Una vez que el peligro inmediato ha desaparecido, la opinión pública y en general las sociedades se olvidan rápidamente de las situaciones críticas. Con optimismo desmesurado confunden los paréntesis de cierta tranquilidad con la solución definitiva. No hace demasiados años que la ruptura del euro parecía inevitable, sin embargo, últimamente nadie piensa en ello. Ha […]
Una vez que el peligro inmediato ha desaparecido, la opinión pública y en general las sociedades se olvidan rápidamente de las situaciones críticas. Con optimismo desmesurado confunden los paréntesis de cierta tranquilidad con la solución definitiva. No hace demasiados años que la ruptura del euro parecía inevitable, sin embargo, últimamente nadie piensa en ello. Ha bastado con que las economías de las principales naciones de la Eurozona se adentrasen en tasas positivas de crecimiento para que, de forma generalizada, se crea que el riesgo está conjurado, sin que nadie quiera darse cuenta de que subsisten los mismos límites y factores que desencadenaron la crisis anterior.
Solo ahora, cuando los informes de los distintos organismos e instituciones han comenzado a pronosticar la desaceleración de la economía de la Eurozona, y especialmente cuando el BCE ha modificado el plan trazado de subida de tipo de interés, haciéndose así visible el cambio de coyuntura, se han disparado las alarmas y han surgido las dudas. Lo peor, con todo, es que los informes y los análisis continúan enfocando la economía como hace muchos años, prescindiendo de la globalización y de la Unión Monetaria, y razonando como si no existiesen. Esta falta de perspectiva contamina a la propia Unión Europea. En su último informe la Comisión reprendía a España por la elevada desigualdad y pobreza que subsistía en nuestra sociedad, como si la propia Comisión no hubiese sido protagonista de las medidas tomadas y la Unión Monetaria no hubiese estado en el origen de todas ellas.
Tampoco las organizaciones sindicales se libran de tal ofuscación. La Confederación Europea de Sindicatos (CES) acaba de publicar un estudio, «Benchmarking Working Europe 2019», que señala cómo en una serie de países los salarios reales se han reducido en los últimos diez años (23% en Grecia, 11% en Croacia, 7% en Chipre, 4% en Portugal, 3% en España, 2% en Italia, etc.). En la presentación, Luca Visentini resaltó que esto es una prueba de que la crisis no ha terminado en todos los países y situó la causa en las medidas de austeridad adoptadas.
Todo ello parece bastante cierto, pero lo que no añadió el secretario general del CES es que tales medidas tienen su origen en la moneda única, a la que los sindicatos dieron su aceptación con esa simpleza del «sí crítico» a Maastricht. Era evidente que la imposibilidad de ajustar los desequilibrios exteriores en el plano monetario mediante la devaluación de la divisa acabaría originando que el ajuste se trasladase al campo real, con desempleo y reducción de salarios. Esa es una de las razones por las que algunos nos opusimos por todos los medios a Maastricht y a la creación del euro. Es más, mientras la armonización laboral no se imponga en la Unión Europea -lo que parece totalmente alejado de la realidad al exigirse la unanimidad de 28 países-, es de prever que todos los gobiernos continúen usando las condiciones laborales y las retribuciones como instrumentos para ganar competitividad frente a los demás.
Tampoco parece que los gobiernos de los distintos países tengan muy claras las cosas. Continúan pensando y actuando como si mantuviesen íntegra su soberanía y fuesen dueños de su moneda. Concretamente en España, la campaña electoral presenta un panorama desolador. Ciertamente que el peligro número uno es que se pueda reproducir un gobierno Frankenstein, pero, dicho esto y cuando a pesar de todo se abandona en el debate el tema de Cataluña y se ahonda en los programas electorales, la sensación de vértigo es inmediata. No solo es que los fundamentos políticos sean de lo más superficial, sino, lo que es peor, el discurso económico carece de toda coherencia. Es verdad que ya el viejo profesor afirmó que las promesas electorales estaban para no cumplirse, pero entonces, se cumpliesen o no, eran al menos creíbles y factibles, los políticos podían engañar. Hoy, los partidos hacen sus planteamientos y propuestas como si las condiciones fuesen las mismas que entonces, como si los gobiernos conservasen, al igual que al principio de los ochenta, toda su capacidad de actuación.
La frivolidad del discurso económico de las distintas formaciones políticas es inquietante. Todas sus propuestas cuelgan del vacío y, es más, parece que no les importa demasiado la total ausencia de fundamento y de consistencia. Hay que comenzar por señalar la levedad de los equipos económicos, que por otra parte están -si es que existen- desaparecidos y en el mayor de los anonimatos. Del de Podemos se desconoce su existencia, pero tampoco parece que les importe mucho tenerlo. En IU, con eso de que el coordinador se tiene por economista, y dice eso de que el euro no importa y que no condiciona nada, ¿para qué van a necesitar más? Desde esta coalición política alguien ha dicho que los Estados no pueden quebrar. En otros tiempos yo también mantuve la misa afirmación, pero eso era cuando nos endeudábamos en nuestra propia moneda, y ahora lo hacemos en una divisa que no controlamos, con lo que claro que podemos quebrar, estamos a expensas del BCE y de los mercados. Que se lo digan a Grecia.
El equipo económico del doctor Sánchez (él también dice que es economista) está en consonancia con su tesis doctoral: la ministra de Hacienda, licenciada en medicina, y sus mariachis, traídas todas de Andalucía; y la ministra de economía, discípula de Solbes, (ministro que tuvo tanto éxito en la anterior crisis) y que ha sabido hacer carrera en la burocracia europea con el presupuesto de la Unión, presupuesto que, como se sabe, apenas tiene contenido y el poco que tiene es totalmente ajeno a los problemas fiscales que afectan al de los Estados. En realidad, da toda la impresión de que Calviño, como buena independiente, ha asumido el ministerio tan solo como un escalón, encaminado a lograr una comisaría tras las próximas elecciones europeas. No parece, sin embargo, que vaya a poder conseguir su objetivo, porque la exigencia de los independentistas de que Borrell saliese del Gobierno y el veto de Iceta a que encabezase la lista catalana han situado al ministro de Exteriores en la lista de Europa y se supone que con la promesa de ser próximamente comisario.
La ministra de Economía, para cubrir al Gobierno en su despendole presupuestario, ha recurrido a la tasa de crecimiento. Pero una vez más hay que incidir en el hecho de que las cosas cambian cuando se forma parte de la Unión Monetaria. Cuando un país carece de moneda propia y se endeuda en moneda extranjera o en una moneda que no controla, una tasa positiva de crecimiento tiene un carácter ambiguo, ya que si el crecimiento es a crédito constituye una bomba de relojería a medio plazo. Eso fue lo que ocurrió en los primeros ocho años del presente siglo. La existencia de una moneda común, el euro, propició que el saldo de la balanza por cuenta corriente alcanzase niveles jamás conocidos (9%) y que se disparase su contrapartida, el endeudamiento exterior (en esta ocasión el privado). Esto nunca hubiese ocurrido, por lo menos a esos niveles, de ser la peseta la divisa, ya que los inversores internacionales, temiendo el riesgo de tipo de cambio, no se hubiesen aventurado tanto. El «España va bien» de Aznar y las bravatas de Zapatero acerca de que la renta per cápita de España había superado a la de Italia, estuvieron en el origen de la fuerte recesión que sufrió la economía española.
Con la finalidad de no cometer los errores de Aznar y Zapatero, el Gobierno y en general todos los partidos políticos harían bien en tener en cuenta el nuevo escenario que crea la pertenencia a la Unión Monetaria, sobre todo cuando aún subsisten múltiples desequilibrios de la etapa anterior. La tasa de desempleo, si bien ha descendido once puntos desde 2013, se encuentra en el 15%, la más alta de la Eurozona si exceptuamos a Grecia. España necesita sin duda continuar creciendo para crear empleo, pero el hecho de que la tasa de productividad sea cercana a cero, indica bien a las claras que los puestos de trabajo que se están creando son de muy baja calidad y que resulta previsible que cualquier incremento de los costes laborales impacte muy negativamente en el crecimiento y en la creación de empleo.
La ministra de Economía ha minimizado el nivel de endeudamiento público. «No llega al 100%», ha señalado, pero la cifra es la más alta de los cincuenta últimos años y muy distinta de la de 2007 (el 35%). Entonces fue el endeudamiento privado el causante de la crisis, pero ahora, dado su nivel, podría ser el público a poco que el déficit se incrementase. Los últimos indicadores señalan que gran parte del crecimiento económico actual se debe al sector público. El sector exterior, por el contrario, se debilita progresivamente. El saldo de la balanza por cuenta corriente se reduce de manera notable, y aun cuando es verdad que se mantiene en zona positiva, el peligro de que pueda adentrarse en cifras negativas no es descartable.
El saldo en la balanza por cuenta corriente (causante del endeudamiento exterior) se encuentra detrás de la gran recesión anterior, pero también de la recuperación. Pasó de un déficit del 9,7% en 2007 a un superávit del 2,2% para 2016. Pero esta variable es una variable flujo. Su recuperación lo único que ha garantizado es que la deuda exterior (variable fondo y la verdaderamente estratégica) no haya continuado aumentándose, pero apenas se ha reducido, con lo que se mantiene en una cuantía cuasi límite, y todo nuevo incremento por una evolución negativa del sector exterior puede colocar de nuevo a España al borde del precipicio.
La levedad en materia económica no es ajena tampoco a las formaciones a la derecha del PSOE, tanto en la composición de los equipos económicos como en sus propuestas. Sus líderes no son economistas, pero también se expresan con toda futilidad en esta disciplina. Los equipos económicos se han reclutado entre los liberales más dogmáticos, economistas de laboratorio o de periódico, totalmente divorciados de la realidad e ignorantes de las limitaciones que impone el hecho de no contar con una moneda propia. Solo así se pueden explicar ocurrencias tales como la propuesta de Ciudadanos de rebajar el 60% del IRPF para aquellos contribuyentes que residan en zonas despobladas. Presiento que todas las grandes fortunas, y las no tan grandes, van a establecer su domicilio en estas zonas, que por supuesto dejarán automáticamente de ser tales. Es increíble la propensión que tienen algunos a intentar solucionar todos los problemas mediante la bajada de impuestos, cuando cualquier manual de Hacienda Pública señala los múltiples defectos que los gastos fiscales presentan en comparación con las políticas directas.
Y hablando de reducción de impuestos, el nuevo líder del PP ha perdido toda proporción y medida, promete a diestro y a siniestro todo tipo de reducciones tributarias sin ninguna consistencia. En una alocada gesta pretende barrer toda huella de marianismo (ya se arrepentirá de ello el PP) y resucita el aznarismo, que tan nefasto fue desde el punto de vista económico y en cuyos gobiernos se engendraron todos los desequilibrios que darían lugar a la peor crisis económica que ha padecido España en los últimos cincuenta años.
Los forofos del pablismo hablan con orgullo del retorno al liberalismo, enterrando la socialdemocracia de Montoro. Hace muchos años que conozco a Montoro. Participamos juntos, cuando él era presidente del Instituto de Estudios Económicos, en múltiples mesas redondas. Nuestras posiciones solían ser siempre divergentes. Nunca le hubiera tenido por un socialdemócrata. Bien es verdad que la política fiscal que impulsó en su última etapa fue más progresista que la de Solbes y Salgado. La explicación no hay que buscarla en la ideología, sino en el mero pragmatismo. Rajoy se vio obligado a enfrentarse con la desastrosa situación económica engendrada en los Gobiernos de Aznar y Zapatero. No tuvo más remedio, con mejor o peor acierto, que pisar tierra.
Por el contrario, los líderes actuales de todas las formaciones políticas parece que viven en las nubes y que con anterioridad a ellos no ha existido nada. Tierra quemada. Iglesias, Sánchez, Ribera y Casado persiguen el vellocino de oro. Son argonautas pero sin carga, sin peso, ingrávidos, levitan, y con ellos hay el peligro de que lo haga toda España.