Pierre Rousset, uno de los protagonistas de Mayo del 68, activista hasta el día de hoy, miembro de la Cuarta Internacional y especialista en los movimientos de lucha asiáticos, habla sobre los éxitos, derrotas y herencias de 1968.
Pierre Rousset, activista y militante del Nuevo Partido Anticapitalista de Francia. DAVID FERNÁNDEZ
Pierre Rousset, uno de los protagonistas de Mayo del 68, activista y militante de la Liga Comunista Revolucionaria y posteriormente del Nuevo Partido Anticapitalista, miembro de la Cuarta Internacional y especialista en los movimientos de lucha asiáticos, desgrana para El Salto los éxitos, derrotas y herencias de 1968, analiza las luchas actuales y apunta lo que se puede aprender de los movimientos de resistencia en el Sur.
Miremos Mayo del 68 en perspectiva: ¿cuál es el balance después de 50 años? ¿Qué cambió realmente y en qué fracasó?
Hay tres tiempos: primero Mayo del 68 en sí mismo. Nuestra organización, la Juventud Comunista Revolucionaria, y algunas organizaciones de extrema izquierda de la época habíamos visto que había huelgas muy duras de jóvenes y nos dijimos que los estudiantes podían jugar un papel de chispa para ampliar el movimiento. Esto tuvo éxito más allá de todo lo que habíamos previsto, incluso empezando ya muy tarde en el curso escolar, y nunca pensamos que desembocaría en la mayor huelga general que haya conocido Francia.
Luego hay un segundo tiempo, que abrió una época con muchas posibilidades. El poder gaullista estaba profundamente resquebrajado, y de hecho, De Gaulle acabaría dimitiendo. Todo el mundo estaba en ebullición: el mundo entero tenía un espíritu revolucionario, había luchas y contrarrevoluciones y represión. Y pensábamos que teníamos algunos años para construir los instrumentos que permitieran ir más allá de Mayo del 68, y por tanto plantear la cuestión del cambio de sociedad, la revolución.
No pensábamos que Mayo del 68 era la revolución, porque éramos trotskistas, leninistas, y no había partido para hacerla. También éramos muy prudentes con la violencia. Nos dijimos que había un espacio que no sabíamos cuánto iba a durar pero en el que podíamos ir más allá de las posibilidades abiertas por Mayo del 68. Y militamos para intentar construir todo lo posible en ese periodo cuya duración desconocíamos.
Había represión, había también una ebullición general y está el giro que se dio en Europa y en el mundo: en Europa, con el fin de la dinámica de la Revolución de los Claveles en Portugal, la transición democrática del postfranquismo hacia la constitución de 1978 controlada por la burguesía, las posibilidades se reducen; y en el mundo, con la guerra entre Vietnam, Camboya, China, con el apoyo de los estadounidenses, hay un periodo que se cierra. En los años 80 fuimos derrotados, nuestra generación fue derrotada, en Francia de manera dulce por Mitterrand, brutalmente en Inglaterra con Thatcher… En el mundo muchos dirigentes de luchas de liberación nacional fueron asesinados. A nivel internacional, en Europa occidental, en Europa del Este y en el Tercer Mundo hay ritmos diferentes, pero nuestra generación fue vencida.
Lo que vemos después no es la herencia del 68, es la herencia de una derrota. La diferencia es muy importante. Por ejemplo, el desarrollo de la mundialización neoliberal tras la explosión del bloque soviético no es en absoluto una consecuencia y una herencia de Mayo del 68, sino una consecuencia de nuestra derrota, cuyo precio ha sido exorbitante. Luchábamos por las libertades individuales, pero uníamos completamente libertades individuales y derechos colectivos, los dos iban juntos. Tras nuestra derrota, el tema de las libertades individuales es utilizado para destruir los derechos colectivos.
Ahí fracasamos radicalmente y tardamos tiempo en entender hasta qué punto, pero eso no quiere decir que la herencia desapareciera completamente.
¿En qué sigue esa herencia?
En Francia, a principios de los años 90, se desarrolló lo que conocimos como los nuevos movimientos sociales, los movimientos de parados, porque el paro se convierte en una realidad permanente de masas, el derecho a la vivienda porque la cuestión de la vivienda afecta a capas cada vez más amplias de la sociedad… En todos los movimientos encontramos a gente que había militado en Mayo del 68. En Francia hay a la vez grandes debilidades en la oposición a la presidencia de Macron, pero a la vez hay ebullición. Hay un abismo entre el rechazo de la situación por capas muy amplias y la capacidad de movilizarse. Pero este 50 aniversario de Mayo del 68 es mucho más importante a nivel político que el 20 o 25 aniversario, y la diferencia con aniversarios anteriores es que la lucha social está en el corazón de la reflexión.
Creo que el mundo ha cambiado, las cosas no se repiten de la misma manera, lo que decíamos políticamente en la época de cómo formular la desobediencia ha evolucionado, así es que no hay un modelo que podamos buscar en Mayo del 68, ya no hay bastión de la clase obrera en el automóvil, la aviación, etc. Todo ha cambiado, pero hay una influencia del 68 que sigue ahí, o que en cierta medida se ha reavivado, porque hay algo insoportable en el régimen actual igual que había algo insoportable en la Francia de la época. Seguramente imagináis en España que Francia era un país normal mientras que España estaba bajo el franquismo, pero no es así: el gaullismo en Francia nació de un golpe de Estado, bajo amenaza de intervención militar, no era para nada un país normal y explica en cierta medida Mayo del 68. No era una dictadura, pero era un país donde un Ejército faccioso en la guerra de Argelia impone a De Gaulle a las instituciones como presidente bajo la amenaza. Dijeron «o De Gaulle se convierte en presidente o desembarcamos en París, todos los planes están listos». Ante estas amenazas las instituciones se inclinan y nombran a De Gaulle presidente, y eso no es un país normal.
En ciertos ámbitos se habla de Mayo del 68 francés como una revolución pequeño-burguesa en comparación con otras revueltas que se dieron en el mundo. ¿Qué fue realmente?
Es una gran tontería. Quien dice eso olvida en primer lugar la huelga general. Hay algo en el Mayo del 68 francés que es único, lo que no quiere decir que sea mejor. Hay un encadenamiento: la juventud se radicaliza a partir del 65, y el motivo de la radicalización es la Guerra de Indochina, el sentimiento de injusticia y de terror de la escalada americana sobre Indochina y sobre Vietnam. En segundo plano hay más: está la Guerra de Argelia, que acabó en 1962. Hay que entender qué es el Ejército francés, que durante la Batalla de Argel torturó masivamente, no utilizó la tortura para hacer hablar, sino para aterrorizar y gobernar bajo el terror. Los representantes del Ejército francés fueron invitados a América Latina y a los Estados Unidos para explicar cómo habían llevado a cabo esa política de torturas. Eran especialistas reconocidos como tales a escala internacional. Ese Ejército ha continuado y es el mismo que cubrió el genocidio de los tutsi, que salvó a los genocidas de los tutsi en Ruanda en 1994. Para nosotros, cuando supimos el tema de la tortura en la Batalla de Argel, fue una ruptura moral. Se produjo una ruptura total.
Tras esto, había un desarrollo profundo de la sociedad pero que no se traducía en modelos diferentes de control. Bajo el Gaullismo hubo un desarrollo enorme del asalariado, que pasó a ser el 75% de la población, y de este asalariado, 50% son obreros industriales. Sin embargo, el régimen de los patronos en las empresas no cambia. Hay jóvenes campesinos que se convierten en obreros, pero es un periodo en que los asalariados no tienen ningún reconocimiento en la empresa, no hay sindicatos, ninguna organización de asalariados tiene derecho a existir en las empresas, incluidas las del sector público, como Renault. Hay ese abismo entre una sociedad que socialmente se transforma y un régimen gaullista institucional, un régimen patronal en las empresas que no se mueve. Nuevos ataques se preparan, el paro empieza a aparecer.
Cronológicamente la radicalización política de la juventud escolarizada empieza despacio en 1965 y rápido con la Guerra de Indochina, y el medio estudiantil empieza a cambiar. Ya hay muchos hijos de entornos populares que llegan a la universidad. Y hay explosiones de lucha, de huelgas, que se desarrollan en Francia en 1966, 1967 y sobre todo en 1968, y son huelgas muy duras. Las primeras barricadas son de la juventud obrera antes que de la juventud estudiantil, y es de ahí que nos viene la idea de la chispa estudiantil, porque vemos esas luchas obreras desarrollarse y nos reconocemos en ellas, y nos decimos que, para que se generalice, la fuerza de choque estudiantil debía «incendiar la pradera».
Y además, ¿qué es Mayo del 68? ¿Qué particularidad tiene el caso francés? Durante varias semanas, toda Francia está en huelga. No es sólo la mayor huelga de la historia de Francia, siete millones de huelguistas sobre la población de aquella época, no es sólo una huelga de empresa, todo el mundo para, todo el mundo respira. La especificidad francesa no es simplemente la huelga ni las barricadas estudiantiles que prenden fuego a la «pradera social», es sobre todo que durante varias semanas hay un paro general de trabajo en Francia. Toda Francia necesitaba respirar. Esto está ligado a la explosividad… Toda la sociedad francesa de la época era represiva, asfixiante. Las cosas no se movían poco a poco, así es que los plomos saltaron: es más que una huelga general, así es que decir pequeño burgueses cuando todo el mundo paró y empezó a reivindicar, es una reescritura de la historia total. Es muy interesante ver cómo la ideología a posteriori puede borrar acontecimientos tan importantes como la huelga general en todo el país.
Os acusaban de ser violentos, pero habláis de la violencia preexistente, de la violencia del Estado. ¿Qué reflexiones se hicieron entonces sobre cómo oponerse a esa violencia?
Hay varios periodos. Antes de 1968, en 1968 antes del 24 de mayo, después del 24 de mayo y en los años posteriores. Y en cada momento hay problemas diferentes sobre la violencia. Nosotros la violencia no la creamos. Pero no se trata sólo del discurso general sobre «el Estado es violento, la sociedad es violenta». No es eso, pero sí está en un segundo plano. La Guerra de Argelia era muy violenta, y no era nuestra violencia, sino la violencia colonial. Y el Ejército ya he dicho que era un Ejército faccioso, capaz de todo, incluido de crear la Organización del Ejército Secreto (OAS). Una vez que De Gaulle cambió su política y decidió firmar acuerdos de paz en Argelia y negociar las condiciones de la paz, en favor de Francia, siguió de todos modos la OAS y De Gaulle escapó por poco a la muerte tras un atentado.
Los que estaban antes que nosotros vivieron la resistencia a la Guerra de Argelia, y era muy importante porque algunas corrientes trotskistas, algunas corrientes del «tercermundismo», cristianos de izquierdas y personalidades del PC organizaron el apoyo al FLN, y eso fue un paso para crear alianzas durante la Guerra de Vietnam y Mayo del 68.
Cuando me convertí en estudiante en 1965, los grupos fascistas estaban muy activos, sobre todo Occident (Occidente), y después Ordre Nouveau (Orden Nuevo). Todos los días nos atacaban, en los mercados, delante de las facultades, en los restaurantes universitarios. Nos atacaban físicamente. Yo me inscribí en la facultad de Ciencias Económicas, que se encontraba en el mismo edificio que Derecho. Ciencias Económicas estaba más bien a la izquierda y Derecho, a la derecha. Y todos los días había batallas. En esa facultad, mayoritariamente las perdíamos. Yo era un objetivo de Occident y ya no podía acercarme a la facultad si no quería que me dieran una paliza, por lo que tuve que migrar a otra facultad. Ya no podía pasar por ciertas calles. Ése es el mundo en el que me convertí en militante, un mundo en el que constantemente teníamos que protegernos de los ataques de los fascistas.
Nuestra política era oponer una resistencia colectiva a los ataques… A veces también atacábamos, la mejor defensa a veces es el ataque. Pero había dos percepciones completamente diferentes entre los fascistas y nosotros sobre la confrontación. La nuestra era más bien una confrontación de grupo, de coherencia de grupo, y la suya era una confrontación de individuos entrenados en artes marciales, con puños americanos y barras de hierro. A mí me fracturaron el cráneo. Algunos dicen que esto explica ciertas cosas, pero las malas lenguas dicen que no es verdad, porque yo ya era así antes (Risas).
¿Y en el 68?
Después llegó el 68. Nosotros queríamos la confrontación con la policía para que saltara la chispa. Desgraciadamente en París el prefecto de la policía, que era muy astuto, no nos dio esa posibilidad, nunca encontrábamos una barrera policial. Y llegó mayo, los exámenes parciales. Nos dijimos: se acabó esta vez, ya veremos en septiembre, es demasiado tarde, ahora todo el mundo se va a poner a preparar a la desesperada los parciales. Yo voy a la Sorbona para buscar unas fotocopias para preparar los exámenes. Hay una pequeña asamblea de los estudiantes de Nanterre que han sido expulsados de la facultad de Nanterre, me paro a escucharlos, entra la policía y nos llevan a todos. Formo parte de los detenidos del 3 de mayo, cuando todo empieza, porque estaba en la Sorbona para buscar unas fotocopias.
Habíamos previsto una chispa estudiantil, pero empezó cuando no lo esperábamos. Y ahí se produjo una dinámica que fue más allá de lo que habíamos pensado. Hay una dinámica hiperradical espontánea porque la Sorbona estaba ocupada por la Policía y hay que liberarla. La rodeamos y nos quedamos, hay cargas de policía muy violentas y las barricadas se construyen. Mi impresión es que nadie dio nunca la orden de hacer barricadas, pero nos pusimos a construirlas.
No pensábamos que era la revolución. No queríamos que hubiera muertos. No queríamos que la violencia sobrepase la potencialidad del momento. Incluso protegimos una armería, aunque en realidad nadie quería romperla. El prefecto en sus memorias reconoce que hay elementos de todas las partes que moderaron el grado de violencia: él desde la policía y varias organizaciones, entre los manifestantes.
El clima cambió el 24 de mayo. Hubo un muerto, el comisario de policía Lacroix, en Lyon. La acusación contra dos jóvenes es que voluntariamente lanzaron un camión contra él. estuvieron dos años en prisión y finalmente fueron absueltos. Se puede ligar este primer muerto a nuestra acción pero fue involuntario, y la justicia los absolvió completamente de la voluntad de matar o herir. Después hubo varios muertos: Gilles Tautin, un estudiante maoísta, varios obreros… y todos esos muertos están ligados a la acción de la policía contra las huelgas obreras que perduran, como en Renault Flins y Peugeot Sochaux.
Y las organizaciones de extrema izquierda son disueltas en junio. Me llevan a prisión por reconstitución de Liga disuelta y nos llevan ante el Tribunal de Seguridad del Estado, lo que no es normal, es como estar ante un tribunal antiterrorista hoy. Finalmente el juicio no tuvo lugar.
Y la violencia después. Es un momento muy represivo en el mundo: Martin Luther King es asesinado en Estados Unidos, pero también Robert Kennedy. La advertencia era clara. Rudi Dutschke en Alemania casi muere en un ataque y sobrevivió pero murió años después por las secuelas de sus heridas.
Y en París todas las manifestaciones estaban prohibidas. El Barrio Latino estaba controlado por las fuerzas del orden. Nosotros nos reconstituimos públicamente como los Comités Rojos, porque el periódico se llamaba Rojo, y es más difícil prohibir algo ligado a la prensa que algo político.
Las manifestaciones eran clandestinas. Y pusieron a trabajar a los famosos equipos de voltigeurs, que son policías en moto con un policía que conduce y otro que pega con la porra. Hubo un muerto en 1986, un chico que salía de un club de jazz y no tenía nada que ver con las manifestaciones estudiantiles de aquel momento, y los voltigeurs fueron disueltos.
Pasaban muchas cosas públicas: la crítica de la sociedad, la segunda ola de feminismo, el principio de distintos movimientos, la reflexión crítica sobre todo, pero a la vez nosotros teníamos la entrada prohibida a muchos países. Si queríamos cruzar las fronteras, teníamos que ser discretos. Había soldados americanos que desertaban las bases americanas en Alemania y había redes que los ayudaban a marcharse a Canadá. Si queríamos hacer cosas como viajar para encontrar a otros movimientos, o tener contactos más allá de los pirineos o ayudar a los americanos a irse a Canadá, hacía falta estructuras.
Otro tema importante es por qué en Francia no ocurrió lo que pasó en Italia o Alemania. Por qué no hubo guerras «privadas» de ciertos grupos contra el Estado o la sociedad. Porque ninguna de las organizaciones importantes del 68 lo quería. Nosotros nunca quisimos una escalada de la violencia. Pensábamos que el Estado lo haría y habría que prepararse. Cuando el Estado cesó, dejamos de prepararnos.
Cincuenta años después, Europa se ha convertido en un espacio económico predador, un espacio político insolidario, se está produciendo un empuje de la extrema derecha y el pesimismo parece ganar terreno. ¿Cómo responder a esta crisis estructural, de fin de ciclo neoliberal? ¿Hay aún chispas de esperanza?
Pienso que hay una esperanza pero las condiciones para que esta esperanza florezca no son fáciles de reunir. Es todavía peor en Francia que aquí, donde tenéis movimientos inmensos, las movilizaciones de mujeres han sido absolutamente impresionantes. Pienso que, hablando de Francia, llegamos a una situación de ruptura, con la huelga de los ferroviarios, la huelga del sector cuidados a personas mayores dependientes, un inmenso malestar en los hospitales… Hay austeridad, austeridad, austeridad, y se llega a un punto en que van a destruir todo lo que son servicios públicos, los han debilitado, reducido y ahora van a destruirlos.
Hay un contraste enorme entre el sentimiento expresado por sectores extremadamente amplios, pues se llega a un punto en que la catástrofe se extiende, y la capacidad de movilización. Incluso entre los ferroviarios, que tienen una gran capacidad de movilización, pero no funciona. Detrás de todo esto está el precio de nuestra derrota. Hay una esperanza socialista que se ha empañado porque la historia ha sido la que ha sido y ha habido una pérdida de referentes, ha habido un cambio de periodo y generación y un cambio de las relaciones de los jóvenes con la historia y la política.
Cuando entramos nosotros a la actividad política, estábamos apasionados por la historia de las luchas porque la historia era el único laboratorio en el que podíamos pensar las luchas, no teníamos experiencia, y sobre eso empezamos a acumular nuestra propia experiencia. Ese lazo entre la reflexión sobre la historia como laboratorio de luchas y el presente no existe ya. Da la sensación de que para los jóvenes el pasado simplemente ha pasado. No hay que repetir tal cual todo lo que pensábamos, decíamos o hacíamos, pues todo ha cambiado, pero se vuelve a empezar en el plano de las enseñanzas políticas desde muy bajo, puesto que ya no está ese lazo con las experiencias pasadas, y eso creo que es un talón de Aquiles.
Hay una manera de militar a la carta: estoy muy activo en algunos momentos, muy pasivo en otros, mucho tiempo en las redes sociales, no mucho tiempo en la calle… Y está la cuestión del arraigo social, que no se percibe como clave, pero el arraigo social en una sociedad precarizada no es lo mismo que en una sociedad donde no hay precariedad. Esa obsesión que teníamos del arraigo social no está presente hoy, al menos en Francia está muy poco presente.
Algunos se adaptan muy bien a esto, los que han hecho su nicho en luchas y críticas parcelarias, pero hay que cambiar el sistema incluso más que antes, porque además de la crisis social está la crisis ecológica, y vamos hacia el desastre total. No cambias el sistema sin un pensamiento político y una reflexión estratégica. No tengo nada contra las experiencias locales, creo que son muy importantes, también para arraigar la lucha, acumular experiencias, pensar formas de resistencia, y creo que las formas territoriales de resistencia son clave ahora, mucho más de lo que eran antes, también porque ya no hay bastiones obreros. Así es que estoy a favor de la renovación de las formas de lucha, las convergencias, las resistencias, las alternativas, las prácticas… Pero hay una especie de marcha atrás en la construcción de una reflexión política y una visión estratégica, y creo que ha alcanzado límites, y eso se ha producido con el cambio del mundo y es uno de los aspectos de nuestra derrota.
«Después de la esperanza, el desaliento, y un punto de inflexión para la izquierda radical en Europa», escribió usted sobre la experiencia de Syriza en Grecia. ¿Qué pasa con los partidos de la izquierda europea que pugnan por gobernar? ¿Se puede lograr una transformación social desde la institución?
No creo que se pueda hacer una transformación social desde la institución, pero eso no quiere decir que no nos presentemos a las elecciones. Pienso que el centro de gravedad de una organización que se quiere revolucionaria o quiere transformar la sociedad es el arraigo social. Ser potente en las instituciones y débil en arraigo social es entrar en una contradicción extremadamente difícil. Puede pasar, y es un poco lo que ha pasado, en Grecia, en España, en Francia con la France Insoumise, donde hay un desfase entre el momento de las grandes movilizaciones sociales y el contragolpe electoral con el que una izquierda más o menos radical es elegida. No es simultáneo. Eso es una dificultad objetiva, es una situación complicada.
En segundo lugar, puedes encontrarte en una situación contradictoria de tensión, sobre todo cuando eres más fuerte en el plano institucional que en el plano social, y eso es muy peligroso. Es lo que pasó con la izquierda del PT en Brasil y eso explica muchas cosas. La elección está clara. Tsipras y la dirección de Syriza deberían haber elegido ser derrotados, recibieron el mandato de aplicar un programa, fueron validados por un referéndum y se convirtieron en los agentes de la contrarrevolución, y eso es lo peor de todo. Es mejor resultar perdedor y organizar la resistencia en la oposición. Era una elección muy sencilla. Se trataba de decir no a la UE, «si somos vencidos, lo somos, organizamos la resistencia social y política, pero no somos nosotros quienes cargan con la responsabilidad de las reformas austeritarias que se llevaron a cabo», porque cuando haces eso te desarmas completamente.
Después creo que hay una situación muy complicada en un país como Francia. La idea de que hay que presentarse siempre a todas las elecciones no me convence. Primero, cuesta caro y una parte importante de tu dinero, de la preocupación de tus direcciones, de tus fuerzas se ponen en un combate perdido en Francia. Hay quienes piensan que es todavía importante que una verdadera izquierda se presente a las elecciones, y hay quienes piensan que las elecciones son siempre lo mismo, sea cual sea el resultado de los votos, son las mismas políticas… Yo pienso que ahora la cuestión es muy complicada. Estoy a favor de no abandonar el campo político-electoral como campo de batalla, pero sólo en las condiciones en que las fuerzas que se van a emplear merezcan la pena. Hace falta que la mayoría de los esfuerzos de los militantes y de las direcciones sea por el arraigo social y no por la batalla electoral.
¿Hace falta autocrítica de los partidos políticos de izquierdas sobre la desconexión de la realidad en la calle?
Sí. Creo que hay distintos niveles. Hay niveles profundos que no dependen de la organización, hay una verdadera victoria del neoliberalismo, que ha introducido concepciones individualistas neoliberales muy difundidas, hay una generación para la que aquello por lo que luchábamos, el trabajo a jornada completa e indefinido, ya ni se concibe como algo a conseguir, sino más bien cómo te las apañas con los trabajos múltiples, precarios, sucesivos, etc.
Pero además de estas cuestiones profundas, si miras la France Insoumise, de Mélenchon, no quiere un verdadero arraigo social, porque eso significa que tiene que haber representaciones de tu arraigo social, y una «dirección» que proceda o sea validada por ese arraigo. En ese caso, la France Insoumise debería vivir con muchos polos de dirección cuya historia esté ligada a ese arraigo, y es algo que Mélenchon no quiere…
¿Mélenchon no es una alternativa? ¿Qué autocrítica hace, también, el Nouveau Parti Anticapitaliste, en el que usted milita, y que se encuentra tremendamente debilitado?
Antes de tirar la piedra a Mélenchon, debo tirarnos la piedra a nosotros [el Nouveau Parti Anticapitaliste]. Si Mélenchon ha podido ganar como ha ganado un gran espacio electoral y una representación parlamentaria que no es tan amplia pero le permite tener un grupo, es primero porque nosotros hemos fracasado, y no hemos fracasado por su culpa. Debemos reflexionar sobre nuestros propios fracasos y nuestros éxitos. Estamos muy debilitados. Todas las organizaciones de extrema izquierda lo están. La LCR [Ligue Communiste Révolutionnaire] ya no existe. Se dice que está en el NPA, pero el NPA no es la continuidad de la LCR, que ha desaparecido completamente. Y aquellos que han dejado el NPA para construir otra cosa tampoco son la continuación de la LCR. La LCR estaba ya minada en el interior cuando lanzamos el NPA, que no era una mala idea, pero que no funcionó como pensábamos.
La France Insoumise ha ganado la apuesta en cierta medida en el plano del reagrupamiento político de la izquierda radical, primero porque nosotros fracasamos, y también porque sintieron el momento, como Macron.
En las últimas movilizaciones, se ven dos posibilidades. La France Insoumise puede ponerse al servicio de un agrupamiento que se ha expresado en las manifestaciones recientes y en el que hay sindicalistas, formaciones de extrema izquierda, asociaciones múltiples, que puede ser el marco en el que lo político y lo social se encuentren, pero eso significaría que la France Insoumise no impone su hegemonía.
En la manifestación del 5 de mayo, que fue convocada al margen de la France Insoumise por un colectivo de organizadores amplio, y Mélenchon y la France Insoumise llevaron un gran autobús de dos pisos que dominaba físicamente toda la manifestación y en el que Mélenchon arengaba a las masas. La visibilidad estaba completamente secuestrada por ese autobús.
Las fuerzas son débiles. Incluso el arraigo social de la France Insoumise es débil. Hay un éxito electoral, pero ya conocemos esta historia, ya la hemos visto antes. Es de nuevo un marco en el que hay una brecha entre el éxito electoral y la realidad del arraigo social. En una situación en la que las fuerzas organizadas en el sentido más amplio del término, es decir, los que luchan permanentemente, sea cual sea la forma, son muy variadas en Francia. En esta situación que no es buena, con un conjunto de formas de lucha extremadamente diversificadas en sectores múltiples y con concepciones múltiples (pienso que tenemos mucho que aprender de Notre-Dame-des-Landes), hay que partir de que esta diversidad extrema hace la vitalidad de las resistencias sociales y políticas en Francia hoy.
Por otro lado, en el plano de la representación político-institucional, todo lo que no sea la France Insoumise es casi invisible. Ésa es la gran cuestión que se le plantea a Mélenchon: debe ayudar a reunir la diversidad y en ese momento la France Insoumise debe dejar a la diversidad de organizadores tener visibilidad, según una realidad que es muy diversa, pero entonces la France Insoumise no debe ir con un autobús de dos pisos, y si lo hace se siente que quiere hegemonizar en su propio provecho la participación de todos los demás. Los demás son conscientes de que la France Insoumise es la fuerza político-electoral más capaz, no tiene contrincante en ese plano, pero no por ello van a aceptar ser borrados.
También entiendo el problema para Mélenchon: si participa y favorece ese agrupamiento de la multiplicidad de las resistencias, de las formas de lucha, de los modos de organización, quiere decir que deberá trabajar cada vez más con la diversidad, y eso significa compromisos, negociaciones, discusiones, y no que Francia Insumisa siga libre de hacer lo que quiera, como quiera, cuando quiera… Hay una elección que hacer.
Usted es especialista en Asia, y lleva en contacto con diversos movimientos de lucha en el continente desde 1974. ¿Es posible tejer luchas comunes frente a lógicas de competencias impuestas por la deslocalización de empresas? ¿Qué podemos aprender de esas luchas?
De Asia y del Sur podemos aprender muchísimas cosas. Un ejemplo, todo el trabajo de análisis de la deuda como medio de control político que se ha hecho en relación a la utilización de la deuda en el Sur. Cuando el FMI se interesó por nosotros, se mostró que todo el análisis que se había hecho sobre la función de la política de la deuda en el Sur era válida para Europa.
Otro ejemplo: en un país como Francia antes el paro era un periodo entre dos empleos, pero el paro se extendió y se convirtió en permanente para una serie de gente, y hay zonas enteras con una alta tasa de desempleo, donde todo está precarizado. ¿Cómo organizar eso? En el tercer mundo hay décadas de tradición de organización de los pobres urbanos. Hay muchísimo que aprender de todo ese trabajo, porque aquí no tenemos experiencia. Porque no existía en la sociedad antes, porque los sindicatos, en Francia, por ejemplo, tienen mucha tradición de intervención en la empresa, pero muy poco en el medio que rodea a la empresa.
Pienso que no es sólo una cuestión de solidaridad de nosotros hacia ellos, sino que también hay cada vez más combates comunes. Con el orden neoliberal mundial las mismas políticas se aplican en el mundo entero. Hay dos aspectos de la solidaridad: os ayudamos en vuestra lucha y además llevamos una misma lucha. Y el espacio de «llevamos una misma lucha» es ahora mucho más grande que antes porque estamos siendo golpeados por las mismas políticas. Esto es una base que es muy favorable a un nuevo internacionalismo, y que se ha sentido cuando se ocuparon las plazas en todo el mundo.
Pero, desgraciadamente, con el fin de la dinámica de los foros sociales mundiales, tenemos mucho que aprender… Estamos muy en retraso, con la paradoja de que el Foro Social Europeo ha muerto cuando la crisis europea estalló.
Y el problema también es que el movimiento sindical internacional no está organizado. Sobre el tema de luchar cuando hay una deslocalización y fragmentación de la cadena de producción sobre una serie de países, son necesarias respuestas del mundo sindical. No hay un equivalente de La Vía Campesina para las luchas obreras. Es un talón de Aquiles. Se han hecho campañas importantes para la mejora de las condiciones de seguridad de los trabajadores de Bangladesh del textil y el calzado, pero es caso por caso, no es el movimiento sindical internacional el que se organiza y responde.
Se dan todos los ingredientes para un nuevo internacionalismo: hay algunos elementos de ese nuevo internacionalismo que se están estableciendo, aunque hay un obstáculo monumental en la izquierda radical, es lo que llamamos el «campismo», es decir, hay una parte muy importante de la izquierda radical internacional que se centra en las relaciones entre poderes, gobiernos, estados, y no sobre los objetivos, y por ejemplo no van a criticar a Assad o Rusia porque el enemigo principal son los Estados Unidos. Eso es mortal. El «campismo» es la muerte del internacionalismo. Y otro obstáculo son las burocracias sindicales internacionales.
Por último, uno de los temas cruciales hoy es el de los migrantes. Se ha producido una explosión de los niveles de desesperación. Hubo un periodo en el que un filipino migrado a Estados Unidos tenía un trabajo muy duro, pero al final se convertía en ciudadano y construía una nueva nación, y si migrabas a Alemania, había desgarros sociales, culturales, etc., pero encontrabas un trabajo que estaba muy por encima del trabajo que tenías en el país de origen. Y después se produjo el principio de la emigración de desesperación, primero por la pobreza (la maestra filipina que no puede vivir de su salario y que se convierte en doméstica sin papeles en Italia), y luego con las guerras y la crisis ecológica. Estamos en un mundo en el que la cuestión de la migración de la desesperación, que es muy diferente de las migraciones anteriores, en las que había esperanza, es un síntoma de en qué mundo vivimos hoy, es uno de los ejemplos más aterradores de la naturaleza del mundo en el que el neoliberalismo mundial nos ha hundido.