¿Qué negocio supone la guerra y para quién? «La guerra es el negocio del complejo militar industrial de los países desarrollados». Típica respuesta. Es correcta pero demasiado básica, pero lo más grave es que es inexacta por incompleta. En términos duros y de forma más abarcadora, hay que decir que la guerra es el negocio […]
¿Qué negocio supone la guerra y para quién? «La guerra es el negocio del complejo militar industrial de los países desarrollados». Típica respuesta. Es correcta pero demasiado básica, pero lo más grave es que es inexacta por incompleta. En términos duros y de forma más abarcadora, hay que decir que la guerra es el negocio de los que saben encontrar rentabilidad económica en el matar y mutilar, física, sicológica y espiritualmente (porque esto es la guerra, y no fotografías de pulcros militares en uniforme, mapas y aviones de última generación).
Los actores internacionales que saben encontrar esta rentabilidad del conflicto bélico son múltiples y en este grupo se pueden señalar diferentes empresas de la naturaleza más diversa. Algunas como Lockheed Martin, Textron y Northrup Grumman se dedican al armamento de alta tecnología. Se encuentran entre las más populares. Otros como la británica Sandline International y la sudafricana Executive Outcomes -que aunque inactivas ahora dejaron escuela- se dedican a la venta de «servicios militares» (asesoría, capacitación y consultoría), y, particularmente al arrendamiento de personal paramilitar (mercenarios básicamente). Con Irak y Afganistán, las corporaciones que hoy destacan en este rubro como Blackwater han cobrado una macabra relevancia junto con L3 (que compró a la muy conocida MPRI) y CSC (que adquirió a la no menos popular Dyncorp). Algunas otras firmas de naturaleza parasitaria han hecho del derramamiento de sangre un modus vivendi también; de entre éstas, las firmas de especialistas en «cabildeo legislativo» de intereses político-militares son algunas de las que más sonríen entre más mueren. Los medios de comunicación tampoco son ajenos a esta dinámica, después de todo, las declaraciones de guerra elevan más los índices de audiencia que los acuerdos de paz. Todos ellos y algunos más son los que dan sentido al «Negocio de la guerra».
«Las guerras son por recursos, y ahí está el negocio» dice Michael T. Klare. Es verdad, pero de suyo, el modelo es muy poco novedoso. Las guerras siempre han sido esta lógica. Veamos con más cuidado. Extraoficialmente se sabe que la compañía diamantera más grande del mundo, De Beers, posee obscuros nexos con el financiamiento de movimientos insurgentes en Sierra Leona como el Revolutionary United Front (RUF) o con la Unión Nacional por la Independencia Total de Angola (UNITA) en aquel rincón africano. El arreglo es sencillo: el RUF o la UNITA controlan las regiones y minas diamantíferas y De Beers paga al nuevo dueño del predio una comisión por kilo de mineral extraído; el mineral luego es tallado en Moscú o Israel para finalmente ser introducido al mercado internacional. Así pues, todo aquél que crea que la guerra es negocio exclusivo del complejo militar industrial se encuentra muy equivocado.
Lo mismo ocurre en el antiguo Zaire. Inmersas en el mercado de la telefonía móvil, Nokia, Ericsson y LG entre otras han hecho cada una su apuesta a las diferentes facciones que combaten en la República Democrática del Congo por el control del Coltan (mineral de Tantalita) tan escaso y tan necesario en el mundo moderno que cada que escasea su disponibilidad en el mercado internacional arrecian los combates en la zona más olvidada del planeta. Artículos militares, personal paramilitar, cabilderos, medios de comunicación, joyeros y proveedores de telefonía celular han encontrado todos, directa o indirectamente razones para permitir y fomentar matanzas indescriptibles.
Éste y no otro es el negocio de la guerra. Es un negocio grande, redondo y de múltiples aristas. Mejor y más completo que el modelo de Klare, para comprender la nueva dinámica del conflicto internacional el modelo de las «nuevas guerras» de Mary Kaldor es de gran utilidad. Para ella las «nuevas guerras» son una combinación entre «violaciones sistemáticas a los derechos humanos, desdibujamiento de la frontera entre lo civil y lo militar e involucramiento del crimen organizado». Como en el caso del Coltan, los diamantes, el agua y el petróleo no son ajenos a esta realidad del mundo contemporáneo.
80% de la energía global deriva de los hidrocarburos. Esta es razón suficiente para explicar el porqué de las guerras en Afganistán (gas) e Irak (petróleo). Como en los casos anteriores, aquí la lógica es también sencilla y brutal: si escasean los energéticos entonces hay que conseguirlos, literalmente, a sangre y fuego. Por esto es explosivo el Cáucaso (Azerbaiyán, Georgia y Armenia), por esto se desestabiliza desde Washington a Venezuela, a México, a Nigeria, a Irán, a Indonesia, a Palestina. Para una potencia como los Estados Unidos a la que solo le quedan reservas petroleras para 10 años, la energía lo es todo. Sin guerra no hay petróleo y no hay negocio, y sin estas dos, por supuesto tampoco hay «superpotencia unipolar».
La familia Bush posee negocios petroleros. Vaya novedad. Más Interesante es que la Arbusto Company -posteriormente rebautizada como Bush Exploration– que dirigía el actual presidente marchaba muy mal financieramente tras el choque petrolero de 1973. Y más interesante todavía es que la Bush Exploration fue comprada por la Harken Energy Corporation, esta última, compañía cuyas acciones pertenecían, para 1986, en un 17.6% al jeque saudita Abdulla Bahsh, cuyo banquero -bin Mafuz- era hermano de una de las esposas de Osama bin Laden. Pero contra lo que podría suponerse no es Bush el más interesado en la guerra como negocio… los hay peores.
. Mediocre como es, George W. Bush tiene el perfil del presidente perfecto para las grandes corporaciones. Fanático, disléxico, retrasado mental (tiene menos de 90 de coeficiente intelectual), alcohólico no rehabilitado, con tendencias «megalómanas y sádicas» de acuerdo con un reciente estudio psiquiátrico, el actual ocupante de la Casa Blanca cumple con todos los requisitos que exige un gobierno empresarial: ignorante y bisoño, fácil de manipular, fácil de engañar, fácil de extorsionar y fácil de dirigir. Por todo esto, cualquier persona medianamente racional debería exigir su salida del despacho oval, pero precisamente por todo esto que a los grandes corporativos les conviene tenerlo dentro. Es el criado perfecto, es algo así como un mandadero caído del cielo.
¿Gobierna George W. Bush? Falso. El vicepresidente Dick Cheney -ex CEO de Halliburton– parece haber sacado más rentabilidad personal y corporativa a las guerras del nuevo siglo que su jefe en Washington. Y más interesante es todavía el caso de Condolezza Rice. Afroamericana y mujer, ha llegado a la cumbre del poder. Admirable de verdad por su condición de género y su origen étnico. ¿Es todo? No. También ha conseguido llegar a la cumbre empresarial: CEO de Chevron-Texaco, la compañía petrolera bautizó en su honor un buque-tanque con el nombre de la actual Consejera de Seguridad Nacional. También ella parece haberle ganado la partida político-empresarial a su jefe en la Casa Blanca. Son tan fanáticos como el timonel, pero más inteligentes; igualmente crueles, pero más astutos empresarialmente. Los hombres de los grandes corporativos son quienes rodean al Presidente, y este último es tan solo el títere de aquellos. Los hombres del Presidente saben lo que hacen y lo que representan. El Presidente no, de hecho, metafóricamente no sería exagerado decir que George W. Bush se comporta como la mula que no sabe a donde la lleva el arriero.
Dick Cheney y Halliburton como proveedora de «artículos y servicios militares», y Condolezza Rice mediante la petrolera Chevron-Texaco son tan solo dos de los ejemplos más refinados de lo que significa «el negocio de la guerra».
Pero como decía Sun Tzu «toda guerra se funda en el engaño». ¿Que los intereses corporativos se encuentran no tanto en el presidente como en su gabinete? No importa, dejemos que se engañen y lo ataquen, así se araña menos a «nuestros hombres en el poder». ¿Que el presidente es un retrasado mental? No importa. Se le puede generar una imagen de gran líder (después de todo los pueblos tienen -y mantienen- algo gobierno que se merecen-). ¿Que el presidente tenía nexos económicos y empresariales con Osama bin Laden? No importa, una vez desatados los perros de la guerra ese dato terminará en el olvido.
Este es el frente interno, pero no es el único. «La primera víctima de la guerra es la verdad» señaló Winston Churchill en su momento. Fue él también quien dijo que en tiempos de guerra «a la verdad hay que protegerla con un guardaespaldas de mentiras». Esta batalla por la percepción es también válida en el frente externo. La creación de la imagen del enemigo para justificar agresiones implica complejos mecanismos de control del pensamiento.
En sociedades al menos formalmente democráticas como la estadounidense la propaganda, la manipulación social y la dirección del pensamiento son indispensables (no así en las dictaduras, donde basta con que las masas obedezcan) para avanzar la agenda de quienes gobiernan en verdad. La histeria paranoica es un componente fundamental: así fue como George W. Bush convenció a su pueblo de que los talibán, Hussein y bin Laden tenían nexos estrechos entre ellos y con los atentados del 11 de Septiembre (pese a existir pruebas irrefutables de todo lo contrario: bin Laden aborrecía a Hussein, Hussein nada tuvo que ver con el 11 de Septiembre y nunca se comprobó la responsabilidad de los talibán en los atentados contra Washington y Nueva York). Así como en el pasado Ronald Reagan aterró a sus connacionales con la amenaza comunista hemisférica que representaba el régimen sandinista en Nicaragua, hoy Bush borra por completo el rastro que lo une con bin Laden y en su antiguo socio encarna todos los males de este mundo. Todo esto es la generación de la imagen del enemigo, se utilizan mecanismos semióticos e ingeniería de la percepción. Todo para justificar guerras, guerras que traen recursos y negocios. Sale sangre y entran dólares, tal es la dinámica de los corporativos de la guerra y de sus representantes en el gobierno. Pero no nos engañemos, en este esquema George W. Bush no es más que un peón, un lacayo. No hay duda. Klare, Kaldor y Sun Tzu están todos en lo cierto.
Fernando Montiel T es editor. Analista y consultor en relaciones internacionales y resolución de conflictos. Miembro de TRASNCEND. Coordinador del libro Afganistán: Guerra, terrorismo y seguridad internacional (México, Quimera, 2002) y co-autor entre otros de Irak: Un mar de mentiras (Madrid, Olivum, 2003) y Pensar la guerra: Hacia una nueva geopolítica mundial (México, Quimera-UAM-X, 2004).