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La gran maniobra de distracción libia

Fuentes: Znet

Traducido para Rebelión por Carlos Valladares

El conflicto libio de este último mes mirado en su totalidad -la guerra civil en Libia, la acción militar contra Gadafi liderada por los Estados Unidos- no tiene que ver con cuestiones humanitarias ni tampoco con el suministro mundial de petroleo en la actualidad. Lo que de hecho constituye es una gran maniobra de distracción -una distracción deliberada- que tiene como objetivo dejar en la penumbra la principal batalla política que se está llevando a cabo en el mundo árabe. Hay algo en lo que tanto Gadafi como los líderes occidentales, independientemente de sus puntos de vista políticos, están totalmente de acuerdo. Todos quieren ralentizar, canalizar, cooptar, limitar la segunda ola revolucionaria árabe y evitar que cambien las realidades políticas fundamentales del mundo árabe y su papel actual en el teatro geopolítico del sistema-mundo.

Para apreciar esto, se tiene que seguir la secuencia cronológica de los acontecimientos. Aunque los rumores políticos en los Estados árabes y los intentos por parte de diversas fuerzas externas de apoyar a unos u otros elementos dentro de ciertos Estados han sido una constante durante largo tiempo, el suicidio de Mohamed Bouazizi el 17 de diciembre de 2010 marcó el inicio de un proceso bien diferente.

Para mí este proceso es la continuación del espíritu de la revolución mundial de 1968. En 1968, al igual que en el mundo árabe durante estos últimos meses el grupo que ha tenido el valor y la voluntad para iniciar las protestas contra los poderes establecidos ha sido la gente joven. Les motivaban muchas cosas: la arbitrariedad, la crueldad, la corrupción de  los que están en el poder, su depauperada situación económica, y sobre todo la persecución de su derecho, moral y político, a ser los actores principales que determinen su propio destino cultural y político. Además han protestado contra la estructura general del sistema-mundo y el modo en que sus líderes se han plegado a las presiones exteriores de las grandes potencias.

Estos jóvenes no estaban organizados, al menos al principio. Y no siempre han sido completamente conscientes de su entorno político. Pero le han echado valor. Y, como en 1968, sus acciones se han contagiado. En muy poco tiempo han amenazado el orden establecido de casi todos los países árabes independientemente de criterios de política exterior. Cuando mostraron su fuerza en Egipto, el principal pais árabe aun, todo el mundo empezó a tomárselos en serio. Hay dos maneras de tomar estas revueltas en serio: Una es unirse a ellas y desde dentro tratar de controlarlas; y la otra es tomar las medidas que sean necesarias para aplastarlas. Se han intentado las dos.

Han habido tres grupos que se han unido a las revueltas, tal como subraya Samir Amin en su análisis sobre Egipto: la resucitada izquierda tradicional, los profesionales de clase media y los islamistas. La fuerza y el carácter de estos grupos han variado dependiendo del país. Amín considera a la izquierda y a la clase media profesional (en tanto que son nacionalistas y no neoliberales trasnacionales) como elementos positivos, y a los islamistas, los últimos en subirse al tren, como elementos negativos. Y después nos encontramos con el ejército, el bastión permanente del orden, que se unió a la revuelta en el último momento, precisamente para limitar sus efectos.

Así, cuando el levantamiento se inició en Libia, éste ha sido consecuencia directa del éxito de las revueltas en los dos países vecinos, Túnez y Egipto. Gaddafi es un líder particularmente despiadado y ha estado haciendo declaraciones terribles sobre lo que le iba a hacer a los traidores. Si muy pronto se han dejado oír con fuerza voces en Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos que propugnaban una intervención militar, no era porque Gaddafi fuese un anti-imperialista infiltrado. Ha vendido el petróleo libio a Occidente de buena gana y se jactaba de haber ayudado a Italia a contener la marea de la inmigración ilegal. Además ha posibilitado acuerdos lucrativos para las empresas occidentales.

En el campo de los partidarios de la intervención se podían ver dos tipos de actitudes: aquellos para quienes todas y cada una de las intervenciones militares de Occidente son irresistibles, y los que trataban el asunto como un caso de intervención humanitaria. Hubo una fuerte oposición a la intervención por parte del ejército estadounidense, que veía que la guerra en Libia era imposible de ganar además de suponer una enorme tensión militar para los Estados Unidos.  El último grupo parecía que estaba ganando, cuando de repente la resolución de la Liga Árabe cambió el equilibrio de fuerzas.

¿Cómo sucedió esto? El gobierno saudí se movió con decisión y eficacia para obtener una resolución favorable al establecimiento de una zona de exclusión aérea. Con el fin de obtener la unanimidad entre los estados árabes, los saudíes hicieron dos concesiones. La intervención se limitaría solamente al establecimiento de una zona de exclusión aérea y en una segunda resolución se acordó la  oposición unánime a la intervención de fuerzas terrestres occidentales.

¿Qué llevó a los saudíes a impulsar dichas resoluciones? ¿Alguien desde Estados Unidos telefoneó a alguien en Arabia Saudí para solicitar este movimiento? Creo que fue todo lo contrario. Fueron los saudíes los que trataron de influir en la posición estadounidense, en vez de al revés. Y funcionó. La balanza se inclinó.

Lo que querían, y obtuvieron, los saudíes, ha sido una maniobra maestra que distrajera la atención de aquello que los propios saudíes consideraban como algo prioritario, algo en lo que ya estaban trabajando – la represión de la revuelta árabe, en cuanto que esta afectando a Arabia Saudí en primer lugar, en segundo lugar a los países del golfo, y por último al mundo árabe en su conjunto.

Al igual que en 1968, este tipo de rebelión contra la autoridad crea extrañas divisiones en los países afectados, y crea alianzas inesperadas. Particularmente los llamamientos en pro de las intervenciones humanitarias provocan divisiones. El problema que tengo con las intervenciones humanitarias es que nunca estoy seguro de que sean humanitarias. Los defensores siempre señalan los casos en donde la  intervención no se produjo, como en Ruanda. Pero nunca toman en consideración las ocasiones en que sí se produjo. Sí, a corto plazo, se puede evitar lo que de otro modo sería una masacre. Pero a la larga, ¿es realmente efectiva? Para evitar matanzas inminentes de Saddam Hussein, Estados Unidos invadió Irak. ¿Se ha masacrado a menos gente en los diez años transcurridos desde la ocupación? Parece que no.

Los defensores de la intervención humanitaria parecen tener un criterio cuantitativo. Si un gobierno mata a diez manifestantes, esto es «normal» o en todo caso sólo es algo digno de una declaración de condena. Si se mata a 10.000, esto ya es criminal, y requiere de una intervención humanitaria. ¿Cuántas personas tienen que morir antes de que lo normal se convierte en criminal? ¿100, 1000?

Ahora las potencias occidentales se están lanzando a una guerra en Libia cuyo resultado es incierto. Es probable que se convierta en una ciénaga. ¿Ha tenido la intervención éxito en distraer al mundo de la revuelta árabe en curso? Tal vez. No lo sabemos todavía. ¿Va a tener éxito en derrocar a Gadafi? Tal vez. No lo sabemos todavía. Si Gadafi se va, ¿que pasará después? Incluso los portavoces estadounidenses están preocupados ante la posibilidad de sea sustituido bien por alguno de sus viejos camaradas de armas, por al-Qaida, o por ambos.

La acción militar de Estados Unidos en Libia es un error, incluso desde el estrecho punto de vista de los Estados Unidos, e incluso desde el punto de vista humanitario. No va a terminar pronto. El presidente Obama ha explicado sus acciones de una manera complicada y sutil. Lo que ha dicho en esencia es que si el presidente de los Estados Unidos, tras una evaluación minuciosa de la situación, considera que la intervención sirve a los intereses de los Estados Unidos y del mundo, puede y debe llevarla a cabo. No pongo en duda que sea una decisión dura para él. Pero eso no es suficiente. Es una decisión terrible y ominosa, y en última instancia, contraproducente.

Mientras tanto, la mejor esperanza para todos es que la segunda ola de revueltas en el mundo árabe recupere bríos -quizás ahora una posibilidad muy remota- y se lleve por delante en primer lugar a los saudíes.

Fuente: Immanuel Wallerstein’s ZSpace Page

rCR