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La gran jugada euroasiática: el giro al este

Fuentes: El tábano economista

Las grietas serán la fundación (El Tábano Economista)

La noción de un desplazamiento geopolítico y geoeconómico hacia Oriente ha irrumpido con fuerza en el discurso de las relaciones internacionales, presentándose como la respuesta natural y casi inexorable de las potencias revisionistas al acoso occidental sistémico. Lejos de ser una mera reacción a las sanciones lideradas por Estados Unidos, el llamado «giro al Este» de Rusia e Irán, con China como pivote indispensable, constituye una estrategia de largo aliento, profundamente arraigada en doctrinas históricas y ambiciones de poder que pretenden reconfigurar el orden internacional.

Argumentamos que, si bien el desplazamiento es real y sus implicaciones son profundas, dista mucho de ser el bloque monolítico y cohesionado que a veces se describe, aunque claramente transita en ese rumbo. Aun así, no deja de ser, una madeja de intereses nacionales en convergencia táctica, donde la cooperación y la competencia coexisten en un equilibrio delicado y volátil.

La materialización más visible del giro oriental reside en una constelación de proyectos de infraestructura, diseñados explícitamente para reescribir los mapas logísticos y energéticos del mundo. Estos proyectos no son meras obras de ingeniería; son instrumentos de poder geoeconómico, concebidos para crear realidades irrevocables en el terreno y forjar cadenas de interdependencia estratégica.

El propuesto gasoducto Poder de Siberia 2, con sus más de 6.000 kilómetros atravesando Mongolia, es presentado como el resumen de la asociación sino-rusa. Con una capacidad proyectada de 50.000 millones de metros cúbicos anuales, pretende atar definitivamente la demanda energética china a los vastos recursos de Siberia occidental.

Para Rusia, este proyecto es una necesidad existencial. La pérdida del mercado europeo tras la invasión de Ucrania la ha obligado a encontrar un cliente alternativo de enormes dimensiones. Pero esta dependencia convierte a Rusia en un proveedor cautivo de China. Pekín, un negociador notoriamente tenaz, está en una posición de fuerza inmejorable para dictar precios y condiciones, aprovechándose de la desesperación rusa.

El Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur (INSTC), esta ruta multimodal de 7.200 km, que conecta India con el norte de Europa a través de Irán y Rusia, es aclamado como un corredor resistente a las sanciones. En teoría, ofrece una alternativa al canal de Suez y reduce drásticamente los tiempos de tránsito.

Reducir este giro estratégico a una mera respuesta a las sanciones de 2014 o 2022 es un error analítico grave. Sus cimientos se hunden en doctrinas de pensamiento profundo y cálculos geopolíticos de décadas.

El «giro al Este» ruso está imbuido de la ideología del eurasianismo, popularizada por figuras como Aleksandr Dugin. Esta doctrina postula que Rusia no es ni europea ni asiática, sino una civilización única y distintiva (la «Rusia-Eurasia») destinada a liderar un bloque continental alternativo al «mundo anglosajón» liberal. El giro de Rusia hacia el Este se concibió en gran medida sobre la base de consideraciones geoestratégicas y geoeconómicas. Rusia necesita apoyarse en la región donde los procesos económicos y políticos globales se manifiestan de forma concentrada. Dado que se perfila como el principal motor del crecimiento económico mundial, el estatus de Rusia como potencia mundial dependerá en gran medida de la fortaleza de sus posiciones en la región. Geoestratégicamente, la dinámica político-militar en Oriente Medio y las relaciones con India, socio clave en la región del sur de Asia, son de gran importancia.

Para China, el «giro hacia el Oeste», encarnado en la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) es la proyección natural de su poder. No es una retirada defensiva, sino una expansión ofensiva. La BRI es el brazo geoeconómico de una estrategia destinada a convertir a Eurasia en la tierra del medio interdependiente de China, asegurando rutas de suministro, mercados para sus excedentes y una esfera de influencia que relegue a Estados Unidos a la periferia del continente.

El papel de China en la transformación euroasiática es el de un ancla, impulsado por sus propios imperativos estratégicos. La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), introducida por primera vez por Xi Jinping en Kazajistán en 2013, es la gran estrategia geoeconómica de Pekín para transformar el continente euroasiático. La iniciativa tiene como objetivo crear una vasta red de ferrocarriles, oleoductos, autopistas y cruces fronterizos agilizados para ampliar el uso internacional de la moneda china, asegurar el acceso a los recursos y fortalecer los lazos con los países socios.  

Un aspecto clave de esta estrategia es la “diplomacia periférica” de China, que ha sido elevada a la cima de sus prioridades bajo el liderazgo de Xi. En el foro de trabajo del PCCh de 2013, Xi Jinping cambió el orden del marco general para las relaciones exteriores de China, convirtiendo por primera vez a la diplomacia periférica en la prioridad estratégica principal. Esto revirtió la prioridad de Deng Xiaoping que en 1979 colocaba la diplomacia de «gran potencia», lo que lleva a la Ruta de la seda como el estandarte. China se mueve hacia el Oeste.

El pragmatismo chino es absoluto. Pekín no tiene reparos en financiar corredores alternativos que eludan a sus «socios» rusos e iraníes cuando así conviene a sus intereses, como demuestran sus inversiones en rutas a través de Asia Central y el Cáucaso. Su objetivo no es construir un bloque antioccidental cohesionado, sino tejer una red económica tan profunda que la lealtad de los Estados de la región hacia Pekín esté garantizada por el interés propio. China ve a Rusia como un proveedor de recursos y a Irán como un peón estratégico útil para desestabilizar a sus rivales, no como pares en un nuevo orden multipolar.

El «Mirar al Este» de Teherán es el ejemplo más claro de una estrategia reactiva y pragmática. Acorralado por sanciones devastadoras y un aislamiento diplomático crónico, la República Islámica no tiene más opción que volcarse hacia los únicos actores dispuestos a desafiar abiertamente a Washington. La implementación de un acuerdo de asociación estratégica de 25 años con China, la obtención de la membresía plena en la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y la expansión del comercio con Rusia son algunos de los resultados a la vista. Para esta administración, la estrategia «Mirar al Este» tiene el potencial no solo de contrarrestar el impacto de las sanciones estadounidenses sobre Irán, sino también de ampliar el rango de opciones estratégicas de Irán a largo plazo.

La asociación entre Irán, Rusia y China se caracteriza con frecuencia como una «alianza táctica» impulsada por un interés compartido por frenar el dominio estratégico de Estados Unidos y fomentar un orden global multipolar. El «giro al Este» es indudablemente una de las tendencias geopolíticas definitorias de nuestro tiempo. Ha reconfigurado flujos energéticos, creado nuevas instituciones y desafiado la primacía occidental. Sin embargo, es un proceso incompleto, precario y lleno de paradojas.

El orden emergente no será un mundo multipolar de polos equilibrados, sino un sistema jerárquico y conflictivo, caracterizado por una intensa competencia interestatal dentro de un marco general de confrontación sistémica con Occidente. La gran jugada euroasiática no es el fin de la historia, sino el comienzo de una nueva y más compleja etapa de competición global, donde las alianzas serán fluidas, los intereses nacionales primarán sobre las ideologías y la estabilidad será la excepción, no la norma. El verdadero poder en este nuevo tablero no lo tendrán los que proclamen lealtades eternas, sino los que, como China, mejor naveguen las turbulentas aguas de la interdependencia competitiva.

Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/09/14/la-gran-jugada-euroasiatica-el-giro-al-este/