1. La historia metafísica de la oligarquía occidental europea y estadounidense y el golpe en Brasil – Sin sacerdocio no existe oligarquía ¿Qué es la metafísica? Evidentemente, no es un término simple, pudiendo asumir resonancias negativas y positivas. En Gramatología (1967) el filósofo francés Jacques Derrida (1930-2004), definió la metafísica como la presencia en sí, […]
¿Qué es la metafísica? Evidentemente, no es un término simple, pudiendo asumir resonancias negativas y positivas. En Gramatología (1967) el filósofo francés Jacques Derrida (1930-2004), definió la metafísica como la presencia en sí, trascendental, de una ontología, un ser, que en sí se garantice, prescindiendo de la historia, como una especie de soplo divino, al mismo tiempo fonocéntrico, esto es, soporte mítico de un pensamiento que atraviesa, intocable, los tiempos porque se presenta como atemporal: ontologofonocéntrico, ser cuyo centro es su voz interior, naturaleza divinizada; así como su «logos», tal verbo puro. La metafísica también se entiende como esa parte de la filosofía que trata del ser, sus principios, sus propiedades y sus causas primeras.
Una manera más sencilla de pensar la metafísica reside en su relación con las oligarquías, palabra que etimológicamente significa gobierno de pocos, de los supuestos mejores. En este caso, para que la oligarquía se transforme en una presencia en sí del soplo divino, tendría que estar sustentada, religiosamente hablando, por diferentes castas clericales. El gobierno de los mejores solo se garantiza porque alimenta una clase ociosa, el sacerdocio, palabra que etimológicamente significa ocio sagrado: y no se olvide que ocio en griego quiere decir escuela y que, a su vez, negocio es la negación del ocio, por eso el capitalismo es tan enemigo del ocio, cuando como decía Nietzsche el ocio es el comienzo de toda psicología. Lo que, claro, en el contexto de este ensayo no tiene una acepción positiva pues aquí, el ocio, es el final de toda psicología, jejeje.
En este sentido, sería posible definir la historia de la metafísica a través de una breve historia del sacerdocio, especie de clase agregada al militarismo, que solo es permitida porque al fin y al cabo contribuye a dar un estatuto divino a las guerras, como si estas estuviese marcadas por una, a la vez, providencia y necesidad divinas.
Bajo este punto de vista, tal vez sea posible dividir y al mismo tiempo amalgamar la transhistoria de las oligarquías, en Occidente, a partir de la definición de cuatro clases sacerdotales:
1. El sacerdocio que surgió de las guerras de pillaje del imperio egipcio. De él resultó el profeta judío ocioso subordinado al militarismo egipcio.
2. De las guerras del saqueo del imperio griego, surgió el ocioso sabio griego;
3. De las guerras de conquista del Imperio Romano, el ocioso legislador romano;
4. De las guerras de las Cruzadas occidentales, en la Edad Media, el ocioso clero Cristiano-católico-protestante.
La que habitualmente es llamada oligarquía occidental, en este caso, es inseparable de esas cuatro formas de sacerdocio, razón suficiente para concluir: sin sacerdocio, no existe oligarquía. Sin el profeta judío, el sabio griego, el legislador romano, el clero cristiano-católico-protestante medieval no sería posible, en teoría al menos, el Occidente como soplo divino hipostasiado, por concreto, en sus oligarquías.
Así, la oligarquía occidental sería el efecto metafísico de la amalgama de las cuatro clases sacerdotales referidas. Estas cuatro formaciones sacerdotales están tanto en la base del sistema colonial europeo como en el soplo divino del sistema colonial gringo.
De esta forma, de las guerras del sistema colonial europeo, apareció la ociosa oligarquía mundial; de las guerras de dominación del sistema colonial yanqui, se engendra el ocioso estilo estadounidense de vida: el antiguo american way of life, hoy… of death.
La historia de la metafísica en Occidente es retrospectiva y tiene dos variaciones importantes que definen dos estilos de dominación diferentes, aunque imbricados.
Por ejemplo, la ociosa oligarquía del sistema colonial europeo es heredera de todas las ociosas clases sociales precedentes, de Egipto a la Edad Media.
Lo que se llama Occidente, pensado como metafísica, es resultado de la amalgama histórico, político, social, económico y cultural del profeta judío con el sabio griego, con el legislador romano, con el clero medieval, transformado a sí mismo en Nuevo Testamento en el plano de la modernidad capitalista mundial.
El ocioso estilo gringo de vida (más bien, de muerte) también se constituye como una mezcla de todas las clases ociosas citadas, con dos diferencias:
1. Más allá del profeta judío, del sabio griego, del legislador romano, del clero medieval, el estilo yanqui de vida es el resultado de la interacción con el Nuevo Testamento de la metafísica del sistema colonial europeo;
2. El sistema colonial estadounidense transformó al Nuevo Testamento de dominación europeo en Antiguo Testamento.
Esta segunda mutación de la historia mundial de la metafísica del ocio (la del estilo americano de…) retoma la figura del profeta judío, comprendido como clase ociosa que emergió como agregada del politeísmo del imperio egipcio.
Con esto queremos decir que el estilo americano de vida se rebautiza con Moisés, como la figura que representa el Antiguo Testamento.
Por otro lado, el Nuevo Testamento de la dominación capitalista europea tiene a Jesucristo como cuna civilizadora y ocultista de su metafísica expansionista, que también puede ser llamada relaciones mercantiles eurocéntricas.
Entre Jesucristo y Moisés o entre el Nuevo Testamento y el Antiguo Testamento existe una diferencia importantísima. ¿Por qué?
Porque Cristo es en sí un dios de potencial politeísta: el hijo, delante del Espíritu Santo y del Padre, un hijo más. Esto implica, por ejemplo, la posibilidad de renovación generacional e incluso de revolución del hijo contra el padre, además de una idea de diversidad y, por lo tanto, de tolerancia con las diferencias.
Una manera de contestar el argumento del parágrafo anterior podría ser: no existen diferencias entre Moisés y Jesucristo, al menos en lo que se refiere al asunto principal: tanto Moisés como Jesucristo combatieron imperios. El primero, al imperio egipcio; el segundo, al imperio romano.
Como contestación de la contestación, diríamos que es lo inverso: ni Moisés combatió al imperio egipcio, ni Cristo al romano. Moisés lideró la fuga de los judíos del imperio egipcio y lo hizo en nombre de la búsqueda de una Tierra Prometida para el pueblo judío. Cristo, por otro lado, no representando la fuga del imperio romano y, en ese sentido, inauguró la figura del profeta cristiano definida por el siguiente rasgo: morir dentro del imperio para resucitar al tercer día: claro, dentro del código de los creyentes.
La metafísica del profeta egipcio, representada por la fuga del imperio egipcio, tiene como efecto la búsqueda de la Tierra Prometida. La del profeta cristiano, a su vez, tiene como referencia el cielo prometido; es otro tipo de fuga, la de Cristo, más metafísico aún, en tanto más trascendental.
Sin embargo, como la fuga del Nuevo testamento es trascendental, esto es, celestial, objetivamente esto significa: la metafísica de Jesucristo tiende a estar más abierta a la dimensión transcultural, detentando, así, una dinámica más universal.
A diferencia de la metafísica del Antiguo Testamento, con la idea de la Tierra Prometida, no solo promete el cielo en la Tierra, sino, más allá de eso, promete un cielo exclusivo, bajo la forma de monoteísmo de un pueblo elegido.
Es en este sentido que el nuevo testamento del sistema colonial europeo es menos metafísico que el Antiguo Testamento del imperialismo gringo. En ese sentido, ¿cómo tiene el cielo como límite?
Primero, porque el Nuevo Testamento no alimenta una fuga terrenal y, segundo, porque no cree en tierra prometida exclusiva, para un pueblo exclusivo, considerado el escogido por Dios a tener su tierra prometida, como es el caso del judaísmo, sobre todo en su versión sionista, que puede ser definida precisamente como la ideología de la exclusividad de la Tierra Prometida.
De forma diversa, el Antiguo Testamento, teniendo como efecto la profecía de la Tierra Prometida, es mucho más perverso, porque trae la trascendencia, esto es, el cielo a la Tierra, como una especificidad que se diría fanática: la de la Tierra Prometida a la espera de un pueblo escogido que debe luchar por ella contra todo y todos: los no escogidos.
El sistema colonial gringo transforma al sabio griego, al legislador romano, al clero medieval y al Nuevo Testamento del sistema colonial europeo en figuras accionadas bélicamente hacia la conquista de la Tierra Prometida.
Es, pues, un modelo militar y trascendental en su inmanencia, al mismo tiempo celestial y terrenal. En la actualidad, como sistema dominante, el imperialismo yanqui nos seduce precisamente con la propaganda de la Tierra Prometida.
Con la expansión colonial, las otredades étnicas como la indígena, la negra, la musulmana fueron definiéndose igualmente como otro con respecto a la metafísica europea.
Bajo el punto de vista del género, a su vez, la mujer y los perfiles humanos que no encajaban en la metafísica heterosexual-patriarcal del sistema colonial europeo recibieron la marca de Caín de las otredades: escupitazos del soplo divino del patriarcado.
Si la biopolítica puede ser definida como una forma de gerenciamento de la vida humana por el Estado, la biopolítica del sistema colonial europeo inventó el ser metafísico del Occidente como soplo divino que se opone al esputo profano de las alteridades de clase, étnica y de género.
En lo que se refiere al sistema colonial europeo, hay:
1. La biopolítica, esto es, el ser europeo entendido como soplo divino sacerdotal;
2. La tanatopolítica, esto es, las otredades concebidas y tratadas como escupitazos del diablo.
A diferencia del sistema colonial europeo, el gringo produjo otra configuración para la relación entre biopolítica y tanatopolítica, cambiando todo para no cambiar nada [1]. Para tal fin, al contrario de condenar a muerte a las alteridades, las sedujo para sí teniendo en cuenta la siguiente metafísica: el soplo divino de la Tierra Prometida.
Así, si dentro de su modelo, el yanqui, decimos «yo soy mujer, negro, gay», lo que efectivamente estamos por hacer es: «Yo soy la Tierra Prometida y si no la tengo soy el escogido para guerrear por ella, por mi exclusiva Tierra Prometida».
El sistema colonial estadounidense detenta la siguiente tecnología de biopoder: seducir a las alteridades, incluso la obrera, para la idea de la Tierra Prometida. En este contexto, lo que generalmente es designado como subjetividad puede simplemente ser traducido como Tierra Prometida: la subjetividad como la Tierra Prometida de la libertad de ser y estar.
El malandraje de las tecnologías de poder del sistema colonial gringo opera así: puso en el mismo plano tanto a la biopolítica como a la tanatopolítica, teniendo la idea de la Tierra Prometida como eje para las alteridades de clase, de género y étnica.
Como es un modelo más abstracto, se diría, trascendental, la búsqueda de la Tierra Prometida se vuelve una forma de publicidad omnipresente para el sistema colonial yanqui, incluso o igual, primero que todo, teniendo en cuenta las relaciones mercantiles.
Es por esto que el sistema colonial gringo puede ser definido como una biopolítica publicitaria. Fuera de esta, sin embargo, todo lo demás es tanatopolítica para las alteridades, con un agravante: el militarismo de las y en las alteridades abducidas a su eje metafísico. ¿Cómo así?
Al buscar la Tierra Prometida, las alteridades capturadas demagógicamente por el sistema colonial estadounidense dividen la clase obrera y tienden a transformar el mundo en una actualización infernal de las Cruzadas medievales, ahora bajo el signo de alteridades guerreando unas con otras.
No por azar el epicentro del golpe de Estado en Brasil es la alianza metafísica entre la Operación Lava a Chorro o Larva de Ladrones, por Lava Jato [2], y el sistema mediático, teniendo a las Organizaciones Globo como liderazgo.
La Operación Lava a Chorro extorsiona al fin y al cabo confesiones, dentro de un sistema jurídico, inspirado por USA y abUSA, conocido como Delación Premiada. El principal dispositivo biopolítico de la Tierra Prometida del sistema colonial gringo es: confiésese que será premiado con la conquista de la Tierra Prometida, razón por la cual la confesión, en él, es ilimitada porque, al no encontrar la Tierra Prometida, la alteridad confesional es impulsada cada vez más a radicalizar su propia confesión: y eso no tiene fin.
Ese mismo dispositivo biopolítico está presente en la Operación Lava a Chorro: la confesión ilimitada como recurso a la calumnia ilimitada contra todo lo que no sea o no se restrinja al estilo americano de vida: de muerte, bien entendido, fuera de la publicidad o de las formas ocultas de la propaganda [3].
En la base del sistema confesional biopolítico gringo, como la propia idea de premio, como recompensa, reside esta palabra (ideología) de orden: el neoliberalismo confesional. Es pues un modelo excluyente y transforma en tanatopolítica cualquier forma de proyecto colectivo.
La tanatopolítica del modelo biopolítico de la Operación Lava a Chorro, en este contexto, es: la criminalización de la independencia político-económica nacional por medio de la condena sumaria de las empresas nacionales, sobre todo Petrobrás.
Así, no será mera coincidencia que sus delatores (aquéllos que se confiesan) sean primero que todo no las personas en sí, meros pretextos, sino las empresas brasileñas como es el caso, para citar solo un ejemplo, de Odebrecht, obligada a delatar el crimen de construcción del que sería el primer submarino brasileño de propulsión nuclear.
La Operación Lava Jato protagonizó (en el Know-how estadounidense) tal vez el primer caso mundial de confesión de empresas, que dejaron de ser objeto de producción humana para volverse ellas mismas sujetos jurídicos a ser criminalizados.
Para la Operación Lava a Chorro, la economía brasileña es la corrupta y, por extensión, los brasileños. Es crimen de lesa majestad ser brasileño, ese ser sin metafísica. Ahí radica el motivo de la persecución implacable a Lula: él es brasileño primero que todo porque es el efecto del «escupitazo profano» del pueblo brasileño.
Este esputo es la democracia sin metafísica. Una democracia de facto, en tanto sin sacerdocio oligárquico.
La anterior, en conclusión, ha sido la historia metafísica de la oligarquía occidental europea y gringa en torno al golpe de Estado en Brasil que es, al mismo tiempo, la historia de la metafísica por medio de la historia del ocio, escuela que propugna por el fin si no del sacerdocio, en todo caso sí, de la oligarquía.
[1] Lema fundamental del gatopardismo, derivado de la novela El Gatopardo, del italiano Lampedusa, que dio origen al filme homónimo de Visconti, de 1963: «Cambiar todo para que todo siga igual», lema que se ha vuelto, a su vez, el cliché predilecto de los presidentes de América Latina, precisamente como quien obedece a los gringos sin que éstos, en apariencia, se lo ordenen: mientras tanto, todo sigue igual aunque, eso sí, cada gobernante, antes de subir al potro del Poder, haya prometido el «cambio» hasta la saciedad.
[2] Conocida mediáticamente como Operación Lava Jato, por el sitio donde los lava perros de la mafia político-judi-poli-cial-gringófila o, peor, sometida a los gringos, llevaban no tanto a lavar sus carros, o los de sus patrones, sino a cocinar los chismes de donde saldría ni más ni menos que un golpe de Estado.
[3] Como tituló el estadounidense Vance Packard su clásico libro, de la década de 1970, que se trae a colación para quien esté interesado en conocer el mundo de la persuasión en el mundo capitalista. http://stolpkin.net/IMG/pdf/formas_ocultas_de_la_propaganda.pdf 143 pp.