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La hegemonía liberal y hegemonía del bloque popular

Fuentes: Rebelión

Acto I

La ópera de Verdi llamada Aida fue estrenada en El Cairo en 1871; fue encargada para inaugurar el Canal de Suez. Aunque evocaba el ascenso modernizador occidental de Egipto en un aparente cimiento del Imperio Otomano, en Italia Aida fue apropiada por los movimientos contra el Imperio Austriaco de los Habsburgo. En la Unión Soviética, la Obertura solemne de 1812 de Chaikovski se mantuvo en el repertorio de la Filarmónica de Leningrado y del Teatro Bolchói en Moscú. Bajo Stalin también se la escuchaba en conciertos festivos por la Revolución Bolchevique, aunque resulta controversial que esta obra hubiera sido inspirada en el espíritu triunfal zarista contra Napoleón, convirtiéndose al final en una obra que representaba la crisis del zarismo y el triunfo revolucionario, estableciendo así un significado contrario al de su origen.

A finales del siglo XX, en el Mundial de 1994 realizado en los EE. UU., el espectáculo de clausura presentó a tres tenores emblemáticos: Pavarotti, Plácido Domingo y Carreras. Ellos simbolizaron la nueva era de hegemonía norteamericana después del derrumbe soviético, interpretando obras de la ópera occidental, entre ellas una emblemática Nessun Dorma. Esta, en un mundial previo (Italia 90), había comenzado como un himno no oficial. En una de sus estrofas proclama Vincerò (ganaré): “All’alba vincerò!” (ganaré al amanecer). Se trata del aria que se canta al final del acto III de la ópera Turandot de Giacomo Puccini.

Después de más de veinte años, a poco de celebrarse nuevamente un Mundial de fútbol en EE. UU., en medio de una crisis migratoria (siendo el fútbol el deporte más popular entre la mayoría de los migrantes) y de una crisis de hegemonía en múltiples dimensiones, la segunda Administración de Trump se presenta reiterando en sus discursos “venceremos, venceremos”, aunque ninguna victoria se ha logrado. Puede decirse que el Nessun Dorma, recordado como himno a la victoria, quedará, como en los ejemplos anteriores, como un recuerdo de la pérdida de la hegemonía.

Fukuyama, filósofo muy conocido por El fin de la historia, proclamó el triunfo definitivo de la democracia liberal tras la Guerra Fría. Su argumento partía de que este sistema satisfacía la necesidad humana fundamental de “reconocimiento” (thymos), resolviendo así la lucha histórica. El thymos es un concepto fundamental de la filosofía de Platón en La República, que representa el asiento psicológico de emociones como el orgullo, la ira y la vergüenza, y que da lugar a la necesidad de asignar valor a las cosas, empezando por uno mismo. Al incorporar la lucha de reconocimiento de Hegel, Fukuyama sostuvo que, si bien la democracia liberal promete un reconocimiento universal a través de la igualdad de derechos, a menudo no lo cumple. Esta incapacidad de satisfacer la necesidad humana de isothymia (reconocimiento igualitario) alimenta el auge de la política de identidad tanto en la izquierda como en la derecha.

Para Fukuyama, el thymos insatisfecho podía resurgir de forma patológica, y vio en Trump un ejemplo de megalothymia (deseo de superioridad) que, al combinarse con el resentimiento igualitario (isothymia) de las masas, podía desestabilizar el sistema.

Zhang Yongle, en su artículo Reconfiguring Hegemony. Modes of Winning Fukuyama to Trump, publicado en New Left Review, considera que esta lucha de paradigmas revela la crisis del proyecto liberal. Fukuyama representa un globalismo que se ha vuelto económicamente insostenible y que genera malestar interno debido a la desindustrialización y al abandono de la clase obrera, mientras Trump ofrece una apuesta nacionalista “America First”, arriesgada, pues sustituye las instituciones y normas impersonales —es decir, el Estado de derecho— por un gobierno altamente personalista, claro ejemplo de ello son sus conversaciones cara a cara y el bombardeo de redes sociales. Esto llevó a EE. UU. a ensimismarse con sus políticas arancelarias y antimigratorias. En vez de consolidar su hegemonía, aceleró la multipolaridad, permitiendo la emergencia de narrativas múltiples de “confiar en sí mismo” y dando lugar a diversas formas de “victoria” en otras potencias y en la periferia.

Acto II

Pero tal vez lo que faltó decir es que esa hegemonía ensimismada de Trump vino acompañada de un endurecimiento del grado de intervención imperial en Latinoamérica. Un caso ejemplar es Argentina, donde, bajo la dirección de Milei, en lugar de asumirse una dignificación nacionalista, se impuso un relato “liberal” que despoja a su propia población. Si bien Fukuyama diría que no hay equilibrios para llegar a esa dignificación y que el sistema liberal conduce inevitablemente a ello, el contraejemplo sería Milei, que lleva a la desinstitucionalización del Estado de derecho al legalizar estafas piramidales con su moneda digital, o al permitir la corrupción de una integrante de su familia, mientras quita presupuesto a las universidades y subsidios a discapacitados, eliminando cualquier síntoma de búsqueda de derechos universales.

Stiglitz, en su libro Camino a la libertad, denunciaba que las principales banderas de la Administración Trump eran desregular en todos los ámbitos el sector financiero y eliminar las instituciones que protegían a los consumidores. Y eso precisamente ocurrió con la moneda Libra: al dejar desprotegidos a los compradores y no ofrecer herramientas legales para resguardarlos, Milei estafó directamente a sus propios seguidores, en su mayoría libertarios que aún agitan su bandera. Estas ideas descabelladas, como comentario extra, también estuvieron presentes en un candidato a la vicepresidencia en Bolivia, cuya propuesta era utilizar monedas digitales para especular y generar ingresos para el Estado.

El otro premio Nobel de Economía, Krugman, recientemente descartó que Milei logre cambiar la crisis económica argentina, pues las políticas de derecha que aplica no son nada nuevas. Ya se habían implementado en la década de 1970 con un plan de estabilización cambiaria que ralentizaba la tasa de depreciación de la moneda con la esperanza de reducir la inflación interna. A esto se le llamó “tablitas”. Al final no funcionó, y ahora tampoco, pues los inversores no ven confiable invertir en un país sin regulación mínima y sin esperanza de corregir sus indicadores macroeconómicos.

Teniendo este antecedente atroz, Bolivia, lastimosamente, se jugó entre dos partidos de derecha que intentan imitar a Milei o, por lo menos intentan Tablitas 2.0. Esa tarea, en vez de construir una narrativa de victoria del país, busca afianzar un modelo que lo convierta en un país intervenido como Argentina.

Acto III

Más bien lo que se debería hacer, si EE. UU. acelera la narrativa “confiar en sí mismo”, Bolivia debe preguntarse en qué base debe plantear la suya. No es como creen muchos amantes de visiones antiestatistas (anarquistas), que sostienen que hablar de hegemonía solo le corresponde al Estado o al Imperio. Emiten murmullos de lecturas incompletas de Gramsci. Tal vez en este nuevo escenario, donde el Estado Plurinacional es parte de la hegemonía del bloque popular, ya no se puede pensar en estrategias de maniobra de asedio al Estado, pues ya no se trata de un Estado separado de su sociedad civil. Perry Anderson, en su artículo The Antinomies of Antonio Gramsci, realiza un rastreo cronológico del concepto de hegemonía y muestra cómo Gramsci sostenía que en los estados occidentales ya no podía aplicarse la estrategia de revolución permanente, sino la de guerra de posiciones: sumar movimientos (en ese momento campesinado y obrero) contra la burguesía, e introducirse en la cultura.

Pero en un escenario como el Estado Plurinacional, con su variedad de sujetos históricos y su composición económica, ya no bastaría la estrategia de la NEP que planteaba concesiones del sujeto de vanguardia a los demás sujetos revolucionarios. Sino más bien, como dice Gramsci en Los cuadernos de la cárcel:

«El hecho de la hegemonía presupone que se tienen en cuenta los intereses y tendencias de los grupos sobre los cuales se va a ejercer la hegemonía, y que debe darse un cierto equilibrio de compromiso –en otras palabras, que el grupo dirigente debe hacer sacrificios de tipo económico-corporativos. Pero no hay duda de que, aunque la hegemonía es ético-política, también debe ser económica, debe basarse necesariamente en la función decisiva ejercida por el grupo dirigente en el núcleo decisivo de la actividad económica».

Ahí es la respuesta de la fractura de la hegemonía del MAS como representación del bloque popular, porque cuando se produjo nuevos movimientos potentes económicamente y discursivamente, en estos 20 años, estos tenían la obligación de asumir el proyecto histórico. Pero más bien, en 2014, se creyó que la burguesía podía ser aliada, fortaleciendola idea de “clase media”, que se podía ingenuamente cauterizar la lucha de clases. Esto oscureció debatir sobre el tema de hegemonía, la estrategia del campo popular y en el debate interno del MAS-IPSP debióorillar a los movimientos pudientes del bloque popular tomar su labor de cohesionares.

El porvenir, como se dijo antes, se ve muy difícil porque los ajustes no partirán de una protección internallevada por un relato dignificante nacional, más bien lo que pronostica es que llevará a esa “clase media” otra vez a la miseria. El conflicto se avecina. 

Parece que la pretensión de reactualizar la hegemonía de Trump se traduce en la aparición de idiotas como Milei en Sudamérica. Pero, para bien del continente, el malestar en se expande como se nota en Ecuador, Perú y Argentina. La tendencia nos lleva a pensar que, cuando otra vez suene solemnemente Nessun Dorma, su significado cambiará, como ocurrió con otras grandes obras clásicas, y recordará la caída del último imperio.

Gabriel Andrés Limache de la Fuente es economista, integrante de Pachaqhuyani y forma parte de la Red de Economía Política Boliviana.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.