Ya está, una página más en la cruel y reciente historia de la ocupación de Iraq se ha escrito con el ahorcamiento del antiguo dirigente iraquí, Saddam Hussein, al que probablemente seguirán el de otros de sus colaboradores. Ya puede también el presidente estadounidense jactarse de la terrible imagen ofrecida de ese macabro acto y […]
Ya está, una página más en la cruel y reciente historia de la ocupación de Iraq se ha escrito con el ahorcamiento del antiguo dirigente iraquí, Saddam Hussein, al que probablemente seguirán el de otros de sus colaboradores. Ya puede también el presidente estadounidense jactarse de la terrible imagen ofrecida de ese macabro acto y presentarlo al mundo entero como prueba de que él si «cumple con sus promesas». En su día, cuando sus asesores neoconservadores pusieron en marcha la maquinaria de destrucción y horror que significa la ocupación de Iraq, ya soñaban con este día tan importante «para asentar su democracia» en aquel país.
Si como ha señalado Human Rights Watch, «la imposición de la pena de muerte – un castigo inhumano y cruel – en el contexto de un juicio ilícito es además indefendible», cuesta mucho creer ahora esas voces que claman contra la ejecución, pero que han sido incapaces de hacer nada para detener ese grotesco espectáculo, cuando no han mirado hacia otro lado.
Es esa una democracia muy sui generis, con una característica fundamental, cual es el doble rasero que no dudan en aplicar en todo el mundo. Si un movimiento como Hamas vence en unas elecciones homologadas como libres por Occidente, se ponen en marcha todos los mecanismos posibles para hacer saltar por los aires la voluntad democrática de los palestinos expresada a través de las urnas. Si un antiguo dirigente, y antiguo aliado también (algo que se olvida con inusitada frecuencia), ya no es necesario pues se le «elimina democráticamente», tal y como hicieron buena parte de los antepasados de esos neoconservadores cuando comenzaron a desarrollar los pilares del actual sistema norteamericano, que debe buena parte de sus «avances» a la llamada ley de la horca.
Resulta cuando menos curioso que la mayoría de penas de muerte y prisión contra «despiadados dictadores» nunca salpiquen a personajes como Pinochet, Franco o Idi Amin, por poner tan sólo unos ejemplos. Aquí también asoma esa aplicación del doble rasero democrático, y muestra que los «buenos» dictadores tienen asegurada su muerte dulce siempre que no osen anteponer sus intereses a los de su amo en Washington, ya lo decía el refrán «no muerdas a la mano que te da de comer».
Y mientras tanto en Iraq ¿qué?. Pues probablemente las cosas empeoren a corto y medio tiempo. No hay duda que la ejecución de Saddam articulará una cadena de respuestas por parte de sus seguidores, pero también será la ocasión de oro, servida por EEUU, para que otros grupos jihadistas la aprovechen para acentuar sus ataques sectarios.
Ya nadie duda del desastre absoluto que ha supuesto la intervención militar y la posterior ocupación de Iraq. Políticamente se ha dividido el país como nunca, potenciando posturas que cada día que pasa se hacen más irreconciliables; económicamente, si el embargo criminal anterior a la agresión militar destrozó buena parte de la economía del país, ahora ésta está completamente arrasada; y en materia de seguridad, nunca la población iraquí ha estado más insegura.
El escenario que se adivina es más complejo que nunca. La situación tiende a agravarse y deteriorarse en todos los frentes. Los intentos para buscar soluciones, como el informe Baker-Hamilton, son meros parches que tan sólo buscan una salida airosa para EEUU, pero que no afrontan la raíz del problema. A día de hoy Iraq se puede convertir, si no lo es ya una fuente de mayor inestabilidad para esa compleja región del mundo, y con terceros actores prestos también a mover sus hilos en defensa de sus propios intereses. Ahí están Turquía, Arabia Saudita o Irán, conocedores de la debilidad de Washington para afrontar esa catástrofe provocada y dispuestos a recoger sus propios beneficios del caos establecido en Iraq.
Desde la Casa Blanca, y a pesar de las bravuconadas de Bush y sus aliados, se comienza a reconocer que no hay plan B, que es el momento de buscar una salida honrosa para sus intereses. Las tropas de ocupación norteamericanas siguen con su goteo de bajas oficiales, este mes de diciembre ha sido el de mayor número de bajas estadounidenses en todo el año, con más de cien.
Por su parte, la insurgencia ya ha demostrado que no tiene ningún problema para sobrevivir a la muerte de Saddam Hussein, y sus acciones políticas y militares, estarían abriendo el abanico de adhesiones entre la población iraquí, lo que le situaría en un interlocutor necesario para cualquier solución o negociación que acabe produciéndose.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)