Recomiendo:
0

La hora de Venezuela

Fuentes: Rebelión / Alianza de Medios por la Paz

Hoy, en este comienzo del 2014, la derecha venezolana como la internacional porque son una sola una misma familia, bajo la égida del departamento cuyos intereses representa a los cuales sirve porque es su condición natural, ha dicho nuevamente ¡basta! Y se resiente duramente de algo a lo que en definitiva no se resignan: que […]


Hoy, en este comienzo del 2014, la derecha venezolana como la internacional porque son una sola una misma familia, bajo la égida del departamento cuyos intereses representa a los cuales sirve porque es su condición natural, ha dicho nuevamente ¡basta! Y se resiente duramente de algo a lo que en definitiva no se resignan: que la revolución bolivariana les haya durado quince años, y que si no la eliminan al precio que sea, durará más: tal vez eternamente.

Entonces hoy, este comienzo del 2014, la oposición al proyecto patriótico que nació en la mente iluminada de Hugo Chávez leyendo a pie juntillas el pensamiento del genio de América, hace un nuevo embate volviendo por los fueros de los años 2002 y 2003 cuando aunadas la tradicional oligarquía que desde siempre había usufructuado la riqueza petrolera de Venezuela en medio de una población empobrecida, los gremios que las catalizan, los medios de comunicación a su servicio y beneficiarios de la situación, los restos de los desaparecidos Copei y A.D. y sectores militares nostálgicos del estado de cosas anterior cuando eran los consentidos de la Embajada de la cual recibían órdenes-y condecoraciones-, resolvieron adelantar la más formidable campaña para dar al traste con el Comandante Chávez y su revolución.

Hoy, el propósito es el mismo, la táctica distinta, hay que aprender las lecciones del pasado. En ese entonces el proyecto desestabilizador estuvo liderado por el poderoso empresariado que asumió el costo de hacer un prolongado paro patronal – ¡sin dejar de pagarle el salario a sus empleados!- en orden a crear un desabastecimiento y parálisis industrial, comercial y bancaria- que no resistiría ningún régimen. Pero para que el plan resultara devastador, vincularon al paro el nervio y corazón de la economía nacional, la estatal PVDSA que resultó ahora ser según alegaban sus ejecutivos, no del estado venezolano, menos de su gobierno, sino del «pueblo venezolano». Sólo que éste lo era la rica y corrupta plutocracia sindical, política y empresarial que se había hecho al manejo de la empresa.

En ese dramático escenario, con movilizaciones generosamente financiadas, desórdenes y violencia callejera, obra de diseño y monitoreado desde los laboratorios de golpes de estado de la metrópoli que incluía la sincronizada cobertura masiva de los medios de prensa nacionales e internacionales pregonando la insostenible situación del régimen, la inminencia de una guerra civil y la ingobernabilidad en la que estaba sumido el gobierno del presidente Chávez, se dio la puntada final: la Embajada señaló la hora cero a los generales traidores y vino el golpe. Lo demás es suficientemente conocido. Basta sí recordar porque es demasiado hermoso, demasiado épico para no repetirlo, en qué terminó el cuartelazo: el pueblo se lanzó masivamente desde las barriadas y las colinas que circundan Caracas, rodeó Miraflores y rescató de las garras de los renegados a su Comandante restituyéndolo en el poder.

Esa derrota y humillación no la olvida la derecha venezolana que amparada por la derecha internacional, nueva expresión política del fascismo político de los años 20 y 30 del siglo pasado, una y otra bajo la tutela ideológica, económica y militar del Departamento de Estado, vuelve por sus fueros. Por el poder perdido en la patria de Bolívar. Pero aprendiendo la lección del pasado, cambió la táctica. Hoy son entonces «los estudiantes» que luchan en la calle por la libertad de «sus compañeros detenidos». Sólo que esa causa presentable ante una opinión nacional e internacional desprevenida y desinformada, curiosamente incluye la consigna de la caída del régimen. Curioso y abrupto salto cualitativo en la reivindicación. Y sólo que esa causa ha sido asumida con vehemencia desconocida por el empresariado, los políticos opositores, los medios de comunicación y cuándo no, «la comunidad internacional», esa misma al parecer todopoderosa e influyente derecha internacional que tácticamente llama al gobierno a la conciliación y al diálogo con los opositores que lo quieren tumbar. Conciliación y diálogo que ella jamás ha admitido con quienes impugnan sus gobiernos y sus métodos.

En la república de Colombia todas las semanas hay movilizaciones, concentraciones y marchas de carácter reivindicativo de múltiples carencias sociales. Todas justas, todas pacíficas. Lo natural aquí es que se salden con muertos, heridos y mutilados a manos de la fuerza pública y docenas capturados y procesados por terrorismo. Y en Colombia jamás se ha visto al empresariado, a los partidos gobernantes y menos al Departamento de Estado, denunciando los atropellos y la criminalidad oficial contra la población reclamante, ni clamando por la libertad de los detenidos. Y los medios de comunicación, alarmados, agitados, al unísono presentan reportes e imágenes suministrados por la fuerza pública, donde aparecen policías y militares heridos y mutilados, en andas y en estado agónico llevados por sus compañeros, víctimas de la población civil.

Por eso lo de Caracas en estos días sorprende. Si en Colombia una marcha o una concentración tuviera por consigna la caída del régimen y hacia ese fin convergieran una serie evidente de movimientos tácticos que incluyera el incendio de vehículos policiales, ataques a la Fiscalía y al Ministerio Público y un par de muertos desde sospechosas motocicletas ataviadas vivamente con imágenes del presidente, los muertos habrían sido muchos. Y el gobernó con el unánime respaldo de los partidos políticos de la coalición, el empresariado, los medios naturalmente y otra vez, de la Embajada representante de «la comunidad internacional», habría reivindicado orgullosamente la autoría de esas muertes y la represión -«uso legítimo de la fuerza llaman aquí- en aras de salvar las instituciones y de hacer frente a la «amenaza terrorista».

Que nadie se llame a engaño entonces. Qué hipócritas resulta el desgarrarse las vestiduras por los muertos, heridos y capturados en Venezuela en el marco de una movilización descaradamente insurreccional contra un régimen cuya legitimidad han refrendado doce justas electorales intachables. Qué falsos suenan esos llamados «amistosos» de gobernantes vecinos «amigos» para que el gobierno dialogue con opositores cuyo único punto de negociación es el día y la hora de entrega del poder. Un llamado de esos de un gobierno amigo al de Colombia frente a una causa justísima como el pacífico paro agrario de hace unos meses que se saldó con más de una docena de campesinos muertos y cientos de heridos y de procesados, sería considerado por el presidente Juan Manuel Santos como un agravio al honor nacional y una intromisión en asuntos internos.

Lo que la oligarquía y la derecha venezolana no perdonan, lo que los Estados Unidos -autoproclamado guardián de la libertad y la democracia en el mundo- no admite y no se resigna, es que un pueblo haya retomado inclusive por la vía institucional, las riendas de su destino en forma autónoma y soberana, dejando de ser la nación del patio trasero que fletaba su voz en los organismos internacionales y la inconmensurable riqueza petrolera de sus entrañas, al despotismo político y económico de la potencia del Norte. Esta es la síntesis más cierta de la campaña internacional contra Venezuela y su gobierno.

El épico «Por Ahora«, mínima sentencia que la historia se encargó de justificar con gloria a la manera de una de esas frases luminosas de Bolívar, que dijera un comandante Chávez derrotado el 4 de febrero de 1992, está escrito en piedra en el devenir de la patria venezolana. Sentencia que se cumplió en otro febrero, esta vez de 1998 cuando el pueblo lo ungió en las urnas.

«La guerra de cuarta generación» que implica la apelación a todos los recursos de la tecnología, los medios de comunicación, el espionaje electrónico, las operaciones sicológicas, el adocenamiento de las mentes, la creación artificial de «opinión pública», todo nacido en los laboratorios del Golpe de Estado en cámara lenta ahora que los cuartelazos son un recurso demasiado desprestigiado y por ende impresentable para el guardián de la democracia – aunque casos de ven-, esa guerra decimos, es la que hoy se liba en Venezuela en el propósito de revocar la sentencia ya cumplida de «Por Ahora». De ahí el amplísimo despliegue a las movilizaciones que en otros ámbitos nacionales son cotidianas y no despiertan la atención de ningún medio extranjero.

Porque esa historia que pergeñó el presidente Chávez y hoy continúa Nicolás Muro a la cabeza de su pueblo, no puede ser revertida. La reconfiguración que Chávez hizo del mapa político de América Latina y la profundización de los procesos de unidad con la creación de organismos como Telesur, Banco del Sur, Petrocaribe, Unasur y Celac, amén de la munificencia de que ha hecho gala la Venezuela Bolivariana con los países en crisis y más necesitados del subcontinente, hacen que el proceso revolucionario se haya consolidado no sólo nacional sino internacionalmente, al punto de tener efectos tan trascendentales como la pérdida de la hegemonía norteamericana sobre su «patio trasero» y el imparable declive de la inane OEA.

Los «rebeldes» venezolanos, obligadas las comillas porque esta palabra tiene vibraciones de nobleza que no van con los apenas pesarosos del botín petrolero, no saben de Historia. Desconocen que ella no es servil palimpsesto, que las páginas que escribe no las borra la pátina del tiempo, menos los garabatos que le quieran imprimir sobre sus primorosas letras.

Desde la Patria Grande con Bolivar y Chávez les decimos: Yanquis de mierda… vayanse al carajo!!!!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.