Defender a Londres como la capital mundial de las finanzas para minerales críticos no es una mala idea (El Tábano Economista)
Las fechas nos ayudarán a comprender la trazabilidad de los eventos que aquí analizaremos. El 16 de enero de 2025, el primer ministro británico Keir Starmer y el presidente ucraniano Volodimir Zelenski —cuyo mandato ya había vencido— firmaron un tratado de cooperación por 100 años. Poco más de un mes después, el 27 de febrero, Donald Trump se reunió con Starmer en la Casa Blanca. Al día siguiente, el 28 de febrero, estalló lo que los medios calificaron como “el evento del Salón Oval”.
Ese final, anticipado por algunos medios como una “merecida flagelación pública del testaferro de la junta golpista ucraniana”, fue descrito oficialmente como un encuentro improvisado y sin guion, lo cual resulta poco creíble. Una interpretación más plausible apunta a una disputa silenciosa entre Estados Unidos y el Reino Unido por el control de los recursos naturales y los puertos ucranianos. En efecto, el conflicto parece haberse encendido el 16 de enero, cuando Zelenski cedió, de facto, la riqueza mineral de Ucrania a los británicos. A partir de entonces comenzó una puja por trasladar ese control —hasta entonces anglo-francés— hacia la nueva Administración estadounidense.
Sin embargo, la lógica de las élites que respaldan a Donald Trump es aún más ambiciosa. Su objetivo principal parece ser asegurar el acceso a tierras raras extraídas en territorio ucraniano. Pero van más allá: proponen reactivar el gasoducto Nord Stream 2 y controlar los nodos energéticos y oleoductos del corredor occidental que atraviesan Ucrania. Para ello, necesitarían negociar con Rusia, posible socio estratégico en un plan de dominación energética sobre Europa. Desde Kiev, la postura es más cautelosa. Zelenski se resiste a firmar nuevos acuerdos sin garantías claras para su régimen y su seguridad personal.
El acuerdo firmado entre el Reino Unido y Ucrania busca, oficialmente, fortalecer la cooperación en defensa, economía, energía y cultura. El tratado contempla el desarrollo conjunto de capacidades militares, la creación de proyectos industriales y la mejora de la seguridad marítima en los mares Báltico, Negro y de Azov. Aunque el texto general del acuerdo se encuentra disponible en la House of Commons Library, las cláusulas confidenciales no se han revelado, lo que ha dado pie a múltiples especulaciones.
Una de ellas gira en torno a la estrategia británica para posicionarse como centro financiero global de las “finanzas responsables” en minerales críticos. Desde la guerra por el caucho en Malasia en los años 50 hasta Irak por el petróleo y ahora Ucrania, la política exterior británica ha estado profundamente ligada al control de recursos estratégicos.
El Gobierno británico ha creado un grupo de trabajo sobre minerales críticos en el que participan gigantes como Rio Tinto, Anglo American, la fabricante de armas BAE Systems, el lobby militar aeroespacial ADS, y actores financieros como BlackRock y el banco Rothschild.
Estas dos últimas entidades tienen un papel determinante: BlackRock lidera inversiones bélicas, y Rothschild —con más de 53.000 millones invertidos en Ucrania— asesora al Ministerio de Finanzas. En su junta directiva figura Lord Mark Sedwill, exjefe de seguridad del Reino Unido y ex CEO de BAE Systems. En este contexto, minerales como el titanio, el cobalto, el galio y las tierras raras son esenciales para la industria militar británica.
Sectores estratégicos del Reino Unido dependientes de tierras raras y minerales críticos:

Los documentos del Ministerio de Asuntos Exteriores británico revelan que las privatizaciones son una prioridad en su plan de ayuda a Ucrania. En septiembre, Zelensky firmó una ley que habilita la privatización de bancos estatales, en línea con el programa “Privatización a Gran Escala 2024”. Entre los activos figuran el mayor productor de mineral de titanio del país, la empresa estatal United Mining and Chemical Company, plantas de concreto y otras infraestructuras estratégicas.
Este proceso está respaldado por el programa SOERA (Actividad de reforma de empresas estatales en Ucrania 2021–2028), financiado por USAID – manejada por George Soros con los demócratas – y apoyado por el Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido. También se alinea con las recomendaciones del Banco Mundial y las condiciones impuestas por el FMI en el préstamo de 15.600 millones de dólares a Ucrania. A su vez, la UE condicionó su plan de ayuda de 50.000 millones de euros (2024–2027) a reformas de gobernanza corporativa en empresas estatales.
El 27 de febrero de 2025, Starmer y Trump discutieron en la Casa Blanca el futuro de Ucrania. El día siguiente, estalló la crisis. Zelensky se rehusó a firmar el acuerdo estadounidense tras reunirse con figuras clave del ala belicista del gobierno de Trump, como el secretario de Estado Marco Rubio y el general retirado Keith Kellogg.
La primera propuesta estadounidense contemplaba que Ucrania cediera la jurisdicción judicial sobre disputas relacionadas con recursos minerales, vender dos veces el mismo producto es inaceptable. Zelensky recibió una advertencia clara: cualquier cosa, menos firmar.
La versión revisada del acuerdo proponía expandir el control a sectores energéticos como petróleo y gas. Incluía la creación de un fondo de inversión conjunto, con aportes de empresas ucranianas (inexistentes) por 500.000 millones, gestionado por una junta donde Washington tendría mayoría.
Además, se propuso que EE.UU. tuviera autoridad para bloquear la venta de recursos ucranianos a Europa o China. Documentos filtrados indican que Estados Unidos busca controlar parte significativa de la infraestructura energética ucraniana a cambio de apoyo militar y financiero.
La posible reactivación del Nord Stream 2 y el dominio estadounidense sobre la infraestructura energética en Ucrania generan tensiones en Europa. De concretarse, EE.UU. y Rusia podrían decidir el destino energético del continente, ya sea mediante el tránsito de gas o la exportación de GNL.
Ucrania se ha convertido en el escenario de una pugna feroz entre Reino Unido y Estados Unidos, no solo por su valor geoestratégico, sino también por su riqueza en recursos naturales. Mientras tanto, los ciudadanos ucranianos continúan muriendo en una guerra interminable, las grandes potencias reparten lo que aún no les pertenece.