La polémica, el pasado verano, en torno al uso y prohibición del «burkini» iluminó la extensión y transversalidad de un fenómeno que debería preocuparnos a todos: esa forma de racismo que, desde 1910, conocemos con el nombre de «islamofobia». Europa ha tenido siempre problemas de digestión civilizada, en el continente y en el exterior colonial, […]
La polémica, el pasado verano, en torno al uso y prohibición del «burkini» iluminó la extensión y transversalidad de un fenómeno que debería preocuparnos a todos: esa forma de racismo que, desde 1910, conocemos con el nombre de «islamofobia». Europa ha tenido siempre problemas de digestión civilizada, en el continente y en el exterior colonial, como lo demuestra el siglo XX en el caso de los judíos, los gitanos o los negros, pero su relación con el «islam», inseparable también de la historia del imperialismo europeo, adopta hoy formas particularmente perversas y refinadas. La Francia jacobina y extremo-laica anticipa la tendencia general. El fracaso de las revoluciones árabes en 2011 y la coincidencia en el tiempo de atentados terroristas y llegada masiva de refugiados, dos fenómenos asociados de manera interesada y fraudulenta, están legitimando la construcción de un «enemigo interno» que, al contrario de lo que ocurrió con el antisemitismo, compromete también a un amplio sector de la izquierda.
Hace dos años Carine Fouteau llamaba la atención sobre esta temible «transversalidad» racista: «todos los grupos sociopolíticos se ven hoy concernidos (…), incluido el de los electores de izquierdas», refiriéndose en concreto al rechazo del islam. El ex-director de Le Monde Diplomatique, Alain Gresh, uno de los más rigurosos y sensatos especialistas en el «mundo árabe», denunciaba por su parte la «creciente islamofobia de izquierdas». Electores del Front de Gauche e incluso de los Verdes -dice-, «abiertos a la emigración y favorables al voto de los inmigrantes, sufren sin embargo una auténtica fobia en relación con el islam». ¿Por qué la izquierda antirracista asume con tanta naturalidad la islamofobia? El propio Gresh explica que «la diferencia fundamental entre el racismo y la islamofobia es que la segunda puede ser blandida por personas de izquierdas que se creen a cubierto de toda acusación de racismo, pero lo cierto es que el racismo cultural contra los musulmanes se ha convertido hoy, en nuestra sociedad, en el racismo dominante».
Esta islamofobia de izquierdas, hay que recordarlo, tiene efectos políticos muy inquietantes. El más extremo es el alineamiento de un sector nostálgico del campismo soviético -al lado de la extrema derecha- en favor del régimen dictatorial sirio y de la intervención de Rusia. El más cercano y amenazador, sin embargo, es el crecimiento de la ultraderecha europea, a la que ha abierto paso la hegemonía cultural de este «sentido común» que la propia izquierda ha alimentado. Así lo declara el filósofo Jacques Rancière en una reciente entrevista en la que le preguntan sobre los avances del Frente Nacional de Le Pen en Francia: «desde hace veinte años ciertos intelectuales de la izquierda llamada «republicana» han puesto sus argumentos al servicio de la xenofobia y el racismo».
¿Cómo justifica la izquierda este «rechazo del islam»? Tras el atroz atentado contra el Charlie-Hebdo, el analista marxista de origen libanés Gilbert Achcar desmentía la derechización del semanario y recordaba los vínculos de Charb con el Partido Comunista, así como la vocación claramente izquierdista de la publicación, para criticar a continuación su contribución a esta «construcción del enemigo interno», cuyas víctimas son las minorías musulmanas, tanto nacionales como inmigrantes: «Charlie Hebdo es un ejemplo flagrante del laicismo arrogante de la izquierda (…), una actitud generalizada en la izquierda de buena fe, es decir, la firme creencia en que el laicismo y el anticlericalismo son principios básicos de la tradición de izquierdas». Y añade: «se consideran parte de una identidad de izquierdas, junto con el feminismo y otras causas emancipatorias». Rancière y Gresh también denuncian el uso de este «laicismo mal entendido» -dice Gresh- que parece dar honorabilidad objetiva al racismo dirigido contra la «comunidad» musulmana y los inmigrantes en general, criminalizados ahora -dice Rancière- no por ser unos «delincuentes extranjeros» sino por «no ser laicos».
El laicismo y el feminismo son, pues, los argumentos «de izquierdas» que nutren la islamofobia rampante europea. Digamos dos palabras al respecto. Si comenzamos por el laicismo, se trata de una peligrosa confusión. El laicismo no es una cuestión social ni una doctrina ni una identidad; es un simple presupuesto jurídico de los Estados democráticos modernos. Consiste básicamente en establecer y defender dos garantías indisociables: la garantía de que todos los ciudadanos van a poder desarrollar libremente su culto religioso, cualquiera que éste sea, y la garantía de que ninguna comunidad (ningún credo religioso, pero tampoco ningún lobby) va a controlar el Estado. En este sentido, y a la espera de establecer también el laicismo económico, no está de más insistir en la necesidad de defender la libertad de los creyentes y, al mismo tiempo, la libertad del Estado frente a los creyentes; y recordar, como lo hizo el padre del liberalismo francés Benjamin Constant (muerto en 1830), que lo que es «religioso» es la persecución, tanto si se trata de la persecución de un credo por parte de otro como si se trata de la persecución de los credos religiosos por parte del «laicismo». Cuando se utiliza el laicismo para perseguir y criminalizar un determinado credo, en este caso el islam, el laicismo deja de ser laico y pasa a ser tan «religioso» como el wahabismo en Arabia Saudí o el chiismo duodecimano en Irán.
En cuanto al feminismo, hay que recordar de entrada que las víctimas preferidas de la islamofobia europea son las mujeres musulmanas. Según el último informe de la European Network against Racism, el 90% de las agresiones islamofóbicas en los Países Bajos, el 81% en Francia y hasta el 54% en Inglaterra van dirigidos contra mujeres musulmanes, en general por razones de indumentaria. Mientras la izquierda feminista discute sobre el velo, las mujeres veladas, también europeas o en cualquier caso humanas, abandonadas a su suerte y hasta señaladas por el feminismo continental, sufren discriminación, rechazo y violencia. Al mismo tiempo, conviene llamar la atención de nuevo sobre la voluntad criminalizadora subyacente a la arbitraria relación islam/vestimenta, que deja poco margen a las prácticas resemantizadoras, y sobre la necesidad de defender, como valor laico y de izquierdas, la libertad indumentaria. Sin olvidar las luchas feministas que, dentro del islam mismo, tratan de combatir el patriarcado mediante desplazamientos de la hegemonía cultural interna, luchas autóctonas que evitan el riesgo de confundir la liberación feminista con la prolongación del yugo colonial.
La islamofobia de izquierdas, en definitiva, legitima las prácticas racistas de una Europa cada vez más identitaria y abandona a los sectores más desfavorecidos -inmigrantes y trabajadores precarios de las periferias urbanas- a su propia suerte, aumentando su vulnerabilidad frente a las dinámicas de auto-comunitarismo y radicalización. La islamofobia, como he dicho otras veces, es el mejor aliado del Estado Islámico y del terrorismo yihadista, un fenómeno, por cierto, marcadamente occidental. En todas partes la izquierda, aislada y sin contacto con la realidad, debe romper -junto a otras tradiciones nefastas- con su herencia anti-religiosa. Marx dijo, sí, que «la religión es el opio del pueblo», pero para recordar que lo es porque ella (la religión) «es el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu en condiciones sociales en las que el espíritu ha sido excluido». En un mundo sin corazón, en condiciones despojadas de «espíritu», no es posible ni cambiar el mundo ni transformar esas condiciones sin negociar con los corazones y los espíritus. El laicismo puede ser fanático, teológico y colonial y la religión puede ser laica, repúblicana y anticolonial. No se trata de renunciar a nada. Se trata de defender a los más débiles y -aceptando una derrota histórica innegable- recomponer el campo democrático de las luchas sociales y de los derechos humanos sin excluir a nadie: salvo a los fanáticos, ya sean cristianos, musulmanes, judíos o ateos, a los imperialistas, aunque sean rusos, y a los dictadores, económicos y políticos, incluso cuando son árabes y rezan en una mezquita. En un mundo árabe en el que las revoluciones democráticas han sido momentáneamente derrotadas, en una Europa en jirones dominada de nuevo por el prefascismo, la islamofobia se ha convertido en el motor de todas las radicalizaciones y en el pretexto de todas las legislaciones de excepción y de todos los recortes de libertades. La izquierda no debería ir por ese camino.
Fuente original: http://www.elcritic.cat/blogs/sentitcritic/2016/12/14/lesquerra-i-lislam-malentesos-i-fanatismes/
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