Por razones obvias, o por plegarnos a parámetros habituales que nos dictan los expertos en escribir ensayos y artículos, tenemos primariamente que definir el concepto intelectualidad; y esta suele ser definida como «el conjunto o agrupación de intelectuales». Esta definición tan simple nos conduce a otra definición que no deja de ser igualmente escueta. […]
Por razones obvias, o por plegarnos a parámetros habituales que nos dictan los expertos en escribir ensayos y artículos, tenemos primariamente que definir el concepto intelectualidad; y esta suele ser definida como «el conjunto o agrupación de intelectuales». Esta definición tan simple nos conduce a otra definición que no deja de ser igualmente escueta. ¿Qué es ser intelectual? La enunciación más concisa es aquella que nos aproxima a la idea consistente en que una persona es intelectual cuando «se dedica permanentemente al cultivo de las ciencias y de las letras». Pero en estas líneas haremos caso omiso de esas portentosas definiciones.
El maestro Noam Chomsky, quien es considerado el intelectual vivo más citado en el mundo, después de Miguel de Cervantes y su brillante Quijote de la Mancha, y por supuesto, después de la Sagrada Biblia; al parecer no le gusta al maestro que le atribuyan ese calificativo a pesar que en realidad sí que lo es. Esta es otra de esas certezas matemáticas que las universidades elitistas y los medios de comunicación de derecha ocultan. Sin embargo, cuando Chomsky se refiere a alguien que escribe, a un académico, o a quien insinúa ser una o ambas cosas a la vez, le denomina persona intelectual. Pero él se excluye de ese calificativo, bien por humildad, piedad o sarcasmo.
Chomsky les suele llamar a esa pléyade de ilustrados como los intelectuales o la elite de intelectuales. Y nos sigue diciendo este insigne maestro que, «El término intelectual es muy gracioso, no tiene nada que ver con la capacidad intelectual o la dedicación intelectual como la creatividad o algo parecido. Primordialmente el término intelectual es reservado para aquellos que sirven al poder o en el caso de enemigos utilizamos el término disidentes. En nuestra nación llamamos intelectuales a los que sirven al poder y los otros son lunáticos, locos o algo» . En este artículo me referiré a ciertos intelectuales que en verdad lo son; y lo digo sin ningún tipo de piedad o ironía, se los juro que es cierto. De eso ya se encargó Sócrates cuando se burlaba de los sofistas -quienes eran considerados intelectuales- a través de su método La Mayéutica o la Ironía Socrática.
En la época que actualmente vivimos, cuando se pronuncia el término intelectuales, todos al unísono venteamos súbitamente nuestro pensamiento en dirección a los países del Norte, porque a eso nos han conducido los medios de comunicación culpables de esta cruel infamia. En nuestra mente desfila un Keynes, Hayek, un Friedman, Huntington, o un Fukuyama; pero muy raras veces hacen el recorrido por nuestro cerebro un tal John Nash, Alan Woods, Ted Grant, Stiglitz, Howard Zinn, e incluso un hombre llamado Noam Chomsky. Detengámonos a analizar a dos de los últimos intelectuales muy serios y de renombre como Huntington y Fukuyama, porque los tres primeros son economistas y ganadores del Premio Nóbel de Economía, dejémoselos a los entendidos en la materia.
Samuel Huntington escribió un artículo que después lo hizo ensayo titulado «El choque de las civilizaciones», y sintetiza su mal intencionada teoría cuando dice: «Mi hipótesis es que los conflictos de este nuevo mundo no tendrán, en principio, un origen ideológico ni económico. Tanto las grandes divisiones entre el género humano como el origen principal de conflicto vendrán dados por la cultura. Los Estados nacionales seguirán siendo los agentes más poderosos de los asuntos del mundo, pero los conflictos principales de la política global tendrán lugar entre naciones y grupos de civilizaciones diferentes. El choque de civilizaciones dominará la política global. Las fallas entre civilizaciones serán las líneas de batalla del futuro».
Huntington lo que pretendía fallidamente era imponernos un distractor para restarle mérito a la lucha política o lucha de clases; pero también, paralelamente a ello, procuraba dejarnos impregnada en la mente la idea de la supremacía de Occidente frente al Islam. Ello le dio insumos a Silvio Berlusconi para afirmar que Occidente era superior al Islam «porque nosotros tenemos a un Mozart y a Miguel Ángel, ellos no». Esa tesis de Huntington es un claro ataque al Islam. Lo que Berlusconi olvidó es que Oriente tiene a un Averroes, Avicena o a un Rabindranath Tagore. Por eso es que Edward W. Said contrasta y ridiculiza la tesis de Huntington muy merecidamente al decir que, «Cuando Huntington publicó su libro con el mismo título en 1996, trató de imprimir a su argumentación un poco de sutileza, además de incluir muchísimas notas más; sin embargo, lo único que consiguió fue crearse más confusión a sí mismo y demostrar su torpeza como escritor y su falta de elegancia como pensador… La horrenda masacre producida por un ataque suicida escrupulosamente planeado e impulsado por motivos patológicos, llevada a cabo por un reducido grupo de militantes trastornados se ha convertido en la prueba de la tesis de Huntington». (El País, 16-10-2001).
Francis Fukuyama, en su místico panfleto «¿El fin de la historia?» plantea que la ideología liberal se ha impuesto irreversiblemente frente a otras doctrinas del pensamiento político, incluyendo al marxismo que es en sí el objetivo principal de su ataque. El extracto sintético de su panfleto lo encontramos en la parte donde afirma que, «Lo que podríamos estar presenciando no sólo es el fin de la guerra fría, o la acumulación de un período específico de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano».
Fukuyama muy probablemente en ese su afable ensueño o visión apocalíptica no pudo prever que aparecería en los umbrales del Siglo XXI un Hugo Chávez; o a inicios de este siglo a un Evo Morales o a Rafael Correa, enarbolando las banderas del Socialismo Científico fundado por Karl Marx. A lo mejor el desalmado invierno del Norte empañó su bola de cristal y no le permitió ver los otros fenómenos políticos de un futuro tan cercano. Pero Fukuyama se cuida muy sagazmente cuando afirma que para entender esto hay que comprender el idealismo hegeliano. Acusa a Marx de plagiar ideas del filósofo George Hegel; lo que no logró comprender Fukuyama es que en tiempos del joven Marx en las universidades teutonas habían círculos de jóvenes hegelianos de izquierda y de derecha, por esa razón es que Marx pone de pie las ideas dialécticas del gran maestro Hegel que estaban patas arriba. Marx nunca ocultó su simpatía sobre algunos tópicos del pensamiento de Hegel, Feuerbach e incluso de Adam Smith y David Ricardo. Pero bien, dejemos descansar en paz el panfleto de Fukuyama.
En El Salvador, hay un enorme abanico de intelectuales que desfilan a diario sugestivamente en los medios de comunicación conservadores; sí, hablo en serio, son intelectuales de lujo. Algo que no podemos traslapar es que los intelectuales salvadoreños de derecha son más honestos que sus progenitores del Norte. Pareciera que provienen de una prosapia intelectual nunca antes vista desde el aparecimiento del Hombre. En sus pequeñas bibliotequitas solamente yacen libros de Dan Brown, J. R. Tolkein y J. K. Rowling. Y después de enclaustrarse leyendo estas ficciones espectaculares, aparecen en los medios de comunicación igualmente serios como ellos, haciendo sendas elucubraciones sobre las grietas y fracasos del marxismo y el socialismo científico. Es increíble, esas indescifrables simbologías de Dan Brown les sirven de materia prima a estos críticos del marxismo para elaborar sus conjeturas en derredor del marxismo.
Esta camándula de intelectuales y de «analistas de crucigrama», como le llama un camarada a todas esas insolencias descafeinadas que conceptúan como análisis de la realidad nacional nos intoxican en nuestro diario vivir. Estos ignotos pensantes los leemos a diario, quienes apoltronados en la Atalaya de La Prensa Gráfica y desde las catacumbas de El Diario de Hoy quieren imponernos un formato ideologizado a seguir. Pero la brillantez más grande la percibimos al momento en que escuchamos y leemos a intelectuales y periodistas chilenos, alemanes y costarricenses cuando vierten opiniones sobre nuestra realidad salvadoreña. Somos en definitiva el país que más importa pensadores y de los más lúcidos. Antonio Gramsci introdujo muy atinada y pertinentemente la categoría de intelectuales orgánicos, una terminología muy bien acuñada para el tema en cuestión. Los intelectuales a los que no es necesario mencionar sus nombres porque caeríamos en un garrafal pleonasmo, son indubitablemente intelectuales orgánicos de derecha.
¿Y los intelectuales de izquierda?
Este interrogante daría para escribir otras breves líneas. El asunto es que los medios de comunicación convencionales ocultan las opiniones de los pensadores de izquierda, así también como en las universidades elitistas son censurados. Para el caso, John Nash, en las universidades de los Estados Unidos no es estudiada su Teoría de los juegos, porque en ella deja entrever la falsedad del individualismo que pregonan los neoliberales. Nash ejemplifica que al igual que en un partido de fútbol todos juegan de forma individual pero con un solo objetivo, así en la economía debe imperar la individualidad pero en función social.
Respecto a los medios de comunicación, Chomsky señala que «En Indochina los mismos campesinos tienen que tirar del arado porque los animales de tiro desaparecieron con los bombardeos estadounidenses. Y el Washington Post, que ocultó y apoyó la agresión, publica fotos de aldeanos camboyanos tirando del arado como ejemplo de ‘atrocidades comunistas’.» En el caso del golpe de Estado en Honduras, la cadena televisiva CNN en sus inicios lo llamó como «Sucesión forzada», pero al ver la presión internacional en contra del golpe cambiaron de formato y llamaron las cosas por su nombre: Golpe de Estado.
La cadena televisiva salvadoreña TCS en su mini programa «Cosas buenas» han exaltado la labor de una Fundación interesada en problemas visuales de la gente -lo cual es aplaudible-, pero jamás transmitirán un reporte sobre la campaña Misión Milagro realizada por el noble pueblo de Cuba y Venezuela, a través de la cual se le ha devuelto la vista a miles de salvadoreños. Pero cuando se trata de algún provocado mal entendido en torno a ENEPASA -Albapetróleos-, ese mal entendido lo pretenden exhibir como mal-versación. Esa es la complicidad perversa de los medios de comunicación y sus intelectuales de derecha. Ellos son los que imponen la agenda de nación a discutir frente al pueblo a través de los secuaces medios de comunicación, en una evidente maniobra de dilucidar temáticas tendenciosamente a favor de la clase dominante.
*El autor es de EL Salvador, América Central. Es Licenciado en Ciencias Jurídicas, analista político y Militante del FMLN. E-mail: [email protected]
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