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La globalización desigual

Fuentes: IPS

La glamorosa apariencia de la ciudad de Gurgaon, en el noroccidental estado indio de Haryana, esconde una historia de trabajadores explotados y protestas silenciadas. Quien observe los edificios de cromo y cristal que pululan en esta urbe puede caer en la fácil tentación de creer que la globalización llegó a este lejano rincón del mundo, […]

La glamorosa apariencia de la ciudad de Gurgaon, en el noroccidental estado indio de Haryana, esconde una historia de trabajadores explotados y protestas silenciadas.

Quien observe los edificios de cromo y cristal que pululan en esta urbe puede caer en la fácil tentación de creer que la globalización llegó a este lejano rincón del mundo, donde apenas una década atrás araban los campesinos y pastaban los búfalos.

Hoy, gracias a gran cantidad de cuestionadas concesiones ofrecidas por el gobierno local a inversores transnacionales, Gurgaon aparece en la dirección postal de muchas marcas de ropa, automóviles y aparatos electrónicos más conocidas del mundo.

Puneet Kumar se muestra satisfecho. El gerente general de WIPRO Technologies –empresas líder del mercado del diseño de teléfonos celulares– se acaba de mudar a una lujosa residencia en Gurgaon para vivir cerca de su oficina.

«Necesitamos vivir y trabajar en un ambiente equiparable con los mejores del mundo», opinó.

Su salario carece de cualquier relación con el ingreso anual por habitante de India, que asciende a apenas 800 dólares anuales en India. En ese caso, no podría llevar el estilo de vida que lleva, comparable al de cualquier profesional del Norte industrial.

Pero no todos están igual de satisfechos. Los brillos en la fachada de esta ciudad, construida sobre la base del comercio y el éxito exportador, ocultan una historia de explotación laboral y protestas.

«¿Qué tipo de vida cree usted que vivimos?», respondió Sunita, obrera en una fábrica de ropa de una marca de renombre, cuando IPS le preguntó acerca de la situación de los trabajadores en Gurgaon.

Sunita trabaja 12 horas por día de pie y su función consiste en cortar hebras ininterrumpidamente. Almuerza en su único descanso, de 15 minutos. Cada visita al baño motiva la mirada de desaprobación y malestar de su supervisor, asegura.

El trabajo, que unas veces consiste en cortar hebras y otras veces en cortar telas o coser botones, es mecánico y fragmentado, de modo que la participación del obrero en el producto final es ínfima.

Las prendas que fabrica Sunita están destinadas al mercado europeo.

Las mujeres con bebés pequeños afrontan un momento duro. Deben apresurarse para llegar a casa –habitualmente chozas de un barrio cercano, invisible desde la fábrica–, alimentar a sus hijos y volver, también apuradas. «No hay otra opción que trabajar así», dijo Mohsina, otra obrera.

Los problemas de salud y psicológicos son abundantes entre las mujeres, pero a nadie parece importarle.

El inspector que supervisa las condiciones laborales en la planta es tratado como un invitado por la administración, afirmó su colega. «Apenas nos enteramos (de antemano) cuándo viene y cuándo se va», agregó.

La frialdad del gobierno hacia la apremiante situación de los trabajadores quedó en evidencia en julio, cuando obreros de una fábrica subsidiaria de la gigante automotriz japonesa Honda fueron brutalmente golpeados por la policía local por ir a la huelga y manifestarse cerca del lugar.

Alrededor de 63 personas fueron encarceladas y muchas resultaron heridas. La policía identificó a los dirigentes sindicales.

Lo que salvó a los obreros fue la intervención de los partidos comunistas de India, de los que depende la coalición gobernante –encabezada por el centroizquierdista Partido del Congreso– para permanecer en el poder.

Los comunistas lograron la liberación de los trabajadores bajo fianza, pero el gobierno del estado de Haryana aún no retiró las acusaciones pendientes contra ellos. Los sindicalistas sienten que las autoridades locales han estado abiertamente del lado de las empresas exportadoras.

«Apenas hay una señales de formación de un sindicato, el gobierno toma medidas drásticas. Tratan de crear una fobia, insinuar a los trabajadores que algo les podría pasar si se les permitiera unirse», dijo Satbir Singh, secretario del Centro de Sindicatos de India, en Haryana.

Según el presidente del Centro, M. K. Pandhe, los empleados de servicios sobre tecnologías de la información y similares –como los «call centers», centros de atención telefónica para usuarios de productos radicados en el exterior–, son más vulnerables a la explotación porque las leyes laborales vigentes no se aplican a ellos.

«Esos obreros trabajan extenuantes turnos de 12 horas, y se les muestra la puerta si hablan sobre sindicatos», afirmó.

Se espera que las ganancias de India procedentes de los programas informáticos y los servicios en 2005 asciendan a unos 17.900 millones de dólares. Además, India exporta cada año 7.000 millones de dólares de ropa.

Las exportaciones de vehículos automotores entre abril y octubre de 2005 superaron 33,4 por ciento las del mismo periodo del año anterior, según la Sociedad de Manufacturadores Automotrices Indios (SIAM).

El gobierno considera que la industria es clave para el crecimiento económico, pero poco puede esperarse de la en términos de mejora de las condiciones laborales.

Un proyecto de ley a estudio del parlamento, por ejemplo, prevé eliminar las visitas de inspectores estatales e introduce, en su lugar, un mecanismo de autocertificación por parte de los propietarios de las unidades de producción.

Detrás del brillo, la agitación crece en varias partes de Gurgaon. Los trabajadores se agrupan cada vez más y demandan el derecho de asociación.

«Queremos que las leyes laborales sean uniformes y no que se apliquen selectivamente a una industria en particular, ya sea que esté orientada a las exportaciones o no», dijo D. Raja, secretario nacional del Partido Comunista de India (CPI), refiriéndose al «asunto Honda»