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La izquierda radical ante las múltiples crisis

Fuentes: En lucha

 Hasta la fecha, el sistema económico mundial ha estado en dos ocasiones en un punto de alerta máxima: hace dos años, cuando cayó Lehman Brothers; y en la primavera de este año, cuando países llamados ‘periféricos’ de la Unión Europea, con Grecia a la cabeza y el Estado español a la zaga, se enfrentaban a […]

 Hasta la fecha, el sistema económico mundial ha estado en dos ocasiones en un punto de alerta máxima: hace dos años, cuando cayó Lehman Brothers; y en la primavera de este año, cuando países llamados ‘periféricos’ de la Unión Europea, con Grecia a la cabeza y el Estado español a la zaga, se enfrentaban a ataques especulativos. Dos veces se volvió a respirar con tranquilidad, cuando se anunció que ya había pasado el peligro y que volvíamos al sendero de la recuperación.

No obstante, para la mayoría de la población, la crisis está golpeando más fuerte que nunca. En el Estado español, el paro alcanza ya casi los cinco millones, continúan los desahucios y expiran los subsidios de empleo. Incluso para el capital hay problemas. Las instituciones financieras siguen negándose a otorgar crédito a las empresas. Hay preocupación por una posible espiral deflacionaria (bajada de precios que desanima el consumo por la previsión de precios más bajos en el futuro), la morosidad de muchísimas cajas de ahorros y el inmenso endeudamiento del sector privado.

A nivel mundial, la crisis ha comportado una caída del comercio mundial de un 11% y un aumento del paro de 30 millones, especialmente destacado en los países más desarrollados. El debate central sobre la crisis ha girado entorno lo que se denomina «la crisis de la deuda soberana» (deuda estatal). En parte, esto surgió cuando se reservaron grandes cantidades de dinero público -pagado por nuestros impuestos- para las instituciones financieras afectadas durante la primera etapa de crisis; es decir, cuando el colapso de ciertos sectores inmobiliarios ‘infectó’ al sector financiero mundial -en el caso de la crisis subprime de los EEUU, a través de una serie de opacos vehículos financieros de deuda.

Volviendo al caso ibérico, a modo de ejemplo de un proceso que sucede a nivel internacional, un factor más importante en la transición de un Estado con superávit (como existía en 2007) a tener una deuda que se dispara es la recesión global que produjo la parálisis del sistema financiero. Ésta ha conllevado una fuerte sangría de empleos, y con ello un aumento en el gasto por prestación de desempleo, a la vez que una reducción en la base impositiva del Estado, creando así el déficit y la deuda estatal. Así, más que desaparecer, la crisis lo que ha hecho es transmutarse de crisis inmobiliaria a crisis bancaria; de esta última a recesión general (industrial y de servicios, etc.); y de recesión general a crisis soberana.

Una publicación hermana de La Hiedra en Gran Bretaña, International Socialism, señala que este carácter multietapa tiene cierta similitud con la Gran Crisis de los años 20/30. Esa crisis pasó primero por una ralentización de la producción industrial, seguida por el más conocido crack bursátil de 1929, una recesión, la crisis bancaria del 31, otra recesión combinada con el colapso del comercio internacional, una recuperación parcial a mediados de la década, luego otra recesión en el 37-38, y sólo fue dejada atrás por la carrera rearmamentística que se emprendió entonces.

No obstante, lejos de analizar las cosas de esta manera, la visión dominante es que la crisis se está controlando por las acciones del gobierno, entre ellas el recorte presupuestario y la decisión de publicar información sobre la salud de las cajas y bancos españoles.

Ahora se oye cada vez más la idea de que, en palabras de un analista de mercados, «España ha conseguido descolgarse del pelotón de cola de los países periféricos del euro». Esta visión comporta varios problemas.

Primero, la preocupación por la economía española entre el sector financiero no era principalmente por el estado de sus cuentas públicas, cuya deuda es todavía bastante menos pronunciada que en muchos países europeos a los que se considera ‘a salvo’. Un factor mucho más clave, además de los desequilibrios económicos ya mencionados, era el grado de deuda privada, que es el doble de los demás países entendidos como problemáticos (Irlanda, Grecia y Portugal). Un ejemplo de este problema es que las empresas españolas deben 45.000 millones ¡sólo al Deutsche Bank! Y estas dificultades persisten, asunto serio dado que la economía ha salido de la recesión por los pelos, creciendo a un mísero 0,2% entre abril y agosto. La falta de ‘fiabilidad’ resultante es bien conocida por los mercados. Por eso, como dijo El País en septiembre: «La prima de riesgo se mantiene y los tipos de interés de bonos no acaban de flexionar» -en palabras llanas, que las inversiones en la economía española y en comprar deuda estatal, en especial, se están tratando como igual de arriesgadas que antes.

Además, no es difícil imaginar que la reducción del gasto público que el gobierno está llevando a cabo y la presión sobre los salarios a consecuencia de la mayor ‘flexibilización’ (reforma laboral) disminuirán las compras por parte del Estado y de los trabajadores, lo cual significará menos ventas de bienes y servicios y la pérdida de empleos en los sectores que los producen. Así que no sólo implican mayor sufrimiento para la mayoría de la población, sino también la posibilidad muy real de hacer empeorar la crisis. Esta preocupación la comparten secciones del establishment y, como consecuencia, responsables políticos estadounidenses y otros han criticado la rapidez con que se están retirando las enormes ayudas estatales que consiguieron frenar el desplome en 2007.

Este nerviosismo no es simplemente fruto de la naturaleza volátil de los mercados de dinero. Surge porque, independientemente de si las decisiones políticas son más o menos neoliberales, la recuperación mundial sigue frágil y desigual; y es así porque la crisis no se basa en meras burbujas inmobiliarias -aunque éstas sí la precipitaran-. Esta crisis es fruto de un proceso a largo plazo de caída de los beneficios que se obtienen por cada inversión -una tendencia que los marxistas llamamos la ‘tasa descendiente de ganancias’-, lo cual se ha mostrado con mayor frecuencia desde los años 70 que durante las décadas anteriores. Se han producido un total de 139 crisis económicas entre 1973 y 1997, mientras que de 1945 a 1971 hubo sólo 38.

¿Recuperación?

Se podría intentar argumentar que la descripción ofrecida hasta ahora sólo se aplica a los países cuyo colapso ha sido más dramático (por ejemplo EEUU, donde se han sumado 7,5 millones personas a las listas de paro). Últimamente se escuchan argumentos de que los países exportadores de China y Alemania están actuando de tirón para la economía mundial. Hay, sin embargo, varios problemas con este análisis:

Primero, la economía norteamericana sigue siendo por mucho la más voluminosa en el mundo y es difícil obviar el impacto destructivo que sus problemas económicos tienen y tendrán sobre la economía mundial.

Segundo, la supuesta recuperación de China y Alemania no es lo que parece. Las fuertes inversiones públicas en infraestructura en el primero de estos países actuaron de estímulo para el comercio mundial en un momento difícil, pero como consecuencia se creó una burbuja local en el precio de la vivienda (!) y subió la inflación. Ahora, el gobierno chino quiere revertir esta situación e intenta frenar el crecimiento, que previsiblemente tendrá, entre otros, un impacto depresivo sobre las ventas mundiales.

Tampoco el caso de Alemania, que tuvo un crecimiento de 2,2% en el segundo trimestre de este año, es lo que parece. Este aumento no es resultado de sus políticas de austeridad, como han defendido comentaristas neoliberales, sino de la mayor ‘competitividad’ de sus exportaciones, producto de la caída del valor del euro. Sus exportaciones también dependen mucho del propio mercado chino, que amenaza reducirse.

Además, el euro ‘barato’ surge por las grandes fisuras dentro de la zona euro, de las que Alemania no puede mantenerse al margen. De hecho, es probable que la decisión del gobierno de Merkel el pasado mes de mayo de acabar apoyando el enorme ‘rescate’ de Grecia, de un valor de 750.000 millones de euros -una medida que fue muy criticada por sectores nacionalistas en el propio país- tuviera algo que ver con el miedo de que Grecia no pagara las enormes deudas que había contraído con bancos alemanes. Por esta razón se ha hablado de esta intervención como «el segundo gran rescate de los bancos».

Crisis en la eurozona

Posiblemente, la zona del mundo donde la situación económica y política es más explosiva es la de los mal llamados ‘PIGS’ (las siglas en inglés de Portugal, Irlanda, Grecia y España). Es en estos países donde el retroceso ha sido más dramático, llevando a una cierta ‘latinoamericanización’ de la política: grandes deudas, ataques especulativos, pero también un notable aumento de lucha sindical y social -como el caso de Grecia, que este año ha visto varias huelgas generales.

Una de las razones de la inestabilidad es la naturaleza de la Unión Europa, que es una unión de estados ‘a medias’. La mayoría de los Estados no tienen control sobre el valor de la moneda, por haber adoptado el euro, cuyo valor está fijado por un Banco Central Europeo ‘independiente’ que suele defender los intereses monetarios de los estados más potentes. Así que no existe la posibilidad de que un país en apuros devalúe unilateralmente para impulsar sus exportaciones (haciéndolas más baratas). Por otro lado, dado que no hay un régimen impositivo europeo, la actuación de la UE ante una crisis es limitada.

En el fondo, estas debilidades resultan de la centralidad del sistema de Estados dentro del capitalismo europeo y mundial, fenómeno que la crisis -y las ayudas de los Estados a sus respectivos bancos y empresas- está volviendo a visualizar.

Igual que lo que pasó entre la izquierda latinoamericana de los últimos años, hay un debate en la izquierda griega sobre si el país debería dejar de pagar su deuda. Esto significaría muy probablemente su salida forzosa del euro e incluso de la Unión Europea.

El hecho de que se estén discutiendo propuestas de esta índole, y tan ampliamente que un miembro del gobierno sintió la necesidad de desmentirlas públicamente, cuando antes hubieran sido impensables, es una de las sorpresas políticas de esta crisis -otra es el afán de gobiernos muy liberales de llevar a cabo nacionalizaciones-, y es una muestra de la seriedad de la crisis. Obviamente cualquier fragmentación de la UE tendría consecuencias para toda la economía europea, incluyendo al Estado español.

El sistema no tiene respuesta

Tal vez los problemas descritos no serían tan desastrosos si nuestros dirigentes supieran manejar la crisis correctamente. Desafortunadamente, en general, las únicas medidas que son capaces de coordinar entre ellos son las que atentan contra nuestras condiciones de vida. Aunque al principio de la crisis se dio mucho bombo a la necesidad de reformar el sistema financiero e incluso de cerrar los paraísos fiscales, después de dos años de crisis poco o nada se ha hecho al respecto.

Además, los desequilibrios identificados por economistas burgueses, con Martin Wolfe del Financial Times a la cabeza, entre el mundo exportador (en especial China) basado en bajos salarios y un mercado de consumo limitado y el mundo consumidor (por ejemplo Norteamérica, que depende de préstamos chinos para seguir comprando de este mismo país asiático) tampoco se están arreglando, pues existen intereses de clase poderosos que no quieren cambiar de modelo productivo. En otras palabras: los actuales amos del mundo no tienen una solución a esta gran crisis, que hace sufrir a millones de personas.

Crisis de la socialdemocracia

La economía española está peligrosamente ubicada sobre tres líneas de falla serias: la surgida del colapso inmobiliario ‘made in Spain’, la de la crisis financiera / económica mundial, y la nueva crisis de la eurozona. Estas crisis confluyen y se retroalimentan para producir una crisis de dimensiones verdaderamente históricas. Es en este contexto como se puede entender plenamente el giro actual del PSOE y todas sus connotaciones políticas. Además, si la economía se estanca o empeora, es improbable que bajen las presiones financieras sobre el gobierno español y que éste cambie de rumbo.

La adopción de las políticas de austeridad más nefastas (aplicadas sólo a las clases populares, claro) por parte de Zapatero ha decepcionado y sorprendido a muchísimas personas, pues el gobierno del PSOE inicialmente había respondido a la crisis resistiendo las llamadas a introducir fuertes recortes. No obstante, si tenemos en cuenta la historia de la socialdemocracia, es menos sorprendente. Este movimiento político siempre ha tenido tres características fundamentales: primero, que acepta el sistema capitalista como modelo de sociedad; segundo, que intenta (en el mejor de los casos, pero cada vez menos) paliar los peores excesos de la explotación y la injusticia; y, tercero, es un movimiento que ‘representa’ a la clase trabajadora en lugar de organizarla para representarse a sí misma. Todos estos aspectos suelen conectar mucho con la experiencia de los trabajadores y las trabajadoras. Su experiencia de explotación en el trabajo, además del sentimiento de impotencia que esta explotación puede favorecer, hace que normalmente quieran mejoras sociales pero no se sientan capaces de conseguirlas por sí mismos a través de su propia actividad (lucha de clases), delegando el papel político a los políticos profesionales reformistas.

El anclaje social de la socialdemocracia reside, no obstante, en su habilidad de ofrecer mejoras, lo cual ha disminuido en los últimos años fruto de la derechización de las organizaciones socialdemócratas a nivel mundial. No obstante, la experiencia del primer gobierno de Zapatero muestra que aún hoy la socialdemocracia puede hacer políticas progresistas (por ejemplo, la retirada de las tropas de Irak) y cumplir así con su papel histórico de encarnar los deseos de cambio de las personas, canalizándolos dentro de los márgenes del sistema y fomentando la pasividad.

Hasta hace poco, la política relativamente ‘izquierdista’ del PSOE (izquierdista comparada con la mayoría de los gobiernos socialdemócratas en el mundo, y especialmente en comparación con la experiencia del PP en el gobierno) ha contribuido a una fuerte desmovilización social después de los años tumultuosos de lucha contra el PP. Las personas de izquierda no radical básicamente se quedaban en casa. Esta desmovilización también ha sido, guste o no a los sectores más libertarios de la izquierda, por el éxito que tuvo Zapatero al principio en incorporar bajo su proyecto político a otros sectores de la izquierda (por ejemplo IU) y a las direcciones sindicales (entre ellas su ‘mejor amigo’ Candido Méndez). Pero si estas relaciones ya estaban tensadas al principio de la crisis, fruto de una política económica más bien liberal y las limitaciones de sus políticas sociales, ahora se están debilitando dramáticamente, aunque nunca debemos infravalorar la capacidad de las cúpulas sindicales de llegar a un nuevo acuerdo para poder evitar el asunto ‘desagradable’ de la movilización de sus bases.

Así que está ocurriendo lo que El País, con todas sus conocidas simpatías políticas, describe como «la fractura en la izquierda», evidenciada más claramente en la exitosa huelga general de 29-S, cuyas protagonistas «forman el corazón del electorado socialista».

Por lo tanto, no sería descabellado pensar que estamos ante una crisis importante de la socialdemocracia. Y surge fundamentalmente porque el otro rasgo de ésta, su aceptación de la ‘inevitabilidad’ del sistema capitalista, hace que a la hora de la verdad, cuando el capitalismo (en este caso español) está amenazado (por los inversores internacionales), siempre se pone al lado del capital y en contra de la mayoría de la población. Así que se sigue la fastidiosa historia de traiciones por parte del PSOE, que empieza con su apoyo a la contrarrevolución en el marco de la República en 1936 y pasa por los años de contrarreformas laborales y del GAL del gobierno de Felipe González.

Lo importante para nosotros es entender que, dada la probable continuación e incluso profundización de la crisis, esta fractura en la izquierda no se cerrará fácilmente. Si hay nuevos acercamientos entre sindicatos y el gobierno, por ejemplo, serán seguramente inestables y cuestionados.

La izquierda radical

Si el análisis desarrollado hasta aquí es correcto, estamos ante nuevas oportunidades para la izquierda radical. Desafortunadamente, en este sentido, esta izquierda en su conjunto parte de una situación de debilidad histórica y con divisiones en su seno. Pero el movimiento político que históricamente compite con ella por atraer las lealtades populares y que normalmente domina fácilmente esta batalla está en momentos bajos, y lo seguirá estando mientras sigua aferrado a la política de ‘calmar’ (ilusamente) a los mercados.

Así pues, es un momento en que la izquierda radical debe tomar iniciativas atrevidas, como la decisión muy acertada en Barcelona y Sevilla de formar Comités de Huelga a nivel de barrios y ciudad para dinamizar el 29-S. Éstos acabaron teniendo un papel nada despreciable en las movilizaciones del 29-S. Pero este espíritu de lucha y unión que impregnaba la mayoría de su actividades (ciertos sectarismos hacia los sindicatos mayoritarios aparte), también se debería plasmar en otros ámbitos, como por ejemplo el electoral, donde se requieren intervenciones imbuidas por claras políticas de clase y que puedan aglutinar a un sector más grande de personas que los actuales colectivos de la izquierda marxista.

También es clave para nuestro avance conseguir que la izquierda radical existente desarrolle un discurso y práctica que pueda conectar con personas que siguen siendo reformistas pero que rompen con la socialdemocracia organizada, en especial los trabajadores organizados sindicalmente por su potencial estratégico en la resistencia contra la austeridad. Si no somos capaces de afilar nuestro discurso (y sigue habiendo tendencia en ciertos sectores de tratar a tales personas como ‘tontas’ o simplemente ignorarlas), difícilmente les influiremos, y el vacío político que está dejando la socialdemocracia será llenado por opciones políticas menos sanas.

Finalmente, nunca debemos olvidar que si la lucha social y la izquierda no avanza como contrapeso a la resignación y el desesperación, estas reacciones fácilmente se convierten en campo abonado para el avance de fuerzas ultraderechistas (tal y como hemos empezado a ver en Catalunya con el avance de la fascista Plataforma per Catalunya), especialmente si los partidos institucionales reaccionan a sus crisis alimentando el racismo con tal de dividirnos (Sarkozy en Francia, la prohibición del burka, etc.).

Nos encontramos ante un momento clave en el que nuestras decisiones estratégicas y tácticas pesan más que lo que hacían antes, y donde la eficacia de nuestras alianzas puede tener repercusiones importantes en el futuro. Estamos ante una crisis de múltiples niveles -político, además de económico (y, no olvidemos, ecológico)- y donde hay un mundo por ganar… o por perder.

Luke Stobart es activista de En lluita.

http://www.enlucha.org/?q=node/2356