La historia sociopolítica de la actualidad es como el agua turbia de las playas, que a diferencia de las aguas oceánicas y profundas de la historia pasada, suele ir y venir en el oleaje de los sucesos y en donde los rastros de las olas sobre las arenas podrían cambiar el dibujo de la historia […]
La historia sociopolítica de la actualidad es como el agua turbia de las playas, que a diferencia de las aguas oceánicas y profundas de la historia pasada, suele ir y venir en el oleaje de los sucesos y en donde los rastros de las olas sobre las arenas podrían cambiar el dibujo de la historia antes de retornar a las aguas profundas.
El siglo que estrenamos, el «veintiuno», es aún un agitado ir y venir de olas en la playa de la cotidianidad: avances revolucionarios y resacas contrarrevolucionarias. Presenta una marea alta ocasionada por lo múltiple o continental de su ir y venir, por un despertar social que cambió fundamentalmente el manejo del concepto de las «democracias representativas» por las «democracias protagónicas» quiera decir esto que los pueblos «descubrieron» que tan sólo con sus votos podían hacer manifiesta su oposición a tanta indignidad vivida durante el siglo anterior; que se podía tomar el «poder político» tan sólo con quitar de las manos demagógicas que hasta entonces usaban esta fachada electorera para instituir sus dominios y cambiarla por su voluntad de «probar» que pasa si se apostaba a nuevos líderes como Chávez, Correa, Evo, Lula, Cristina y tantos otros, en todas nuestras patrias.
Se abre el siglo con un póker en las barajas de la izquierda que gana la primera partida de forma contundente. El poder político cae derrotado, pero -ojo- sigue funcionando la empresa privada, el poder mediático y la fuerza mundial de defensa del imperio capitalista. Allí empieza la nueva batalla en la que hoy estamos enfrascados. El poder del dinero reacciona y trata de invertir primero por la fuerza, como el caso de Venezuela, este destino, pero al fallarle se siguen sumando voluntades y despertando más conciencias a favor de la revuelta.
La revolución siempre era concebida como la toma del poder. De todo el poder: el político, el económico, el mediático y el cultural como punto de partida. Las baterías del imperio no lo permitirían más, la desproporción armamentista sugería una derrota inmediata para cualquier sublevación que intentara de nuevo esto, amparada con la excusa de defender las democracias mismas que hoy nos dan las nuevas victorias. Está bien, se debe entender que la sabiduría popular es quien ha ganado al usar la misma arma del imperio para comenzar por la toma del poder político. Allende, treinta años antes fue el semillero y aunque masacrado ferozmente por Pinochet y el pentágono, no resulta nada fácil al imperio intentar repetir esa respuesta, de manera que la lucha es intestina, diaria, mediática y constante.
El pueblo, a fin de cuentas, protagonista de esta historia es aun vulnerable. Sus carencias materiales pesan más que las morales, su nivel ideológico es bajo y entonces es allí donde se deben dar las respuestas. Los gobiernos bolivarianos, (para definirlos bajo el concepto de la Gran Colombia ), deben ser presurosos en dar respuestas a la falta de salud, al hambre y a la ignorancia de la forma más inmediata, eso será lo que permita sentirse satisfechas a las masas que soportarán en las mesas electorales la permanencia en el poder de todo este proceso.
Es así, entonces, como se desarrolla esta partida, en un tablero de ajedrez hermoso, donde los peones del proletariado rodean a las reinas locales y sus jugadores, los presidentes, deberán dirigir las jugadas para dar un jaque mate al rey imperial del capital.
El punto de no retorno, la irreversibilidad es la meta fundamental. Lo que vivimos en la América Latina se marcará por la profundización gradual de los cambios y la transformación y el crecimiento de las conciencias. La toma y transformación del poder económico para generar economías socialistas, la generación de políticas socialistas de salud, educación y cultura más la integración de las patrias en aquel sueño irrealizado de Bolívar serán quien lleve todo este sueño a la calma de las aguas profundas, a la irreversibilidad heroica y necesaria.
Se hará invencible la América del Sur, más las Antillas si se unieran, se habrá salvado el abismo y se abrirá para siempre la puerta para la nueva historia, terminará la tempestad y en un mar de pasiones y de nuevas formas de producción que señalen un camino al socialismo del siglo XXI, caminará el hombre nuevo en nuestras playas.