Introducción
Las recientes declaraciones de Trump sobre la Unión Europea calificándola de decadente y “gobernada por débiles” ya no ruborizan ni a las propias élites. Funcionan como un espejo que devuelve la imagen de un precipicio hacia el que pueden ser arrastrados los pueblos europeos. A la vez, colocan a la izquierda en una encrucijada: además de organizarse frente a la ola derechizadora, necesita levantar la mirada y preguntarse qué referencia estratégica internacional adoptar en un escenario de agotamiento del modelo eurocapitalista.
Antecedentes históricos y la revolución rusa
El primer cuarto del siglo XX vivió un auge reivindicativo, mediado por ideologías revolucionarias. Aquello no fue un accidente político, sino el resultado del desarrollo capitalista, que incrementaba aceleradamente y desordenadamente la fuerza de trabajo, incentivando su organización y lucha. Fue el propio capital quien abrió el gran ciclo de luchas sociales a nivel mundial: revolución mexicana (1910), revolución alemana (1918), la república soviética húngara (1919), el bienio rojo italiano (1919-1920). Por supuesto, también, la revolución rusa de 1917.
Esto no pasó desapercibido a las clases dominantes y las alertó sobre la necesidad de tomar medidas. La más inmediata fue la represión, pero pronto se pusieron en marcha estrategias más “inteligentes”. En Europa, en países como Gran Bretaña y Alemania, la burguesía apoyada por sus estados, exploraron fórmulas reformistas: legalización de sindicatos, sufragio masculino, seguros sociales (pensiones y desempleo).
La Gran Depresión de 1929, en USA, fue otra prueba de fuego. El New Deal de Roosevelt no solo fue un programa económico, también tuvo un componente ideológico: mostrar la viabilidad del capitalismo reformado que neutralizara el peligro comunista.
La URSS y la emergencia del eurocapitalismo
De modo que el modelo de desarrollo capitalista europeo se acelera y generaliza tras la Segunda Guerra Mundial, resultado del nuevo equilibrio del capitalismo mundial, para responder directamente a la experiencia soviética.
Efectivamente, la sociedad soviética y sus avances sociales (pleno empleo, educación y sanidad gratuitas, política de viviendas, el voto femenino, aborto, guarderías, entre otros), eran un atractivo escaparate para las clases trabajadoras mundiales y europeas.
Más allá de las consideraciones sobre la naturaleza social de la URSS (ver nuestro blog), la clase capitalista mundial vio un justificado peligro en la “gran patria socialista”, donde: la burguesía fue expropiada, centralizada estatalmente la propiedad de los medios de producción e implantada la ideología socialista legitimadora de todo ello.
Así que la supervivencia de la URSS, a pesar del hostigamiento del capital internacional (intervención en la guerra civil rusa, bloqueo diplomático y económico, campaña anticomunista permanente, represión de organizaciones obreras y comunistas, incluso la propia II GM) y la posterior victoria en la Segunda Guerra Mundial, mostró a la clase capitalista, principalmente estadounidense y europea, la necesidad de emprender formas de dominación más sutiles.
El auge del eurocapitalismo
El eurocapitalismo fue la respuesta, a través de la lucha de clases, al doble desafío: mantener el capitalismo bajo la hegemonía estadounidense, por una parte, a la vez que se neutralizaba la influencia soviética y del movimiento comunista.
Consistió en mostrar el rostro amable del capitalismo avanzado, donde la explotación capitalista era compatible con niveles de bienestar que anestesiaba el conflicto obrero. Así sus grandes ejes pueden resumirse en: el capitalismo como orden incuestionado (estado, leyes, ideología, educación, medios de comunicación), aceptación de la hegemonía estadounidense (Plan Marshall, Guerra Fría, OTAN, Red Gladio, USAID, Radio Liberty, entre otras), canalización del conflicto social a través del Estado del bienestar (economía mixta, keynesianismo, sanidad, educación, vivienda, pensiones), y el predominio ideológico del social-capitalismo que articulaban políticamente la socialdemocracia y la democracia cristiana, y el anticomunismo jugando un papel central.
Este capitalismo europeo de rostro humano, muy alejado del capitalismo salvaje reinante en el resto del mundo, permitía a Europa dar lecciones de derechos (humanos, civiles, políticos) en la comunidad internacional, mientras la URSS y el comunismo representaron algún peligro concretado en las organizaciones de masas (Italia, Francia, Portugal, Grecia, España). Ante ellas, la culta Europa, además de educación y propaganda, desplegó una fuerte represión (ilegalización, cárcel, exilio, purgas, dictaduras).
Además, en Europa, el capital se reconfiguró bajo una unidad que empieza siendo económica para ir ampliándose, la Unión Europea, exponente del eurocapitalismo.
El declive del Eurocapitalismo
La crisis de los años setenta, con el fin de la fase expansiva del ciclo de la posguerra, mostrará algunos de los límites del eurocapitalismo (dependencia petrolífera, inflación, desindustrialización, desempleo, rentabilidad) como resultado de la crisis capitalista mundial y su inserción en la circulación global del capital.
La respuesta neoliberal (Thatcher, Kohl, González, Delors), ya en los ochenta, apuntará en lo que será la política de privatizaciones, liberalizaciones, desmantelamiento del Estado del bienestar. También la ampliación de la UE (España, Portugal).
El derrumbe del bloque soviético, en los noventa, dará algo de oxígeno, proveyendo de áreas de expansión a la UE. Las nuevas relaciones con una Rusia que aspira a incorporarse al bloque occidental también será fuente extraordinaria de materias primas y energía baratas, además de un gran mercado. Sin embargo, el capital norteamericano ansioso por el fraccionamiento de Rusia, no puede tolerar el avance de un bloque Euroasiático.
La Gran Recesión (2008) vuelve a exhibir las debilidades del eurocapitalismo cuya integración va lenta en relación a los requisitos de la competencia mundial (pérdida de competitividad, vulnerabilidad financiera, desindustrialización) donde emergen una serie de nuevas potencias, caso de China, sumando la crisis del euro, ante la que prevalecerán las viejas recetas neoliberales (austeridad, recortes sociales, disciplina fiscal y monetaria).
A partir de 2014, el nuevo orden geopolítico donde las potencias USA y China (junto a los BRICS) disputan el dominio mundial; la expansión del capital ruso que no se pliega ante el europeo y yanqui, terminará con la declaración otanista de guerra híbrida, que el gobierno ruso responderá invadiendo Ucrania y avanzando sobre África; a su vez, los gobiernos occidentales removerán el Extremo Oriente y permitirán el exterminio israelí de Gaza.
Eurocapitalismo putrefacto y derechización
En este tablero, la UE se muestra cada vez menos relevante, por su desubicación en la circulación mundial del capital, particularmente del norteamericano, al que las élites europeas se aferran con desesperación.
Esta situación es más dramática porque ese capital USA trata a la UE con displicencia haciéndole pagar caro su liderazgo: las amenazas territoriales (Groenlandia), los aranceles, o la venta del caro gas licuado. Además, le vende su papel de gendarme mundial, obligándola a incrementar los presupuestos militares que ha de gastar en buena medida en armas norteamericanas.
La forma política adecuada para esta subordinación a USA y para la ofensiva de recortes que exige el belicismo es la derechización y el ascenso de la extrema derecha. La cual ya está normalizada en las instituciones europeas y gobierna en varios países (Italia, Hungría, Finlandia, Croacia, Eslovaquia, República Checa, por ahora). En la medida que esto se extienda asistiremos a recortes laborales, sociales, civiles y políticos, acompañados de un aumento de la represión del pensamiento disidente y los movimientos sociales.
Por una euroizquierda organizada
Mientras la derecha remata al agotado eurocapitalismo, que ya no resulta funcional para el capital americano que lo sostenía, la izquierda europea habrá de hacer tanto la crítica como la construcción de una alternativa al eurocapitalismo putrefacto.
Durante mucho tiempo, más allá del período prosoviético, el modelo social europeo fue el paradigma de buena parte de la izquierda. El declive y probable final de este modelo, la obliga a repensar un nuevo referente internacional. Si el capital europeo quiere contar, habrá de permanecer unido y dejar atrás el agotado eurocapitalismo, redefiniendo su lugar en el capitalismo mundial. Existen tres opciones estratégicas: marchar sola, acompañarse del capital ruso o vincularse al capital chino.
Ante ello, la izquierda, todavía débil y fragmentada, habrá de hacer un serio esfuerzo de unidad y organización para sobrevivir, así como prepararse para armar el contraataque. También, de defender la unidad de los pueblos de Europa y discutir la forma política de inserción en el sistema mundial, la izquierda habrá de hacer frente a las contradicciones del capitalismo en los planos ecológico, laboral, familiar, político… Eso implica pensar cómo gestionar la economía mediante una centralización del capital, administrada democráticamente a través de la planificación orientada a las necesidades de la población. Además, de incorporar las tecnologías (incluida la Inteligencia Artificial), para elevar la productividad garantizando un bienestar material sostenible, que incluya la reducción de la jornada laboral. Todo ello como paso previo a un escenario en el que la vida social pueda regularse conscientemente mediante la asignación directa del producto del trabajo a las necesidades personales, es decir al socialismo.
Pedro Andrés González Ruiz, autor del blog Criticonomia
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


