«Es un mito que el capitalismo actual sea una economía de libre mercado con competencia. Las grandes empresas capturan a los gobiernos y a los reguladores para que las protejan”, señala el catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, que ha publicado un nuevo libro: ‘Más difícil todavía'»
“Quienes toman las grandes decisiones económicas se están equivocando una vez más a la hora de prevenir los problemas, de reconocer su naturaleza y, como consecuencia de ello, cuando toman decisiones para tratar de resolverlos”. Juan Torres (Granada, 1954), catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, vuelve a poner el dedo en la llaga sobre las decisiones cortoplacistas de la economía más ortodoxa. En su nuevo libro ‘Más difícil todavía’ (Editorial Deusto), Torres explica que los orígenes de la inflación que golpea a la economía tiene más que ver con problemas mucho más profundos -el cambio climático, el desorbitado papel de las finanzas, una globalización que ya no aporta soluciones, el enorme tamaño de la deuda y la desigualdad- que no se arreglan con decisiones a corto plazo como la subida de los tipos de interés por parte de los bancos centrales.
Usted explica que en su libro que la inflación no es el principal problema económico, sino que hay un conjunto mayor de amenazas mucho más graves. Sin embargo, la respuesta generalizada es volver a recetas del pasado para intentar solucionar los problemas mediante una política económica restrictiva. ¿Tiene sentido este incremento tan rápido de los tipos de interés como han hecho los bancos centrales?¿A qué responde?
Responde a una visión ideológica de los bancos centrales, que la experiencia y los datos han demostrado que es errónea: no soluciona los problemas de inflación cuando ésta se produce por circunstancias estructurales y de oferta. Responde a la idea que tienen los bancos centrales de que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario y que lo que hay que hacer es reducir la demanda y el poder de compra. La experiencia también nos ha demostrado que la respuesta de subir los tipos de interés no ha sido buena porque la inflación subyacente no ha disminuido y han provocado un problema financiero grandísimo.
Entonces nos deberíamos plantear la autonomía de los bancos centrales o, dicho de otra manera, habría que replantear su objetivo de guardianes de la inflación.
Que haya dos autoridades, como son el Gobierno y el Banco Central, actuando con problemas que son concomitantes es un absurdo que atenta contra el sentido común. Primero, como hemos visto en los meses anteriores, el BCE ha estado tratando de restringir el gasto mientras que los gobiernos lo han ido aumentando. No hay nadie en su sano juicio que pueda entenderlo. En segundo lugar, la independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil para combatir los problemas para los que fueron creados. Por ejemplo, estamos viviendo la etapa más grande de la historia de inestabilidad financiera. Tampoco la independencia de los bancos centrales ha permitido que anticipen correctamente la inflación y que le den una respuesta adecuada.
Además, por definición, la independencia de los bancos centrales equivale a constituir un poder no democrático que socava la base del Estado democrático moderno. La independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil y es antidemocrática.
Hasta el Banco de España ha avisado de que los márgenes de las empresas están funcionando como un estímulo evidente de la inflación, es decir, ya no es cuestión de salarios. ¿Existe alguna fórmula para frenar los beneficios tan exagerados de las empresas?
Debería haber mecanismos en situaciones normales, pero ahora en tiempos complejos es más difícil. Debería haber información más transparente, más fidedigna, sobre cómo se forman los precios en los mercados. Además, debería haber autoridades que verdaderamente combatieran las restricciones de la competencia que imponen las grandes empresas con su poder de mercado. Por otro lado, se deberían desarrollar políticas fiscales que supusieran un desincentivo a la obtención de márgenes muy altos. También una negociación colectiva que permitiera un reparto más equitativo del incremento de productividad. Si todos estos elementos funcionasen sí que se puede evitar que las grandes empresas con poder de mercado contribuyan como lo están haciendo a generar inflación.
También es necesaria una nueva regulación en algunos mercados específicos, como en en el caso de la electricidad. Durante muchos meses hemos estado sufriendo una presión originaria de los precios que luego se ha ido transmitiendo al resto de sectores. Y esto responde a una regulación diseñada para mantener los privilegios del oligopolio de las eléctricas.
Cuando la inflación se concentra en productos como los alimentos, ¿se debería tener mecanismos que reordenaran los precios, aunque sea de forma temporal?
Hacer negocio con el derecho humano básico de la alimentación es una inmoralidad, aunque sea legítimo y esté justificado. Es bueno que haya iniciativa privada, como es natural, en el suministro de bienes básicos y de alimentación, pero de ahí a permitir que haya un poder de mercado excesivo que impone restricciones artificiales y subidas de precios innecesarias hay un abismo. Los poderes públicos tienen el imperativo moral de garantizar el derecho humano básico a la alimentación y a la satisfacción de las necesidades primarias. Y también que la estabilidad económica no se ponga en peligro por una presión del oligopolio en esos mercados. La intervención pública en esos casos no es que esté justificada, es que es un imperativo moral. Además, desde el punto de vista económico es una cuestión esencial puesto que se trata de subidas de precios que tienen un efecto de arrastre extraordinariamente grave para el conjunto de la economía.
Usted propone la necesidad de alcanzar pactos de rentas y de reparto de las ganancias y la productividad, pero en nuestro país, por poner un ejemplo, la CEOE ha tardado meses en sentarse en la mesa de la negociación colectiva. Lo que usted en su libro comenta como “resistencia feroz”.
Desgraciadamente, el sector empresarial en España, tan importante en la economía, es un sector empresarial acostumbrado a dar pelotazos, a vivir de las rentas y de la influencia política. La patronal CEOE está contaminada, tiene unas propuestas ideológicas primitivas y equivocadas, que le hacen muchísimo daño a la inmensa mayoría de las empresas. La CEOE no representan los intereses del conjunto de las empresas españolas, sino los intereses de empresas muy grandes que tienen poder de mercado y que viven de aprovecharse de otras empresas. Si la CEOE fuera verdaderamente la defensora de los intereses del conjunto de las empresas no permitiría que las grandes compañías del Ibex se salten la ley y tengan una deuda tan grande con sus proveedores; o estaría reclamando límites a los privilegios de la banca que impone una serie de costes innecesarios a la mayoría de las empresas. Uno de los problemas de España es que la patronal es primitiva, reaccionaria ideológicamente y esclava de las grandes empresas, que son un freno para la innovación y la productividad.
Uno de los problemas de España es que la patronal es primitiva, reaccionaria ideológicamente y esclava de las grandes empresas, que son un freno para la innovación y la productividad
Cada crisis el sistema aporta como solución la desaparición de ciertas empresas de manera que el mercado queda cada vez en menos manos (ocurrió con las cajas en la anterior crisis financiera), al final se impone la destrucción creativa como el costo normal de hacer negocios aunque provoque un sufrimiento.
Lo más contrario al capitalismo de nuestros días es la competencia en su sentido estricto y auténtico. Las grandes empresas lo que buscan es acabar con la competencia y lograr posiciones de dominio de mercado, conseguir establecer oligopolios ejerciendo su influencia política, mediática y cultural. Es un mito que el capitalismo actual sea una economía de libre mercado con competencia. Las grandes empresas capturan a los gobiernos y a los reguladores para que las protejan. Las grandes empresas no saben vivir sin la protección del Estado, sin el privilegio político, lo acabamos de ver ahora en esta crisis bancaria. Frente a esta situación la única manera de responder es que la ciudadanía se dé cuenta y que el conjunto del empresariado, que se juega su patrimonio día a día y que no disfruta de esos privilegios, reaccione.
Usted avisa de un riesgo real de colapso económico por el cambio climático, las finanzas especulativas, una deuda en crecimiento acelerado y la desigualdad, que al entrar en conjunción pueden provocar un desastre. ¿Hay solución? ¿los objetivos 2030 van en la adecuada dirección?
Multitud de organismos internacionales independientes, muchos de ellos conservadores, están diciendo lo que hay que hacer frente a estos problemas estructurales desde hace muchos años. Lo que pasa es que no hay voluntad política y predomina el interés privado. Frente al cambio climático, el fondo BlackRock cambió su estrategia de inversión para hacer políticas favorables a la lucha contra el cambio climático. Un año después, cuando aparece la posibilidad de ganar más dinero se olvidan de esos objetivos. Prima la maximización del beneficio.
Los problemas grandísimos que tenemos hoy día en nuestro planeta -el cambio climático, el desorbitado papel de las finanzas, una globalización que ya no aporta soluciones, el enorme tamaño de la deuda y la desigualdad- son el resultado de desnaturalizar la propia economía capitalista y darle una prioridad absolutamente injustificada a la búsqueda del beneficio por encima de cualquier otro objetivo.
Hace falta equilibrio y ver que es necesario avanzar para conseguir otros fines. No hay voluntad política ni capacidad suficiente para enfrentarse al poder que han acumulado las grandes organizaciones empresariales. Ya lo vimos en la última crisis bancaria, que fue el resultado de que los grandes bancos del mundo lograron que los gobiernos establecieran una regulación que provocó la crisis. Ganan más dinero así, pero recurrentemente provocan problemas. No hay dificultad en saber lo que hay que hacer, el problema es tener el poder suficiente para llevar a cabo las medidas.
No hay voluntad política ni capacidad suficiente para enfrentarse al poder que han acumulado las grandes organizaciones empresariales
Llevamos con tensiones recurrentes desde la crisis del petróleo de 1973 y parece que no hemos aprendido nada.
De la crisis del 73 nació un cambio de civilización, fue el germen de la revolución conservadora. Se aprendió, claro que se hizo, pero fueron los grandes capitales los que pusieron en marcha una estrategia que mantienen hoy para priorizar los beneficios. Pero han volcado tanto la carga hacia un lado que la economía que así no puede funcionar. Lo lamentable es que solamente las grandes empresas aprendieron lo que tenían que hacer para ganar más dinero, pero parece que no se ha aprendido demasiado en otro ámbito para tratar de imponer otras lógicas.
Con la invasión de Ucrania por parte de Rusia parece que vamos a un nuevo mundo de bloques. No parece que haya un proyecto que tenga visos de convertirse en hegemónico. ¿Cree que vamos camino de acabar con la globalización? Que se va a cumplir la premisa de la fragmentación económica y comercial del mundo en bloques?
En el plano geoestratégico se va a ir a una dinámica más multipolar. En el plano económico, el poder de Estados Unidos empieza a tener contrapesos. No creo que se vaya a producir una globalización completa, pero lo que sí está ocurriendo es que las propias empresas globalizadas han comprobado que la lógica dominante en estos años les puede proporcionar un enorme beneficio, pero a costa de tener que soportar una incertidumbre, enormes riesgos y una casi nula resiliencia ante shocks y los impactos imprevistos. Hay miles de empresas que se están replanteando la lógica de la globalización, y están definiendo una política de localización y de estrategias comerciales, quizá menos rentables, pero más seguras y más sostenibles a la larga.
Por eso creo que España puede tener una posición bastante favorable. Espero que nuestro gobierno sea capaz de hacer las cosas bien y aprovechar esta coyuntura, porque puede ser muy favorable para una economía como la nuestra.
¿En qué sentido puede ser más favorable para España?
Se está produciendo una relocalización de mucho capital, que está tratando de encontrar nuevas ubicaciones. España tiene recursos que en estos momentos son estratégicamente muy importantes y una posición internacional que puede ser muy valiosa: vamos a sufrir menos deterioro de la economía productiva que Alemania. Tenemos una buena expectativa por delante de la que podemos obtener ventaja en los próximos años. Otra cosa es que la confrontación política permanente y absolutamente carente de sentido ponga en peligro esta posición.