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Los grandes laboratorios son capaces de todo

La industria farmacológica atenta contra la salud

Fuentes: APM

Las corporaciones multinacionales de los fármacos forman parte del crimen organizado. El caso de Abbott y su droga contra el SIDA o la realidad que supera la ficción

Si alguien aun cree que los grandes laboratorios transnacionales tienen como meta el hallazgo o la producción de drogas que colaboren con la salud de la humanidad, pues que busque en los archivos – en Internet seguro que tendrá éxito- y lea un artículo del periódico The Wall Street Journal de principios de este 2007.

Allí se encontrará con que el estadounidense Abbott provocó aumentos de hasta un 400 por ciento en el precio de uno de sus productos para favorecer la venta de otro, destinado al tratamiento del SIDA, y sólo para incrementar sus beneficios, sin reparar en lo que los enfermos por la pandemia necesitan.

«A finales de 2003, Abbott comenzó a preocuparse por la nueva competencia que amenazaba a su medicamento estrella contra el SIDA, Kaletra. Para su contraataque, la empresa aprovechó un arma inusual que ayudó a que las ventas globales de esa droga alcanzaran los 1.000 millones de dólares al año, incluso exponiendo su imagen a críticas que afirmaban que se estaba poniendo en peligro la salud de los pacientes». El párrafo entre comillas pertenece a la crónica publicada el 4 de enero de este año por el periódico neoyorquino, connotado portavoz de los intereses corporativos y del sistema de poder estadounidense.

El laboratorio impuso a Kaletra en el mercado a través del simple expediente de aumentar en forma desproporcionada, y sin esquema de costos que justificase la medida, el precio de Norvir, un medicamento más antiguo y de probada eficacia según sus propios técnicos, para el tratamiento del síndrome de inmunodeficiencia adquirida y que incluye drogas producidas por otras corporaciones farmacológicas.

Según una intensa campaña de denuncias iniciada por aquél entonces, que incluyó miles de correos electrónicos, Abbott decidió subir hasta un 400 por ciento el precio de Norvir con la intención de que los pacientes que lo utilizaban – en «cocktail» con drogas producidas por otras firmas -, dejasen de hacerlo y pasaran a tratarse con Kaletra.

Antes de tomar esa decisión especulativa con los precios, los asesores en imagen de Abbott habían contemplado un opción que consideraban de mayor eficacia comunicacional: retirar del mercado a Norvir con la excusa de que necesitaban toda la producción de ese fármaco para sus actividades humanitarias en Africa, el continente más afectado por el SIDA.

Sin embargo, la dirección de la empresa optó por la suba de precios porque así el negocio tendría efectos positivos en varios sentidos: aumentarían los ingresos vía ventas de Kaletra; desplazarían del mercado a productos de firmas competidoras y recuperarían lo que se dejase de percibir por ventas de Norvir en los países del Norte, colocándolo en Africa y otras regiones del Tercer Mundo al nuevo precio, gracias a las respectivas complicidades financiera e institucional del Banco Mundial (BM) y de varios programas especializados de Naciones Unidas (ONU).

Según datos surgidos de la demanda interpuesta contra Abbott por pacientes y el la «Union Health and Welfare Found», por considerar que la maniobra violó la ley antimonopolios de Estados Unidos, las especulaciones de mercado en favor de Kaletra provocaron un marcado aumento en los costos promedio de todos los tratamientos contra el SIDA.

El diario The Wall Street Journal aseguró que el caso Abbott será tratado por la justicia estadounidense recién en 2008.

Si se aplicase con todo rigor el derecho internacional, sobre todo el régimen de derechos humanos reconocido por la ONU, debería resultar posible que algún jurista especializado encontrase las vías para que los directivos de Abbott fuesen juzgados y condenados por graves violaciones humanitarias, incluso por crímenes de lesa humanidad.

La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) y otras entidades gubernamentales y no gubernamentales alertan cada año sobre el agravamiento de la situación mundial en torno a la propagación del SIDA, especialmente en Africa y otras regiones particularmente empobrecidas y sometidas al modelo económico global, diseñado a medida de los intereses corporativos transnacionalizados.

El caso Abbott -que en rigor de verdad no es muy distinto a lo que sucede en forma cotidiana en toda la industria farmacológica internacional- es un claro ejemplo de cómo, con tanta frecuencia, la realidad es capaz de superar con creces a la más frondosa de las fantasías y a las mejores tramas de la ficción literaria.

El sueco Henning Mankell es un estupendo autor de novelas policiales. La saga de su detective de pueblo Kurt Wallander debe ser de lectura obligatoria para todo amante del género.

En su última novela traducida al español – El cerebro de Kennedy -, Wallander y su hija Linda se toman un descanso, pues el personaje central de la misma es la arqueóloga Louise Cantor, quien al encontrar a su hijo muerto en circunstancias por demás extrañas se embarca en un viaje de angustia con la intención de saber qué fue lo que realmente sucedió.

Sus investigaciones la llevan a Africa, donde empresas y sociedades filantrópicas cometen los más aberrantes crímenes contra la humanidad en nombre de jugosos negocios para la industria farmacológica especializada en el SIDA.

Ese libro de Mankell debe ser leído y quien lo haga descubrirá que toda coincidencia con la realidad no es obra de la casualidad.