El bienestar humano es un concepto cuya consecución ha preocupado al ser humano durante toda su existencia. Sin embargo, la complejidad de su noción ha impedido que hasta el día de hoy se establezca un consenso claro en cuanto a su definición, así como en cuanto a sus principales componentes y dimensiones. Esta […]
El bienestar humano es un concepto cuya consecución ha preocupado al ser humano durante toda su existencia. Sin embargo, la complejidad de su noción ha impedido que hasta el día de hoy se establezca un consenso claro en cuanto a su definición, así como en cuanto a sus principales componentes y dimensiones. Esta falta de acuerdo ha condicionado en gran medida las dificultades de su evaluación a la vez que ha ralentizado su ascenso como paradigma emancipatorio frente al discurso dominante del dinero; un discurso que, bajo denominaciones como bienestar económico o nivel de vida , ha penetrado profundamente en el imaginario colectivo (sin ser, ni mucho menos, sinónimo de una vida buena).
A la hora de abordar la evaluación del bienestar humano es importante establecer una nítida distinción entre sus dos posibles dimensiones: la objetiva y la subjetiva. Mientras la primera de ellas se centra fundamentalmente en los aspectos materiales, la segunda captura la evaluación que los individuos tienen sobre sus propias circunstancias (es decir, lo que piensan y sienten).
La mayor parte de las mediciones de progreso germinadas durante las últimas décadas han ignorado de forma tradicional el aspecto subjetivo del bienestar humano, centrándose de forma casi exclusiva en su dimensión objetiva (y más concretamente en su dimensión económica y material). Los dos casos más conocidos en este sentido son el PIB per cápita (que reduce la concepción de progreso y bienestar de una nación a su nivel medio de ingresos) y, más recientemente, el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que trata de evaluar el » desarrollo humano » de los países por medio de tres componentes: la salud (medida a través de la esperanza de vida al nacer), la educación (medida mediante los años de escolarización para personas adultas mayores de 25 años y los años de escolarización previstos para niños y niñas en edad escolar) y -de nuevo- el desarrollo económico, medido a través del ingreso nacional bruto per cápita.
Existen numerosos ejemplos de indicadores que han tratado de ir más allá del IDH en su propósito de evaluar el ambiguo concepto del bienestar humano, incorporando para ello en su estructura novedosos aspectos de lo que -según los diversos autores- debería contemplarse dentro de la noción de calidad de vida humana (aspectos como el tiempo de ocio, la seguridad, la equidad, el desempleo o la degradación ambiental). Aun así, lo cierto es que todas estas iniciativas no han logrado hasta ahora construir una sólida base para la medición del bienestar humano que sea unánimemente aceptada por la comunidad científica y la sociedad en general. Por ello, a la hora de evaluar el bienestar humano, numerosos autores han comenzado a defender la necesidad de incorporar una visión subjetiva del mismo capaz de complementar los indicadores objetivos que hasta ahora han sido dominantes (1).
Tan sencillo como preguntar
Bajo la tácita suposición de que no hay forma fiable de valorar el bienestar subjetivo de las personas, los círculos políticos han antepuesto de forma tradicional las medidas objetivas del bienestar humano a las medidas subjetivas. Sin embargo , la larga carrera de los indicadores objetivos de bienestar no parece haber logrado asentar unas bases definitivas en cuanto a su medición. Así lo refleja el creciente interés académico por el estudio del bienestar humano subjetivo; un interés que ha experimentado en los últimos años un auge sin precedentes protagonizado por los notables trabajos que han venido apareciendo sobre la satisfacción subjetiva con la vida .
Según el sociólogo Ruut Veenhoven la satisfacción subjetiva con la vida es el grado en que una persona percibe que se cumplen sus aspiracione s, comparando cognitivamente la vida que uno tiene con la que, según él, debería tener (2). El imaginario humano de felicidad , bienestar o vida buena es algo que -en mayor o menor medida- tenemos en la mente, y que, por consiguiente, puede ser medido haciendo preguntas. Evaluar de esta forma la felicidad de las personas es, más que menos, un modo de aproximarse subjetivamente al bienestar humano.
Una dificultad que suele argumentarse en torno a la aproximación subjetiva del bienestar humano se encuentra en el posible inconveniente que ésta conlleva de ser perturbada por las experiencias vividas más recientemente. Sin embargo, las pruebas empíricas de numerosos trabajos demuestran lo contrario (3). Al ser la satisfacción subjetiva con la vid a (según la definición de Veenhoven) el «grado con que una persona juzga favorablemente la calidad global de su propia vida como un todo» (es decir, lo que a uno le gusta la vida que uno lleva) resulta lógico pensar que dicha valoración no varíe demasiado con el tiempo; si bien es cierto que normalmente esta valoración global depende del flujo continuo de satisfacciones instantáneas.
A vueltas con las comparaciones
Aunque a día de hoy existe un consenso razonable acerca de la utilidad que tiene la satisfacción subjetiva con la vida como medida de bienestar dentro de una nación, no sucede lo mismo a la hora de establecer comparaciones entre naciones, pues muchos investigadores sostienen que las diferencias culturales podrían imponer un sesgo importante ( las diferencias en normas y valores culturales influirían así en cómo las personas manifiestan sentirse acerca de sus vidas).
Chen y colaboradores encontraron en sus trabajos que los estudiantes japoneses y taiwaneses tenían menos probabilidades que los estadounidenses de utilizar los extremos de la escala de respuestas en las entrevistas sobre satisfacción con la vida (4). Tal y como argumenta Veenhoven, la explicación a esto podría hallarse en la orientación colectivista y más modesta de determinadas culturas, que podría desincentivar las respuestas del tipo «muy feliz». Sin embargo, este último autor, tras poner a prueba tal hipótesis mediante la comparación de países de diferente tradición colectivista, acabó por desecharla, pues no halló efecto alguno en la dirección predicha. Además, se ha encontrado que las respuestas de los inmigrantes en un país dado son generalmente mucho más próximas a las respuestas de la población local que a las respuestas dadas por sus compatriotas en los países de origen (5).
Otros razonamientos que suelen ser utilizados para deslegitimar este tipo de comparaciones entre naciones acostumbran a argumentar las diferencias en el lenguaje o las distintas connotaciones culturales de palabras como felicidad o satisfacción . Los estudios de Veenhoven, una vez más, desmintieron tales supuestos al no encontrarse pruebas significativas de sesgo lingüístico.
Por lo tanto, a pesar de que es innegable que las diferencias culturales juegan un papel importante en los estudios internacionales sobre la satisfacción subjetiva con la vida , parece que su efecto no ha de ser tan grande; y más teniendo en cuenta la contrastada correlación que se ha demostrado que existe entre ésta y otros aspectos objetivos del bienestar humano (6). La dimensión cultural, por consiguiente, no debería ser argumento suficiente como para poner en duda la utilidad de las comparaciones internacionales sobre la satisfacción subjetiva con la vida .
De la teoría a la práctica
Veenhoven, en los trabajos anteriormente citados, llegó a la conclusión de que el 77% de la felicidad humana viene explicada por seis cualidades societales: la prosperidad material; la seguridad; la libertad; la igualdad; la hermandad y la justicia. Las políticas dominantes, sin embargo, se han centrado hasta la fecha y de forma mayoritaria en tan sólo una de estas seis cualidades: «la prosperidad material»; un aspecto que, como bien es sabido, no es el más importante de todos para alcanzar una vida buena. Las cualidades que según Veenhoven son más importantes y que deberían centrar los esfuerzos de todas aquellas políticas encaminadas a construir bienestar humano son la libertad y la justicia , que explican por sí solas la mayoría de las mejoras que en esta materia pueden lograrse.
En este sentido, los gobiernos de varios países han comenzado a incorporar en sus agendas políticas iniciativas encaminadas a explorar estrategias alternativas o complementarias al PIB para tratar de medir el bienestar humano y el progreso social de sus naciones (7). No obstante, aspirar a resumir algo tan complejo y multidimensional como el bienestar humano en un solo indicador numérico tal vez sea una misión imposible, a la par de absurda. Establecer umbrales de satisfacción en lugar de tratar de ceñirse a un determinado valor numérico, así como no limitarse a utilizar un solo indicador sintético – por muy polifacético que este sea – sino utilizar un conjunto de ellos (combinando los cuantitativos y los cualitativos así como los objetivos y los subjetivos) podría aportar flexibilidad a la hora de afrontar esta ardua e importante tarea que supone evaluar el bienestar humano.
Las evoluciones y avances que en materia bienestarista nos irá deparando el recién comenzado siglo XXI están llamadas a guiarse tanto por aproximaciones objetivas como subjetivas; todas ellas enmarcadas en una nueva teoría integral y holística del bienestar humano que -yendo más allá de los enfoques puramente económicos- sea sensible a los aspectos más indirectos e intangibles de la vida así como a los sistemas naturales con los cuales el bienestar de los seres humanos está congénita e ineludiblemente conectado.
Notas:
(1) Para más información al respecto se aconseja la lectura de este artículo: E. Diener, E. Suh, R. Lucas y H. Smith, «Subjective well-being: three decades of Progress», Psychological Bulletin , Nº 125, 1999, pp. 276-302.
(2) Se recomiendan los siguientes artículos de Ruut Veenhoven: 1) Measures of Gross National Happiness, Presentation at OECD conference on measurability and policy relevance of happiness , April 2-3, 2007, Rome; 2) Happiness in Nations: Subjective Appreciation of Life in 56 Nations 1946-1992 , Erasmus University Press, Rotterdam, 1993.
(3) Véase, para más información, el siguiente artículo: C. Graham, «The Economics of Happiness: Insights on Globalization from a novel approach», World Economics Nº 6, 2005, pp. 41-55.
(4) C. Chen, S. Lee y H. Stevenson, «Response styles and cross-cultural comparisons of rating scales among East Asian and North American students», Psychological Science , Nº 6, 1995, pp. 170-175.
(5) EIU, The Economist Intelligence Unit’s Quality of Life Index , 2005, accesible en [ http://www.economist.com/
(6) S. Abdallah, S. Thompson y N. Marks, «Estimating worldwide life satisfaction», Ecological Economics , Nº 65, 2008, pp. 35-47.
(7) Cabe destacar en este sentido la iniciativa de la OCDE » Measuring Well-Being and Progress «, que ha llegado incluso a construir un indicador de bienestar humano para sus estados miembros que contempla, entre otras diez dimensiones, la satisfacción subjetiva con la vid a (disponible en http://www.
Mateo Aguado es Investigador del Laboratorio de Socio-Ecosistemas de la Universidad Autónoma de Madrid
Este texto ha sido adaptado y actualizado de un artículo más extenso del mismo autor: AGUADO, M., Calvo, D., Dessal, C., Riechmann, J., González, J.A. y Montes, C. La necesidad de repensar el bienestar humano en un mundo cambiante. Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, Nº 119: 49-77, 2012.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.