Que te pongan una banda y te den un bastón no es todo el poder (Cristina Kirchner)
La geoeconomía es una disciplina relativamente nueva que se refiere a la intersección de la geografía, la economía y la política en las relaciones internacionales. Esta disciplina se centra en cómo los países y las empresas utilizan el poder económico para influir en las decisiones políticas y estratégicas de otros países así como en actores internacionales. A menudo se la conoce como «la guerra por otros medios», ya que implica el uso de la economía como un instrumento de poder para desestabilizar al oponente.
Los instrumentos o las principales herramientas que se manejan en esta disciplina incluyen: el comercio, la inversión, las sanciones económicas, el endeudamiento externo, la ciberseguridad, la propiedad intelectual y la innovación tecnológica. Cada uno de ellos puede ser utilizado para influir en la política y la estrategia de otros países y actores internacionales.
Para poner un ejemplo. Abundaron durante los años noventa acuerdos comerciales, de inversiones y privatizaciones con solución obligatoria de controversias fuera de los juzgados nacionales, es decir, las discrepancias se arreglaban en el Centro Internacional de Diferencias del Banco Mundial (CIADI), que laudaba siempre a favor de las empresas multinacionales. Es decir, se instituyó una poderosa arma de guerra por otros medios para obtener la pérdida de la soberanía.
Veamos un ejemplo práctico de su poder de disuasión. En medio de temperaturas récord en la Argentina, los cortes de luz afectaron a más de 2,2 millones de usuarios en Capital Federal y Gran Buenos Aires, problema que se viene repitiendo desde el 1989 y con mayor énfasis cuando se otorgó la concesión en 1992 por 95 años a la empresa Enel (empresa multinacional italiana del sector energético, con el Estado italiano como el mayor accionista con 23,6%).
La quita de la concesión por parte de las autoridades estatales debido a los reiterados cortes de luz fue evitada cuando predominó la sospecha que ante la posibilidad de una expropiación, la reacción de la empresa derivara en una demanda ante el CIADI, que condenará al Estado argentino a pesar de la negligencia en la prestación del servicio. Optar por no intervenir o hacerlo de manera tangencial sin irritar ni desafiar a la compañía italiana fue la respuesta a la presión de no tener soberanía ante una demanda en tribunales internacionales. Hecho que seguramente terminará ocurriendo dada la diferencia de apreciación entre un servicio ineficaz y precio de las facturas, que el CIADI terminará laudando, dentro del límite temporal que le impone la concesión, hasta el 2087.
Si bien nosotros haremos énfasis en la geoeconomía como mecanismo utilizado, es importante destacar que dentro del paquete de la guerra por otros medios también se utilizan otras armas, como «golpes blandos» para lograr objetivos políticos, o «La guerra de cuarta generación«, guerra moderna que han trasladado el campo de batalla a los medios de comunicación y la propaganda.
La guerra de cuarta generación es otra mirada sobre las operaciones militares modernas que presentan un nuevo enfoque que difiere de las formas tradicionales de conflicto militar. Los autores argumentan que es una guerra de voluntades más que una guerra de territorios, donde los Estados pierden poder y legitimidad frente a otros actores, sobre todo empresas multinacionales. Los límites entre combatientes y no combatientes se vuelven borrosos, y las armas convencionales pierden efectividad frente a las tácticas y estrategias que se adaptan a las características de los nuevos actores y los nuevos medios de comunicación, tecnología y redes sociales. Todos ellos han cambiado la forma en que se libra la guerra moderna y cómo los Estados nación y los militares deben adaptarse para tener éxito.
Como resumen, por su parte, de golpes blandos: revoluciones de colores, primaveras árabes y la desestabilizaciones gubernamentales, lawfare y convulsiones financieras dan una imagen de cómo estos golpes han sido utilizados en América Latina, las revoluciones de colores del este europeo o la Primavera Árabe para desestabilizar regímenes que no son del agrado de los Estados Unidos.
A partir de 2008, y se cristalizó en 2018, ha habido una marcada convergencia en la forma en que Estados Unidos ha llegado a ver la economía y la seguridad. Se cuestionó la premisa de seguridad subyacente a los tratados de comercio e inversión, y la seguridad nacional comenzó a ser invocada como una excepción que tiene cada vez más el potencial de omitir la regla. La nueva redistribución del poder económico mundial ha dado lugar a una nueva era de competencia entre grandes potencias.
El problema es que, en términos relativos, China comenzó a cerrar la brecha con Estados Unidos. Este cambio se volvió marcado en 2008, cuando la economía de EEUU precipitó la crisis financiera mundial, provocando una crisis de fe en el modelo. La economía del gigante oriental emergió como la segunda más grande del mundo, lo que la animó a buscar un papel más relevante o destacado en la gobernanza económica internacional. Los cálculos con respecto al grado de amenaza de China aumentaron la ansiedad estadounidense por perder el predominio internacional, y esta idea ha llevado a un lugar de mayor competencia económica, tecnológica y militar. China en 20 años equiparó a EEUU como la primera o segunda economía mundial, dependiendo qué indicador de medición se tome. ¿Cuánto tiempo más puede Estados Unidos dejar indemne a China para que esta potencia lo equipare militarmente?
El tiempo realmente se agota, por eso las provocaciones en Taiwán no son vacías y China lo sabe, tanto que ha cerrado filas con quien tiene el poderío bélico semejante a EE.UU., Rusia. La hermandad profesada en Moscú entre naciones con la visita de Xi Jimping no sólo abarca el aspecto comercial y armamentista, sino también el financiero. Poner al yuan como única moneda de transacción entre los BRICS+, India, Irán, Arabia Saudita o todos los integrantes de la Ruta de la seda, es algo de temer.
Se está produciendo una recalibración general entre los intereses económicos y de seguridad, que se manifiesta en los intentos de las dos grandes potencias en retroceder en la integración internacional en dos áreas clave: el ámbito económico (con Estados Unidos tomando medidas para desvincular su economía de China a pesar de la integración existente) y el ámbito digital (con China promoviendo una visión de gobernanza digital que se basa en una internet fragmentada).
Como resultado, Estados Unidos ha adoptado medidas comerciales para proteger la base industrial y manufacturera imponiendo requisitos de control más estrictos a las inversiones extranjeras (y particularmente chinas) en infraestructura y tecnología críticas, y volviéndose más estrictos con respecto a las restricciones a la exportación de ciertas tecnologías. El problema de China es lo que se llama el “imperativo de innovación”, es decir, la necesidad de ascender en la cadena de valor económico y cerrar su brecha tecnológica con los Estados Unidos.
Como cuestión de fondo, es probable que China y Estados Unidos busquen proteger sus intereses económicos y estratégicos fundamentales apelando a la seguridad nacional. Estos intentos implicarán tanto definiciones más amplias sobre este problema como la seguridad económica es seguridad nacional, lo cual debería ser regla para todos los países.Cada gran potencia buscará asegurar sus ventajas económicas y estratégicas mediante la promoción selectiva del libre comercio y la inversión cuando hacerlo aumente sus puntos fuertes, mientras protege sus debilidades con el pretexto de garantizar su seguridad nacional.
Para Estados Unidos, este proyecto de protección de las debilidades está tomando la forma de frenar la integración económica a través de aranceles comerciales, selección de inversiones y controles de exportación. Para China, cobra la forma de acelerar y ampliar las iniciativas dirigidas por el Estado para promover el avance tecnológico y los intentos de asegurar la soberanía cibernética a través de un control estricto sobre los datos y el uso de internet.
El sector público chino alinea todas las secuencias a seguir en cada país, en función de un plan diagramado por Beijing. Esa enorme red de puertos, caminos y corredores bioceánicos abaratan la adquisición de materias primas, puentes, dragados, aeropuertos, ferrocarriles e hidro vías, forman parte de la disputa.
Tanto EE.UU. como China están invocando la seguridad nacional en un esfuerzo por proteger áreas que consideran centrales para sus intereses estratégicos, las materias primas de América Latina, por ejemplo, en especial, petróleo, gas, tierras raras, litio, etc. Estos cambios están dando lugar a una consolidación de la unipolaridad, reduciendo y apuntalando las esferas de influencia. Cuando las grandes potencias no pueden ponerse de acuerdo sobre un enfoque multilateral (lo que está en juego en la guerra de Ucrania) es probable que intenten desarrollar esferas de influencia separadas, en las que puedan establecer su propio enfoque entre un grupo de estados afines o dependientes, Alemania seria un buen ejemplo de dependencia.
Si bien ambas potencias son los actores más importantes en este orden mundial geoeconómico, no son los únicos actores relevantes. En particular, el resultado de este orden dependerá en gran medida de las acciones de terceros estados y actores no estatales como corporaciones privadas y universidades, y aquí China intentará disciplinar sus empresas y EE.UU. a las suyas, aunque con vaivenes. Desde 2018, Washington prohibió, por motivos de seguridad nacional, las exportaciones a fabricantes chino de semiconductores estratégicamente importantes. Ese mismo años, el CEO de Apple visitó China para una ofensiva de seducción, Google, por su parte, fue denunciado por desarrollar un motor de búsqueda para cumplir con los requisitos de censura del Estado chino, y Qualcomm respaldó la entrada de una empresa china en el mercado 5G de Estados Unidos.
Esta idea marca que las empresas tendrán, como lo están haciendo en la actualidad, que ser seducidas con fondos. Pero muchos terceros, sobre todo Estados, no querrán elegir entre alinearse con una de las dos principales economías del mundo y alejarse de la otra. Queda por ver si serán capaces de mediar entre las demandas y la atracción gravitacional de estas grandes potencias o si se alinearán cada vez más con una sobre la otra, mientras que las empresas se resistirán o no a los llamados a participar en lo que podría llamarse “Capitalismo Patriótico”.
No será fácil bifurcar la economía del desarrollo cibernético –semiconductores– porque tendría implicaciones profundas y problemáticas, tanto para sus rendimientos financieros como para su posición futura en la innovación global. Por lo tanto, las medidas geoeconómicas implicarán una lucha de intereses entre los Estados y dentro de los mismos.
Si bien China y los Estados Unidos están profundamente integrados económicamente entre sí y con muchos otros Estados en todo el mundo, la economía global actual está entrecruzada con muchos tratados de comercio e inversión, lo que crea redes complejas de obligaciones, muchas de las cuales están sujetas a la resolución de disputas internacionales vinculantes, como mostramos con el CIADI, OMC o FMI. Esta idea está en disputa para perseguir objetivos estratégicos, es decir, se han involucrado cada vez más en estrategias geoeconómicas.
Es importante destacar los esfuerzos de las grandes potencias para reestructurar las reglas e instituciones que rigen el comercio internacional, financieras o de seguridad y si bien una parte se está llevando a cabo en el ámbito bélico, la mayoría de la transformación de las reglas se lleva a cabo a través de la geoeconomía. En América Latina es tan obvia la condicionalidad política marcada por diferentes juegos de deuda, partidos judiciales, prohibición de candidatos, etc., que la geoeconomía es central para determinar el sentido y la direccionalidad del desarrollo y autonomía de los países. Cualquiera que sea el resultado final, estos cambios parecen presagiar el amanecer de una nueva era de leyes económicas.