El domingo 7 de octubre Brasil vivió el primer turno de elecciones presidenciales más extraños en la historia del país. No bastaba con el hecho de que el principal candidato del pueblo estuviera preso y censurado, con prohibición del gobierno golpista para ganar democráticamente las elecciones, un candidato fascista, xenófobo, misógino ganó el primer asalto […]
El domingo 7 de octubre Brasil vivió el primer turno de elecciones presidenciales más extraños en la historia del país. No bastaba con el hecho de que el principal candidato del pueblo estuviera preso y censurado, con prohibición del gobierno golpista para ganar democráticamente las elecciones, un candidato fascista, xenófobo, misógino ganó el primer asalto de la pugna, para que los brasileños se encuentren en las puertas del retorno del oscurantismo,
El retroceso comenzó a ser estructurado en julio de 2013, cuando la derecha, con la Red Globo a la cabeza, se apropió la la pauta reivindicadora de aquel momento, señala el director de Carta Maior, Desde entonces Brasil no tuvo sosiego. En marzo siguiente se inició la Operación Lava Jato, Aecio Neves -el derrotado candidato de la derecha- no reconoció la victoria de Dilma Rousseff, provocando además de la crisis económica que aún soporta el país, la derrota del PSDSB en estas elecciones, que podría llevar al partido a su extinción.
En 2015, la oligopólica Red Globo, el Parlamento golpista y el aparato judicial, pasando por encima de 54 millones de votantes, hicieron todo lo posible para impedir que Dilma gobernara, abriendo las tranqueras del odio. No fueron los hechos, sino la construcción de un imaginario colectivo anti partido de los Trabajadores y un odio a la izquierda que llevó al juicio político de Dilma y el posterior golpe.
Y en 2017, el mundo asistió a la condena sin prueba alguna de Lula y, este año electoral, su prisión política. Ni siquiera la decisión liminar del Comité de Derechos Humanos de la ONU o las innumerables manifestaciones de centenares de juristas nacionales e internacionales, intelectuales, movimientos sociales y líderes de todos los continentes pudieron contener el deseo enceguecido de eliminar a Lula, el PT y la izquierda de la dirección de los rumbos de Brasil.
Los dos grandes victoriosos de la primera vuelta electoral son Lula y Bolsonaro. A pesar de todas las restricciones a su libertad -con prohibición de escribir, de hablar y de conceder entrevistas, de recibir personas de sus relaciones, de ser candidato a la presidencia, Lula logró hacer viable la candidatura de Fernando Haddad, el exalcalde Sao Paulo, prácticamente desconocido por la gran población brasileña.
Haddad, además, cumplió: alcanzó el 29% de los votos en un ambiente de extremo rechazo al PT y sus aliados. Ejemplo de eso fueron las derrotas del senador Roberto Requião; de Eduardo Suplicy; de Lindberg Farias; y de la propia Dilma Rousseff.
Aún derrotado en la segunda vuelta, Jair Bolsonaro, saldrá como vencedor. En la cresta del odio fue favorcido por la implosión del PSDB y por candidaturas que precisaban negar al gobierno de Michel Temer para sobrevivir, dado el apoyo de éste a Geraldo Alckmin.
Es innegable que Bolsonaro conquistó una inmensa base social. Su discurso de odio y violencia fue capturando las insatisfacciones de jóvenes a las «viudas de la dictadura», desde las periferias hasta las elites, bajo el aplauso de los vendedores de armas. El 7 de octubre los brasileños, se puede interpretar, votaron por el retorno de la dictadura. Responsable de la construcción de la polarización social en el país, Globo (y también la pentecostal Red Record) diseminó el antipetismo, reaplicando su vieja receta de anticomunismo básico.
Pero el hechizo puede darse vuelta contra el hechicero, inaugurando un tiempo de disputa por los recursos públicos de propagando y mercadeo del nuevo gobierno que se instalará el primero de enero poróximo. Hasta ahora, la diferencia entre Globo y Record era de miles de millones. Todo indica que esta brecha se irá reduciendo drásticamente si Bolsonaro es electo.
La izquierda pasa a enfrentar una oposición muy diferente de aquella que enfrentó hasta ahora con los tucanes del PMDB. Es una nueva realidad, la de la disputa con la extrema derecha, asumidamente antidemocrática, con un proyecto fascista de poder, profundamente violenta y contraria a los valores laicos del Estado y de los derechos humanos.
Una extrema derecha ni un poco nacionalista, cuyo capitán Messias saluda a la bandera estadounidense y tiene a Trump como ídolo. Paulo Guedes, un ultraliberal de la escuela de Chicago (anunciado como eventual ministro de Economía), entregará el país al mercado en tenebrosas transacciones. Este es el núcleo duro de la extrema derecha brasileña.
El odio no crea empleo, no aumenta la renta, no resuelve los graves problemas sociales de Brasil, de la salud, la educación y mucho menos de la seguridad pública. Armar a la población sólo atiende al lucro de Taurus, la fabricante de armas: no al inmenso problema de la desigualdad social del Brasil. Además, el alimento del odio es la desigualdad. Es sobre ella que necesitamos hablar desde ahora.
Venciendo o no (los progresistas) necesitamos prepararnos parfa enfrentar esta nueva fuerza, a partir de la alianza con partidos, entidades de la sociedad civil y personas progresistas que puedan defender la democracia en un nuevo desafío. Es el momento de la unión y de no más división, fundamental tanto para la sustentación del futuro gobierno de Haddad como para el fortalecimiento de la resistencia contra el fascismo y el odio.
Fuente (de la traducción al castellano): http://www.politika.cl/2018/10/11/el-techo-del-bolsonarismo-y-las-perspectivas-de-haddad-la-hora-del-pueblo/