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"Barrio Cuba", la más reciente propuesta cinematográfica de Humberto Solás

La Isla profunda

Fuentes: Juventud Rebelde

Se llaman Santos, Magalys, Ignacio, Vivian… los protagonistas de Barrio Cuba, pero pudieran llamarse Marcos, Odalys, Carlos, Dulce María, porque la más reciente propuesta cinematográfica del maestro Humberto Solás es el testimonio de la gente de este pueblo y de un país que, lleno de virtudes y contradicciones, se aferra a seguir construyendo un mañana […]

Se llaman Santos, Magalys, Ignacio, Vivian… los protagonistas de Barrio Cuba, pero pudieran llamarse Marcos, Odalys, Carlos, Dulce María, porque la más reciente propuesta cinematográfica del maestro Humberto Solás es el testimonio de la gente de este pueblo y de un país que, lleno de virtudes y contradicciones, se aferra a seguir construyendo un mañana mejor para todos.

No quiero y no debo hablar de lo estrictamente cinematográfico de Barrio Cuba, porque no podría tomar la necesaria distancia. Me zarandeó de tal modo, me conmovió a tal extremo, que podría asegurar que, después de la inmortal Lucía, es la entrega de Solás que más hondo me ha tocado. Prefiero hablar de emociones, de sentimientos y hasta de dolor. Las historias que narra el magnífico guión del autor de Un hombre de éxito, Amada y El siglo de las luces, son tan contundentes, tan creíbles, que dejan de ser ficción para convertirse en el fiel retrato de una sociedad con sus luces y sombras, marcada por una compleja situación económica, y que, sin embargo, no se rinde.

Mientras transcurrían las cerca de dos horas de metraje, me venían a la mente las certeras reflexiones de Fidel durante el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la Universidad de La Habana. Entonces, el Comandante en Jefe, al referirse a lo próximo que estamos de la sociedad justa tan soñada, admitía que «por encima del montón de defectos que tenemos todavía, de errores, de faltas, es la sociedad en la historia humana que está más cerca de poder calificarse como sociedad justa».

Recordaba estas optimistas palabras y recordaba también a Rafael, ese amigo-hermano que un día decidió dejarlo todo y a todos, y volar hacia el Norte, y perderse. Y lloré por él y por Luly, su madre muerta en vida, que nunca más ha sabido si su hijo respira en una cárcel con el brazo lleno de pinchazos, deambula por las calles o si yace tres metros bajo tierra. Lloré también por mi hermana Odalys que prefirió seguir a su esposo, porque, aunque cada día la lejanía de esta tierra y de su gente la consume, la felicidad para ella, como para uno de los personajes de la película, es darle todo a su hijo, ayudar a su madre a mejorar su casa y comprarle ropas y zapatos a todo el familión.

No deja de ser desgarrador comprobar cómo hay personas a las cuales no les alcanza el vigor y se rinden; cómo a veces los dólares derrotan los valores humanos y éticos que durante tantos años la Revolución se ha empeñado en fomentar. Es triste ver asimismo al padre machista y ciego que traiciona sus propios sentimientos, y le cierra la puerta a su hijo, porque no le gustan las mujeres, y a los que se han pasado su existencia doblando el lomo, y se sienten tan solos y desamparados que no encuentran nada mejor a qué asirse que a una botella de ron. Pero están también los que viven hacinados, en una promiscuidad que asusta, en un cuartucho mugriento, que hace dudar si la historia tiene lugar en esta Cuba de hoy, y, sin embargo, no inclinan la cabeza, no pierden la dignidad; eso que para algunos no da de comer ni para vestir, pero que es vital para pegar sin pesadillas la cabeza en la almohada.

Todo eso es Barrio Cuba, una película que se aleja de la fastuosidad que distingue a la obra de Solás, y se inserta en el cine pobre, de bajos recursos, del cual es uno de sus defensores pero que es rico en símbolos, mensajes, que invita a la reflexión y al crecimiento del espíritu. Sí, Barrio Cuba es cruda, pero estremecedora; melodramática en extremo quizá -lo que para mí no es un defecto-, pero lúcida; dolorosa, pero optimista.

Con Barrio Cuba, muy bien fotografiada por Rafael Solís, me vuelvo a reconciliar con Jorge Perugorría, después de su inolvidable Diego de Fresa y Chocolate. Mas esta es una película donde Humberto Solás hace alarde en la dirección de actores. Si Mario Limonta diseñó un Ignacio de lujo; Isabel Santos, María Luisa Jiménez y Rafael Lahera demostraron ser esos histriones camaleónicos, capaces de emocionar y convencer hasta al más pinto. Adela Legrá estuvo tan eficiente como de costumbre. No obstante, esta es de esas cintas, cuyo parejo nivel de actuaciones, haría la lista interminable (espléndidos como siempre Enrique Molina, Manuel Porto y Coralita Veloz), pero no puedo dejar de alabar el desempeño de los pequeños y, en especial, de Rubén Araújo, el Albertico de La Sombrilla Amarilla, un niño sencillamente sorprendente. Destaca también la precisa música de Esteban Pueblas, que junto a los temas de Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, la Fres-K y Eliades Ochoa, y Polito Ibáñez, por solo mencionar algunos, hacen de Barrio Cuba una película rotunda.