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La guerra que hay que ver

Fuentes: IELA (Brasil) [Imagen: Protesta contra a operación policial que dejó más de 119 personas muertas en el Complexo da Penha, ante el Palacio Guanabara (sede del gobierno del Estado) el 29 de octubre de 2025. Créditos: Fernando Frazão/Agência Brasil]

Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez

En este artículo el autor sostiene que «bajo el pretexto de seguridad, el estado de Río de Janeiro llevó a cabo una acción desestabilizadora con motivaciones políticas, en la medida en que el objetivo no era el crimen, sino el gobierno federal y la soberanía del país».


Los sucesos del martes 28 de octubre de 2025 marcan la culminación de una operación psicológica meticulosamente orquestada para generar la sensación de colapso en la seguridad pública y, por ende, legitimar una agenda geopolítica ajena a Brasil. El término «narcoterrorismo» -inexistente en la legislación brasileña- es uno de los elementos clave en la introducción del vocabulario estratégico de Washington y en el desplazamiento del eje del discurso nacional: lo que era crimen organizado se transforma repentinamente en una «amenaza hemisférica», de ahí su gran carga simbólica.

Esta manipulación discursiva persigue varios objetivos muy concretos. Internamente, consolida el proyecto de poder de la extrema derecha, que necesita del miedo como combustible político; externamente, reabre la puerta a la doctrina de seguridad de Estados Unidos, que vuelve a considerar a Sudamérica como un campo de «riesgo híbrido» que debe ser contenido. El gobierno de Río, al adoptar este léxico, actúa como vector de una operación psicológica de alcance internacional: genera inestabilidad, debilita al gobierno federal y proporciona a la prensa extranjera el argumento perfecto de que Brasil ha perdido el control de su territorio.

En el ámbito informativo no hay lugar para la improvisación. La sincronización entre la operación militar, el uso del término «narcoterrorismo» y su inmediata reproducción por parte de organismos internacionales conforma un guion bien conocido de la guerra híbrida contemporánea: crear caos, atribuirlo al enemigo global y exigir intervención con el pretexto de restablecer el orden. Lo que ocurre hoy en Río de Janeiro tiene menos que ver con la seguridad y más con la soberanía. Es el ensayo de una nueva ofensiva cognitiva contra Brasil.

El objetivo político interno: el caos como estrategia de poder

Fabricar caos es una vieja técnica política y en Brasil en 2025 se ha convertido una vez más en una baza electoral. Al convertir la seguridad pública en un espectáculo, el gobierno de Río de Janeiro recrea la atmósfera de miedo que alimenta el movimiento de Bolsonaro y proporciona a la extrema derecha el combustible que necesita para seguir siendo relevante. Cada granada lanzada, cada cuerpo exhibido, cada titular sobre «narcoterrorismo» refuerza el relato de que solo el autoritarismo puede restaurar el orden.

El cálculo es cínico. Con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina y el movimiento de Bolsonaro debilitado a nivel nacional, la extrema derecha busca un nuevo eje de movilización y ha encontrado el terreno ideal en la «guerra contra el crimen». Al exagerar la inseguridad, crean la percepción de que el gobierno federal ha perdido el control, lo que obliga al presidente Lula a reaccionar bajo la agenda discursiva del adversario. Es el mismo método utilizado en Estados Unidos durante la «guerra contra las drogas» y en Colombia bajo el pretexto del «narcoterrorismo»: la política del miedo como arma electoral e instrumento de subordinación internacional.

Este mismo discurso cumple tres funciones internamente:

1 – Encubrir la incompetencia administrativa del estado de Río de Janeiro y desviar la atención de las crisis fiscal y social.

2 – Reorganizar el campo bolsonarista bajo una bandera moral y beligerante, ahora disfrazada de «defensa del ciudadano».

3 – Obligar -al menos intentarlo- al gobierno federal a entrar en el mismo juego represivo, perturbar el equilibrio entre la seguridad pública y los derechos civiles, y retratar a Lula como «débil frente al crimen».

El caos, por lo tanto, no es un efecto secundario, sino el resultado. La sensación de desorden es terreno fértil para la extrema derecha y Río de Janeiro, una vez más, ha sido elegida como laboratorio. Bajo la apariencia de combatir el narcotráfico, lo que se está ensayando es una guerra política por el relato: una disputa sobre la percepción de quién ostenta la autoridad moral para usar la violencia.

Puerta de entrada a la interferencia extranjera: el regreso de la doctrina Monroe

Detrás del discurso del «narcoterrorismo» subyace un viejo proyecto de subordinación hemisférica: la doctrina Monroe, reciclada en el siglo XXI bajo el pretexto de «cooperación antiterrorista». El término no es inocente. Cuando una autoridad brasileña califica a grupos criminales de «narcoterroristas», abre una laguna legal y diplomática que permite a Estados Unidos intervenir directa o indirectamente con el argumento de la seguridad regional.

No es casualidad que la retórica de Cláudio Castro resonara casi de inmediato en los medios internacionales y las redes de seguridad vinculadas a Washington. El término «narcoterrorismo» permite asociar a Brasil con la lista de países que requieren vigilancia especial, preludio de sanciones, espionaje y cooperación forzada. Se trata de una operación lingüística que precede a la operación política: quien controla el nombre, controla el territorio.

Fuente: https://iela.ufsc.br/o-espetaculo-operacional-a-guerra-que-precisa-ser-vista/

El presente artículo puede reproducirse libremente a condición de que se respete su integridad y se cite a su autor, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo.