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La fuerza principal

Fuentes: Rebelión

Lo comentaba hace un par de días en una asamblea popular en Palo Negro, Aragua, y lo reitero por esta vía: con todo y sus limitaciones, es innegable el enorme impacto que han tenido los consejos comunales en el proceso de democratización de la sociedad venezolana. Ha sido tanta su influencia, ha sido tan decisivo […]

Lo comentaba hace un par de días en una asamblea popular en Palo Negro, Aragua, y lo reitero por esta vía: con todo y sus limitaciones, es innegable el enorme impacto que han tenido los consejos comunales en el proceso de democratización de la sociedad venezolana. Ha sido tanta su influencia, ha sido tan decisivo el hecho mismo de su creación y multiplicación, que sus efectos políticos sólo es posible compararlos con el producido por figuras más clásicas de participación, como los sindicatos e incluso los partidos políticos.

Sobre ellos ha llovido mucho fuego enemigo. Por citar sólo un ejemplo muy reciente, en el documento Lineamientos para el Programa de Gobierno de Unidad Nacional (2013-2019) se les atacaba con virulencia: «Ellos deben ser deslastrados de todo sesgo ideológico-partidista así como de toda confusión que los configure como instancias híbridas que terminen asumiendo funciones públicas que le (sic) son ajenas». Para el antichavismo, el mejor consejo comunal es el que no existe… o el que está bajo su control.

En campo amigo también se les mira con recelo. Con alguna frecuencia, militantes de izquierda con una formación política más bien tradicional se refieren a ellos como instancias más bien «primarias» de organización, en las que confluyen fundamentalmente personas que nunca en su vida participaron en política, para resolver cuestiones «básicas» que afectan a la comunidad.

En las instituciones, por supuesto que sí, muchas veces identificamos esta misma lógica de razonamiento, pero llevada al extremo: en líneas generales, esa porción de pueblo reunido en torno a la figura de consejos comunales vendría a ser una suerte de pedigüeñería organizada, que actúa amparada por la ley, que en el mejor de los casos «ayuda» al Estado a ocuparse de los asuntos de los que jamás se ocupó y le permite llegar a lugares a los que nunca llegó.

Sin duda alguna, en cada uno de estos casos, más que de diagnósticos de la situación, se trata de opiniones determinadas por prejuicios, cuando no de posiciones políticas disimuladas a duras penas, y que dejan entrever una honda desconfianza en el pueblo organizado.

Se dice mucho que hay que tomar todas las previsiones contra la idealización del pueblo, y eso es correcto. En muchos consejos comunales vemos reproducirse las prácticas de la vieja cultura política: clientelismo, oportunismo, sectarismo, «voceros» que realmente actúan como representantes y, peor, como jefecillos que deciden a diestra y siniestra sin consultar a nadie. Hay consejos comunales que sólo buscan el beneficio de unos pocos, de manera que ya no hablaríamos de beneficios propiamente, sino de privilegios.

Pero con muchísima más frecuencia nos conseguimos con un contingente realmente formidable de líderes y lideresas entregados a la lucha por transformar su entorno inmediato, su país y el mundo; líderes y lideresas que militan a sol y sombra, que convocan, movilizan, organizan y prestan su voz para traducir las demandas populares ante las instituciones. Podría decirse que ellos integran las primeras líneas de lucha popular. La verdadera vanguardia.

Con ellos es vital (literalmente, porque en esto se le va la vida a la revolución bolivariana) establecer sólidas alianzas, desde las instituciones. Muchos lo han comprendido, pero todavía hay demasiado funcionario que no lo comprende. Todavía hay mucho funcionario indolente, pusilánime, prepotente, que ve en el pueblo un sujeto de asistencia, un «inválido», al que hay que enseñarle cómo conducirse en todo y para todo.

Luego de un intenso mes de gobierno en la calle que nos ha llevado hasta Zulia, Miranda, Táchira, Barinas, Anzoátegui, Bolívar, Vargas, Aragua y Carabobo; luego de mucho observar, escuchar y palpar; luego de haber saldado cuentas con mis propios prejuicios, puedo decir que creo haber entendido la apuesta del comandante Chávez, cuando decidió convocar al pueblo a que se organizara en consejos comunales.

Lo que estaba en juego, primero que nada, era la creación de un lugar de encuentro de los comunes, de aquellos que nunca participaron en política porque nunca creyeron en ella, porque ésta fue siempre sinónimo de trampa, rencillas, mentiras. Y si participaron, la experiencia casi siempre fue poco estimulante, más bien traumática, decepcionante. Es a este pueblo al que convoca la revolución bolivariana, con Chávez a la cabeza. Será este pueblo el que constituya el chavismo, el sujeto político más potente en la historia de Venezuela.

Con los consejos comunales nunca se trató de nivelar por debajo, sino de incorporar a los de abajo, garantizarles un espacio, un lugar.

Luego, sí, está el asunto de los recursos. Los consejos comunales como espacios a través de los cuales el Estado debía comenzar a distribuir la renta. Todo el costo político asociado al impacto que pudo haber tenido el manejo directo de recursos por parte de comunidades organizadas (la malversación, la mala administración, la interrupción de procesos organizativos en ascenso) es muy inferior a la extraordinaria ganancia política que supone haber dado inicio a experiencias de autogobierno popular. Más allá de los errores e incluso de retrocesos puntuales, la señal del comandante Chávez era clara: esta revolución va en serio y aquí le estamos apostando a la construcción de una nueva sociedad. Aquí le estamos apostando al cambio revolucionario.

Si bien hay otras formas de organización popular, la de los consejos comunales es una que tenemos que cuidar y acompañar especialmente. Es fundamental un análisis profundo de su funcionamiento. Debemos ser capaces de producir un saber sobre estos asuntos decisivos, que nos ayude a identificar y solucionar problemas.

El Presidente Nicolás Maduro nos ha convocado a pensar y a discutir sobre el tema del «gobierno socialista», y es una convocatoria que no podemos eludir. Debemos superar nuestra inclinación a discutir sobre política en abstracto, sin tomar en cuenta las prácticas de gobierno. Gobernar equivale a prácticas, lógicas de razonamiento y por supuesto a fuerzas. Sucede con frecuencia que unas ciertas lógicas de razonamiento nos gobiernan, y éstas lógicas inducen prácticas que nos gobiernan igualmente, y un buen día despertamos siendo gobernados por fuerzas que no son las nuestras.

¿Qué lógicas de razonamiento están detrás de nuestras políticas hacia los consejos comunales? Ese es un tema de primer orden para los revolucionarios. Sin embargo, con demasiada frecuencia nos encontramos discutiendo sobre banalidades, cediéndole espacio a la intriga y el fraccionalismo, inventándonos claudicaciones inexistentes, cuando deberíamos estar discutiendo sobre las prácticas que nos permitan crear las condiciones para que nuestro pueblo sea cada vez más fuerte. Para que siga siendo la fuerza principal. La fuerza que nos gobierne, para que esta revolución no dé marcha atrás.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.