente destructivo que hasta dentro de la propia propiedad y fuerza empresarial estatal termina jugando el mismo papel de desbaratamiento y contención. Por ello la consecuencia final de todo esto: la violencia socializada, el deterioro vertiginoso de la calidad de vida, particularmente en alimentación y salud, la destrucción del aparato productivo, no son solo consecuencias mecánicas finales del acto destructivo, se trata de políticas y estrategias contentivas para la contrarrevolución necesaria; el hambre y la desintegración comunitaria es una política y no una consecuencia indeseada. Puntos de partida estratégicos para destrozar lo que en algún momento llamamos poder popular, y más precisamente los segmentos autogobernantes mas luchadores y creadores; donde tiene el poder la repetida tesis del Toto: «en mi hambre mando yo». El hambre, el desespero por la obtención de productos y recursos mínimos de dinero, quiebra el espíritu de solidaridad, disuelve comunidad. Por ello no es solo la indolencia y la inmoralidad lo que se evidencia sino la victoria paulatina de un esquema de poder absolutamente mafioso y contrarrevolucionario, cuyas primeras semillas se generaron hace casi un siglo; mafia en el sentido del grupo de fuerza dominante y violento que contando con sus estrategias y chantajes provoca obligatoriamente la colaboración del entorno y rompe toda cadena productiva y colaborativa de beneficio común y no restringido a ella. Acaba con el «Estado de Derecho» para imponer su ley facciosa; la «banda» de dominio externo sustituye al burgués que domina internamente el orden de derecho.
El chavismo en su vertiente gubernamental y su amplio espectro de partidos y personalidades, de arriba abajo del aparato de Estado, no ha supuesto en definitiva otra cosa que la emergencia del sujeto político de sujeción poblacional para que este viejo mecanismo de explotación y saqueo tanto de la riqueza pública y del producto de la clase trabajadora en los últimos años se convierta ya no simplemente en una demagogia paralela a falsas ilusiones, democráticas, desarrollistas, consumistas y populistas, que garantizaron la desigualdad y el dominio de clase en todo el siglo XX veinte prácticamente, sino algo realmente mafioso y destructivo pero con una enorme capacidad de control de masas: es su parafernalia «revolucionaria». Algo insólito dentro de un contexto que se quiso a sí mismo revolucionario ya que es absolutamente mínimo lo que se salva en lo que respecta a gobierno de esta rueda conscientemente destructiva; toda una historia de 18 años apasionadamente luchada por miles de mujeres y hombres se ha convertido en el basurero final de los sueños socialistas.
Por su parte la oposición ligada a las fantasías televisivas expuestas por el viejo contrato oligárquico, desde el 2004, ha sido en definitiva la pieza bullona que ha contenido el bulto desde el discurso de derecha. Es impresionante como aquí izquierda y derecha orgánicas al poder constituido, discursivamente se matan pero en lo que respecta a las estructuras y dinámicas internas del modelo en sí coinciden perfectamente a la hora de aclarar sus objetivos más allá de conservar o quitarle el poder al otro, utilizando la movilización y declarativa «democratista, constitucional, liberal, ciudadana» por un lado pero absolutamente impotente, y el autoritarismo a través del manejo descarado de los poderes públicos y la argucia legal y constitucional por el otro.
Esta fusión es ya un fenómeno de musiquita mundial donde se borran las diferencias izquierda-derecha globalmente, pero en Venezuela ese mismo fenómeno que se produce en medio de un chantaje permanente hasta de guerra civil, insurgencia golpista, represión total, y cualquier cantidad de mensajes de choque y violencia, sirve para acoplar perfectamente dos enemigos a muerte. Es el orden constituido totalmente decadente institucionalmente, pero brillante a la hora de ordenar hasta todo su potencial de guerra civil interna. Por ello en proporciones cada vez más gigantescas opositores y chavistas del abajo popular ya dejan de odiarse tanto entre sí pasando su indignación total hacia sus propios autodeclarados dirigentes. Solo esto -el odio hacia los de arriba del mismo bando y no solo a los de la acera del frente- dentro del folklore político nacional es la cualidad realmente nueva de los tiempos de Nicolás Maduro.
Del Estado liberal-oligárquico al estado mafioso; el debate estratégico
Sintetizamos de esta manera la tragedia del capitalismo rentista venezolano en las últimas dos décadas, de manera que sirva primero de marco de análisis: la evidencia en los múltiples aspectos tratados que podríamos sintetizar en la conversión de un modelo histórico de saqueo conducidos por el Estado y los sujetos políticos que intervienen en él pasa de ser una «república corporativa-burocrática» en tiempo de Chávez, como intenté en muchas ocasiones caracterizar, a un verdadero orden mafioso de dominio, hoy en pleno proceso de consolidación. Hecho por lo cual grandes pequeños países de nuestramérica han pasado o pasan (Colombia, México, Guatemala, Honduras), pero que en Venezuela adquiere, si se quiere, una de sus formas mas puras: donde solo hay una gran mafia junto a sus sujetos periféricos incluidos muchos de sus opositores, los que toman el gobierno de Estado en todas sus dimensiones. Vean solo por tomar pequeños ejemplos como ellos mismos ya estan legtimando la «República Bachaquera de Venezuela», poniendo tiendas y locales de venta pública a precios de la peor especulación, como son las PAC y tienditas regadas de lo público privatizado (negocios de ministros, generales y gobernadores utilizando la venta por locales públicos) por todo el territorio, o todo el esquema que ahora plantean para las casas de cambio exclusivas para la frontera donde ¡al fin!, logran legalizar el dólar negro de Cúcuta y su amada en grito de odio, la web «DOLARTODAY».
Pero a su vez, las características y acontecimientos, las conquistas logradas y terribles errores cometidos, dentro del propio ciclo histórico que nos ha llevado a esto y que comienza con el 27 de febrero del 89, nos obliga a una discusión en mi consideración definitiva: si lo que entra de riqueza rentaria dentro de este modelo de dominio se lo lleva no precisamente el viento sino cualquier sujeto que se apodere de ella (del más neoliberal hasta el más socialista como hemos vivido en carne y hueso) por mecanismos de gobierno, por un lado efectivamente esta riqueza que ya la llamaron el «excremento del diablo» no nos pertenece, sino que el problema es preguntarnos bajo una enorme paradoja, ¿es que tiene sentido seguir perdiendo vidas y ciclos históricos de lucha por pelear el control de ella (a eso se reduce en definitiva la lucha política institucional en Venezuela)? Cuestión y pregunta paradójica que nos lleva a algo mucho más interesante y que nunca vimos, desde las viejas generaciones de la izquierda que hablaron de liberación nacional hasta la izquierda del «poder popular de hoy». Y es que mientras todo el poder capitalista dominante fuera y dentro del estado se dedica a «fugarse», a hacerse aquí y triplicarse fuera, moldear todo un orden para ello, legitimarlo, gritarlo, crear sus aparentes enemigos en órdenes bipolares, generar casi que una cultura y un imaginario social que vive atrapado en su seno, han logrado como lo hemos sufrido desmontar revoluciones al interno de ellas, entonces hay algo que sobre lo cual no tienen verdadero dominio al menos en el sentido moderno, cuántico y multidensional en que se ejerce el mismo desde los tiempos posindustriales: se trata de un gran déspota que en realidad no domina realmente su mismo territorio y en el fondo ni le interesa, está en permanente fuga y desterritorialización, acto que explica que ese modelo haya podido llegar a la perversidad de convertirse en un orden mafioso como pocos.
Por tanto después de décadas perdidas podemos decir que las derrotas nos dejan bien claro que cualquier estrategia revolucionaria pasa por pensar, fabricar, y activar una estrategia organizada para apoderarnos y liberar por primera vez esta «tierra de nadie»: eso nada tiene que ver con apropiación estatista por parte de «cúpulas liberadoras» de rentas, petróleo, riquezas energéticas y mineras, aunque lo implique su subsuelo, y de hecho cambia por completo nuestra visión de mundo y política. Si no hemos liberado ese territorio mucho menos lo podremos hacer tomado por encima sus productos codiciados; allí todos nos convertimos en un Diosdado más. Cabello, como todas y todos lo personajes famosos de ese Estado Mafioso, es el producto natural aunque extremo del mismo modelo que nos ha pisoteado por décadas.
Pasamos entonces al punto 2 de esta serie reflexiva, precisando las dinámicas internas de despotismo territorial, o la formación del «territorio roto» sobre una tierra y su población que vienen produciéndose.