La nueva crisis financiera que desde los Estados Unidos sacude al mundo, puede ser analizada, en primera instancia, como la transición desde un exceso de liquidez monetaria a su escasez. Ya casi todo ha sido dicho sobre la concatenación de los hechos: créditos otorgados a familias insolventes pero que esperaban poder vender más caro su […]
La nueva crisis financiera que desde los Estados Unidos sacude al mundo, puede ser analizada, en primera instancia, como la transición desde un exceso de liquidez monetaria a su escasez.
Ya casi todo ha sido dicho sobre la concatenación de los hechos: créditos otorgados a familias insolventes pero que esperaban poder vender más caro su inmueble cuando el precio de los inmuebles estallara; toma de hipotecas, por parte de los bancos, para su transformación en productos financieros que se sustentan en fondos financieros especializados del mercado llamado ³subprime² recurriendo ellos mismos al crédito para participar de la burbuja; caída del mercado inmobiliario cuando la suba de las tasas vuelve imposible pagar los intereses y reembolsar el capital a las familias prestatarias; pánico entre los fondos especulativos que quieren ³liquidar² sus títulos en vías de deterioro y que los bancos ya no quieren; falta de liquidez del conjunto del sistema bancario y financiero que no tiene otra solución mientras espera la entrada en escena de los bancos centrales que liquidar sus portafolios accionarios; amenazas finalmente sobre la economía real.
Sin embargo, existen por lo menos tres elementos que no han sido bastante destacados: la acción subterránea de los bancos centrales, la recurrencia, en la historia del capitalismo, de las concatenaciones monetarias y financieras al ciclo productivo, la exacerbación de las contradicciones de la globalización financiera.
Desde que, hace treinta años, se acordó otorgar total libertad de circulación a los capitales, las crisis se reiteran: en 1987 las Bolsas, en 1988 las cajas de ahorro usamericanas , en 1998 Asia, en 2000 Internet, en 2001 Argentina y actualmente el mercado inmobiliario usamericano.
El ejemplo del BCE (Banco Central Europeo) es significativo. Acusa una progresión regular de un 4,5% anual de la masa monetaria M3:2,5 puntos para atender el crecimiento económico promedio dela zona euro y 2 puntos para cubrir la inflación aceptada. De modo que la masa monetaria de la zona euro aumenta a un ritmo anual promedio del 10,9% (según cifras del primer semestre de 2007).
La masa monetaria se reparte según el siguiente detalle: 47% monedas, billetes y depósitos a la vista (M1) 38% depósitos a la vista (M2-M1) y 15% activos financieros negociables (M3-M2). Pero la contribución al crecimiento total de cada uno de estos compartimientos es respectivamente el 31%, el 44% y el 25%. Dicho de otro modo el 69% del 10,9% del crecimiento de la masa monetaria se debe a la liquidez que alimenta los circuitos financieros y no al sistema productivo. El BCE no tolera inflación sobre los bienes y servicios pero es permisivo con relación a la inflación frente a los activos financieros. Tenemos poca memoria. La crisis de 1929 estuvo precedida por una hemorragia de créditos acordados a potenciales accionistas. En 1987 se produjo la primera crisis posterior a la globalización contemporánea que golpeó a las economías capitalistas desarrolladas, mientras que México había sufrido las mismas, por primera vez, enojosas consecuencias en 1982. Aquí los bancos centrales habían alternado el abundante otorgamiento de créditos con el objeto de superar la crisis precedente, creando la subsiguiente hinchazón de la burbuja especulativa y el endurecimiento cuando esta resultó inquietante, antes de abrir nuevamente las compuertas. El mismo escenario se reprodujo en el 2001.
Los bancos centrales han aprendido ciertamente la lección de 1929. Ya no cometen el error de cerrar los robinetes del crédito cuando estalla la crisis. Pero ¿porqué el remedio se convierte en veneno? Porque está inducido, inoculado por las mutaciones del capitalismo, la exigencia creciente de rentabilidad y la principal búsqueda de beneficios. Para poder participar de la reestructuración del sistema productivo, de la redistribución de la propiedad del capital y de la distribución de la renta financiera resultantes no ha faltado imaginación: readquisición de acciones por parte de las empresas emisoras, uso del efecto palanca para poder aprovechar el diferencial entre tasas reales de rentabilidad económica y tasas de interés, compra a crédito de empresas para revenderlas luego de ³adelgazadas² emisión de títulos negociables y multiplicación de productos financieros, etc. No se comprende la instalación de normas de rentabilidad más altas a menos que se cierre el circuito económico-financiero.
Como en todo el mundo son los asalariados los que pagan la reestructuración del capitalismo, la proporción de beneficios ha crecido a niveles históricos. Pero esos beneficios se destinan prioritariamente a proveer dividendos a los accionistas, dividendos que a largo plazo, capitanean la valorización bursátil y por lo tanto la periódica euforia de los dueños del capital que pretenden ganar en dos frentes: sobre los dividendos y sobre la valorización de las acciones. ¿Porqué destinar entonces los beneficios a la inversión si las finanzas producen la ilusión de generar riqueza fuera de toda realidad material?
Hemos llegado al final de un ciclo: la deslegitimación del neoliberalismo está en marcha. El mundo necesita un control draconiano del movimiento de capitales y una redomesticación de los bancos centrales.
*Economista, Presidente de Attac Francia