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La guerra que nadie dice querer, pero que el capitalismo necesita

Fuentes: Rebelión

El ser humano puede ser muy cruel, su capacidad de pensar le da un amplio abanico de opciones para desarrollarlo, pero para desatar un infierno que es una guerra hay que comprender cuáles son las profundas raíces que empujan a miles de personas a matarse mutuamente.

A diferencia del feudalismo, donde la acumulación de riqueza dependía del estado de guerra casi permanente con el saqueo y ocupación de tierras del vecino como eje, bajo el capitalismo en principio “nadie la quiere”. Los capitalistas necesitan la “seguridad jurídica” que le garanticen la continuidad en la división del trabajo y jerarquía de los estados. Sin embargo, son las propias leyes del capitalismo las que rompen esa jerarquía empujándoles a la guerra, a la que van, como dice una obra sobre la I Guerra Mundial, como “sonámbulos”: todos hablan de “paz” y solo saben armarse para la guerra siguiendo la máxima romana «Si vis pacem, para bellum»

De pretextos y de causas

Decía Tucídides que ante una guerra hay que diferenciar entre “los pretextos” que se dan, y las “causas” que la provocan. Nadie quiere aparecer como el “verdugo”, sino como víctima, y para eso se inventan todos los pretextos habidos y por haber; desde justificaciones morales, “guerra justa vs. guerra injusta”, ideológicos, “defensa de los valores occidentales” o religiosos, “guerra santa”.

En todos los casos lo que se pretende es ocultar las verdaderas causas de la guerra que suelen ser mucho más prosaicos; solo los revolucionarios hablan claramente, la guerra revolucionaria de Francia contra la reaccionaria “santa alianza” fomentada por el capitalismo británico junto con las monarquías absolutistas fue reconocida abiertamente como tal por los jacobinos. De igual manera, los soviets de obreros y soldados rusos tuvieron que enfrentar una guerra de agresión de 21 naciones del mundo, apoyando a la contrarrevolución blanca; y nunca ocultaron que era una guerra revolucionaria en defensa del poder soviético.

En este ocultamiento de las verdaderas causas de una guerra, los maestros son los EE.UU., que siempre han buscado aparecer como víctimas de una agresión. Desde su iniciación como potencia imperialista en la guerra de Cuba contra el imperio español con el autohundimiento del Maine hasta la guerra de Ucrania, donde forzaron a Rusia a entrar en territorio ucraniano, pasando por Pearl Harbor, que fue la reacción japonesa a un acto de guerra económico con el bloqueo del petróleo impuesto por los EE.UU. a Japón un mes antes del ataque, los EE.UU. son los mejores inventando “pretextos” para ocultar las causas de sus guerras, que no es otra que la lucha por el poder y la hegemonía.

Las contradicciones que empujan a la guerra

El capitalismo es un sistema económico que necesita de la “seguridad jurídica” de los negocios para crecer; sin esa seguridad la “rutina” de la acumulación de capital se rompe y los negocios -eufemismo de explotación de la clase obrera – interrumpen en su quehacer acumulativo.

La tragedia del capitalismo es que cada cierto tiempo esa acumulación se interrumpe por motivos internos; como dijera Marx “los límites del capital son el propio capital”; es decir, la tasa de acumulación comienza a frenarse a consecuencia de la tendencia decreciente de la tasa de beneficios, pues existe una relación inversa entre tasa de beneficios y productividad en el trabajo.

El capitalista individual busca con una mayor tecnificación mejorar su situación en el mercado, y eso supone precisar de menos personas asalariadas para mantener e incrementar la producción de mercancías (virtuales o físicas). Con ello, la aportación de trabajo vivo se reduce al igual que la plusvalía acumulada en el proceso productivo, provocando la caída de la tasa de ganancia en el sistema. El propio Capital -en su objetivo de incrementar la tasa de plusavía- establece sus límites, pues con el aumento de la productividad, el trabajo se reduce, aumentando su relación con el capital constante, que es improductivo por sí mismo pues es meramente repetitivo, no creativo.

Solo cuando el Capital se relaciona con la fuerza de trabajo se favorece la creación de un excedente de tiempo de trabajo, la plusvalía, que es la que después se puede transformar en capital; y especialmente, en su forma monetaria, dinero, que es como acumula riqueza el propietario del capital.

En el mundo precapitalista esa forma era el oro, las propiedades materiales (tierras), etc., en el capitalismo la riqueza solo tiene una forma, la monetaria en los balances de las empresas. Todo lo que no sea traducible a “dinero”, no es riqueza.

Esta tendencia decreciente de la tasa de beneficios es uno de los límites del capital, intrínseco a las relaciones sociales de producción, y su manifestación política es la guerra entre las clases por la apropiación de ese excedente de tiempo de trabajo; guerra que eufemísticamente se llama “lucha de clases”.

Pero no es el único límite que el Capital se impone a sí mismo. La competencia intercapitalista es otra de las manifestaciones de esas relaciones sociales de producción, y esta, también, está regida por una ley que actúa más allá de la voluntad de los propios capitalistas y sus gestores, la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia, que E. Mandel define en el Tratado de Economía Marxista;

“La tasa de ganancia más baja se encuentra, pues, en el sector más elevado de composición orgánica del capital (…). Los capitales afluirán, pues, hacia los sectores con más baja composición orgánica del capital, donde la tasa de ganancia es más elevada. Quién dice aflujo del capital dice competencia exacerbada, expansión del maquinismo y racionalización del trabajo. Pero estas transformaciones conducen a un aumento de la composición orgánica del capital. Y quien dice aumento de la composición orgánica del capital dice descenso de la tasa de ganancia. El flujo y reflujo de los capitales tiende, por consiguiente, a igualar las cuotas de ganancia en las diferentes esferas, modificando allí, a consecuencia de la competencia, la composición orgánica de su capital”.

E. Mandel, Tratado de Economía Marxista

Lo sucedido en estos 50 años con la restauración del capitalismo en los estados obreros, y especialmente China, confirma la tesis de Mandel hacia la igualación de las tasas de ganancia.

China fue receptora de capitales durante tres décadas puesto que la superexplotación de la clase obrera y la existencia de un vastísimo ejército de reserva de mano de obra en el campo garantizaba a los capitales mundiales una alta tasa de ganancia. Esto llevó aparajedo la “expansión del maquinismo y racionalización del trabajo” dentro de la propia China que explica su ascenso al Olimpo de las potencias imperialistas, su entrada en la competencia por la búsqueda de mercados de trabajo a explotar y su sed insaciable de materias primas. Pero no lo ha hecho sola, tras su estela se han reagrupado potencias y estados que han entrado por los huecos dejados por las “viejas” metrópolis euro norteamericanas, convirtiéndose en potencias regionales como Irán, Brasil, Sudáfrica y, sobre todo, por su poderío militar, Rusia.

Estas dos leyes tendenciales, la caída de la tasa de ganancia y su igualación entre las diferentes facciones del capital, tienen unos factores contrarrestantes bien definidos por Marx que atenúan su aplicación; por eso son “tendencias” y no leyes absolutas. Son unos factores que determinan las políticas de los gobiernos y el accionar de los estados en la división del trabajo, pues hacen a frenar la tendencia al colapso del propio sistema.

La ampliación del mercado con la incorporación de nuevos sectores productivos, el aumento de la tasa de explotación de la clase obrera, la destrucción de fuerzas productivas que reduzca el peso del capital fijo, etc., explican las políticas que desde los años 70, tras la llamada “crisis del petróleo”, se dieron todos los gobiernos bajo el rótulo del “neoliberalismo” que les permitió lanzar un balón hacia adelante aplazando lo inevitable, la actual tendencia al belicismo y la resolución de los conflictos entre los estados por la vía militar; los “límites del capital” se están imponiendo a sus fuerzas progresivas internas.

Las leyes del capitalismo, que son las del mercado, actúan como las de la naturaleza, de manera “automática” (que no mecánica), sin que la voluntad de los seres humanos pueda hacer nada por amortiguar sus consecuencias si se les deja a su “capricho”. Sin embargo, es el factor humano lo que las diferencia; el ser humano agrupado en clases puede evitar las nefastas consecuencias de los “límites del capital”. Por eso la guerra capitalista, la peor de todas las consecuencias del capitalismo, solo se puede frenar acabando con las raíces que la provocan, las relaciones sociales de producción que se basan en la explotación de la mayoría de los seres humanos por una minoría y el saqueo de la naturaleza.

El 7 de octubre, un cambio en la situación: “el mundo se ha hecho palestino”

La crisis del 2007/8, la incorporación del yuan chino al sistema de divisas imperialistas (Derechos Especiales de Giro) en el 2016, la pandemia y sus consecuencias sobre los circuitos de distribución de mercancías, así como las políticas de desdolarización impulsadas por los BRICS en sus relaciones con todos los estados del mundo, etc., son manifestaciones de que estas contradicciones han entrado en un camino sin salida para los capitales con “alta composición orgánica”, que entran en una cerrada lucha por los mercados de trabajo.

Está claro que, quieran o no, el choque está garantizado porque todo se sintetiza en la lucha por ver quién capitanea la nueva revolución industrial a caballo de la lucha contra el cambio climático; una lucha que ha cambiado el foco de las contradicciones intercapitalistas en el saqueo de riquezas naturales. Ahora ya no es únicamente el petróleo sino también el coltán, las tierras raras, etc., las que motorizan las ansias imperiales de los dos grandes bloques imperialistas en liza.

En este marco de choque de “placas tectónico”, el 7 de octubre emerge como un “momento nodal” en la situación mundial. Cuando el pueblo palestino desde Gaza responde a las agresiones constantes del sionismo y lanza 1500 cohetes contra Israel, la relación de fuerzas cambia de manera exponencial.

Como se decía en el 15M español, “el miedo ha cambiado de bando” porque ya no es la época de “la guerra de los seis días” ni del Yonkipur, cuando la hegemonía estadounidense era absoluta, y su “niño mimado” en la zona, Israel, podía hacer lo que le diera la gana; nadie iba a rechistar. Solo, formalmente, la URSS podría presentar resoluciones en la ONU o vetar las de los EE.UU., pero nada más; la URSS no tiraría piedras contra el tejado que ella misma había fomentado en el 47, la creación del estado de Israel.

Decía Lenin que “la política es economía concentrada” y aquí se ve claramente. El bloque euro norteamericano está en lo económico y comercial en retroceso abierto, aislándose cada vez más de la economía mundial. El bloque imperialista encabezado por China, los BRICS, les está ganando la mano; hoy es el principal socio comercial de 144 países, incluidos los EE.UU. y la UE.

Es un “dragón” económico con unas reservas en divisas que en el 2021 se cifraba en 1 billón de dólares. Frente a la incalculable deuda estadounidense, China tiene un colchón financiero que le permite navegar por las aguas turbulentas de la economía mundial, no recuperada ni de lejos de la crisis del 2007/8 (de hecho, la situación actual es parte de la quiebra que sufrieron las potencias euro norteamericanas en aquel momento). Por su parte, Rusia posee una de las reservas de oro más grandes del mundo, con 2300 tns y un valor de 140 mil millones de dólares.

En estas condiciones, el bloque euro norteamericano está perdiendo la guerra económica contra los BRICS y sus aliados; les queda el recurso de la fuerza militar donde, todavía, conservan la hegemonía.

Pero la guerra de alta intensidad como la de Ucrania les obliga a forzar la máquina del belicismo y la industria militar que, por cierto, tiene también consecuencias económicas pues es una industria que no aumenta la composición orgánica del capital sino que la reduce. El valor de uso de las mercancías que esa industria produce, el armamento, no aumenta la riqueza social, sino que la destruye y con ella a las fuerzas productivas que la generan con la muerte de seres humanos y la destrucción de instalaciones e infraestructuras, … Que después, el vencedor deberá reconstruir. La cínica descripción de Schumpeter de la guerra como “destrucción creativa”.

El 7 de octubre puso blanco sobre negro el aislamiento cada vez mayor del bloque euro norteamericano -cínicamente llamado “comunidad internacional”- reagrupado y replegado militarmente alrededor de la OTAN, que tiene una política cada vez más beligerante en defensa de su hegemonía – está en guerra contra su propia decadencia -. Además, el 7 de octubre demostró que la supuesta invulnerabilidad de su “niño mimado” era una fantasía que unos cohetes caseros podían romper. A ello hay que añadirle el contra ataque anunciado y telegrafiado iraní, lanzando 300 drones y misiles contra Israel que fue rechazado gracias al concurso de las fuerza aéreas de Jordania, EEUU, Francia y Gran Bretaña. Si estas no hubieran participado activamente, el muro defensivo sionista habría sido un “queso de gruyere”.

Por la puerta abierta de la debilidad de ese “niño mimado” han entrado todas las rebeldías del mundo, con una movilización mundial desconocida desde la II Guerra de Irak. Decenas de millones de personas han salido, y salen, a la calle en todo el mundo, comenzando en los mismos EE.UU. e Israel, para mostrar su rechazo al genocidio que el estado sionista, con el aval de la OTAN y el bloque euro norteamericano, está llevando a cabo contra Gaza. El pueblo palestino está sufriendo la impotencia de los euro norteamericanos para dar un golpe de mano en la lucha por la hegemonia derrotando a Rusia y enfrentando a China.

Hacia la III Guerra Mundial o hacia el socialismo

La población a nivel mundial ha percibido que los euronorteamericanos, padrinos de Israel, no son invulnerables sino que es posible aislarlos, hacerlos retroceder y … lo de derrotarlos todavía no está en la agenda, pero como se dice habitualmente, “todo camino comienza con un primer paso”, y el 7 de octubre ha sido ese primer paso en el camino de derrotar al Estado Sionista de Israel y con él, al bloque que lo sostiene.

Cierto es que esta derrota de Israel, que tal y como están las cosas, solo puede suponer su colapso pues el imperialismo euro norteamericano ha dinamitado la teoría de “los dos estados” acordados en Oslo; no es el fin del camino hacia el choque entre lo dos bloques imperialistas, solo un importante revés a uno de ellos. Lenin en el Imperialismo Fase Superior del Capitalismo recordaba que en muchas ocasiones, las potencias imperialistas no chocan entre ellas directamente, sino que lo hacen sobre sus semicolonias y países dependientes, con el objetivo de “debilitar” al enemigo.

Hoy, con el armamento nuclear pesando como una espada de Damocles sobre la humanidad, convierte esta idea de Lenin en la “doctrina militar” dominante. Todos los gobiernos son conscientes de que una escalada nuclear de los conflictos actualmente existentes, y que implican a estados con armas atómicas en sus arsenales (EE.UU., Rusia, Israel, Irán, …) conduciría a una guerra que no tendría vencedores; y ninguna clase social se suicida, es decir, va conscientemente a una guerra que supondría su desaparición.

Pero en la inconsciencia del resultado, todos creen que pueden ganar, se explica el riesgo a que se desate y no desaparece mientras exista capitalismo y sus leyes automáticas empujen a sus dirigentes, así sea como “sonámbulos”, en el camino de la guerra; por ello para acabar con la amenaza de que calquier «sonámbulo» desate el infierno, hay que destuir las causas que lo originan y que pesan sobre la humanidad.

El 7 de octubre puso la primera piedra para que las poblaciones del mundo enfrenten el riesgo más que evidente de una guerra que a estas alturas, solo puede ser devastadora. Pero la derrota de Israel no será el fin del camino, sus “jefes” no están en Tel Aviv, sino en Washington y Bruselas, y los motivos que la impulsan no son ni tan siquiera religiosos – esa demagogia del conflicto religioso ha muerto -, sino bien políticos. El bloque euro norteamericano (atlantista) busca debilitar a aliados estratégicos de sus enemigos jurados por la hegemonía mundial, China y Rusia, en las cabezas de Irán y Siria, en la zona. El pueblo palestino es, para todos ellos, un “daño colateral” porque lo que está en juego es el dominio del mercado mundial.

Son las contradicciones del propio sistema capitalista las que impulsan a la guerra, a unos a la ofensiva, porque están perdiendo la guerra económica; y los otros -siguiendo la táctica de los EE.UU. cuando “ascendieron” al Olimpo de las potencias imperialistas a comienzos del siglo XX- con una política de “neutralidad” ante lo que consideraban una “guerra europea”. Ellos hacían negocios mientras Europa se desangraba, y solo intervinieron cuando ya era evidente quién iba a ser el ganador.

El imperialismo chino está en la misma actitud; va ganando la guerra comercial y económica, mientras los EE.UU. y sobre todo sus aliados europeos importantes (Alemania, Gran Bretaña y Francia) afrontan un retroceso más que evidente en su capacidad económica. A los dirigentes chinos no les convienen las guerras, ni la de Ucrania – de hecho, mantiene una cierta distancia de su aliado ruso, aunque le apoye económicamente para evitar una catástrofe que los debilitaría – ni, menos todavía, la de Oriente Próximo. No hace ni un año que había conseguido desactivar la guerra “bajo bandera ajena” entre Irán y Arabia Saudí en Yemen.

Aun así no dejan de armarse con el segundo presupuesto de guerra a nivel mundial tras los EE.UU., más con una ventaja sobre estos; tienen una capacidad industrial y financiera que en pocos años les permitirá un poderío militar semejante al de los EE.UU., y ya sabemos que una guerra no la gana el ejército presente, sino la capacidad para renovar el material humano y físico que será destruido. China tiene una inmensa reserva de seres humanos y, hoy por hoy, capacidad financiera e industrial para hacerlo.

En este marco, no es posible saber cómo puede ser la III Guerra Mundial, pero es un hecho que tras la resolución de la Cumbre de la OTAN en Madrid, en junio del 2022, declarando a Rusia y China como “enemigos de los valores occidentales”, los prolegómenos han comenzado.

Todos ellos saben que no están preparados para unas guerras de alta intensidad, como demuestra el fracaso de la contraofensiva ucraniana del pasado año y el relativo empantanamiento de esa guerra. Pero, como los “sonámbulos” empujados por la pesadilla de su decadencia, todos ellos se mueven en dirección a la guerra aumentando los presupuestos de guerra o abriendo las puertas a la reintroducción del servicio militar obligatorio; las contradicciones inter imperialistas son más fuertes que la voluntad de garantizar la “seguridad jurídica” de los negocios. Entre otras, porque esa “seguridad” está ligada a mantener la hegemonía sobre los mercados mundiales; de otra forma, si los euro norteamericanos la pierden ante sus competidores, se verán sustituidos por estos, y no habrá ni negocio que defender. El sujeto de la oración es el “negocio”, sin él, el concepto de “seguridad” es superfluo. Y esto los hace extremadamente peligrosos, ninguna clase social, o facción de ella, abandona el escenario sin lucha; como tampoco es solución de nada que el imperialismo euro norteamericano sea sustituido por otra/s potencias tan explotadoras como la actual.

Los EE.UU. comenzaron su andadura imperialista, como está haciendo actualmente China, defendiendo el derecho de las naciones a su identidad cultural, sin injerencias directas, en nombre de la “libertad de comercio”. Tras 1945 fueron los EE.UU. los que impulsaron el reconocimiento del derecho de las naciones a la autodeterminación para terminar de disolver los viejos imperios coloniales europeos, y con su peso económico, hacerse con las naciones recientemente “liberadas”; solo seguían lo que había hecho en Cuba y Filipinas, cuando apoyaron su independencia del imperio español.

Está claro que ni en “guatemala, ni en guatapeor”. Y esto no es, como piensan algunos castro chavistas o estalinistas nostálgicos, “ninismo”, ni complacencia con el imperialismo euro norteamericano, sino adoptar una posición marxista, de independencia de la clase obrera frente a todas la facciones del capital que objetivamente ponen a la humanidad al borde la barbarie, que en muchos lugares como Palestina, Congo, Yemen, Libia, Siria, Afganistán,… ya ha llegado.

La clase obrera no tiene que esperar el salvador ni en las democracias capitalistas de toda la vida, ni en los que, envueltos en la bandera roja china, en el “antifascismo” ruso o en la revolución cubana, solo buscan su lugar en el mercado mundial. Una posición de clase, de independencia respecto a todas las fuerzas capitalistas se adornen como se adornen, es aquella que levanta un programa político que apunta a la toma del poder por la clase obrera y los sectores oprimidos de la sociedad, y a destruir las relaciones sociales de producción capitalistas; no a reformarlas ni a adornarlas con banderas rojas. La posición de la clase obrera contra la guerra capitalista es beligerante, y parte de la guerra en la que ella vive todos los días, la de clases.

Más allá de la alegría personal de ver como los opresores y genocidas que han conocido varias generaciones, el bloque euro norteamericano, sufren en sus carnes lo que ellos han hecho al mundo durante dos siglos, la clase obrera en su lucha por el socialismo no gana nada con la victoria de ninguno de los dos bandos burgueses en conflicto. Son las contradicciones del capitalismo y las que se dan entre ellos los que favorecen su lucha, pero la victoria de uno de ellos significaría que el periodo de crisis capitalista se estaría cerrando y con ella una nueva oportunidad para la transformación de la sociedad.

La clase obrera debe aprovechar estas contradicciones para levantar su propio programa de revolución socialista, sin tener la menor confianza en que ninguno de los dos sectores del capital enfrentados le va a sustituir en su camino al socialismo, que no vendrá de la mano, no ya de los “atlantistas”, ni de aquellos que son tan burgueses y reaccionarios como estos, el bloque agrupado tras la OCS (Organización para la Cooperación de Shangai), sino de la autoorganización política independiente de la clase obrera que enfrente a ambos hasta su expropiación.

La guerra capitalista solo podrá ser frenada cuando desaparezcan las raíces sociales que la impulsan, haciendo de los dirigentes burgueses unos “sonámbulos” criminales; pues aunque actúan determinados por esas causas, se inventan “pretextos” para justificar la barbarie que significa una guerra.

Roberto Laxe. Politólogo integrante del colectivo trotskista Corriente Roja en el Estado español.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.