Mientras la actualidad informativa se ha desviado, intencionadamente o no, hacia otras latitudes, la delicada situación iraquí sigue adentrándose en una espiral muy peligrosa, de cuyo desenlace final es difícil predecir las consecuencias. Lo que parece evidente es que sea cual sea la fotografía final que nos depare la ocupación estadounidense de Iraq, las consecuencias […]
Mientras la actualidad informativa se ha desviado, intencionadamente o no, hacia otras latitudes, la delicada situación iraquí sigue adentrándose en una espiral muy peligrosa, de cuyo desenlace final es difícil predecir las consecuencias. Lo que parece evidente es que sea cual sea la fotografía final que nos depare la ocupación estadounidense de Iraq, las consecuencias tendrán ramificaciones a nivel mundial.
A día de hoy en la mayoría de los medios de comunicación occidentales la realidad que se nos dibuja de aquel país está ligada a datos y cifras de muertes y masacres, presentándonos tan sólo una pequeña parte de los que realmente se está cociendo en el escenario iraquí. Paralelamente se han instaurado los consabidos tópicos que hacen más difícil presentar análisis sosegados y en profundidad, algo que por desgracia ya hemos visto en otros conflictos, como el de Palestina.
La ocupación y destrucción del país a manos de la alianza dirigida por Estados Unidos se ha convertido en una referencia del pasado, mientras que la centralidad que se nos quiere presentar gira en torno al posible aumento del riesgo de una confrontación civil que desemboque en una guerra entre iraquíes.
La corrupción, el fraude de la mal llamada «ayuda humanitaria», el vacío legal y administrativo, las huelgas de los trabajadores de la industria pe.trolera, son entre otros, los temas que se engloban en el manido término de «daños colaterales», al menos para los medios que no reflejan esos acontecimientos. Y tampoco se nos puede pasar por alto un cierto sabor amargo ante «la desaparición» de las cientos de miles de personas que hace varios meses salieron a las calles para repudiar la invasión y posterior ocupación de Iraq.
Gobernabilidad
Los intentos estadounidenses por dirigir y controlar todo el procedo de » transición» se ha mostrado como un camino lleno de obstáculos para los intereses de Washington, y su balance, visto desde una óptica objetiva, no puede ser más negativo, o tal vez sí.
El llamado gobierno central no es capaz de mantener el orden y carece de una administración que pueda cubrir las necesidades sociales que demanda la población. Cada día que pasa se hace más evidente que el control del país está en manos de los diferentes grupos o comunidades, mientras que el gobierno del primer ministro Nuri al-Maliki tan sólo ejerce como tal en la zona verde de Bagdad.
Así, el enorme barrio de Sadr City en la capital está gobernado de facto por los seguidores de Muqtada al-Sadr, mientras que en las ciudades del sur, como Basora, los clérigos chiítas imponen su ley. En la región de mayoría sunita, en ciudades como Ramada o Tal Afar, la presencia del gobierno central o de sus aliados occidentales es nula, y el Kurdistán del sur, está gobernado desde hace tiempo por los partidos kurdos.
Ante la incapacidad gubernamental de mantener la gobernabilidad, esos gobiernos «locales» sí han demostrado poder mantener «la ley y el orden», pero a costa en ocasiones de mantener la exclusión de una parte de sus conciudadanos. En los primeros cien días de gobierno, el primer ministro se ha visto obligado a realizar cambios en su gobierno, fundamentalmente por la crisis en torno al petróleo y la falta de apoyo.
Por su parte, el ejército iraquí, que debería ser uno de los instrumentos del gobierno de al-Maliki para poder asentar su poder en todo el país, se presenta como una fuerza que está infiltrada por los diferentes grupos paramilitares que operan en el país y que por tanto están al servicio de esos intereses concretos. O en el pero de los casos, son la punta de lanza del ejército de ocupación.
En este sentido es evidente que el número de victimas mortales en las últimas semanas ha aumentado considerablemente entre los miembros de la policía y el ejército iraquí. Esto es fruto de la técnica estadounidense de colocar a esas fuerzas en las calles de l país, mientras que los soldados ocupantes permanecen más tiempo protegidos en sus cuarteles.
Dividir
La clave de la actual situación está en la propia ocupación, que lejos de generar «un Iraq democrático», ha enviado al país varios siglos atrás en la historia. El fruto de la política neoconservadora, cercana a las teorías de la » destrucción constructora» se están mostrando como una pesada losa para la población iraquí, que tiene que asumir su «cuota diaria» de muerte para que los estrategas de Washington y sus aliados logren sus frutos.
El grado de violencia actual es el resultado directo de la ocupación, el camino hacia el enfrentamiento civil se nos presenta en esta coyuntura como una nueva fórmula que los ocupantes están dispuestos a utilizar. La vieja receta de » divide y vencerás» centra en estos momentos la estrategia ocupante aunque si continúan tensando la cuerda ésta se puede romper y las consecuencias no son fáciles de predecir.
Los movimientos unitarios, como los llamamientos de Muqtada al-Sadr, suponen un elevado peligro para Washington, que no duda en impulsar las políticas sectarias que se materializan más tarde en las «venganzas y masacres» intercomunitarias que asolan estos días Iraq. Además, desde la Casa Blanca observan con verdadero pavor que a pesar de sus esfuerzos y manipulaciones, Irán se ha convertido en una potencia regional con gran influencia en el devenir del vecino Iraq.
Un reciente informe europeo señalaba que los pasos de EEUU han ayudado a Teherán a incrementar su influencia en la región. «la eliminación de dos regímenes rivalesde Irán, los talibanes en Afganistán y Saddam Hussein en Iraq, han creado una situación de vacío político y social que está siendo aprovechado por Irán».
Si hasta ahora Bush ha pretendido manipular a su antojo la realidad iraquí, en estos momentos parece que es Irán el mejor colocado para poder mover los hilos de la compleja situación en aquel país. Si la política neoconservadora se decide a tacar Irán, éste puede incrementar «el desorden y desestabilizar todavía más el caótico espacio público de Iraq».
La ocupación ha sido el detonante de la violencia política en el país, y también de la sectaria. Así, mientras se mantenga la presencia de las tropas extranjeras en Iraq, la resistencia continuará creciendo, y paralelamente, los ocupantes intentarán que los actos sectarios mantengan también su flujo de muerte y destrucción, lo que en definitiva les servirá como argumento para defender el mantenimiento de la misma ocupación.
Por todo ello, la solución lógica debe venir del final de la ocupación, pues a pesar de las lecturas pesimistas ante un futuro escenario sin tropas extranjeras, la realidad muestra que ese es el camino para poner fin a al guerra. En el pasado Iraq logró un alto desarrollo político y social, no exento de errores de bulto, pero es evidente que la actual situación sólo enfila al país y a sus gentes al precipicio, al lado «más oscuro de la historia».
Es hora de que el pueblo iraquí pueda decidir libremente su futuro, como también deben hacerlo el pueblo kurdo y otros pueblos, sin ingerencias externas y con la absoluta garantía de que sus decisiones serán soberanas. Todo los demás movimientos condenan al país a un futuro escenario que nadie puede predecir.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)